Partida Rol por web

Según tu libro de historia, Tirisfal fue un reino importante de antaño, pero que fue perdiendo poder con el paso del tiempo hasta quedar disminuido a un pequeño clan al servicio del rey Grilloc. Actualmente se piensa que esa familia ya no existe o que al menos el nombre ya no tiene importancia ni prestigio.

También es el nombre de un pueblo que sufrió una masacre en manos de una horda de muertos vivientes hace entre dieciocho y veinte años.

A unos pasos de la herrería de Ulfsark tienen la tienda de empeño, donde Marion les recomendó ir para engastar la piedra del hogar de Kokoro y es el lugar hacia donde ahora se dirigen. La fachada es de mármol blanco revestido con decoraciones rimbombantes, una puerta doble de madera de aspecto muy vistoso y por encima un letrero con forma de peón de ajedrez.

Al entrar los invade un aroma a madera de esos que hay en las casas con muchos muebles antiguos y caros. Es un vestíbulo con un montón de escaparates y estanterías, también macetas con plantas de flores muy coloridas, una alfombra roja con ribetes dorados, ventanas enormes por donde entra la luz del sol con cortinas de seda o de algún material semejante.

—Muy buenos días, estimados clientes. —Los recibe una voz de pito y les lleva más tiempo del pensado ubicar a su dueño, puesto que no lo encuentran a la altura de la vista, sino más abajo.
—¿En qué puede ayudarles servidor Sotocot? —Es un hombre rechoncho que no supera el metro veinte, vestido con un traje tan campanudo como todo el resto de lo que ven, con un abrigo de piel bien mullido y un bastón decorado con la cabeza de un oso. Tiene una enorme nariz ganchuda y una calva hasta más allá de su frente. En sus dedos cuentan al menos tres anillos con gemas del tamaño de aceitunas.

Anoto a toda prisa en mi diario lo que veo.

¡Menudo lugar más extravagante! ¡Y caro! ¡Y menudo ser más diminuto!

— Soji, Koko... ¿Soy yo, o es la viva imagen de Kim Kardashian? — a lo que me disculpo, mirando hacia abajo — Perdone, se parece mucho usted a alguien famoso de nuestra aldea natal.

Aun así, me dedico a contemplar la sala. Es un sitio absurdamente rico ¿No se supone que el pueblo es mas bien humilde? ¿Y que hasta hace unas 12 horas, Uk fastidiaba el comercio?

Me quedo loquísimo viendo el brillo y el lujo que hay en el lugar. Sí, definitivamente parece una joyería, y el comentario de Kei me parece muy acertado. Nada más escuchar la voz me giro a mi alrededor buscando al interlocutor, hasta que bajo la mirada y veo al mercader. Mantengo la mirada en él durante unos segundos y luego me dirijo hacia mis amigos.

—Tenemos que avisar a la guardia. Ese niño se ha perdido— murmuro, aunque no sé bien por qué lo hago.

Le doy un leve pescozón a Soji

— ¿Pero que dices, amigo? No sueltes barbaridades...

Entonces, para terminar de liarla

— Aqui la 'policía' no existe. Tendríamos que llamar a la guardia para que se encargue de los niños perdidos

— Esto... Oye Kokoro ¿En tus libros dice algo acerca de que es Tirisfal? Creia que era su apellido, como Yatami, Tanaka, Yaruga o Miya 

La pregunta de Kei me hizo preguntarme lo mismo, ¡claro, los libros! Había veces que se me olvidaba que los tenía y que había leído bastante de ellos. Entrecerré los ojos, haciendo un gran ejercicio de memoria que no tardó en dar sus frutos.

—Ahora que lo dices...— sí, creía recordarlo con suficiente claridad. —Tirisfal era un reino de estos importantes y tal. Aunque de eso ha llovido bastante... Después quedó reducido a un pequeño clan al servicio del viejo verde ese, el rey Grilloc. Parecía que daban esa familia por extinta— lancé una mirada por encima del hombro, viendo cómo se alejaba la figura de Selina conforme avanzábamos en nuestro trayecto —, pero parece que no lo está del todo. Aunque también ponía que es el nombre de un pueblo que se vio masacrado a manos de una horda de muertos vivientes hace unos veinte años...— añadí, pensativa. ¡Tirisfal podía ser tantas cosas y ninguna a la vez! Nah, mejor no darle demasiadas vueltas a eso ahora, ya buscaría información en la biblioteca.

Llegamos a la casa de empeños que me pareció, como poco, rimbombante. Salió a recibirnos un tipo bajito con pintas... extrañas e igualmente pomposas.

—¿Kim Kardasian? ¿Niño?— torcí la cabeza tratando de mirar a lo que nos había atendido desde otra perspectiva, tal vez así... no, no había forma. —A mí me parece un sapo pomposo— un sapo muy feo, por cierto.

Como fuera. —Queríamos saber cuánto costaría engarzar las piedras del hogar del gremio. Si es muy caro, nos vale con un simple agujero de lado a lado sin que se rompa en pedazos— ya meteríamos por el agujero una cuerda o algo.

La vena saltada en la frente del hombrecillo iba creciendo más y más a medida que discutían sobre su tamaño y sus parecidos, pero decide mantener la compostura murmurando algo como eso de que el cliente siempre tiene la razón, pero la sonrisa que les pone ahora es bien fingida y le tiembla la comisura del ojo.

—Oh, ya veo.
Conduce a Kokoro hasta un escaparate con un montón de variadas cadenitas delicadas de diversos materiales y estilos.
—Aquí tienes unas que rondan las veinte monedas, son las más económicas, pero bien resistentes, noto que son aventureros, así que bien valdría la pena para que no estés todo el tiempo preocupada para no perderla.

Mientras tanto los muchachos observan que no sólo vende joyas este tipo, hay también instrumentos musicales, artefactos variados que ni idea se hacen de para lo que puedan servir, también un montón de ropa de variados niveles de rimbombancia. Hay también algunas armaduras, pero que están diseñadas más para las pintas que para proteger al usuario.

—Y si no te puedo ofrecer unas de oro o plata, pero se van de las cien monedas para arriba. —Continúa Sotocot diciéndole a Kokoro—. Además, por ser del gremio el engaste te lo haré gratis, ¿qué me dices?

—Ah, chiquillos —se vuelve hacia Kei y Sojiro—. Pueden mirar, pero no toquen nada. Pregunten por los precios a mí.

En el mostrador ven que además de todo lo otro, el señor Sotocot también vende dulces: caramelos, paletas bien grandotas, tablas de chocolate y más. Allí también hay un cartel que pone que por cada veinte monedas que gasten con él (no necesariamente en las golosinas, se refiere a en general) se llevan gratis un billete de lotería.

Me giro hacia Kei tras recibir su colleja.

—He dicho guardias, no policías. Kei, sácate las patatas de las orejas, tronco.

Escucho con sumo interés y en silencio lo que sabe Kokoro sobre Tirisfal.

—Siempre podemos ir a la biblioteca para obtener más información— algo que tengo pendiente, más por falta de ganas que otra cosa.

Guardo silencio cuando ella explica al niño lo que quiere para su piedra hogar. ¿Pero por qué se lo comenta a él? Me acaricio el mentón tratando de comprenderlo, hasta que me doy cuenta de que en realidad es el joyero (me ha costado lo suyo). Empiezo a mirar por la zona, procurando no tocar nada tal y como él ha pedido.

—Entendido tronco. Y perdón por lo de hace un momento, no ha molado decir esas cosas de usted.

Me acerco al señor Sotocot, y lo miro como el que mira a un niño lindo. Bueno, más bien como el que mira a un niño feo de narices, pero hace como que está viendo al niño más lindo del barrio

— Que encanto, tan jovencito y estás sacando adelante la tienda. Y... ¿Que vendes que pueda ser útil a un aventurero? ¿Tienes algo que nos suba la vida¹?

No, el oro y la plata no eran para mí. Metales demasiado preciosos, caros y brillantes para lo que era yo. —Estos irán bien— dije señalando a los más baratos y resistentes que había indicado al principio. Le tendí la piedra del hogar con cierto reparo, no quería que se cayese, se rompiese, explotase o se perdiese y me echasen una bronca y tener que pagar un pastizal.

—¡¡Dulces!!— me acerqué al trote hasta el mostrador, decidiendo qué dulces cogería. Hacía demasiados días que no daba buena cuenta de unas buenas chuches. —¿A cuánto están?— ¡las quería todas! O sino, al menos, una buena bolsa. 

—Oh, descuida —le responde Sotocot a Sojiro haciendo un ademán para restarle importancia—. Me tomó por sorpresa, la verdad.

Deja un rato a Kokoro examinando las cadenitas y va a atender a los chicos, mirando a Kei extrañado.
—¿Disculpa? —Levanta una ceja—. ¿A dónde quieren subir sus vidas? ¿te refieres a ascender en tu puesto? Mil perdones, estimado cliente, pero no lo entiendo, nunca he oído esa metáfora tan extraña.

Desde donde está le responde también a Kokoro cuando ella ve los caramelos.
—Puedes tomar el que quieras, son para convidar... ah, ¡eh, espera! —Viendo que la joven no va a tomar uno sino todo lo que hay ahí, rápidamente va hasta ella para entregarle una bolsita de papel—. Golosa, en ese caso son cinco monedas y te llevas todos los que puedas caber aquí.
Y caben unos cuantos, este señor está siendo generoso.

—¡Es tu piedra del hogar, no me lo dijiste! Sí, tranquila, jovencita, la trataré con sumo cuidado, no me tardo. ¿Habías elegido esta cadena, ¿cierto?
Dicho esto se marcha a la trastienda dejándolos allí solos.
—¡Regresen en media hora! —les comunica desde el otro lado de una cortina, al notar que aún siguen allí.

—Perdone a mi amigo, no es de aquí y en su pueblo suelen decir esas cosas raras. Creo que se refería a un accesorio de esos que te hace más tocho... quiero decir, fuerte.

Veo cómo Kokoro no aparta la mirada de los dulces y la bolsa que le da el vendedor.

—Oye, Koko, sabes bien que no es sano empacharte de dulces. Al menos comparte con nosotros.

Después espero a ver si Kokoro y Kei se van para hacer tiempo y les acompañaré.

—¿A dónde vamos mientras tanto? ¿Visitamos la biblioteca para buscar información?

Antes de irse a hacer lo de Kokoro, Sotocot le explica a Sojiro que si se refiere a objetos mágicos, él no los vende directamente, sino que hay que atender a las subastas. Aquí los objetos mágicos que venden o empeñan los aventureros o los comerciantes son puestos en subasta periódicamente.

Les dice también que si lo desean les avisará con tiempo cuándo será la próxima, que viene dentro de poco. Normalmente son varias a la semana.

— Oh! Pues perfecto ¡Suena de escándalo, Gracias peque... esto... gracias, señor Socoot —  le digo efusivamente. Parece que se me haya pegao algo de Marion

— A mi me gustaría ir al kiosko, a comprar hierbas curativas. Ya sabeis, las gasté todas en el campamento. Y si, luego vamos a la Bliblioteca

—¡Bien!— exclamé con júbilo, llenando hasta el último hueco de la bolsa que me había dado Sotocot. —Esto... Se pagaba con la piedra, ¿no?— algo así habían dicho, pero nunca había utilizado una tarjeta de crédito tampoco y estaba algo desubicada. Sabía que me quedaría con menos dinero, pero era una buena inversión.

La cadena que había elegido era fina y discreta, pero también muy resistente. El largo me llegaba hasta algo más arriba de lo que sería el escote de una dama bien dotada, que no era mi caso.

Sabía que tanto Sojiro como Kei eran unos ceporros que podrían perder la piedra en cualquier momento, pero no parecían muy interesados en buscar una forma de que esto no ocurriera... Allá ellos entonces.

—¿Al kiosko a por hierbas?— alcé una ceja, mirando con extrañeza a Kei. —¿Desde cuándo eres de los que fuma porros?— en realidad me daba igual lo que hacer, ir a un sitio o a otro, ¡ahora tenía chuches! Y sí... no diría que no a compartir, ¡pero que no se pasaran!

Le pego un coscorron a Kokoro

— ¡Hablo de vendas, hierbas medicinales, cataplasmas y todo eso! — Caray... Insinuar que consumimos tabaco ¡Eso es lo mas bajo! — Ya las usamos una vez, y que demonios, pueden salvarnos de problemas en adelante. En nuestras aventuras nos van a herir a menudo, y se que tu, Soji, eres muy capaz con medicina y con el poder de Orphea-chan, pero no quiero que te distancies de ella por curarnos

Luego me acerco y te susurro

— Esto... Soji, Orphea no estará mirandonos ahora ¿No? Que se me ha escapado un Orphea-Chan de nuevo.

—Es verdad que nos vendría bien disponer de vendas y pociones, pues siempre termino olvidando el conjuro de curar o termino tan hecho polvo que no puedo lanzarlos. ¡Además, quiero en un futuro ser un clérigo de ataque que tire rayos con el martillo, así que no debéis depender de mis curaciones!

Cuando se me acerca Kei y me susurra niego con la cabeza.

—Pues no, no está por aquí pero fijo que te ha escuchado o acabará enterándose. No sé cómo lo hace pero se entera de absolutamente. Supongo que es omnipresente. ¡Ah! Antes de que se me olvide, cuando vayamos a hacer la misión de recolectar esas setas necesitaré quedarme con unas pocas. Y no, no es para mí, que os veo los pensamientos, troncos.

— Vaya ¿Te lo ha pedido orFea? ¿O tienes un plan para ellas?

La verdad es que Soji es una caja de sorpresas al fin y al cabo

—Ñiñiñiii— burlarme de Kei era divertido, que se hubiese ofendido por haber insinuado que fumaba hierbas lo era todavía más. —¡Pues explícate mejor!— le saqué la lengua.

La verdad es que buscar provisiones para curarnos en caso de ser necesario no vendría NADA mal, sobre todo teniendo en cuenta que contábamos únicamente con las habilidades de Sojiro para eso.

—Vale vale, yo me adelantaré a la biblioteca entonces— que seguro que se aburrían pronto y yo quería empaparme bien de información. Soji también quería buscar setas, pero de eso se encargaría durante la misión en la cueva, ¿o era en otra? Bah, lo mismo da, total, lo que tenga que hacer lo hará cuando sea.

Luego de finalizada la transacción, la piedra del hogar de Kokoro brilla brevemente, anunciando que se le han descontado veinticinco monedas de su reserva. Al mismo tiempo, oyen un ruidito venir desde un expendedor de billetes que está al lado de la fuente de caramelos, le giran algunos engranajes por dentro y escupe un billete rojo que va a parar a las manos de Kokoro. Ese billete rojo tiene escrito "¡un intento gratis!" con letras doradas y alrededor un montón de bolas numeradas y dibujos de varios tipos de objetos de valor, todo también del mismo color.

Hay un puesto en el mercado que vende comida, les explica que está muy acostumbrado a venderle a los aventureros y viajeros y que por tres monedas les puede empacar comida para cinco días, consistiendo en carne seca, galletas duras y otras cosas que tardan un tiempo largo en echarse a perder.

Mientras los chicos siguen comprando, Kokoro se marcha a la biblioteca, que no queda muy lejos de ahí. Preguntando por direcciones llega al lugar, partiendo desde la esquina de la casa de Selina, dos cuadras hacia abajo.

El apotecario está, como muchos otros comercios, frente a la plaza. Al acercarse allí, Kei y Sojiro ya pueden sentir el olor a un montón de cosas mezcladas.