Estacionada en la orbita de Synnax VII, la nave nodriza Castigo de Artemisa proyectaba su sombra sobre el planeta. Permanecía estática, como una enorme ave de presa acechando a su víctima. Entonces una diminuta capsula se desprendió de la sección principal y descendió en picado, de cara al sol. Seguramente, de haber tenido alguna ventanilla, aquel que observase el planeta habría quedado ciego, quemado y afectado por la radiación todo al mismo tiempo.
La nave aminoró la marcha y el rugido de los motores fue amortiguado por el sonido de hombres y mujeres que se amontonaban en las salas de desembarco. Cuando las rampas se extendieron y las compuertas se abrieron, un grupo de rudos, presumidos y sobre todo peludos personajes descendió para incorporarse a la vasta ciudad de acero.
Rellenaron todo el papeleo y pagaron la correspondiente cuota de atraco en el puerto estelar. Decían ser mercenarios que habían llegado a reclutar nuevos miembros para su tripulación. Algunas personas más suspicaces, viendo los cañones de las armas portátiles de plasma y los escudos atómicos adosados a las hebillas de sus cinturones, les habrían llamado piratas.
Al principio solo había oscuridad, pero por un resquicio minúsculo apareció una mota de luz que fue extendiéndose hasta equiparar las extensiones de las sombras. A pesar del enfrentamiento inacabable de luces y sombras, pronto llegaron otros elementos para armonizar la balanza. El fuego, el agua, la roca y el viento coexistían en armonía, llenando cada hueco de aquella inmensidad infinita formada de luces y sombras.
Cada uno de estos elementos rebozaba de vida y de aquella vitalidad comenzaron a surgir seres de gran poder, que habitaron aquel basto mundo y lo moldearon a su gusto y placer. Algunos buscaban el equilibrio y otros preferían el caos, pero todos eran esenciales para que la creación pudiese tener lugar.
Un agudo gemido rasga el silencio de la noche como si de un velo se tratase. Otra víctima, otro desaparecido, otro más que caía ante las garras de monstruos, el acero de los bandidos o tal vez algo peor. Tiempos oscuros se ciernen sobre el continente. Hordas de peregrinos y encapuchados recorren los caminos por la noche, se habla de monstruos que bajan de las montañas y, entre susurros, corren los rumores sobre libidinosos ritos demoníacos que acontecen en la profundidad del bosque.
La oscuridad reina en los alrededores de Hometown. Nadie, ni los guardias parapetados con pesadas láminas de acero, se atreve a poner un pie fuera de los muros cuando cae la noche. La reconstruida iglesia de Saint Evans no da abasto para guarecer y brindar ayuda a las incontables almas que escapan desde sus campos y granjas, dejando atrás sus pertenencias y hogares, para refugiarse tras los muros de la ciudad.
Más no todo está perdido. Donde algunos ven miseria otros ven oportunidades. Aventureros provenientes de diversos puntos del continente comienzan a reunirse en la ciudad ante la llamada del antiguo gremio. Allí donde las religiones fallan, el dinero y la promesa de gloria se imponen, atrayendo a toda clase de sujetos. ¿Serán acaso estos malvivientes el último recurso para salvar la ciudad?
Nadie sabe muy bien cómo sucedió, pero un día, uno como otro cualquiera cerca de la pequeña villa de Narán, una niña llamada Pandora encontró un jarro mientras jugaba con su hermano en las ruinas abandonadas de un viejo castillo. Las ruinas, que no estaban muy lejos del pueblo, llevaban allí desde hacía muchísimo tiempo y muy poca gente se atrevía a visitarlas.
El jarro estaba tapado con un lienzo de tela empapado de cera. Pandora, curiosa, y a pesar de las advertencias de su hermano, no pudo resistir la tentación de destaparlo. Nada más hacerlo, del jarro comenzó a salir una extraña niebla, un vaho amenazador que fue cubriendo el suelo a su alrededor. Asustados, la niña y su hermano corrieron de vuelta al pueblo.
A partir de ese momento comenzaron a pasar cosas muy raras en la región. Para empezar, a la mañana siguiente todos los adultos del pueblo habían desaparecido, por lo que los niños tuvieron que empezar a arreglárselas solos mientras se preguntaban qué es lo que había podido pasar. En segundo lugar, los alrededores se llenaron de extrañas criaturas. Algunos animales del bosque se volvieron feroces y aparecieron muchos otros que nadie había visto nunca. ¡De repente había un montón de seres peligrosos deambulando por todas partes!
Pero no todo estaba perdido. Tratando de averiguar qué había pasado, algunos niños volvieron con Pandora al lugar donde había encontrado el jarro. Al cogerlo, vieron que aún quedaba algo, ¡o alguien!, en el fondo. Se trataba del Hada de la Esperanza.
El Hada salió del jarro, tocó a cada niño en la frente con la punta de sus dedos y les dijo que no tuviesen miedo. Ella estaría allí siempre para darles esperanza y ayudarles a enfrentarse a las misteriosas fuerzas que ahora amenazan a su comunidad.
Les avisó que de que del jarro también se había escapado la poderosa Magissa… una bruja que trataría de hacer de las suyas a lo largo y ancho del mundo de Dyss.
Bien, todo empezará en un club de alterne, una noche normal y haciendo vida como si fuera la vida real. Dentro habrán sus chicas, los gerentes e incluso clientes que quieran entrar.
Taller de FATAL, el peor juego de rol jamás revieweado en los internés. Aprenderemos a generar fichas, y a flipar con los delirios de un matematico estadistico al que le dejaron editar su propio juego de rol. No se admiten VIPS. Partida para mayorcetes.
Como en cualquier circunstancia, cuando todo termina y el fondo de aquel precipicio no es tan lejano. Sabiendo que no eres el mismo porque nunca lo has sido, puesto que la magia nace en ti y despierta cuando menos lo esperas, resonando desde las profundidades hasta manifestarse en tu cuerpo.
No temas, el poder existe y esa realidad superflua no perdió su sentido de coherencia. Está allí, vibrando con ganas de salir mientras que la tempestad de la ignorancia juega su rol solitario y embustero. No eres ajeno a lo que sientes, aunque jamás recuerdes el motivo de tu existencia.
Fluye y respira, todo puede pasar...
Profesora Louise McAvoy.