Que extraño...
Zeleste se había acercado a la puerta de Dhalia. De allí salía un olor muy fuerte que la joven no reconocía. Seguía escuchándose el sonido de metal y Simba, parecía querer huir de eso.
De repente la muchacha sintió que Dhalia podía estar en peligro. Aunque no se escuchara ninguna voz ni el clásico sonido de un combate, aquello no era normal.
Se acercó a la puerta entreabierta e, intentando que no la vieran, espió para asegurarse que su amiga se encontraba bien y no necesitaba ayuda...
Motivo: Esconderse
Tirada: 1d20
Resultado: 12(+2)=14
El olor se vuelve cada vez más fuerte, hasta que prácticamente metes la nariz en la habitación y notas un enorme hedor a... ¡sudor! Cuando el resto de tu cara asoma por la apertura, el ritmo metálico también suena más claro y finalmente ves a Dhalia, por suerte, fuera de peligro alguno.
La guerrera parece martillear con un pequeño instrumento su coraza. Su pelo esta apelmazado por el sudor y su blanca camiseta se pega a su cuerpo en cada movimiento. Su rostro esta concentrado, pero no parece que en su trabajo, sino lejos, en otras tierras u otros tiempos.
Durante unos segundos, Zeleste se quedó contemplando a su amiga. Parecía estar perdida en otros tiempos y lugares. Aunque se estaba esforzando y el sudor recubría su cuerpo, su mirada era ensoñadora y no había dejado de amartillar la coraza.
Será mejor que la deje tranquila... La joven no quería molestarla. Se apartó de la puerta y bajó la mirada, posándola sobre Simba. Llevó el dedo índice a sus labios, indicándole que no hiciera ruido, y se alejó de la habitación, dirigiéndose hacia las escaleras. Bajaría a la planta de abajo y buscaría a Hamah, no creía que se hubiera alejado mucho.
No tenía dinero, así que si no veía a su compañero, saldría a dar un paseo por las inmediaciones, para conocer un poco la ciudad y no quedarse encerrada en su dormitorio.
Hamah tampoco esta en el piso bajo de la posada. Así que decides dar una vuelta por las calles de la abarrotada ciudad. Por suerte a esta hora el movimiento no es tan agobiante como a primera hora de la mañana, donde mercaderes y viajeros llegaban de otros rincones del mundo.
Aun así, las calles están plagadas de gente y, sobre todo, de comercios con los artículos más exóticos que has visto en tu vida. Frutas extrañas, animales que no reconoces... ¡Incluso los tenderos son extraños! Tanto, que juraría que uno de ellos parece un orco... Algo que te recuerda con un escalofrío el ataque en el campamento.
Y en tu tranquilo paseo, escuchas unos gritos. Parece que hay algún problema en una tienda cercana, aunque la gente rodea el conflicto y desde aquí apenas no ves nada.
Zeleste iba caminando por la calle, con Simba a sus pies. No recordaba nunca haber estado en un sitio así y se sentía minúscula entre toda aquella gente. Pero le gustaba observar las expresiones, ver como una mujer se encontraba a otra en medio de la calle y se ponían a hablar, interrumpiendo el paso a los que venían detrás. Como un niño correteaba y chocaba contra un caballero de bigotes largos y poblados. Como una joven se ruborizaba ante las palabras de un muchacho... Iba viendo todas esas cosas y sonreía. Sus ojos violáceos miraron ensoñadores los escaparates, mientras escuchaba las voces que se sucedían a su alrededor.
Recordó otro tiempo. Cuando era una niña e iba corriendo por las calles empedradas de su pueblo. ¿Qué habría sido de sus amigos? Habían pasado tantos años... Aunque por un lado deseara regresar al lugar donde pasó su infancia, el miedo le impedía a ello. Allí fue donde su madre...
Al darse cuenta de que sus sentimientos la iban a traicionar y sus pupilas empezaban a inundarse de lágrimas, parpadeó rápidamente y volvió a centrarse en lo que ocurría a su alrededor. Entonces fue cuando escuchó unos gritos. Sus cejas se arquearon y sus labios formaron una fina línea. ¿Qué estaba ocurriendo allí?
Pero la cantidad de curiosos no le dejaban ver, así que intentó abrirse paso entre la gente. Quizás alguien necesitaba ayuda... ¿Y qué podría hacer ella? No lo sabía, era consciente de que no podía empezar a conjurar delante de todas aquellas personas, pero aquellos gritos la habían alarmado y no podía quedarse con los brazos cruzados y sin hacer nada. Simba lo tenía más fácil y se adelantó un poco, caminando entre las piernas de todos aquellos congregados.
Difícilmente te abres paso entre la gente, aprovechándote de tu tamaño para escurrirte entre unos y otros. Poco antes de llegar, una fuerte sensación de sorpresa te llega desde Simba, sorpresa que se acrecienta cuando ves quienes son los que están armando tanto alboroto.
Un comerciante esta echando una bronca descomunal a un viandante, aparentemente porque éste le ha robado. Lo que te deja totalmente anonada es la identidad del segundo. Es Hamah.
- ¡He dicho que me devuelvas el collar, maldito bastardo! Los norteños no tenéis ningún respeto por la propiedad ajena. ¡Ladrones! - Grita enbravecido el comerciante.
Hamah, a pesar de la diferencia de tamaño, le mantiene la mirada con firmeza y le contesta con los dientes apretados, claramente rabiando por dentro.
- Ya te lo he dicho... ¡No he cogido nada! Puedes llamar a la guardia que me registre, pero como me toques un solo pelo, te pienso cortar los dedos... - Aunque parece ser más un farol, el joven pasea los dedos por su daga.
- ¡Encima con amenazas! Deberías tener cuidado con a quién provocas. ¡Yo mismo te vi mirando la joya!
Parece que la discusión va a seguir, pero cada vez el ambiente parece tensarse más, y eso no pinta nada bien.
¡Hamah...!
Al ver a su amigo en ese apuro, Zeleste se detuvo un momento y paseó sus ojos violáceos por entre aquella gente. En ese momento sintió asco. Estaban todos allí para poder contemplar el espectáculo, como si aquello fuera un circo y ellos meros espectadores.
Zeleste, piensa... Rápido...
No sabía qué hacer. Por un momento le pasó por la cabeza el ir a buscar a Dhalia, pero no podía dejar a Hamah allí solo. Aquel comerciante parecía tener malas pulgas... Bajó la mirada, mordiéndose el labio, y la detuvo en el pequeño cuerpo de Simba. Suspiró suavemente y se acuclilló, colocando una mano sobre el lomo de su compañero.
- Simba, corre, ve a buscar a Dhalia... - Le instó y se irguió para empezar a caminar hacia delante, terminando de abrirse paso entre la gente y ayudar a su amigo.
- Que le vierais contemplar una joya no le convierte en ladrón. Para acusarle de esa forma deberíais tener más pruebas - . Su voz resonó alta y sus ojos violáceos se clavaron en los de aquel hombre.
- ¡Zeleste! - Se sorprende el joven, que al verse comprometido en aquella situación, se ruboriza por completo. Aunque su mirada es de indignación para con su interlocutor.
- ¡¿Y tú quién eres, muchacha, para decirme a mí lo que debo hacer?! - Brama el comerciante. Entonces parece fijarse en las similitudes de vuestras ropas y sonríe con socarronería. - Ya entiendo... Sois todos de la misma calaña. Pues mucha casualidad me parece que justo desapareciese en ese momento, ¿no? Y si nada tiene que esconder, no le importará que eche un vistazo a sus ropas...
Pero Hamah retrocede un paso, dispuesto a enfrentarse al hombre si hiciera falta.
Las palabras de aquel hombre molestaron a Zeleste. No tenía ningún derecho a insultarles. Miró de soslayo a Hamah y una mueca se formó en sus labios. Espero que Dhalia no tarde... Simba, corre...
- No tiene por qué mostrar sus pertenencias. Vos le estáis llamando ladrón sin ninguna justificación. Si lo deseáis, llamad a la guardia, pero no permitiré que pongáis un solo dedo encima de él - . Dijo, alzando ligeramente la voz y clavando sus ojos violáceos en los de aquel comerciante.
No sabía qué podía hacer en aquella situación. Ella misma se estaba sorprendiendo de su coraje y recordó, cuando era pequeña y se envalentonaba delante de los niños del grupo rival. Hacía muchos años que había permitido que el miedo y la vergüenza la dominaran. Pero Hamah era su amigo y no podía quedarse observando en silencio...
Hay mucha gente, si conjuro... No sé qué pasará... Tenía conjuros inofensivos. Podía hacerle dormir y así que se aplacaran un poco los nervios. Pero toda aquella gente seguro que se asustaría al ver los efectos de la magia. Tampoco quería que Hamah llegara a las armas, eso le podía meter en serios problemas.
Motivo: Diplomacia
Tirada: 1d20
Resultado: 5(+4)=9
Como he sacado poquito en diplomacia, he roleado que le dice eso ò.ó