Sobrevino una gran ventisca cuando el grupo se movía por aquellos peñascos, la visibilidad era mínima pero no podían detenerse allí por lo que avanzaron a ciegas. No fue una decisión acertada y un desprendimiento de rocas les arrastró por los despeñaderos sumiéndoles en la oscuridad de aquella sombría jornada.
El homínido se despertó apartando de sí las piedras y cubriéndose de los inclementes rayos del sol. Frente a sí había un valle y tras él el escarpado barranco por el que habían caído. Tenía hambre y estaba solo. No podía sentirse más abandonado a la muerte, pero la curiosidad le puso en pie y el instinto de supervivencia puso sus extremidades en movimiento y su mirada al frente.