EPÍLOGO
En el camino al monasterio no hubo demasiadas explicaciones. Aquel caballero militar, que se presentó como Marcial de Rivadeo, aseguraba vivir y morir por la orden de Santiago. También que el niño era sobrino suyo, y la mujer que llevaba sobre el caballo, muerta ahora, era Flora, su hermana. Madre e hijo viajaban a san Juan de la Loma, por lo visto, pero no añadió mucho más, y menos de las infames marcas que tenía el bebé (que ahora, por primera vez desde que lo encontrásteis, había dejado de llorar estando en brazos una vez más de Honoria).
En unos quince minutos llegásteis al monasterio.
Era un lugar con un muro bajo, un edificio singular y sobrio, muy humilde, sobre cuyas puertas de entrada estaba el busto de un santo (San Juan de la Loma, seguramente). Golpeó el caballero de Santiago con fuerza, y un monje de una veintena de edad, novicio si duda, abrió la puerta.
He regresado... ¡auxilio os imploro! ¡AUXILIO! -gritó Marcial, haciendo referencia al bebé que llevaba Honoria y ahora a Pietro, que se hallaba malherido-.
Y tal que así, que accedísteis al interior del monasterio. Antes de llegar al edificio en sí pudísteis ver la zona de huertas y un redil improvisado en tablas que guarecían una cerda recién parida. Otros monjes dejaban sus tareas para observaros, y pronto accedísteis al interior del lugar santo.
Una vez dentro, por lo que supísteis e intuísteis, os recibió en el refectorio la personalidad superior de los hermanos que allí vivían: el abad. Un hombre entrado en años (cincuenta casi sesenta, a lo sumo), y parecía conocer al caballero santiaguista (pues no le extrañó su presencia allí, ni tampoco la del niño).
De los brazos de Honoria le fue arrancado con suavidad el joven retoño, y la curtidora le dedicó una última mirada cálida y bondadosa.
El niño quedará aquí, con los hermanos del monasterio -añadió Marcial-. Os lo agradezco, señora -en referencia a los cuidados que le había proferido al niño-. Esta es una larga historia, y tal vez los monjes o el abad Ramiro quieran o tengan a bien contároslas. Yo he de marchar, pues no es propicio para este crío mi presencia en el lugar. ¡Que Dios te guarde! -le dijo al niño, con quien intercambió una última mirada-. Y el caballero religioso, mirándoos una última vez, quedó en paz con vosotros (aunque realmente os debía la vida de su sobrino), y no hizo sino marcharse del monasterio a la carrera. Antes de marcharse, dijo algo más.
¡Haced de él un buen hombre, señor abad! -y después salió por el portón del monasterio-.
Fue entonces cuando el abad Ramiro os atendió debidamente (sobre todo a Pietro, a quien otros dos hermanos, Francisco y Luciano, comenzaron a verle y tratar sus heridas). Y estuvísteis así un par de días en el monasterio, haciendo que las heridas del barbero-cirujano se asentaran (aunque no curaran aún), antes de volver al castillo de Saldaña. Por supuesto, hubo explicaciones por parte del abad que éste os quiso contar.
DE LO QUE DIJO EL ABAD RAMIRO
Por lo visto, y según las explicaciones del abad de San Juan de la Loma, el caballero de Santiago Marcial acudió al monasterio de San Juan hace un tiempo a pedir auxilio, pero no para él, sino informando "una mujer vendría a ocultarse de su parte con un niño recién nacido, y que si eran dignos de ser servidores de Dios no les cerrarían las puertas". Los monjes aceptaron, pero aún no ha golpeado nadie en sus puertas (hasta el preciso momento en que llegásteis todos al mismo tiempo). Según el abad, no conocían al caballero de antes, ni tampoco se explican las marcas del joven retoño. Eso sí: está totalmente sano, a pesar de las cicatrices en forma de cruz que cubren toda su piel, rostro incluido. Tras las explicaciones sobre el hermano de Pietro (el almogavar Pere), el Abad Ramiro mandó a cuatro de sus monjes a recuperar el cadáver y darle sepultura en el monasterio, cosa que no era mu común, pero tampoco podían dejar aquel cuerpo allí, en mitad de la nada.
LA AUTÉNTICA VERDAD
Marcial de Rivadeo, caballero militar de Santiago, acudió al monasterio de San Juan de la Loma con la intención de guarecer allí a su hermana Flora y a su sobrino recién nacido hacía poco más de quince días. La joven era sierva del conde del barón Tancredo de Romaez, un señor que regentaba una baronía en la Sierra de la Culebra, cerca de la frontera con reino de Galicia. El muchacho era su hijo y de su hermana. El barón, lejos de aceptar al muchacho como ilícito, tampoco lo repudió, e incluso permitió que creciera en el castillo, junto con la servidumbre, y así considerar otro criado para el futuro. Sin embargo, al poco de nacer, el bebé fue invadido por una serie de extrañas marcas por todo el su cuerpo en forma de cruces. Sabiendo esto don Tancredo optó por deshacerse del muchacho, pues creía que aquello no era sino mal fario o lo que era peor: bujería. Con la ayuda secreta de otros de sus siervos, Flora escapó del castillo de Tancredo y días después se refugió en su hermano, caballero militar, quien a su vez hubo de buscar un lugar seguro de manera provisional para el niño lejos de allí (el cual no tenía, aparte de este hecho, ninguna dolencia). Marcial de Rivadeo acudió al monasterio de San Juan a pedir auxilio, como se ha contado, para allanar el camino a la llegada de su hermana y su hijo (cosa que nunca sucedió).
Los tipos que perseguían a Flora al inicio de la aventura eran mercenarios del conde Tancredo, quienes siguieron la pista de Flora y del pequeño hasta la merindad de Saldaña. Su misión era atraparla y devolverla a Tancredo. Flora acudió al castillo de doña Justa de Valdemar, y allí coincidió con Pietro durante muy poco tiempo, pues ésta se marchó de dicho fortín en su afán por llegar cuanto antes a San Juan de la Loma, su destino final.
Ahora bien... ¿Quién mató a los mercenarios del conde Tancredo? Una bestia, sin duda, pues sus demacrados cuerpos no pudieron ser pasto de filos, ni hachas, ni porras ni lanzas, sino de una soberbia mayor (tal vez demoníaca, quién sabe), que aún merodea por la merindad de Saldaña.
En cuanto a los tipos que ataron a Flora (Josué y Calión) no eran sino miembros de una poderosa organización secreta, la Fraternitas Vera Lucis, quienes llegaron a la merindad en pos de desentrañar (y eliminar si era preciso) los rumores de una bestia en la zona (la misma que acabó con los mercenarios), con ánimo de investigar. Al toparse con Flora y ver al niño lleno de marcas, decidieron atarla y lleváselos con ellos para presentarlos a la Orden, pues dicha orden trata de explicar (y a la vez eliminar) toda muestra de racionalidad en el mundo (y aquel niño no es que fuera demasiado normal, a juzgar por sus marcas, a los ojos de dichos dos afiliados de las sombras). Además, ambos dos fueron los asesinos... de Pere, quien trató de defender a Flora de sus garras, sin éxito, claro.
¿Y la bestia? Bueno, ese ser merodeaba el bosque del Amarrado y las orillas del Río Carrión no era sino, "simplemente", un lobisome, un aldeano de la merindad llamado Estebe, maldito con esta apariencia durante la noche (la de una especie de lobo enfurecido que mata por instinto de noche). La explicación de su maldición, por ahora, no cabe contar en esta historia.
Por último, la verdadera duda en este relato son las cicatrices del retoño de Flora. ¿Marcas del Mal? ¿Una enfermedad... tal vez Peste? ¿o una severa casualidad impropias del mundo en que vivimos? Siempre hay una explicación para todo... pero no para esto, al menos de momento.
A Dios gracias que el niño se encuentra bien, y así se encontró durante muchos años, siguiendo el camino de la fe como monje de San Juan de la Loma.
FIN
Pues un gusto de desafío mensual. Dilemas morales, combates, drama, campismo al aire libre, y un buen desayuno en las cocinas de un castillo, ¿se puede pedir más? jejjejej
En fin, enhorabuena a todos, y un placer jugar con vosotros.