El caballero de Solamnia cruzó la mirada con la clérigo de Chemosh, respiró profundamente y se llevó los dedos al puente de la nariz, donde presionó ligeramente para tratar de combatir un incipiente dolor de cabeza. Las consideraciones de Kyliana no le habían resultado ajenas. En absoluto.
─La traición no se ha producido, sólo en la mente de ese pobre hombre desquiciado por la responsabilidad y el poder. Os confieso sentir cierto resentimiento hacia el emperador, yo no lo elegí, se impuso a la fuerza en una batalla y en el lado perdedor perecieron caballeros que yo conocía y apreciaba. No obstante, no le deseo ningún mal y he seguido sus órdenes siempre que lo he considerado correcto, pero creo que tenéis razón, la parte de niño malcriado y soberbio de su majestad no podrá apartar su enfado hacia mi persona por decirle la verdad a la cara, aunque hayamos finalizado con éxito la hazaña de acabar con el santuario de Nuitari, cosa que él no hizo...
¿Podría esa hazaña borrar las ofensas, reales e imaginarias, de la mente de Markham? Era más que dudoso que fuera a darse el caso. Entre otras cosas su amante se había convertido en piedra y el caballero no había podido protegerla (más allá de sacarla de las salas que se desmoronaban) ni traerla consigo. Aelfryd sólo deseaba que el emperador se encontrase de regreso al frente de batalla para liderar las huestes solámnicas una vez más y que si la situación no había mejorado, al menos pereciera en el campo de batalla recuperando su honor.
»Al emperador el honor le resulta, evidentemente, un concepto ajeno, no se rige por él. Desde luego soy consciente que el Código es de aplicación sólo a los caballeros, pero él se erigió como líder de las órdenes de caballería solámnicas. Las ha utilizado sistemáticamente como una herramienta en sus juegos de poder y nunca ha estado a la altura de su liderazgo. Ahora lo veo claro.
El caballero hizo una pausa dramática a la vez que se daba unos instantes para ordenar las palabras que debía pronunciar a continuación y que bullían en el interior de su mente.
»Por la presente, Kyliana de Mem, renuncio a reconocer a Jaymes Markham como líder de las Órdenes y digo que no reconoceré su liderazgo. Sólo reconoceré como tal a un miembro de las mismas elegido por éstas. Y mientras eso no pase, seré un proscrito, no por deseo propio, aunque continúe respetando el Código y la Medida. Trabajaré incansablemente para la pacificación de Solamnia, protegiendo a sus gentes de sus enemigos... Demonios, tengo que hablar con Flechas ─dijo de repente, cayendo en la cuenta que estaba hablando como un Legionario de Acero─ ¿Puedes localizarla? ¿O a Ailas? Tendríamos que tener noticias. Pero primero lo primero, ¿podrás curarnos? ─añadió, haciendo un ademán que incluía su propia persona y a la inconsciente dragona dorada.
Kyliana de Mem respiró aliviada al escuchar aquellas palabras de voz de sir Aelfryd. De forma instintiva se acercó al caballero y le abrazó de forma efusiva. No dijo nada, pero durante unos instantes ambos permanecieron unidos por la presa que la sacerdotisa aplicó sobre el capitán bigote. Tras unos segundos, finalmente le soltó y se apartó varios pasos atrás.
- Habéis tomado la decisión correcta. - Le dijo con toda sinceridad. - Hay veces que uno debe elegir una opción que no buscaba por un bien mayor. Sé de lo que hablo... - Mencionó con toda la seguridad del mundo. - No siempre Chemosh fue mi dios patrón. Hace no tanto seguía a Gilean con fervor y devoción. No obstante, llegado un momento, cuando más lo necesitaba, no me escuchó. Sólo Chemosh me ofreció su ayuda y desde entonces le sirvo a él. - Confesó. - No es lo mismo evidentemente, pero el Emperador ha sido hasta ahora un referente para vos, pero está perdido y es un déspota...
Kyliana se interpuso entre el caballero y la puerta que daba acceso al resto del complejo del Paso de Palanthas. Era más que evidente que no iba a dejarle salir tan fácilmente. La joven sacerdotisa le señaló el lecho donde Aury descansaba, invitando a sir Aelfryd a sentarse a su lado.
- Cuide de ella. - Le dijo entonces. - Repose sus heridas y disfrute de la paz de mis aposentos. - Le sugirió. - Mi magia curativa es limitada y me temo que ya la he agotado. Debo pedirle a mi dios por sus dones de nuevo. - Le explicó.
Quisiera el caballero o no, se iba sentar junto a la dragona. Kyliana se las ingenió para llevarle junto a Aury y lograr que aquel cabezota se situara junto a la persona amada. Ella solo había amado una vez y por un breve periodo de tiempo. Chemosh le había devuelto parte de ese amor, aunque en una forma corrupta y putrefacta.
- Estas tan cerca y a la vez tan lejos... - Pensó en Valev al ver lo que había entre el caballero y su escudera.
- Aguardad aquí. - Le ordenó a su amigo. - Diré que no regresatéis. Hablaré con Enrielle. La Legión os proporcionará una nueva identidad y podréis seguir luchando contra los enemigos de Solamnia, pero el Emperador no debe saber que seguís con vida. - Le propuesto esperanzada en que aceptase tales extremos. -Salir ahora de mis apostemos puede ser una temeridad. Markham probablemente estará por aquí. Si sale a su encuentro ahora, que tiene fresca lo que él piensa que es una traición, mandará apretarle. Saldremos en su defensa y se formará aquí mismo una batalla campal. Markham resultará muerto y puede que alguno de nosotros también. - Posó sus manos sobre los hombros del caballero y le miró en silencio a los ojos unos segundos. - Seamos inteligentes por una vez... - Habló con tono de súplica. - Hágalo por Solamnia, por lo que es correcto. Hágalo por usted y por Aury y... - Tragó saliva. - ... hágalo también por mi. Estoy cansada de perder gente a la que quiero...
Una lágrima resbaló por su mejilla y acto seguido de forma instintiva retiró la cara lavándose con la sucia manga de su camisa. Se sentía algo avergonzada por sacar a la luz sus sentimientos. Todo el mundo la consideraba una arpía maligna que haría cualquier cosa por complacer a su dios y obtener poder. Pero también tenía sentimientos bondadosos y una amplió concepto de lo que era una familia. Le gustase o no al capitán don Bigote, él pertenecía a su familia y por inverosímil que resultara, ahora el estúpido, ególatra y malcriado Jaymes Markham, también...
Viendo que Ailaserenth parecía estable, Enrielle se apartó de la cama. Ahora el lecho estaba arrugado y sucio allí donde ella se había sentado para dejar al mago y apoyado sus manos, pero las sábanas estaban exquisitamente estiradas al otro lado de la cama. La inconcebible limpieza que se respiraba en el ambiente y el orden meticuloso en lo que se encontraba todo, en contraposición a su propio baúl donde guardaba todas sus pertenecías arrojadas sin cuidado, le dio una idea bastante aproximada de dónde estaban.
Se paseó por allí para asegurarse. En la habitación contigua sus ojos se encontraron con su propio reflejo en un amplio espejo de cuerpo completo. Estaba descalza de un pie, más ojerosa que antes, con el rostro y los cabellos sucio de polvo y sangre. Más sangre se colaba entre las anillas de su camisote de mallas, y cuando tocaba le dolía
Continuó su exploración hasta descubrir un baño privado con una bañera de un blanco tan limpio y brillante como la túnica de seda del elfo que yacía en la cama, y al no ver salida regresó sobre sus pasos. Miró a Markham al pasar por su lado para abrir la puerta que queda a pero esta no se movió ni un centímetro. Hizo fuerza primero y después la golpeó con el hombro varias veces. No cedió. Continuó golpeando con rabia.
—¡Ábrete, maldita!— rugió con una última acometida, acabando con la frente apoyada en la puerta con los ojos cerrados, pensando en toda la gente que una vez más había quedado atrás. Su lobo, su aprendiz...— Kyliana...