Muchas gracias, buscaremos a nuestra amiga. Que pasen buena noche. Se preguntó dónde estaría la muchacha. No parecía haber muchas opciones. Se retiró de la puerta con Volgar, avanzaron unos pasos y hablaron, cuchicheando. No nos queda otra que confiar en ella. Habría que ir a buscar al hombre del que nos han hablado. Luego volveremos a la posada, quizás Tinda aparezca por allí.
- Tal vez deberíamos dejarlo para mañana- razonó Volgar frotándose la espalda- es tarde, las calles son peligrosas y Jenwig será seguramente más controlable con la luz de la mañana.
Observó a su compañero tocándose la espalda. El incidente anterior le había activado demasiado. Me parece bien. Volvamos a la posada. Descansaremos y quizás Tinda esté allí ya.
Sintieron un gruñido molesto del otro lado del portón y un par de palabras en voz baja que apenas llegaron a ustedes ya que habían comenzado a caminar hacia la posada.
En el camino no se cruzaron con nadie, y parecían "más limpias" las calles: los hombres que se habían cruzado estaban haciendo su trabajo.
El cansancio ya estaba haciéndose notar, y la perspectiva de una cama para pasar la noche a ninguno le pasó inadvertida. Volgar estaba apenas más acostumbrado a dormir en una, pero para Derian, que se contentaba con poco cuando era necesario, era una buena idea dormir cómodamente y no en un montón de paja.
Cuando entraron a la posada, mucho del jolgorio ya se había disuelto: la pareja de forasteros como ellos no estaba, el grupo de hombres que estaban en la misma mesa tampoco estaba pero habían dejado señas claras de que habían estado allí, los campesinos tampoco se encontraban en la sala común... pero el único que aún seguía donde lo habían dejado era el hombre con el laúd.
El posadero, con cara de cansado, estaba ordenando un poco y limpiando las mesas. Del niño ni señas, pero de la cocinera se podía imaginar uno que se encontraba en su territorio limpiando los cacharros y demás utensilios.
-Han llegado justo para que cerremos por hoy- dijo el posadero una vez entraron ambos -¿Necesitan algo más antes de que terminemos?- preguntó servicial.
Su rostro mostraba mucho cansancio, pero parecía que se mantenía en pie gracias a la perspectiva de que faltaba poco para irse a dormir.
- Esperábamos a una muchacha, de nombre Tinda, que viajaba con nosotros, maese- dejó caer Volgar- ¿es posible que haya llegado en nuestra ausencia?
El tabernero no tardó en responder.
-No ha llegado nadie, más bien se han ido- dijo esbozando una sonrisa -Si llegara a aparecer una mujer con ese nombre, les podría avisar-
- Sí, por favor- pidió Volgar- le estaríamos muy agradecidos. Ahora se hace tarde para todos, será mejor que nos retiremos. Mañana será un día largo y todos debemos descansar. Si nos disculpa.
Volgar estaba deseando tumbarse y descansar. Le dolían las piernas tras todo el día dando vueltas por la ciudad. Ya no era un jovenzuelo y este tipo de cosas pasaban factura.
Unas horas de sueño nos vendrán bien. Esperaremos a ver qué nos depara la mañana. Se recostó en la cama, pesadamente. Estaba acostumbrado a sueños ligeros, vigilantes. Pero esa noche necesitaba dormir a pierna suelta. No parecía que el día siguiente fuera a ser menos duro. Se dió cuenta de hasta qué punto necesitaba atrapar al culpable. Y encontrar a Tinda sana y salva.
El tabernero se vio visiblemente agradecido de que no necesitarán nada más. Había que dormir porque mañana habría que hacer muchas cosas: unas tartas, arreglar dos sillas que habían roto los juerguistas de esa noche... y tantas otras cosas.
Ambos compartieron habitación, pero podrían haber dormido solos que ni hubieran notado la diferencia. El cansancio del viaje, la llegada, la tensión y el caminar de aquí para allá les había dejado los pies hinchados y las piernas cansadas.
Sigue en la próxima escena.
Volgar durmió mal. Unos sueños oscuros inundaron su noche, creándole tensión y, por momentos, hasta miedo. Había una sensación de que estaba pasando algo muy malo en aquella ciudad, pero no tener la certeza de qué era, podía generar muchas percepciones diferentes para el viejo sacerdote de Haradon. ¿Por qué su dios le mantenía tantas cosas en secreto? ¿Sería una prueba de su dedicación?
Fue el primero en despertar. La vejiga había pedido ser evacuada, pero lo cierto era que sus párpados llevaban abierto mucho tiempo más. Ya no valía la pena volver a dormir. La luz del sol se proyectaba en la pared, mortecina, luego de esquivar el obstáculo derruido de una vieja persiana.