Partida Rol por web

Busco un lugar rápidamente donde poder ocultarme del posible disparo de mi compañero. 

Hoffmann , vuelva en si. Juntos podremos salir de aquí y salvar el régimen. Soy tu amigo, no quiero hacerte daño. 

Agarro mi arma fuertemente por el gatillo, no quiero usarlo pero de ser necesario dispararía contra mi amigo, pero espero que mis voces le hagan volver en sus cabales. 

Sin dejar de apuntarse Hoffmann puso rumbo hasta el altar y se plantó frente a él, el dolor de la mano había cesado. A su lado, Hartmann saltó y se parapetó entre algunos de aquellos cuerpos, no era demasiado, pero algo de cobertura le daba. Uno parecía obsesionado con el altar. El otro le rogaba que saliera de allí con él. Y entre los dos el encapuchado alzaba los brazos y dirigía la mirada (O eso imaginaban por la posición pues no se le veía el rostro) hacia el techo.

Y la sala esta llena de esas figuras altas, todos sus rostros ocultos pero sus manos deformes de seis dedos alzadas también. ¿Cuándo habían aparecido? ¿Habían estado siempre allí? La trifulca que había fuera del templo se fue haciendo mayor y de la entrada vieron llegar arrastrándose y con cara de terror, a dos negros que parecían suplicar por su vida. No tardaron en ver de qué huían pues varios soldados, muchos de los cuales eran los que estaban supuestamente enfermos, entraban en la sala como animales y se abalanzaban sobre sus víctimas, mordiéndolas con saña y arrancando pedazos de carne de sus cuerpos. Los ojos de los soldados se alzaron, vieron a los dos oficiales que había en el altar y enseñaron los dientes como depredadores hambrientos. De detrás de ellos, aparecieron más soldados y los cánticos se hicieron ensordecedores. El templo comenzó a temblar.

Una voz gutural y profunda brotó del encapuchado que tenían entre los dos oficiales.

- Solo el más digno obtendrá la recompensa. La sangre es poder. –

Y las estrellas aguantaron la respiración esperando el desenlace.

—La sangre es poder —repitió el capitán abriendo fuego contra Hartmann con la mano que sostenía la pistola, que era su mano normal.

Ya apenas le importaba Hartmann, había visto lo que entraba por la puerta y supo que el otro capitán tenía las horas contadas allí. Solo deseaba conocer los secretos que había tras el portal. Así que extendió la mano de seis dedos y la colocó en los surcos del altar que tenía ante él.

Esto no tendría el final esperado, pero si alguien debería llevarse esa riqueza, ese era yo. 

Lo siento Hoffmann, tu lo has querido, te di la oportunidad de salir de aquí como un héroe. 

Apuntó y disparó a Hoffmann, olvido la amistad que nos teníamos, el así lo había decidido y solo pueden quedar uno. 

Hoffmann, la traición al régimen solo tiene una salida, la muerte. Descansa en paz. 

Dos explosiones estallaron en la cueva y las balas surcaron el espacio que separaba a los dos atacantes. Hoffmann lo recibió en un pulmón, Hartmann tuvo más suerte y lo recibió en el hombro. Pero ninguno había caído. Como impulsado por los demonios, Hoffmann se lanzó sobre su antiguo camarada, gritando como un animal, clavando sus nuevas uñas en el cuerpo del desdichado. Pero Kurt no pensaba dejarse derrotar por un idiota con ínfulas. Le dio un cabezazo, otro y cuando le tenía algo desestabilizado le hizo una llave y lo volcó sobre aquel líquido negruzco.

Cuando el cuerpo de Hoffmann tocó el icor negro, comenzó a agitarse mientras su piel se deshacía tornándose en un color grisáceo como el de los encapuchados. Sus gritos de dolor se clavaban en los oídos e incluso los soldados locos que habían entrado recularon un poco deteniendo su avance hacia el altar.

Pero cuando Hartmann pensaba que ya había terminado todo, el desecho cuerpo de Gregor se abalanzó sobre él, cubierto de ese mismo líquido. Como reflejo puso sus brazos delante deteniendo el ataque, pero sin poder evitar que aquel icor tocara sus manos. Y una quemazón como nunca antes hubiera sentido le envolvió. Grito de dolor, pero sus manos no se deshicieron, sino que cambiaron, más largas, más dedos. Como la marca del altar. Y sabiendo que había sido bendecido, dio un puñetazo en la cara a esa pobre criatura que ya apenas parecía Hoffmann y lo volvía a tirar sobre los cuerpos de los encapuchados muertos donde se retorció un poco más y finalmente se dejó de mover. Hartmann alzó la mirada y vio al primer encapuchado, el que era diferente a los demás, mirándole…

- Y te aplaudo por lo que has conseguido Kurt Hartmann, porque solo tu podías hacerlo. Ahora reclama tu premio. Reclámalo todo para ti. Con todos los ojos mirándote –

Oyes mi voz y ves cómo te señalo el altar. Los caníbales parecen haberse recuperado de la impresión inicial y ahora avanzan rápido hacia ti. Dientes, sangre, locos. Te acercas al altar y ves la marca. Esto es lo que has estado buscando, el poder absoluto, reclámalo y se un héroe para todos.

Sobre tu cabeza ya no se ve el techo de piedra sino las estrellas, todas las estrellas del universo y unas brillan más que cualquier otra, Tauro y las Híades y a tu alrededor ya  no está la cueva sino una ciudad. Una ciudad de torres enormes, paredes imposibles y motivos extraños. Y d entre sus calles salen gente enmascarada que te aplaude. Es tu momento.

Y posas la mano sobre el altar y una luz brillante invade todo el lugar y todo empieza a temblar y la estrella cae.

EPILOGO

El entrevistador esperó a que el entrevistado se calmara pero al no conseguirlo decidió volver a preguntar.

- ¿Qué encontraron en esa cueva? –

Pero Sören no podía dejar de gritar. El entrevistador salió de la habitación. Se encendió un pitillo y se dirigió hacia el oficial que aguardaba el informe.

- ¿Y bien? – Dijo con voz severa.

El entrevistador soltó una bocanada de humo y negó con la cabeza.

- Está completamente ido. No sé que descubrieron ahí dentro, pero con la cueva sellada por la explosión poco podemos hacer. Repite lo mismo, que liberaron algo y los infectó. –

El oficial británico dio una patada a la mesa que tenía al lado.

- Joder, ¿Qué coño se traían los nazis entre manos? – Tras llevarse los dedos a la sien y apretársela se giró de nuevo hacia el entrevistador.

- Supongo que tampoco ha dicho nada del meteorito o lo que encontramos dentro ¿Verdad? –

La única respuesta que obtuvo fue una negación.

- De acuerdo. Que vigilen a Fuchs por si pudiera recordar algo. Supongo que si queremos respuestas deberemos entrevistarnos con nuestro “visitante”. –

El entrevistador se terminó el cigarrillo.

- ¿De verdad creemos lo que pone en el informe? -

El oficial se quedó mirando a Sören a través del cristal que los separaba.

- Ese es su trabajo. Terminemos pronto esta locura. Hay una guerra que ganar. –