Partida Rol por web

Las Crónicas del Acero

Circo de Sangre.

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31/03/2019, 17:41

El cuchillo del auriga mordió como una serpiente. Un trazo metálico cortó los dorados dedos del sol aquí y allá. Oggo repelió los ataques, evitó el primero, golpeó la muñeca de su rival con el segundo y el tercero, recibió un corte en el antebrazo en el cuarto. El arma bailó en las manos de su oponente, otro ataque a su garganta. Quería acabar con aquello cuanto antes. Un paso atrás, una finta, el suelo temblaba y se agitaba. Oggo aprovechó para golpear. Su cabeza impactó contra la del auriga. Brotó sangre y lágrimas. El hombrecillo cayó derribado, hecho un ovillo. El cuchillo voló, fur engullido por la estela de polvo dejada atrás por los caballos. Oggo sintió el repiqueteo de la cuadriga subiendo por sus pies, haciendo que todo su cuerpo temblase. El azote cálido del clima se convirtió en una brisa fresca; estaban acelerando.

Bria empezó una carrera que Lyra no iba a poder seguir. La joven no estaba preparada para seguir a la atlética Brythuna. Su carrera fue lenta y torpe. Y breve. La lanza arrojada por Edgtho impactó cerca de ellas junto con una promesa de cooperación. Bria no necesitó correr para armarse una vez más. Arrancó el arma de la cálida arena y colocó su mano libre a modo de visera para evitar el sol. El campo de batalla se estaba recrudeciendo. Sentía el ardor del sol, el del público y el hastío de las clases más nobles. Aquello no era lo que consideraban un espectáculo y ella había rehusado formar parte del mismo.

—¿Qué haga qué? —preguntó Remu, algo aturdido.
Edgtho tuvo que volver a repetirle a Remu lo que le había perdido. Con visible torpeza el latini empezó a golpear la cadena con el borde del escudo.
—Quizás no deberíamos separarnos, peleamos bien juntos. Remu y Edgtho, gladiadores de fortuna.
Edgtho apenas le escuchaba, sus ojos estaban clavados en el voluminoso gladiador que corría hacia ellos. Su carrera era lenta. Sus músculos brillaban por el sudor. Sus sandalias de guerrero levantaban polvo, suspiros y aplausos. Por sus movimientos y su temple era fácil reconocer a un hombre que se había enfrentado muchas veces a la muerte para devolverla al polvo del que había salido. Un rival peligroso. Auro estaba hecho del mismo barro.
A quince pasos de la reyerta entre pictos y esclavos, el gladiador se detuvo y clavó la antorcha en el suelo. Miró a las gradas, al palco del emperador, y vio como éste yacía abotargado en su diván, somnoliento. Sus acerados ojos contemplaron la escena con reprobación. Decidió cambiar de rumbo. Y con él, una salva de vítores empezó a crecer.

Auro golpeó la nuez de Jah’Tall, le hizo retroceder medio paso. El salvaje se lanzó contra él, le agarró por el cuello y apretó. Pero era un cuello demasiado grueso para que pudiera romperlo. Auro golpeó los costados del gigante, clavó su rodilla en la boca de su estómago y logró liberarse. Usó la cabeza igual que Oggo, haciendo tambalear al gigante. Jah’Tall escupió sangre, sonrió y lanzó otro cabezazo como respuesta. Auro retrocedió por el impacto; su expresión no cambió. Aguantó, estoico, como una muralla, el grueso puñetazo que Jah’Tall colocó en su mandíbula, esquivó el segundo, y atenazó el brazo izquierdo del gigante. Con un movimiento medido, lo retorció y lo colocó en una posición antinatural. El gigante se dobló y emitió un alarido de furia. Intentó forcejear pero se detuvo, de hacerlo su brazo se partiría en dos.
Auro demostró su valía soltando a su rival y colocando una patada en su cuerpo, una que empujó al gigante al borde de la cuadriga. Un momento de inestabilidad. Y duda. Todo lo que necesitaba Auro para echar al gigante fuera de la carreta. En ese momento Oggo acababa de tumbar al auriga. Le bastó un segundo para comprender la situación; una patada más de Auro y Jah’Tall saldría volando de la cuadriga. Ni siquiera importaba si la detenía o no, los golpes de Auro eran tan poderosos que lo echaría aunque Jah’Tall consiguiera detener el golpe.
Por otro lado, Oggo fue el único en percatarse de que la recta se acababa y que los caballos estaban desbocados. Las riendas se habían soltado y nada controlaba la furia de aquellos animales. No estaban torciendo y en pocos segundos, todo el vehículo se estrellaría contra una de las paredes del coliseo. Casi podía sentir las miradas morbosas del público esperando que aquello ocurriese.

El gladiador alzó la voz. Ninguno comprendió, salvo uno de los pictos, que abandonó la pelea y salió corriendo a por la antorcha. Los esclavos habían conseguido resistir un asalto, tres pictos yacían pisoteados entre cadenas, sangre caliente y cadáveres. No era así como debía haber sucedido. La historia hablaba de una masacre, o un acto de justicia, por parte de los soldados del Emperador. La historia se estaba torciendo, era el momento de ponerle fin.
Uno de los pictos, el más escuálido, corría ahora en dirección a la antorcha mientras el gladiador se separaba de ellos, encarando tanto a Bria y a Lyra, en la distancia, como a Edgtho y a Remu.
Los vítores del público acompañaron a aquel hombre hasta que encontró una posición en la que era bien visible. Descolgó la red de su cinto mediante un movimiento pausado. Los contrapesos de la misma impactaron contra el suelo. Alzó su tridente y señaló a Remu quien al ver aquel gesto de desafío siguió golpeando la cadena con el escudo, esta vez con más brío.
El murmullo del público empezó a convertirse en un único clamor. ¡Nemeo! ¡Nemeo! ¡Nemeo!
El gladiador dobló sus rodillas, colocó el tridente como si lo fuese a lanzar y alzó su otro brazo, con la red, haciéndola girar por encima de su cabeza. Avanzó, cauto, seguro, sus ojos claros fijos en la distancia, donde se encontraba Bria, su tridente y su red orientados hacia Edgtho. Apenas los separaban diez pasos.
—Quiere matarme, ¡Porque llevo esta capa! —indicó Remu, indignado y atemorizado —. La cadena no se rompe, compañero. Somos dos y él es un uno —dejó de golpear, jadeante, Remu miró el escudo y la espada —. Aquí soy un rey. Una mentira, seguro. Pero moriré como tal.*

Notas de juego

*Aunque quisiera, Bria no podría entablar combate con Nemeo, ya que se encuentra demasiado lejos. Si Bria va a lanzar su jabalina contra Nemeo, tira dados Kylar. Y Drakkon, en cualquier caso, hagas lo que hagas en tu turno, tira dados para algo relacionado con esquiva.

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03/04/2019, 18:43
Oggo

Era difícil luchar sin armas contra alguien que sí tenía, y menos siendo manco. Pero Oggo tenía experiencia en esas lides. No obstante, nada era gratis. Pensó que la mordida del acero que se llevaba era un precio demasiado barato para seguir con vida y de alguna forma victorioso. Al menos de momento.

El puñal se había perdido en la arena, pero el vagabundo tomó nota mental, aproximada, de su ubicación. Necesitaba ese cuchillo para tener una oportunidad. Aunque todo sería en vano si el gladiador que tenía al lado se encargaba de sellar su destino, y el de su compañero.

El tal Auro era duro e implacable, pero no carecía de honor. Podría haber roto el brazo de Jah`Tall y no lo hizo. En un mundo salvaje como aquel, Oggo había resultado sorprendido por el gesto. ¿Era por honor? ¿Porque no lo consideraba digno? ¿Por el espectáculo? Daba igual. Él no era un hombre que dejara pasar esos gestos sin algún tipo de consideración, aunque no se engañaba. Sabía que el gladiador sería implacable. 

En la arena, era uno o el otro, no podía haber dos vencedores. Aunque eso lo hizo pensar. ¿Podría trazar alguna estrategia con aquellos hombres? Con los pictos no, sin dudas. La idea quedó flotando en su mente. No se le escapaba que había que dar algún tipo de mensaje. Vanussa, Lyra, el Falso Emperador, el León. Debía armar algo con aquellas piezas. Había fuerzas enfrentadas. El Patricio ejercía el poder, y de alguna forma Vanussa era una especie de contrapeso. En la Arena, era el tal Nemeo versus la pequeña Lyra. Parecía haber algo de simetría en la metáfora. Ahora, su trabajo para poder sobrevivir era que el resto comience a creer en aquello, y que la chica saliera victoriosa. Una tarea imposible.

Oggo no podía permitirse aún desde su posición ver quien sobrevivía, aunque había atisbado un movimiento del gladiador de la antorcha. Los hechos se aceleraban.

Jah´Tall estaba al borde de la cuadriga, a punto de caer. Tenía que tomar una decisión en una fracción de segundo. Sostenerse era la peor opción, el bárbaro lo arrastraría en su caída. Brindarle un punto de apoyo para que se sostuviera era igual de insensato. Se debatió entonces, mientras el tiempo parecía detenerse de nuevo, entre aplicar una patada a la espalda de Auro, y lo que finalmente hizo. Lo mas arriesgado, lo mas peligroso, lo único que podía hacer. 

Estando el carro a punto de chocar y el conductor vencido, al menos de momento, se lanzó contra su compañero para bajar de la cuadriga en sus propios términos, rodando en el sentido del movimiento, y no de cualquier manera, como le hubiese pasado de haber caído por un empujón. Intentaría hacer girar a Jah´Tall en el mismo sentido, pero se imaginaba que no sería nada fácil. Dejaba todo en manos de los caballos, esperaba hacer el salto en el momento justo.

Sabía que los riesgos mas grandes eran el golpe que podía recibir del Auro, y las propias consecuencias de la caída, pero la alternativa era potencialmente peor. Se encomendó a Bel y saltó.

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06/04/2019, 22:31
Bria

Bria y Lyra empezaron a correr, pero pronto fue evidente que la muchacha no podría seguir su paso. Fue ralentizando su carrera para evitar arrastrarla, pero así apenas lograrían llegar hasta la lanza. Por suerte, tampoco lo necesitaron. El grito de Edghto la hizo detenerse, el arma que ella le había pasado antes y que había acabado con su enemigo ahora el era devuelta para evitar que las dos mujeres se expusieran de manera innecesaria, aunque tener una segunda jabalina no les vendría mal igualmente.

Vio como el gladiador se la antorcha se detenía cerca del combate con los esclavos, pero en vez de acabar con ello prendiendo un incendio que se llevaría a todos, clavo la antorcha en el suelo y se dirigió hacia Edghto y el de blanco, empuñando su tridente y extendiendo una red con su otra mano. Y el explorador acababa de deshacerse de la única arma con la que podía contrarestar el mayor alcance del otro, que sin duda debía de ser un profesional con la suya.

A Oggo y al bárbaro tampoco les iba demasiado bien. El conductor de la cuádriga parecía estar momentáneamente fuera de combate, pero Auro estaba a punto de echar a Jah'tall del carro, y con ello al manco. Aunque quizás no era tan mala idea, viendo como la distancia entre los caballos desbocados y la pared del Circo se reducía a velocidad alarmante.

Quedaban solo la mitad de los pictos luego de que los esclavos hubieran pasado al contraataque, pero uno de ellos se separó del resto para correr hacia la antorcha que Nemeo, gritaba ahora la multitud que los observaba, había dejado atrás. Edghto lo pasaría mal sin ayuda contra aquél oponente, mucho más diestro y disciplinado que los pictos... pero no podía dejar que tanta gente muriera de una manera tan horrible.

Alzó el brazo y preparó otro lanzamiento, este dirigido hacia el picto que corría hacia la antorcha. Calculó la distancia aproximada y el tiempo que tardaría la lanza en llegar para arrojarla lo más aproximadamente posible hacia donde estaría el picto en ese momento, y entonces envió el proyectil con toda la fuerza que pudo. No se quedó a mirar el resultado, si había acertado, no necesitaría hacerlo, si había fallado, no podía perder tiempo. En cualquier caso, y a pesar de Lyra, reanudó la carrera hacia la otra lanza abandonada, ahora que la cuádriga iba en una dirección perdida y no suponía un peligro inmediato. Iba a necesitar aquella arma de todos modos.

- Tiradas (1)
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07/04/2019, 02:19
Edgtho

-No vamos a separarnos- Respondió Edgtho. Al fin sabía cual era el nombre de su forzoso compañero. -Es solo que detesto las cadenas. Pero estamos juntos en esto-

No mentía en ninguna de sus palabras. No era como si pensase en salir corriendo para dejar a Remu atrás. Ganar movilidad no significaba dejar a los demás en la estacada. En verdad aquel hombre le había cubierto las espaldas, él iba a hacer lo mismo. Además tampoco mentía con respecto a las cadenas. Detestaba cualquier amenaza a su libertad, y detestaba el recuerdo de haber llevado unas como esas durante su infancia. Incluso si las había usado cómo arma, le quemaban del mismo modo que quemaría una daga incandescente en la piel desnuda. Eso sin contar las molestias a la hora de combatir.

Nunca llegó el momento de arrojar la espada pues el gladiador tampoco lanzó la antorcha. Al parecer el falso emperador se aburría con el espectáculo, necesitaba algo nuevo, algo más vistoso. Edgtho no creía que combatir contra él fuese a resultar entretenido para nadie. Hasta el momento el público le había estado ignorando. En cualquier caso le pareció bien. Si mantenía al gladiador lejos de los esclavos, los esclavos estarían mucho más seguros. Ya no podría hacer nada por protegerles de la antorcha, pero confiaba en que Bria se encargase de ese problema.
Remu parecía realmente asustado, aunque había algo más. Orgulloso. No iba a morir de rodillas suplicando clemencia. Iba a morir como un rey, plantando cara hasta el final.
-No. No vas a morir. Vamos a matar a ese mamarracho. Remu y Edgtho, gladiadores de fortuna-

Nemeo no iba a ser una presa fácil. Tampoco iba a ser un necio como lo habían sido los pictos. El primer ataque sería a distancia. O bien lanzaba el tridente o bien la red. Ninguna de las dos opciones era especialmente apetecible.
-Cúbrete bien con el escudo. Si me lanza la red, date prisa y tensa la cadena, así tendré un punto desde el que librarme. Si te la lanza a ti, haré lo mismo.

Claro que lo más inteligente era rodar para evitarla. En cualquier caso preparó la espada. Podía usarla en un movimiento amplio acompañando a la esquiva para apartar la red, o del mismo modo para evitar el tridente. Cada maniobra tenía que ejecutarse como un solo movimiento. Esquivar y bloquear a la vez, si fallaba lo uno que funcionase lo otro. Después, asumiendo que hubiese un después, tendría que luchar a la defensiva durante un instante. Las armas de Nemeo le concedían la ventaja del mayor alcance, pero también eran más pesadas para retirar los brazos tras un bloqueo. Quizás eso le permitiese acercarse para contraatacar. Paso a paso, lo primero era aguantar la acometida enemiga, después podían ocurrir infinidad de cosas.
Si el arma elegida era la red y no podía esquivarla, estiraría hacia delante el brazo de la espada, tanto como pudiese. Con suerte la red atraparía el brazo e incluso la espada, tal vez desarmándole, pero resultaría mucho más fácil y rápido liberarse.

- Tiradas (1)

Notas de juego

Asumo que la tirada para esquivar podría utilizar la habilidad de luchar con espada. A fin de cuentas luchar siempre implica esquivar. Si no es así dímelo y haré la tirada correspondiente.

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12/04/2019, 18:25

El crujido de la madera como un corazón ansioso a punto de reventar. El furioso correr de los caballos, abnegados a su fatal destino. El sudor, recorriendo cada pliegue de su piel, cada cicatriz, lamiendo cara poro. El ensordecedor bullicio del público; los insultos y los vítores. Un solo segundo para decidir, Oggo decidió cargar contra su compañero. La mirada de Jah’Tall era de incredulidad; su bramido fue de rabia.
Ambos cayeron rondando por el suelo. Oggo intentó rodar pero no le resultó fácil. El bárbaro y él eran solo uno. Chocaron, botaron, se entrelazaron, notó el tirón de la cadena, el sabor amargo de la arena, el sol radiante, girando sobre su cabeza hasta tres veces. Y luego la calma. Una pequeña brecha en la cabeza y todo el cuerpo dolorido. Jah’Tall no le dio ni un momento de respiro. Le agarró por el pecho y lo puso en pie, la vena hinchada de su cuello exigía ciertas explicaciones. Entonces, todo volvió a detenerse una vez más. Hubo un gran estrépito, el alarido de animales y gritos en el público.
Cuando se quisieron girar encontraron un amasijo de madera, sangre y caballos reventado contra la pared. Los ojos muertos de algunos de los animales los miraban atrapados bajo escombros de metal y madera. El auriga, o lo que quedaba de él, yacía en una posición retorcida por dos veces. Su cuerpo era un amasijo de huesos rotos. Auro no había tenido mejor suerte. El gladiador había tratado de saltar del carro en el último momento pero parte de su atrezo se había enganchado a uno de los decorativos aristas dl la cuadriga. Había chocado contra el suelo para ser arrastrado varios metros. Su rostro se había convertido en una masa sanguinolenta de carne mucho antes de que el carro impactase contra la pared. Entonces, su cuerpo había salido despedido hacia delante, chochando brutalmente y a varios metros de altura contra los regios muros del coliseo. Allí donde había impactado se podía apreciar una mancha roja de sangre. El cuerpo, destrozado, yacía con el cráneo abierto a los pies del que había sido su vehículo.
El público lamentó la muerte de su campeón. Otros empezaron a increpar a Oggo y a Jah’Tall. El bárbaro soltó a su compañero, asintió, reconociendo que Oggo le había salvado la vida, y luego encaró al público para responderles con gestos obsenos.

El brazo tenso, el peso de la jabalina compensada sobre la palma de su mano, el aliento contenido. La mirada de Lyra clavada en Bria. El gentío gritando, animado, esperando ver otro disparo certero. Pero este era más difícil. El picto que corría hacia la antorcha se movía de forma ágil. Cuando el arma salió despedida hacia los cielos arrancó una ovación. La jabalina trazó un círculo perfecto en el aire y descendió con la fuerza de un martillo. Se clavó a un metro de la posición del picto, que miró el arma con desdén y a Bria con odio, desde la distancia, mostrando sus dientes amarillentos y carcomidos.
En pocos segundos el picto recogió la antorcha y reemprendió la marcha, esta vez en dirección a donde sus compañeros aún mantenían una dura lucha contra los esclavos.

—Si, gladiadores de fortuna —siguió Remu a Edgtho, aunque no sonaba muy convencido.
Nemeo era diferente a los pictos. Sus movimientos eran precisos, calculados, como los de un ingenio repleto de engranajes y correa; uno que no podían entender pero que veían que funcionaba a la perfección. Y era letal. Nemeo hizo oscilar la red por encima de su cabeza mediante un movimiento circular y rítmico. En la otra mano, el tridente se mostraba amenazador.
El lanzamiento fue perfecto. Edgtho lo vio venir pero fue demasiado lento. La red se abrió sobre él como una zarpa de hierro y descendió, rodeándole, entorpeciendo sus movimientos. Los contrapesos tiraron de él hacia abajo. Cuanto más se movía, más se enredaba. Remu no tiró de la cadena, como le había pedido ya que Nemeo cargó contra él.
El latini colocó el escudo en la trayectoria del golpe; el tridente rasgó el metal y resbaló levanto algunas chispas. Remu sonrió durante una fracción de segundo. El poderoso pie del gladiador impactó en el escudo al momento. Remu cayó hacia atrás, perdió el escudo. Con su caída, Edgtho cayó hacia el suelo también, viéndose arrastrado por los acontecimientos.
Remu intentó ponerse en pie. Lo hubiera conseguido si su enemigo no hubiera sido tan letal. Antes de caer, el tridente de su rival ya había empezado su movimiento. El tridente penetró en el vientre del latini, clavándolo en el suelo y matándolo al instante. Gritos de júbilo se alzaron. Parecieron insuflar vida al campeón. La mirada cristalina de Remu contemplaba el cielo brillante en el que se había convertido su tumba. Sufrió un estertor cuando el gladiador retiró el arma de su vientre. Con desdén, le arrancó también la capa de paja. Luego la arrojó a un lado.
Edgtho no había podido deshacerse de la red. Estaba enredado en ella. Su espada no estaba tan afilada como para cortar las cuerdas de un solo tajo. Ahora estaba encadenado a un cadáver, lo que dificultar sus movimientos. En ese momento, Nemeo se giró hacia él, agarró el tridente con ambas manos y con pasos medidos, siempre cauto como una pantera al acecho, se dispuso a darle muerte.

Tras una breve Carrera, Bria logró aferrar otra de las jabalinas esparcidas por la arena. La sopeso entre sus manos, otra buena arma. Auro había contado con un buen mecenas. Lyra, a su lado, la miró con ojos de cervatillo.
—No la lances. Si fallas, no tendremos nada con lo que defendernos —exclamó mientras trataba de recuperar el aliento; seguir a Bria a la carrera estaba agotando a la muchacha a pasos agitantados.

- Tiradas (3)
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18/04/2019, 17:24
Oggo

Oggo escupió sangre sobre la arena. Todo su cuerpo estaba cubierto de polvo, su cabeza sangraba y le dolían mas sitios de los que podía contar. Pero estaba vivo.

Auro y el conductor del carro no podían presumir de lo mismo. Oggo lamentó el destino del gladiador, que había demostrado cierta consideración con su compañero. No obstante, podía considerarse una victoria completa. Seguía en una pieza, Jah`Tall también y había dos contrincantes menos. 

Resopló y tomó aliento luego de la sacudida que le había propinado el bárbaro, la necesitaba. Por suerte a él le quedaba desafío y fuego dentro, como podía verse por sus gestos a la multitud.

El vistazo al resto de la arena no traía buenas noticias. El hombre de la toga había encontrado su destino en la triple punta del arma del campeón. No parecía hecho para aquellas lides, lo mismo que el resto de los esclavos, aunque pese a su desesperanza se las habían arreglado para vender cara su piel. Edgtho se encontraba en una situación imposible, encadenado a un cadáver, atrapado por la red y lejos de cualquier ayuda que él pudiese darle de inmediato. 

La suerte de las dos mujeres era algo mas favorable. Al menos eso estaba saliendo de acuerdo al improvisado plan. La brythuna parecía entera y estaba armada. Lyra seguía ilesa. Oggo esperaba que pudieran ayudar a su compañero, había que intentar evitar su muerte además de por compañerismo, por cuestiones prácticas. Era un buen guerrero y sin él estaban perdidos, las cuentas eran simples.

Gopeó amistosamente el pectoral derecho de Jah`Tall para llamar su atención, y le mostró el puño.

- ¡Guerra! - festejó con él a través de la única palabra que los unía.

Ahora había que sacar todo el provecho posible a su ventajosa pero precaria situación. Primero tomó nota mental de la zona aproximada donde había caído el cuchillo, con las referencias de las columnas, los espectadores o lo que fuera que pudiera marcar el lugar para un futuro. Luego se tomó un momento para mostrar su única palma a las gradas cercanas, para lograr un momento de atención. Esperaba despertar algo de curiosidad en la mente que aquellos salvajes sedientos de la sangre ajena, al menos lo suficiente como para transmitir un mensaje. No se demoraría mucho, pero pediría silencio en aquel sector. Lo lograra o no, volvería a elevar su puño con un grito que esperaba hiciera algún efecto en el populacho.

- ¡Vanussa! -gritaría por dos veces, antes de continuar. Si ellos estaban allí para dar un ejemplo, o para enviar el mensaje, había que devolverles el mensaje por el trasero, mientras pudieran. Agitar las aguas.

Luego llamaría la atención del bárbaro para recuperar algún arma del carromato estrellado. Cualquier cosa que pudiese hacer daño serviría, la espada del Auro, si tenía, un cuchillo, jabalina, escudo, un pedazo de metal o madera. Y entonces si, correría para ayudar a Edgtho si todavía estaba vivo, o en caso contrario juntarse con Bria y Lyra.

Notas de juego

Perdón por la demora! Veo que estamos todos igual.  :/

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18/04/2019, 20:22
Edgtho

Había hecho bien en suponer que la red le caería encima, pero eso no le permitió evitarla. En realidad nunca se había enfrentado a un arma parecida. Carecían de sentido en un campo de batalla. Por desgracia en la arena era muy distinto. Normalmente para evitar cualquier golpe bastaría con moverse un poco mientras se utiliza el arma como tope. Edgtho pagó el precio del desconocimiento. Cuando quiso darse cuenta, la red descendía sobre él desde todos los flancos. De no haber estado encadenado tal vez podría haber rodado hacia un lado. Poco importó. Se vio atrapado como un pez apunto de subir a la barcaza del pescador. Ni la espada podía cortar el cordaje, ni los tirones le permitían soltarse. Al contrario, cuanto más forcejeaba peor se volvía la situación.
No pudo más que mirar mientras el gladiador atravesaba a su compañero con el tridente. Remu, acababa de escuchar el nombre por primera vez. No sabía nada de él en realidad. Un loco que había decidido gritar el nombre de otros para intentar salvar la vida. Un ingenuo que había pensado que las palabras iban a conseguir sacarle de esa. Cualquier cosa que pudiese decirse palidecía ante un único e indiscutible hecho, le había cubierto la espalda en plena batalla. Otro compañero que iba al encuentro de los dioses de forma prematura. Así era la guerra, Edgtho lo sabía bien, pero no tenía por qué gustarle. En aquel momento lo único que podía hacer por Remu era vengar su muerte.

El primer paso era soltarse de la red. Luchar contra ella sin cabeza no le había servido de nada. Aquello no era cuestión de fuerza. Tenía que actuar usando la cabeza, y tenía que hacerlo rápido. Con la mano del grillete, tiró para tensar la cadena. Eso levantaría la parte inferior de la red. No mucho, lo justo para poder empezar a trabajar. Entonces pasó la espada por debajo del pequeño hueco que debía haber creado. No iba a intentar cortarla. Aunque la espada hubiese estado realmente afilada no lo conseguiría. Tendría que intentar serrarla poco a poco. Eso estaría bien si dispusiese del tiempo suficiente. Por fortuna tampoco debía necesitar mucho para la maniobra que se proponía. Era sencillo, asomar la espada hacia fuera, desde abajo de la red, y levantarla en un movimiento circular hacia atrás, pasándola sobre sus hombros y su cabeza como si estuviese corriendo una cortina.
Por rápida que fuese la maniobra, Nemeo iba a acercarse hacia él. Edgtho estaba listo. Podía desviar el tridente hacia un lado tal como había hecho con la espada del picto antes, usando el propio grillete. Claro que solo lo haría si no le daba tiempo a preparar la espada, porque era mucho mejor bloquear con ella. En ambos casos, la forma correcta de apartar un tridente era hacerlo hacia fuera y hacia abajo, para que chocase con el suelo. De ese modo el arma chocaría contra el suelo, de modo que recogerla sería mucho más lento y pesado.

Si había conseguido librarse y seguía de una pieza, lo siguiente sería prepararse para esquivar. Una vez más tenía que ayudarse apartando el arma del enemigo, pero a la vez rodaría para acortar la distancia con el cuerpo de Remu. Al estar todavía encadenado, no podía moverse con demasiada libertad salvo que se acercarse lo más posible. La idea era aprovechar el impulso para cortar el antebrazo de su compañero. Hay quienes lo verían poco elegante e incluso cruel, pero esas palabras no tenían cabida en mitad de un combate a muerte. Además, pensaba respetar a Remu de otra manera. Arrancándole la cabeza al desgraciado de Nemeo. Normalmente Edgtho pensaría que aquella muerte no había sido nada personal, tan solo un lance más de la arena. En aquella ocasión, tras ver el gesto de desprecio con el que el gladiador había retirado el arma, era difícil no tomárselo un poco más a pecho.

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19/04/2019, 21:54
Bria

Mientras corría hacia la jabalina abandonada, un espantoso sonido de madera rompiéndose y caballos relinchando de manera agonizante sobrepasó a toda la cacofonía que se estaba dando en la arena en esos momentos. La cuádriga no había sido redireccionada a tiempo, y había acabado por estrellarse contra el muro, entre los casi inmediatos gritos de júbilo de aquél enfermizo público, que tan pronto alababan a su campeón como celebraban su espantosa, si bien espectacular, muerte.

Tuvo que detenerse a mirar, Tenía que saber si Oggo y Jah'tall habían logrado escapar a aquella masacre. Por suerte, allí estaban los dos, levantándose del suelo y devolviendo los gritos a los espectadores. Suspiró de alivio, y reanudó su marcha, habían logrado librarse de la principal amenaza de la arena antes de lo que pensaba. Lo que no quería decir que pudieran relajarse frente a las otras. Y cuando llegó junto a la lanza y pudo volver a observar la situación en la arena, se dio cuenta de que a pesar de su pequeña victoria, las tornas estaban volviéndose en su contra.

Su segundo lanzamiento se había quedado corto. El picto había llegado hasta la antorcha sin problemas, y ahora se dirigía con ella hacia donde los esclavos seguían defendiéndose del resto de salvajes. Pero lo peor fue ver como, al otro lado de la arena, Edghto caía bajo la red del gladiador, y luego este atravesaba el pecho de su compañero como si nada con el tridente. Con su muerte, el explorador quedaba atado a un cadáver y a merced de Nemeo.

Aferró la lanza, dispuesta a utlizarla, pero Lyra la previno, recuperando el aliento con dificultad. Lyra estaba agotada, no podía seguir forzándola a aquellas carreras, y como decía, solo tenía una lanza. Podía tratar de ayudar a Edghto, o de detener a los pictos, y ninguna era segura. Podía acabar con el que llevaba la antorcha, pero seguía habiendo otros cuatro que podían intentar lo mismo, y no tendría manera de impedirlo.

Le costó, pero tuvo que decidirse, tras soltar una maldición por verse obligada a ello. En la celda habían prometido ayudarse entre ellos, por lo que todo lo que pudo hacer por los esclavos fue pedirle a su diosa que sufrieran lo menos posible cuando les llegara su inevitable final. Que el público disfrutara del macabro espectáculo que habían venido a ver. Ella se cargó a Lyra al hombro, viendo que esta no podría moverse lo suficientemente rápido, y empezó a avanzar hacia donde estaban Edghto y el gladiador, con la lanza en la otra mano — ¡Nemeooo! — gritó hacia él en un claro desafío, esperando distraerle y ganar el tiempo suficiente para que el explorador pudiera deshacerse de la red.

Notas de juego

Perdón por la tardanza también :(

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24/04/2019, 00:41

Oggo se detuvo delante de la muchedumbre. El público mostró su desagrado con exabruptos, insultos, escupitajos y gestos tan soeces que harían enrojecer a una prostituta de Zamora. A su lado, el bárbaro, cruzado de brazos, se reía de esas chanzas para luego desafiar a aquellos cobardes a que bajasen a la arena. Oggo tenía un plan en mente. No debía ser la primera vez que un gladiador, o penitente, pedía unas palabras, ya que muchos reconocieron la intención de Oggo y enmudecieron, expectantes.
Oggo solo pronunció una palabra. Suficiente para enardecer una vez más al público. Igual que un avispero al que hubiera lanzado una piedra, los habitantes de Ponthia comenzaron a arrojar sus mejores insultos sobre la arena, pero también piedras, comida, vasos de cerámica y cualquier cosa que tuvieran a mano. La pareja de guerreros se escabulló rumbó a la accidentada carreta. Jah’Tall reía entre dientes.

Bria tenía en su diestra el poder de la vida y la muerte. La jabalina, equilibrada y pesada a la vez, era una extensión de su voluntad. Sus ojos claros estaban centrados en el picto que corría hacia la muchedumbre de esclavos, los cuales aún peleaban por sus vidas. En vano. Bria pudo haber arrojado su arma, ensartado a aquel avieso sujeto y continuar su lucha, desarmada, quedando a expensas de sus rivales. Decidió no hacerlo. Soberana de sus dioses, señora sobre la vida y la muerte, decidió retener el arma, dejarla en su mano, preparada para una futura contienda. A su lado, Lyra asintió, satisfecha por haber sido escuchada.
El público, que había esperado expectante un nuevo lanzamiento por parte de la mujer, quedó visiblemente decepcionado. Aunque no por mucho tiempo. Tendrían su espectáculo.

Edgtho trató de zafarse de la red. Nemeo, tras la cortina de cuerdas, intentó darle muerte sin piedad. No daba tregua ni cuartel. Aprovechaba todo lo que tenía a su favor; la red, el encadenamiento de su rival, el favor del público. Todo parecía converger en un único punto; la muerte de Edgtho. El explorador no habría podido liberarse de la red si la atención de Nemeo no se hubiera distraído un momento.

El picto llegó a su objetivo. La antorcha en la mano, los esclavos, impregnados de aceite negro, trataron de escapar. En su huía, los otros guerreros empezaron a masacrarles por la espalda. Durante unos momento las cota de violencia y ruindad se elevaron hasta lo indecible. Y el público aplaudió. Pero no tanto como cuando la primera llama saltó. El fuego pasó de la antorcha al cuerpo de un esclavo caído. A partir de ahí, el fuego se propagó con rapidez. Furiosas lenguas de fuego recorrieron el grupo. Tomaron a los muertos y a los vivos, rugientes, feroces, ardientes. Una llamarada general se elevó varios metros para propagarse como una tormenta de llamas.
Se escucharon voces; gruñidos, llantos, maldiciones. Pero sobretodo aullidos de dolor. Metal, carne, hueso, músculos, desesperación, sangre y sudor. Esclavos y pictos; todos empezaron a arder en un infierno que durante unos instantes parecía muy vivo. En pocos segundos ya nada se movía.
Salvo las llamas.

Desde el primer momento quedó clara la superioridad de Nemeo. Edgtho había participado en muchas batallas. La guerra era una segunda patria para él. Nemeo no tenía su experiencia en el campo de batalla, pero se encontraba en su elemento. Era un duelista, un hombre acostumbrado al uno contra uno, a luchar contra fieras o salvajes, un hombre marcado por la fama, la arena y la gloria cuya única motivación de existir era la pelea. Dormir, comer, follar, eran pequeñas perlas que se permitía cuando no estaba entrenando, en la arena o en el hospital del coliseo. Edgtho solo era una pieza más a batir; un adversario a tener en cuenta durante una batalla. En la arena, con sus normas, Nemeo tenía ventaja.
Todos los trucos, todos los movimientos, todas las técnicas de esgrima habían sido probadas contra él y su tridente. Y cuando no había sido lo suficientemente bueno, se había ganado una cicatriz y una dolorosa lección aprendida.
Edgtho se movió bien. La adrenalina le hizo moverse con rapidez, sus ojos lo veían todo; el acero cargado en las manos de su rival y en su mirada, su olfato lo olía todo; sudor, sangre, muerte. Y gloria.
Pero nadie gritaba su nombre.
Cantó el acero, un movimiento frontal que el explorador desvío hacia abajo. Cuando se percató de que era Nemeo quien seguía el movimiento y no la fuerza de su espada, fue demasiado tarde. El gladiador utilizó el arma como un apoyo, la clavó en el suelo y la utilizó para impulsarse contra Edgtho. Clavó su rodilla en su pecho. Edgtho soltó aire, rodó por el suelo. En un parpadeo vio el sol, a la muchedumbre enfurecida y la arena. Giró, más por instinto que por tener una visual clara, evitando ser ensartado en el suelo, igual que Remu. Volvió a girar, hasta tres veces, evitando la muerte otras tantas. Nemeo estaba encima de él. No daba tregua, no perdonaba errores.
Edgtho se puso en pie y se alejó justo cuando el gladiador dirigía un golpe circular. Logró apartarlo a duras penas de su cuello, elevando el tridente y recibiendo una fea herida en la sien.
Nemeo se detuvo y giró su cuerpo unos cuarenta y cinco grados para encarar a los nuevos adversarios.

Oggo y Jah’Tall llegaron a la vez, el primero jadeante, el otro exultante. Oggo había encontrado el cuchillo curvo que el auriga había intentado usar contra él. Su compañero bárbaro empuñaba un listón de madera que había arranco de las tripas de la cuadriga. Por la diestra de Edgtho apareció Bria. Dejó a Lyra sobre la arena, con la que había cargado para tener una carrera más ligera, solo para que se sobresaltase al ver al fornido gladiador plantarles cara de forma desafiante.
De alguna manera Nemeo se encontraba justo al lado de su red, la cual recogió al momento. No era extraño que todos pensasen que estaban siendo dirigidos, conducidos como en una obra de teatro cuyo director era el gladiador. Les había llevado hasta allí. Cinco contra uno, las apuestas en contra. Pero seguía siendo el favorito.
La red volvió a girar por encima de su cabeza.
—Tiene la muerte grabada en los ojos —indicó Lyra —. No es un salvaje, tampoco un soldado o un guerrero. Es un monstruo sediento de sangre...y aplausos.
Y mientras la vocecilla de Lyra moría en un lamento el público empezó una vez más a corear el nombre de su campeón. Sus vidas eran mediocres; pobres, hambrientos, sucios, vidas grises hundidas bajo la dorada sandalia del emperador y del tirano que gobernaba Ponthia. Salvo por su campeón. Las victorias de Nemeo eran las victorias del pueblo.
Una vez más, la danza continuó. El espectáculo terminaba, ya había durado suficiente. Con la atención del emperador captada, era el momento de poner un broche dorado, y sangriento, a aquel día en la arena.

Notas de juego

Perdonand mi tardanza. Trataré de evitar demoras en el siguiente turno.

El primero que responda, que tire un dado para "esquivar". Y veremos que pasa.

Un saludo!

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27/04/2019, 21:38
Bria

Mientras corría con Lyra a cuestas hacia Edhto y Nemeo, Bria sintió el sonido y la ola de calor pertenecientes a un repentino estallido de fuego. No necesitó girarse para saber de dónde provenía, no quería verlo tampoco. Escalvos y pictos ardieron por igual cuando la antorcha prendió la brea. La que llevaban los primeros encima había caído sobre los segundos durante el combate, y al final ninguno pudo librarse de las llamas. Los gritos de dolor no duraron demasiado, por suerte, pero fueron sustituidos de nuevo por el clamor del público al presenciar la nueva matanza, más espectacular que la anterior.

El explorador estaba logrando evitar ser ensartado por el tridente a pesar de que el gladiador no le daba descanso alguno y de que logró ocasionarle una herida en la cabeza. La llegada de Oggo y Jah'tall lo forzaron a detener su acometida, viéndose ahora superado. El manco se había hecho con un cuchillo, el bárbaro con un pedazo de madera con la que tenía pinta de ser tan letal como con un arma de verdad.

Ella no tardó mucho más, lanza en mano y Lyra al hombro. Dejó a la muchacha en el suelo y se puso delante de ella, al lado de Edghto, aferrando ahora el arma con las dos manos, apuntando hacia Nemeo. El gladiador parecía impasible ante el hecho de estar ahora en clara inferioridad y rodeado, recuperando su red como si nada antes de encararse con ellos. Los espectadores volvieron a ovacionar a su campeón, y le pareció que incluso desde el palco del Emperador les prestaban atención. Muy bien, ¿Querían que aquella farsa tuviera un final digno? Se lo darían entonces.

— No es un monstruo — respondió a Lyra al escuchar sus palabras, devolviéndole una fiera sonrisa — Es un hombre, como cualquier otro. Y los hombres mueren muy fácilmente — bastantes habían muerto ya aquél día. Solo tenía que hacerlo uno más para que todo acabara.

Volvió a centrarse en la red con la que Nemeo los amenazaba. Tenía cuatro objetivos entre los que elegir, demasiadas amenazas. Aquella era su mejor baza en ese momento, el dividir la atención del gladiador y saltar sobre él todos a la vez para evitar que su experiencia le sirviera de mucho. Bria dió un rápido paso adelante, nada más que un tanteo para ver si Nemeo picaba y se encaraba hacia ella. Si le lanzaba la red, trataría de usar el asta de la lanza para golpearla en el aire por un lateral y o bien desviarla, o bien que se quedara enredada en el arma. En todo caso, se mantendría delante de Lyra, habían sobrevivido hasta llegar allí, tan cerca del final, y en los últimos momentos no iba a dejar que se truncara la suerte que hasta ahora los había favorecido.

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30/04/2019, 13:24
Edgtho

Aquel tipo luchaba de forma rara. Esa era la única forma en que la mente de Edgtho podía definirlo. Hacía movimientos que no debían realizarse tan a la ligera, como seguir con el cuerpo el golpe de una lanza. De acuerdo, aquello no era una lanza, pero el principio debería ser el mismo, controlar la fuerza para no descontrolar el cuerpo. No encontrarte con unas raíces que te hacen tropezar, una piedra mal puesta, o incluso un charco de sangre que te hace resbalar. Solo entonces, con un feo corte en la cabeza, comprendió que quien estaba luchando de forma rara era él. No estaban en un campo de batalla, dónde sin lugar a dudas tendría su arco a mano, ni había una fuerza coordinada que pudiese castigar avances tan alocados. Estaban en la arena dónde las reglas eran distintas. Se podía luchar de forma más directa, con movimientos más arriesgados, porque en esencia aquello era más un duelo que otra cosa.
El problema era que Edgtho no podía aprender ese estilo en tan poco tiempo. Nemeo debía llevarle años de ventaja. Tenía que ceñirse al suyo propio. Puede que no fuese un gladiador con decenas de duelos a sus espaldas, pero la violencia seguía siendo un lenguaje que dominaba francamente bien.

Contempló la antorcha caer sobre los esclavos y escuchó sus gritos. No había podido impedirlo. Sintió el mismo fuego ardiendo en su interior, clamando venganza. En aquel momento habría pasado a cuchillo a cada espectador, sin excepción, hasta convertir la arena en un pequeño estanque rojizo, en el que habría ahogado al autoproclamado emperador. Apretó con más fuerza la empuñadura de la espada. Nada podía hacer ya por salvarlos, tan solo podía seguir luchando con la esperanza de no perder más vidas. Templó ese fuego interior con disciplina. Aprovechó el momento, así como la oportuna llegada de sus compañeros y la recogida de red de Nemeo, para cercenar la muñeca de Remu. Detestaba hacerlo, pero no dudó ni un segundo. A él mismo no le importaría si cualquiera de los demás tuviese que hacerlo con su propio brazo. Ya habría tiempo para sentir remordimientos después. En plena batalla no tenían cabida.

Bria había alcanzado su posición, lo cual tenía mérito cargando con Lyra a hombros. Oggo y Jah'tall, que de algún modo habían sobrevivido a la cuadriga, también llegaron en aquel instante. Aun así Nemeo no parecía preocupado. O bien sabía mantener la calma, o bien estaba muy seguro de ganar. En cualquier caso había que derrotarle, con lo cual la situación no cambiaba en lo más mínimo. La mejor opción era saturarle, pero el gladiador estaría preparado para eso. Imaginaba que intentaría incapacitar a alguien con la red para luego hacer frente a los demás. El tridente le daba la ventaja en cuanto a distancia, pero seguro que tendría problemas defendiéndose en varias direcciones, sobre todo si no podía usar libremente el arma. De algún modo iban a tener que trabajar juntos, incluso sin comunicarse.
Edgtho esperó a que la red se moviese. Si iba contra él, estando más libre que en la ocasión anterior, podría rodar hacia un lado para apartarse. De lo contrario, iba a moverse hacia delante. Iba a entrar en el rango del tridente, apartándolo de un golpe seco. No creía que le fuese a dar tiempo a acortar la distancia por completo, Nemeo sabía moverse y seguro que iba a recibirle como es debido, pero a diferencia del gladiador, Edgtho no luchaba solo. Su primer objetivo, si es que la red no había volado hacia él, era mantener al gladiador alejado de quien estuviese enmarañado. El segundo impedir que se moviese hacia Lyra, que no tendría forma de defenderse por sí misma. A partir de ahí le bastaba con mantener ocupada el arma, así daría la ocasión a los demás de entrar en acción. Avanzar para centrarse en la defensa podía parecer un tanto absurdo, seguro que eso no era algo que soliesen ver en la arena, pero sí en un campo de batalla.
No iba a bloquear como antes. Pondría la espada de lado para recibir el golpe por la parte plana de la hoja. Incluso si el golpe volvía a ser una estocada, la repelería así. Aprovecharía para utilizar el antebrazo de la otra mano como refuerzo, porque no quería absorber ni desviar el golpe, quería pararlo en seco una y otra vez, como si Nemeo golpease una roca. De esa forma conseguiría que cada ataque requiriese mucho más tiempo para replegarse, pero además conseguía quedar por el interior. No iba a recibir una segunda sorpresa. Tras cada ataque deslizaría el arma por el mástil, lanzando un tajo rápido. Nada de apuntar al pecho, el cuello o la cabeza. Demasiado lejos. Los movimientos serían más rápidos, dirigidos a antebrazos, bíceps, y codos. Con cada bloqueo pensaba conseguir mermar la capacidad ofensiva, la velocidad, de su oponente, además de acercarse un poco más, porque cuando estuviesen a distancia de espada el tridente sería un arma mucho menos útil.

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02/05/2019, 12:31
Oggo

El sol, la adrenalina y los gritos del público comenzaban a pasarle factura a Oggo. Mientras el tacto del cuchillo y el hecho de estar aún con vida le transmitieron cierta tranquilidad, inmediatamente escuchó los gritos de los condenados. El que era él antes hubiese seguido como si nada, como si fuera inmortal, pero aquel Oggo con algunas arrugas y muchos mas años a cuestas lamentó profundamente aquella pérdida. Esa gente no merecía aquel destino.

Acompañó, no sin esfuerzo, el paso de Jah´Tall hacia el centro de la arena. El polvo que iban levantando en la carrera se le metía por las fosas nasales y lo había hecho toser mas de una vez. No es que estuviese débil, pero tampoco estaba al cien por cien. De hecho estaba lejos de estarlo. Imaginó el aspecto que tendría, cubierto de arena y sangre, con su muñón y sus harapos, y se le ocurrió que era un cadaver que aún no se había dado cuenta de su condición.

Todas estas reflexiones venían de la mano de la situación actual. Habían intercambiado las vidas de los demás esclavos y la del hombre de la toga por las suyas propias, por la de Lyra. Si bien no había sido nada fácil y habían tenido una abundante dosis de  fortuna los avances que habían logrado hasta ese momento, sentía culpa por haber privilegiado unas vidas sobre otras.

Y allí estaba el león, el campeón de 99 combates frente a ellos. Cinco contra uno, y Oggo se sentía en franca desventaja. A él no solía costarle trazar una estrategia. Buena o mala, acertada o equivocada. Pero en aquel momento dudaba. Deseaba traer la voluntad de Nemeo a su bando, pero le parecía imposible. El gladiador estaba a sólo 5 muertes de lograr su libertad. Y no sólo su libertad sino la gloria. Aquella vida se había vuelto todo para él.

Si, eso era. Si había una posibilidad de torcer aquella situación debía apuntar a las reglas de la arena. Pero para eso había que vencerlo.

- Nemeo -le gritó entre jadeos- Sabemos que es tu último combate -le habló mientras lo rodeaba, para que le diera la espalda a él mismo, a Bria o a Edghto. Que le resultara imposible enfrentarlos a todos. Has demostrado honor y no queremos matarte. Sabía que no hablaba por todos, en especial el bárbaro que lo acompañaba, pero debía sembrar la duda. ¿Serían mejores que él? ¿Había posibilidades ciertas de perder, estando tan cerca? Oggo tampoco lo sabía, ni le importaba, lo que quería era ganar una pulgada mas de ventaja. Esperara que tomara sus palabras como bravata, tomándolo como un objetivo secundario. No era que no le importara, y era cierto que no quería matarlo, pero tampoco quería morir.

Aquel hombre sabía que era un esclavo, había asumido las reglas del juego, de su vida y su muerte. No habría forma de convencerlo, de eso Oggo estaba seguro. Pero salir de allí dependía de como terminara el combate.

Se preparó, haciendo un gesto con la mano a Jah´Tall, sin saber si le haría caso. La táctica era esperar a quien atacara, y quienes estuvieran a su espalda lo atacaran. Aunque no era ingenuo, sabía que Nemeo estaría preparado para los ataques por la espalda. Cien combates eran muchos para que no estuviese preparado para algo así. Debía ser un falso ataque, una finta. Cuando esperara el ataque por la espalda había que atacar, pero esperando su contraataque, y recién allí ir a fondo. Lo que necesitaba Oggo era estar cerca, a distancia de cuchillo. Si veía la oportunidad se aferraría a una de sus piernas, eso si no veía ningún arma de corto alcance. Si lo que tenía eran el tridente y la red, estando cerca el cuchillo tomaría una relevancia clave, y él sabía utilizarlo. Debía confiar en que tomara al bárbaro como la amenaza principal -y tal vez lo fuera-, y en darle a Edghto y a Bria oportunidad de aprovechar la ventaja numérica.

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03/05/2019, 06:22

Mientras las inclementes llamas devoraban víctimas y verdugos por igual, el público se iba enfriando. Pasado el momento álgido, ya solo quedaban brasas; cadáveres retorcidos y ennegrecidos y algún que otro valiente que aún se sacudía de un lado a otro mientras las llamas consumían su último aliento. La mirada del público, siempre deseosa de más sangre, obvió el triste espectáculo que quedó tras las llamas para centrarse de nuevo en el combate. Nemeo prometía espectáculo, como siempre, y aquello era lo que tendrían.

La plebe volvió a rugir, entusiasmada, cuando Bria entró en escena. Muchas miradas se centraban en ella. Oggo era menos que un despojo a sus ojos, Edgtho no tenía nada de particular, salvo su marcada reticencia a no dejarse matar. Jah'Tall y Bria presentaban una apuesta atractiva, diferente. Al menos visualmente. El bárbaro parecía un rival digno de batirse; agresivo con el público, soez, de músculos abultados. Bria era otro cantar. Ella despertaba ciertos aromas de misterio en el olfato cansado del público. Era sangre nueva, una excitante novedad con el cuerpo tatuado. Las mujeres no tenían cabida en la arena pero ella se había ganado su hueco. Era el momento de ver si podía mantenerlo.

Aunque solo tenía dos ojos, detrás del casco broncíneo Nemeo parecía contemplar la bastedad del campo de batalla; los cadáveres retorcidos y mordisqueados por las llamas, la sangre esparcida aquí y allá, sus rivales, cercándole, rodeándole con las armas prestas, el jaleo del público, la mirada obtusa y aburrida del Emperador. Cada uno de elemento era escrutado. Cada movimiento, cada palpitar temeroso de sus corazones, cada parpadeo, cada vez que se humedecían los labios o tragaban saliva. Cada gesto era medido y estudiado. Nemeo se había criado en la arena. Para él no había más mundo que aquel. No había mayor gloria que matar, o morir, en el coliseo de Ponthia, la Maravillosa. Por y para el Emperador, así era la vida del gladiador. Era un loco, un demente atrapado, una víctima extirpada de su hogar cuyo único logro había sido sobrevivir...y olvidar para siempre jamás el mundo del que provenía.
Las palabras de Oggo cayeron muertas según salieron de sus labios*; no serían escuchadas allí, con la furiosa turba de fondo coreando el nombre de Nemeo. Un parpadeo, el tensar de los tendones, el puño fuerte cerrado sobre una lanza, un cuchillo o un pedazo de madera, el sol castigando sus espaldas y esperando, como todos, el primer paso. Durante unos momentos el tiempo se detuvo para todos siendo el único movimiento el incesante girar de la red de Nemeo, la cual parecía un reloj que hubiera perdido su sentido.

Bria tanteó el terreno. Un amago de movimiento, una tentativa para probar los nervios de acero de Nemeo. El gladiador aprovechó el leve engaño para empezar su ataque; la iniciativa lo era todo cuando estabas en desventaja. Y Nemeo no engatusaba, como bien sabía Edgtho, el gladiador no daba segundas oportunidades ni jugaba al embuste. Nemeo arrojó la red, la cual se abrió como una araña sobre la brithuna. Lyra soltó un chillido. La lanza de Bria se enredó en la red, impidiendo que esta la atrapase. Forcejeó unos momentos para no perder su lanza y Nemeo aprovechó el momento para tirar de la cuerda que lo unía a la red para arrojar a Bria al suelo. La guerrera clavó los pies en el suelo. Hubiera aguantado si Lyra no hubiera sido atraída también debido a la fuerza del gladiador. Y el destino de una era el destino de la otra. Ambas mujeres rodaron por el suelo.
Nemeo cortó la cuerda de la red justo en el momento preciso en el que Edgtho se interpuso entre el gladiador y las mujeres. Cruzaron golpes. El repicar de una campana no hubiera sido tan contundente. El tridente se estrelló como un ariete contra la espada de Edgtho, quién sudó sangre para repeler los golpes de una forma contundente. El explorador era un roca y durante unos momentos devolvió los golpes igual que si fuese un dios. Pero tal esfuerzo físico no podía prolongarse. Nemeo era extremadamente fuerte. Su vida era combatir y entrenar. Comer, dormir o disfrutar de sus premios, como mujeres o juegos de azar, eran partes residuales de su día a día. Cuando los brazos de Edgtho empezaban a resentirse, así como sus reflejos, el terrible dúo que habían formado Oggo y Jah'Tall atacaron por la espalda.
El gladiador se giró igual que una serpiente, el tridente bailó en su mano igual que una lanza dorada esgrimida por una leyenda. Jah'Tall encabezó el ataque, rabioso, aprovechando su tamaño, su fuerza y su velocidad. Hasta ahora su supremacía física le había servido para derrotar a cualquier hombre. Pero Nemeo era de otra calaña. El gladiador mantuvo a raya al bárbaro igual que lo haría con un león. Aguantó sus golpes más contundentes igual que una fortaleza, pero rehusó trabarse en combate contra él. Y eso que el bárbaro había dejado la guardia abierta a propósito; era un reclamo.
Jah'Tall quería ofrecerle a Oggo la oportunidad de usar el cuchillo. No hubo una oportunidad clara, pero la guardia del gladiador se abrió y donde antes solo había músculo y acero, Oggo vio un golpe claro. Se escabulló por el lateral del bárbaro, siempre teniendo en cuenta la tintineante serpiente de metal que los unía, para tratar de ganar el costado del gladiador. Pero era un error; Nemeo no había abierto la guardia por descuido, estaba invitando a Oggo a trabar combate con él. Mientras los golpes de Jah'Tall eran repelidos, Nemeo levantó una nube de arena contra los ojos de Oggo. Suficiente para que su golpe fallase, encontrando el mango del tridente golpeando sus tripas. Oggo perdió fuelle, el golpe había sido dado con la precisión de un cirujano Shemita.
Con Oggo de rodillas, Nemeo encaró al bárbaro con toda su fuerza. Y tenía mucha. Puede que Jah'Tall hubiera sido un digno rival si hubiera tenido algo más que un pedazo de madera entre las manos. Pero no fue así. Perdió el arma ante el incesante ataque de Nemeo, estaba asfixiándole. Jah'Tall intentó atrapar el tridente con las manos pero solo consiguió ser herido.
De nuevo Edgtho acudió en la defensa de sus compañeros. Pero sus bloqueos ya no eran tan efectivos. Nemeo no se agotaba. Sudaba, pero lo hacía como lo haría un héroe propio de un cantar; solo para darle dramatismo a la escena. Sus fuerzas no mermaban. Y no lo harían hasta que estuvieran muertos.
Jah'Tall sangraba por varios sitios. Apretaba los dientes, aún desarmado seguiría peleando. Oggo, tras vomitar la frugal cena que había comido en prisión, volvió a alzarse. Un movimiento circular del tridente les hizo retroceder a los tres, lo que levantó una ovación y un aplauso, comedido esta vez. El combate había puesto entre la espada y la pared al campeón.

Pero no era a él a quien miraban.

Todas las miradas, todas las apuestas, los alientos, contenidos en los viciados pulmones de las clases más bajas, se centraban en Bria. Una vez más la mujer adoptó su posición de lanzar. Estiró su brazo libre igual que si estuviera marcando con él el destino de su rival, midió las distancias y arrojó la última de sus jabalinas. Lyra le había advertido de lo que podía pasar si se quedaba en mitad del combate sin un arma. Nemeo era el último rival. Si fallaba, quedaba a merced de su enemigo.
Pero no fallaría.
Con un hálito de justicia, como si la voz calcinada de los muertos clamase por una compensación, la jabalina cortó aire, tensión, cuero, carne y hueso. El arma penetró en el pecho del Gladiador, derribándole al momento, haciéndole girar sobre si mismo, cayendo fulminado igual que si la mujer hubiera cortado el hilo del cual pendía su vida. Sus miembros inertes se sacudieron un par de veces más mientras un charco de sangre empezaba a empapar la arena bajo su cadáver. Y así terminaba la vida de un campeón; con un gran silencio.
Silencio en todas las gradas. Silencio en el público. Y la atención del Emperador, contenida.
Un estallido después, una turba febril, vociferante, estallando de emoción. Los nervios, reventados por la tensión, las sienes, hinchadas de satisfacción. Sus mentes, reducidas y minúsculas, extasiadas por el espectáculo. Y entre todo el vocerío se alzaba una palabra que era coreada por muchos. Kalipso, la diosa de la muerte.**
—Así es como nacen los mitos —masculló Lyra. En su expresión estaba grabada el terror y el espanto.
Allí a donde miraba solo veía muertes horribles; cadáveres aplastados, calcinados o cortados en pedazos. El mundo de las fulanas de taberna era sórdido y duro, pero nada podía compararse con la arena. Y, sin embargo, por encima de todo aquel sentimiento oscuro y aciago había también otra emoción prístina, brillante. Habían sobrevivido. La gloria era suya.

Aunque no por mucho tiempo.

El Emperador no se encontraba en su diván. Tampoco se abrieron las rejas que servían como entrada a las caballerizas o la zona de los esclavos. Lyra empezaba a ponerse nerviosa.
—¿Por qué no nos dejan irnos? ¿Es que acaso esperan algo más? Ya ha habido suficiente muerte —el llanto amenazaba con desparramarse desde sus ojos cristalinos —. Recuerdo historias de algunos clientes. Sobre bestias que moran en el interior del coliseo y que devoran a aquellos que yacen en la arena; vivos o muertos, ganadores y perdedores. Si vamos a morir igual ¿De que ha servido todo ésto? ¿De que sirve que te aclamen como a una diosa si no puedes sacarnos de aquí? —terminó por acusar a Bria, momentos después se derrumbó y el llanto acudió a sus ojos como la sangre acude a la herida.
Jah'Tall también se encontraba inquieto. Retiró sin compasión el arma que atravesaba a Nemeo, escupió sobre el cadáver y le arrojó el arma a Bria, quien la cogió al vuelo. El bárbaro no tardó en encontrar un arma aceptable entre los restos humeantes de los esclavos y los pictos; un acero ennegrecido y retorcido era mejor que cualquier pedazo de madera.
Él también esperaba algo, su instinto se lo decía. ¿Pero el qué?

Una de las puertas más grandes empezó a abrirse. Por ella aparecieron un grupo muy numeroso de soldados. A diferencia de los hombres de armas que habían visto hasta ahora estos vestían con armaduras de calidad y escudos de torre de bordes plateados. Llevaban grebas y cascos de bronce y unas capas blancas y rojas a sus espaldas. Contaron hasta veinticuatro, todos en perfecta formación, rodeando a un solo individuo; el Emperador.
Iba ataviado con una túnica blanca que se doblaba sobre su hombro según la moda actual. Dos tiras de laurel descansaban a modo de corona sobre su cabeza. Sus sandalias trenzaban el cuero con hilo de oro. Aquí y allá había varios detalles que lo marcaban como hombre influyente y poderoso; joyas o anillos, discretos pero de gran valor o relevancia, alguno de ellos con intrincados símbolos o grabados de bestias fantásticas.
El Emperador, o el Falso Emperador, era un hombre orondo, de paso rígido y meloso. Caminaba igual que una masa de gelatina que tuviera un objetivo. De mentón prominente, siempre altivo, ojos de prestamista y carrillos de buen comedor. La piel broceada y las manos suaves, como las de una mujer.
Media docena de soldados se acercó al grupo. Uno de ellos les indicó, con voz marcial, que tirasen las armas. Su actitud no dejaba lugar para otra cosa. También les ordenó que se arrodillasen y que no mirasen directamente al Emperador.
—Será mejor hacer lo que dicen, mejor vivir de rodillas que morir por desafiar a un emperador, aunque sea de mentira —masculló Lyra, para la cual la sumisión, compañera inseparable de su vida, significaba vivir un día más. Y sobrevivir lo era todo.
El Emperador se paseó delante de ellos. La guardia le rodeaba y aún así se mostraban inquietos ante la presencia de los vencedores. En pocas ocasiones el Emperador había bajado a la arena. El público estaba expectante, aquello era todo un acontecimiento. Por desgracia, no podían escuchar lo que el Emperador les estaba diciendo; una poesía.
—Y aquellos que vendrán perderán el manto del liderazgo y su cabeza, pero no así la victoria. Y cambiarán la historia. Uno, que se adapta al entorno como un camaleón cuya hermana es la guerra —dijo parándose delante de Edgtho —. ¿En que ejército has servido, soldado? —Escuchó la respuesta y siguió adelante —. Otro, que pelea con una mano atada a la espalda y aún así es fiero como un campeón —se detuvo mirando a Oggo, analizándole —. No está tan hecho polvo como aparenta, ¿verdad, señor? ¿Alguna gesta a destacar que yo deba saber?—siguió un poco más —. El tercero, una montaña que viene de la montaña. ¿Eres de la estepa, bárbaro o de la montaña como así creo? — Jah'Tall escupió a sus pies.
Un gesto del emperador contuvo a sus hombres, quienes ya iban a aplicar medidas correctivas sobre el bárbaro. El emperador parecía más interesado en averiguar cosas sobre ellos que en hacerles daño. Sonrió al bárbaro y le habló en varias lenguas que ninguno entendió. Cuando jah'Tall pareció reconocer una, el Emperador sonrió.
—De la montaña, entonces.
Siguió paseando hasta detenerse delante de Bria.
—Y una diosa venida entre mortales capaz de acabar con el asesino de siete de un solo golpe. ¿Eres tú mi diosa? —una sonrisa, afable, pero también cargada de conspiración —. Parece que sois aquellos que he estado esperando, tal es la profecía. Puede que esta vez se cumpla. Puede que esta vez ganemos.
Su rostro se había vuelvo serio y severo, como si aquel hombre acostumbrado a fiestas, festejo, vino y mujeres, cargase un gran peso sobre sus hombros.
—¿Y que hay de mí, señor? ¿La profecía no habla de Lyra? —murmuró la chiquilla sin alzar la vista.
El Emperador la contempló con ojos golosos. Aunque podía tener a cualquier mujer, las que estaban a su alcance eran de cierto estatus. Lyra venía de la calle y tenía una belleza natural que no podía igualarse con maquillaje, peinados o caros vestidos. Sin embargo, a pesar de su evidente interés, el Emperador despachó a la muchacha con un gesto de desdén.
—Supongo que no afectará a la profecía alguien que no aparece ni en el pie de página —contestó. Les dio la espalda, quedando está guardada por sus leales y feroces soldados —. Curad sus heridas, dadles comida, agua, reposo, mujeres, ¡Lo que quieran! Tratadles como campeones, pues eso es lo que son.
Y tras aquellas palabras, les abandonó sin dar más explicaciones.

- Tiradas (3)

Notas de juego

*Ojo, Nemeo no es el león de Ponthia. Su complexión es mucho más robusta y es un poco más bajo, aparte su piel es bronceada. El león de Ponthia es más alto, también robusto, pero tendrá casi 40 años y una melena canosa, aparte de barba. Nemeo es más joven. Aunque podemos aceptar la confusión de Oggo dado que Nemeo tiene su club de fans y lleva el rostro totalmente tapado.

**Kalipso no es una deidad propiamente, sino más bien el conjunto de varias deidades de diferentes culturas que representan lo mismo; la caza, la guerra o la muerte. Kalipso es la atribución de las mentes menos iletradas para darle nombre a una deidad que arrebata pero que también otorga. Es evidente que en el coliseo la mayor parte del público pertenece a las clases más bajas, por lo que el nombre de mujer más amenazados que conocen, y que además está unificado sin importar de donde vengan, es el de Kalipso.
También es una deidad tropical a la que los piratas hacen ofrendas, pues se la considera señora de las tormentas.

He dejado al "azar" la muerte de Nemeo, ya que cualquiera podría haberlo matado.

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06/05/2019, 16:32
Oggo

Con los ojos enrojecidos por el humo y el olor a muerte, Oggo se dispuso a enfrentar a Nemeo. Como había esperado, era un rival difícil, que no hubiese estado muy comprometido de enfrentar a cualquiera de ellos mano a mano. 

Desplegó su estilo de combate poniendo en algunos problemas a Edgtho, que se vio obligado a defender. Lo mismo sucedió con Bria, Jah`Tall y él mismo, que se llevó casi la peor parte, dado que lo dejó fuera de combate, y de no ser por los demás hubiese encontrado su final ahí mismo.  Pero fue nuevamente la brythuna la que decantó las tablas a su favor. Puede que no fuese lo mas honorable, pero la alternativa era la muerte. La jabalina se enterró sin piedad en el pecho del gladiador y dio  por finalizado el combate. Eso, desgraciadamente, también jugaba en contra de lo que pretendía hacer Oggo, que era perdonarle la vida, pero no había ninguna posibilidad. Cuando Nemeo cayó, se acercó a él y le quitó su casco, para ver que no era quien pensaba, se había confundido, este no era el león de Ponthia, aunque fuera un adversario formidable.

Lo miró a los ojos con compasión, si aún reflejaban algo de vida, y luego cerró sus ojos. 

Observó alrededor. Las gargantas gritaban el nombre de Kalipso, la diosa de la muerte. Oggo dio una palmada amistosa en el brazo de Jah`Tall, para luego cerrar el puño en señal de triunfo. También ofreció su mano a Edgtho, felicitandolo por su desempeño, había salido airoso con amplia inferioridad de condiciones, esposado a un hombre que no estaba hecho para el combate, desarmado y enfrentandose a los pictos, y había terminado con un arma en la mano. Y finalmente asintió con satisfacción cuando su mirada se cruzó con la de Bria. Todos habían estado a la altura de sus papeles, y por eso estaban vivos.

Pero no había que engañarse. Aquello no era el final de sus problemas, ni mucho menos. Seguían siendo esclavos, y la supervivencia a este combate significaba que vivirían para ver un segundo, y un tercero, y así. La sensación era satisfactoria, si. El hecho de haber salido victoriosos a lo que por lógica debía ser una masacre llenaba el corazón de esperanza, pero la cabeza de Oggo se mantenía fría.

Las palabras de Lyra lo hicieron ponerse en guardia. Si dejaban entrar a bestias casi que podían darse por muertos. Estaban agotados y heridos.

Entonces fue cuando hizo su entrada el falso Emperador. Oggo no dudó cuando se le pidió arrojar su arma, sabía las consecuencias de no hacerlo. Sin embargo, era tiempo de seguir interpretando el papel. Se acomodó de tal forma que Lyra quedase en el medio de todos cuando tuvieron que arrodillarse.

- Recuerden -masculló para sus compañeros-, ella es la protegida de Vanussa, y quienquiera que sea, a esta gente le molesta.

Escuchó impasible las palabras vacías del Emperador de la arena. Cuando le tocó el turno, le preguntó si había alguna gesta para destacar.

- Ninguna, mi señor. Soy sólo un vagabundo que ha tenido demasiada suerte -contestó sin mirarlo. Su pinta debía ser deplorable, no esperaba que desperdiciara mucho tiempo en él. Lleno de polvo, humo y arena, sangrando de la cabeza, con cicatrices y moretones en todo el cuerpo, y con su muñón, que tuvo el decoro de guardar a su espalda.

No consideró que fuera tiempo de desafiar a quien tenía el poder de la vida y la muerte al alcance de la mano. Consideró que había que vencerlo de otra forma. Sin embargo, cuando contestó a Lyra su sonrisa se hizo inocultable, aunque mantenía baja la cabeza.

Cuando se hubo ido, habló a la chica.

- Lo has herido, niña -le dijo sin ocultar su satisfacción. Sus palabras hacia ti han sido una bendición. Nuestro plan está funcionando. Tu supervivencia ha sido mas humillante que la bofetada mas fuerte. ¿Lo has escuchado? Recuerda este día como el día en que le has ganado a un Emperador. Aunque sea falso, no deja de ser uno. 

Cuando finalmente los conducían hacia donde sea que los llevaran, levantó la mano de Lyra desde la muñeca, enviando el mensaje final al público.

- Ahora es cuando tenemos que empezar a planear nuestra huida -dijo en voz baja a Edgtho y a Bria.

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09/05/2019, 23:19
Bria

El clamor del público quedó en silencio cuando el combate final se desató por fin, la atención centrada ahora en como se desarrollarían los movimientos de los luchadores que quedaban, en especial los de su campeón Nemeo, que se veía entre la espada y la pared, justo la clase de dramáticas situaciones que querían ver los incontables espectadores.

Tras la momentánea tensión inicial, todo pareció saltar como un resorte. Bria hizo su finta, y Nemeo cayó en ella, arrojándole a ella la red. Logró evitar que cayera sobre ella usando la lanza, pero no contaba con que el gladiador la tendría todavía sujeta, con lo que el tirón la pilló de improvisto y se vio contra el suelo cuando Lyra detrás de ella, arrastrada también, la empujó por la espalda. Nada grave, pues podía volver a ponerse en pie sin problemas con Nemeo ocupado en defenderse de Oggo, Edghto y Jah'tall, aunque tendían que apañarse un momento sin su ayuda.

El tridente igualaba bastante las cosas al impedir acercarse demasiado a nadie, pero las continuas acometidas del trío consiguieron superar la guardia del otro. La verdad es que estaba quedando una pelea digna de recordarse. Nemeo estaba al límite de su capacidad y lo demostraba con cada golpe y parada, siendo capaz de rechazar cada vez a los otros tres. Tras todo aquél tiempo en la arena, ellos no estaban en su mejor forma, y Bria supo que a corta distancia, acabaría siendo la mera suerte la que decidiría quién moría y quién no, dada la habilidad del campeón.

No era de su agrado, Nemeo merecía un final digno en un combate cerrado. Pero no podía permitirse dejarlo a la suerte.

En un momento en el que el gladiador hizo retroceder a los demás, vio su oportunidad. Aquella separación fue el único y último error del veterano de la arena, porque la brythuna no dejó pasar aquello. Como antes, arrojó la lanza que empuñaba. Arriesgado, pero a aquella distancia, no podía fallar, y su objetivo tenía la atención puesta en otras cosas. La punta del proyectil impactó de lleno en el pecho del hombre, atravesando su corazón. Todo se volvió silencio durante un momento, mientras los presentes asimilaban lo que acababa de suceder, mientras Nemeo caía sobre la arena para no volver a levantarse jamás.

Y de repente, un clamor como no se había producido antes en el Circo a pesar de todas las emociones vividas. Un clamor como nunca había escuchado Bria, proliferado por miles de gargantas al unísono. Kalipso. Una deidad lejana, de la que poco conocía. Para ella, no significaba nada. Gracias, Modron, por cuidar de los tuyos, pensó, dejándose caer de rodillas sobre el suelo. Había acabado todo por fin. Observó como Oggo cerraba los ojos de Nemeo tras quitarle el casco, y respondió a su saludo con otro de igual camaradería.

Lyra parecía conmocionada, lo que era de esperar. Estaban rodeados de gente que había muerto de las maneras más grotescas, y ahora que la adrenalina la abandonaba, Bria sintió como el cansancio y el malestar se apoderaban también de ella. Aun así, se sentía aliviada, conforme con haber sobrevivido a pesar del coste.

Pero algo empezó a ir mal, o por lo menos, a no ir como tenía que hacerlo. Nadie venía a llevarselos de nuevo hacia las celdas, y el tiempo pasaba. Lyra se puso nerviosa, casi hasta el punto de temblar, imaginando el fatal destino que los aguardaba por haber vencido cuando se suponía que no debían de haberlo hecho. Y la verdad es que el mal presentimiento invadió igualmente a Bria, pero no dejó que se le reflejara - No vamos a morir - le dijo a la joven - Hemos sobrevivido, y lo seguiremos haciendo. Saldremos de aquí, lo prometimos y lo cumpliremos - pero la verdad era que no tenía manera de apoyar esas palabras mas que con férrea voluntad. Aceptó el arma que le arrojó el bárbaro, asintiéndole con la cabeza. Si les esperaba alguna jugarreta más, pensaba estar preparada.

Una de las puertas empezó a abrirse. La sacerdotisa se tensó, esperando a las bestias de las que había hablado Lyra, pero en su lugar salieron hombres armados... uno de los peores tipos de bestias, si uno se paraba a pensarlo. La guardia personal del Emperador, que venía a hacerles una visita en persona. Algo que, aun sin haber pisado nunca Ponthia con anterioridad, supo de inmediato que era bastante inaudito.

La oronda y ricamente vestida figura del monarca que les acercó con parsimonia, una vez los guardias se aseguraron que no llevaban arma alguna, orden que obedeció sin dudarlo. Aquella mísera lanza no valdría de nada en esa situación. Y como los demás, se arrodilló ante él mientras este los iba repasando uno a uno. Cómo no, Jah'Tall tuvo que hacer de las suyas, hasta que el Emperador encontró la lengua con la que hablarle, una que no le sonaba a ningún idioma que hubiera escuchado nunca.

Entonces llegó su turno. Como le habían advertido, no alzó la mirada hacia él, aunque tuvo que contenerse para no hacerlo y para no responder la pregunta con algo que seguramente habría obligado al Emperador a contener a sus guardias de nuevo. Mejor no tentar más a la suerte. Pero, ¿Profecía? ¿Qué demonios significaba aquello?

Miró alarmada a Lyra cuando esta interrumpió al soberano de la ciudad, por falso que fuera, pero este desestimó el asunto, por fortuna. Había sido una temeridad... pero también sintió una punzada de orgullo por la joven - No solo tu supervivencia, sino también tu determinación. Has sido la única que se ha atrevido a enfrentarse a un Emperador. Al final, hoy has sido la más grande de nosotros - dijo para animarla, antes de que los guardias empezaran a llevarlos a su nuevo destino. Asintió en silencio ante la propuesta de Oggo. Cuanto menos dijeran en voz alta, mejor. Primero tenían que ver dónde los llevarían, una vez allí ya trazarían su plan.

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11/05/2019, 02:32
Edgtho

La victoria nunca sabía del todo bien. Edgtho pensaba que la mejor parte siempre era sentir que uno sigue respirando. Por lo demás, cuando pasaba la emoción de medir las fuerzas con las de otro, cuando el cansancio golpeaba con fuerza, quedaba una sensación bastante amarga. Amarga porque muchos habían muerto sin que pudiesen protegerlos. Quemados vivos, esa no era forma de abandonar el mundo, ni para esclavos ni para pictos. Amarga también porque Remu había caído en combate. No había podido cubrirlo. Aunque sabía bien que es imposible controlar cada lance, seguía siendo demoledor perder a más compañeros. Mientras Oggo se acercaba a Nemeo, Edgtho caminó hacia el cadáver de su forzoso compañero e inclinó la cabeza en señal de respeto. No había tenido ocasión de conocerle mucho, tan solo el tiempo suficiente para pensar que era un bocazas con demasiado buena opinión de sí mismo. Sin embargo había demostrado arrojo cuando había sido necesario. Es más, le debía la vida, pero se limitó a darle las gracias mentalmente. Poco más podía hacer.
-Buen lanzamiento- dijo mirando a Bria. Luego miró a Oggo y Jah'tall , y asintió.
Estaban vivos por el momento, lo cual era más de lo que cabía esperar cuando habían cruzado las puertas de la arena. No iba a sentirse optimista, pero sí que pensaba que mientras siguiesen vivos podrían encontrar un modo de escapar. Si no lo conseguían tocaría seguir luchando, pero eso no se diferenciaba en nada a cualquier otro día de su vida.

Una de las puertas comenzó a abrirse. Por un momento temió que fuese a llegar un segundo combate. Al ver entrar soldados comprendió que no sería así. Tal vez querían ejecutarlos de todos modos, porque esa había sido la intención desde el principio. Sin embargo no fue así. Tras los soldados entró el falso emperador. Edgtho se preguntó durante un par de segundos, ¿por qué era el falso emperador? Si estaba al mando daba igual lo legítimo que fuese, era el emperador. Imagino que habría motivos que alguien como él jamás llegaría a entender, así que olvidó aquel interrogante bastante pronto. Por otro lado, le dio más vueltas a si debía arrojar la espada entre los soldados, directa contra el emperador sin importar si era falso o no. Estaba bastante seguro de poder matarle, haciendo justicia para Remu y para el resto de esclavos. Durante unos eternos instantes la idea le pareció muy tentadora. No habría marcha atrás, cierto, un detalle que nunca le hubiese detenido de estar solo, pero no lo estaba. No sería únicamente su vida lo que se estaría jugando. Además, debía admitir que sería una mala decisión a todos los niveles. Salir vivos de allí parecía mucho más emocionante que morir de forma gloriosa, sobretodo porque recordaba el motivo que les había llevado a aquella situación. ¿De que habría servido evitarle a Lyra una paliza para condenarla a morir? Como a todo buen cazador, le iba a costar aceptar que estaba dejando escapar una presa tan grande, aunque estaba seguro de poder vivir con ello.

Hizo caso a la muchacha. Arrodillarse no le parecía especialmente humillante porque solo era un gesto, una tontería. El respeto se gana de otras formas. De todos modos resultaba interesante que, fuese donde fuese, encontrase gente que demandaba a otros postrarse. Esos que tan erguida llevaban la cabeza, que tanto imponían a los habitantes de las ciudades, no durarían más que unos pocos segundos en mitad de un combate. No es que Edgtho solo midiese a la gente por su capacidad para luchar, después de todo respetaba a cualquiera que pudiese valerse por sí mismo para encontrar el camino. Sin embargo despreciaba a quienes solo valían para demandar la servidumbre de los demás.
-Serví en lo que aquí llaman los reinos fronterizos-
A decir verdad, ni siquiera sabía como se llamaba el general de su propio ejército. Jamás lo había visto en persona. Por fortuna no creía que la respuesta exacta importase demasiado. Por lo que sabía, en aquella parte del mundo no sentían un gran interés por los reinos más distantes. A pesar de todo le inquietaban un poco las palabras del emperador. No como a Lyra, que aún temía por su vida, si no por el significado. El emperador hablaba como si les estuviese esperando a ellos. Bien podía estar inventándoselo sobre la marcha, pero de no ser así tenía algo en mente para ellos, algo que requeriría gente con talento para el combate. Por eso decidió preguntar directamente. Por eso y porque ignoraba si tal conducta era aceptable o no. A él le parecía correcto dado que el emperador había sido quien inició la conversación.
-¿Qué profecía?-

Asintió a las palabras de Oggo, pero al igual que Bría no dijo nada. Hablar de fugas cuando tienes a tus carceleros al lado era mala idea. Antes de hacer ningún plan tendrían que ver dónde les llevaban. Al menos tenían pensado curar sus heridas. No es que él estuviese demasiado herido, pero el descanso le vendría bien. Acumular fuerzas para poder gastarlas después.

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12/05/2019, 06:33

Enather, el Falso Emperador, arrugó el rostro ante la respuesta de Oggo.
—No suelo equivocarme, tal es la verdad. Y también debo citar que me desagradan los que me mienten directamente a la cara —su ardiente mirada le taladró durante unos instantes; había fuerza en ese hombre. No de aquella que proviene del acero o de la violencia, sino de lo invisible.
Resultó más complacido con la respuesta de Edgtho.
—Los Reinos Fronterizos. Un territorio siempre en guerra. Buena cosecha de cadáveres...y de supervivientes —intentó reanudar la marcha pero la pregunta de Edgtho frenó sus pies.
Uno de los guardias del Falso Emperador se apresuró a aleccionar a Edgtho pero un nuevo gesto Enather le detuvo.
—La profecía. Por ella se alzaron tierras de sangre, dolor y muerte. Por ella, todos permanecemos aquí, atrapados. La arena que pisamos es una puerta. Se nutre de nuestras victorias y de nuestras derrotas. Pronto, la puerta estará cerrada y mi trabajo habrá concluido. Aunque la profecía no habla de mi destino, tampoco del vuestro. Solo del objetivo —meditó unos momentos —. En toda profecía hay dos caras. Yo llevo peleando por la mía demasiado tiempo. Ha sido un hallazgo el haberos encontrado. Al fin.
Enmudeció, siguiendo su rumbo sobre la arena, dejando atrás los vencedores bajo el ardiente astro rey.

Oggo trató de insuflar aliento y esperanza en el cuerpecito descompuesto de Lyra. Pero por más que intentase llenar el vacío de su corazón, no lo lograría. Lyra era un jarrón lleno de fisuras incapaz de contener nada. En su interior solo quedaban los posos de una vida de esclava y el amor perdido que le habían arrebatado mediante la inquina y el acero.
—No es mi plan, es tú plan ¡Estúpido tullido! —Exclamó, sacando de dentro una rabia retorcida — ¿Y si no quiero ser la proteguida de Vanussa? ¿Sabes en que pedestal me has colocado? Soy el blanco de todos ellos. ¡Por tu culpa! Yo solo quiero estar a salvo. No eres mejor que los hombres que he conocido. Me utilizas para sacar tu beneficio. No fingas que cuidas de mí —según remitía su ira sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas —. Seguimos en la arena y nadie cuida de nosotros.
Bria también trató de insulfar algo de coraje en el corazón de Lyra. A ella no la respondió ni con el veneno de la cobra ni con el temple del relámpago. Con ella fue más sombría, igual que si su anterior estallido de ira fuera todo lo que le quedaba de orgullo.
—¿Y de que sirve desafiar a un emperador? Lo único que me interesa de él es que es la única persona que puede ir a donde quiera, sin rendir cuentas a nadie. Eso es ser grande. Yo solo he sido estúpida; he desafiado a quien manda y no he conseguido nada —volvió a mirar al campo de batalla, apenada —. Esto no es una victoria. Esto no es nada.
Sus ojos claros se alzaron hacia el palco elevado desde el cual el emperador había estado osbervando todo el combate. Y durante unos momentos su ojos brillaron con la codicia de la urraca. Y, quizás, con un poco de determinación, si es que tal sentimiento aún podía encontrarse en la devastada joven.

Salieron de la arena bajo los aplausos de un encendido público. Bria era el foco de todos ellos aunque no sería justo ignorar los admiradores que habían ganado cada uno de ellos, en mayor o menor medida. Incluso el bárbaro había conseguido ganarse a una pequeña parcela del público.
Cuando se introducieron en los túneles del colisero el brillante mundo de la gloria y la adrenalina enmudeció de pronto. Fue como pasar de la noche al día en un parpadeo. En un instante; la vibrante victoria, el ruido, el corazón palpitante, una sensación de poder. Al otro momento; soledad y frío, agotamiento, el dolor de sus heridas y la sensación de estar adentrándose dentro de una bestia cruel y sanguinaria. El coliseo los engulló, una vez más acompañados de soldados.
Les llevaron por varios túneles. Puede que el camino fuera el mismo por el que habían llegado a la arena. U otro diferente. No lograron discernirlo. Aquello resultaba frustrante, especialmente para Edgtho quien se ganaba la vida explorando. Jah'Tall se mostró contrariado también. Bajo tierra, una vez más, empezaron a perder la noción del tiempo.
Les abrieron una puerta; un comedor amplio y sucio se abrió ante ellos. Algunas mesas aún tenían restos de comida. Estaban solos. Hicieron llamar a un médico. El hombrecito jorobado que acudió era un maestro con las manos. Los remendó uno a uno, con maestría. No era la primera vez que lo hacía. Sus manos cayosas y retorcidas movían con maestría la aguja, el hilo, y sabía que clase de emplastos poner más bajar hinchazones e evitar infecciones. Cuando terminó, se encargó de preparles algo de comer.
Todo aquello lo realizó entre jadeos y con una sonrisa decrépita que asustó a Lyra. Ella no permitió que le pusiera las manos encima. El hombre era horrendo. Un esclavo, como ellos. No habló con ellos pues le habían cortado la lengua.
Tuvieron tiempo de sentarse, comer, incluso de relajarse. Los guardias esperaban fuera. No había cuchillos, solo cucharas de madera. La comida no estaba especialmente mala aunque al cocinero se le daba mejor remendar cuerpos y cerrar heridas. No se podía tener todo en la vida.
Durante el tiempo que estuvieron en el comedor escucharon, de fondo, como si se tratase de otro mundo, el jolgolrio del público. La arena seguía son su ritmo.

La misma puerta que les había dado paso a ellos se abrió para dejar paso a una ancha figura. El guardia que le trajo le quitó los grilletes e intercambió unas palabras con el recién llegado; había en ellas reconocimiento y respeto. La puerta volvió a cerrarse.
El león de Ponthia poseía una gran melena y una barba bien peinada que le dotaban de un aspecto feroz. Algunas arrugas en las aureolas de sus ojos o las primeras canas en sus cabellos, lo delataban como un hombre maduro. Su complexión era robusta, sus manos callosas y peludas. Varias de las cicatrices de su cuerpo se mezclaban con heridas recientes que aún sangraban. Todas ellas menores. Un ojo experto vería que la mayor parte de la sangre que le cubría no era de él.
Era evidente que acababa de salir de la arena. Una vez más, victorioso.
Su paso resultó firme y decidido. Se acercó hasta su mesa. No había nadie más allí y su mirada, de un acero azul que dolía en el alma, buscaba compañía.
—Saludos, hermanos de la arena —dijo llevándose el puño cerrado al corazón.
Cogió la jarra de cerveza de Jah'Tall y le dio un largo trago ante la atenta mirada del salvaje. Luego la escupió hacia un lado, con repulsa.
—Meado de vaca —alzó la voz hacia el siervo —. Eh, amigo. Deja este meado para los guardias y traenos a mí y a mis hermanos un poco de esa cerveza negra proveniente de los Reinos Fronterizos —el jorobado, en la distancia, hizo algunos aspavientos—. No me hagas enfadar maldito jorobado, sé que guardas un poco detrás de los barriles de meado que sirves a diario. Y sírvete un trago tu también, que diablos.
Arrastró una silla y se sentó en su mesa. La cerveza no tardó en llegar. El sabor era amargo, fuerte y auténtico. Jah'Tall lo celebró acabando una de las jarras de un solo trago. El león había ganado un nuevo amigo.
Lyra se mostró recelosa. El hombre era fuerte y tenía la muerte grabada en cada recoveco de su cuerpo. Todo en él estaba relacionado con la batalla. Era, en verdad, un animal salvaje, un león. Un rey. Una bestia.
—No hay nada que temer. Nunca he matado a nadie fuera de la arena. Diablos, nunca había matado a nadie hasta que llegué aquí —lamentó.
Pidió algo de comida; un asado especiado. Se mantuvo en silencio, sin dar explicaciones de su presencia allí, disfrutando sencillamente de la presencia de los demás allí.
—Cuando uno ve tanta muerte disfruta comiendo con los vivos —explicó después de unos momentos —. Akkallah era un gran cazador. No habría logrado sobrevivir en ninguna pelea con fieras de no ser por él. Me enseñó que si miras a un animal a los ojos y él te devuelve la mirada; estás perdido. Diront era muy diferente. ¿Cuántos combates a mi lado? Puede que cincuenta. Una gran gesta que nadie supo ver porque siempre quedó a mi sombra. Hoy han muerto los dos —sus palabras se quebraron solo un momento, pero el suficiente para que todos descubrieran que el león era humano después de todo —. Mi combate número cien, mis últimos dos amigos. Mi victoria número cien. Sabía que después de hoy iba a dejarlos atrás pero no de esta manera —su rostro se llenó de sombras durante unos momentos —. Brindo por ellos. Y por Svall, el mejor lancero de toda la arena, y por Skimmish, que recibió un flechazo por mí, y por Salddal el Rojo, quien pensaba que nunca moriría...—recordó un montón de nombres, incluso alguna anécdota, para luego sumirse en un silencio denso y desolador.
Allí tenían a un campeón. De hecho, tenían a un hombre libre. El primer gladiador que había ganado su libertad peleando. Pero ¿A qué precio? El coliseo creaba monstruos. Solo importaba sobrevivir. El camino había sido duro, pero había llegado a su fin.
—Os ví pelear. Este lugar puede volverle loco a uno. Los deseos más bizarros del emperador se cumplen. A veces busca "repetir" la historia, en otras ocasiones sus peticiones son más extravangentes, o implican un tipo concreto de gladiador o esclavo, como si hubiera un entramado que seguir en toda esta locura que solo él pudiera ver. Es un demente, tened cuidado con él —advirtió —. Solo he hablado con él en dos ocasiones. Y siempre con enigmas, acertijos y sinsentidos. Parece que viva obsesionado con una profecía de la que todos parecemos formar parte —negó con la cabeza, contrariado —. Y es uno de los hombres más poderosos de Ponthia. Y aquí, el rey —una media sonrisa asomó en su rostro, era afilada como un cuchillo recién comprado —. Ya no le tendré que ver más. Con el sacrificio de mis hermanos, mañana vuelvo a casa. Si es que aún queda casa —se encogió de hombros —. Cualquier sitio mejor que éste. Por cierto, mi nombre es Gubra. No me llaméis león o me ofenderé, así es como me llaman ellos.
—¿Por qué hablas con nosotros?—inquirió Lyra sin ocultar su rechazo.
El león de Ponthia miró al resto de la sala vacía.
—Oh, aquí no hay nadie más. Y supongo que me siento un poco solo.

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13/05/2019, 17:31
Oggo

Oggo había comido en absoluto silencio. Ahora jugaba con la cuchara de madera, evitando la mirada de Lyra. Se avergonzaba un poco de su comportamiento unos momentos antes. Había pedido agua para lavarse, y algo de ropa. Miró a sus ocasionales compañeros. Había tenido suerte de cruzarse con ellos. La brythuna tenía una fortaleza interior difícil de encontrar, y la exterior ya había quedado demostrada. Egdtho era un guerrero decidido y con recursos, y sin Jah Tall dudaba que aún pudiese estar con vida.

Lyra le había recriminado lo del plan e insistía con su actitud quejosa, y cuando estuvieron solos la había tomado de la solapa y la había puesto contra la pared, en un arrebato de furia, aunque procurando no lastimarla.

- ¡Escucha, niña, y escucha bien! No es mi plan porque se me haya ocurrido a mi, el necio de la toga fue quien empezó esa historia, y yo la seguí de pura supervivencia. ¿Piensas que te hubiesen echado a la arena si no estuviese ese maldito nombre de por medio? Yo te lo diré: No, te hubiesen violado, torturado y asesinado, no necesariamente en ese orden. Esa estúpida mentira es lo que te mantuvo viva. Bueno, eso y estos tres -los señaló con un gesto. ¿Eso es estar a salvo? Estamos todos metidos hasta el cuello en esta mierda, y te puedo asegurar que no saldremos estando cada uno por su lado. ¿Tienes un plan mejor? ¡Escuchémoslo! Creo haber pedido opiniones antes de salir a la arena también. 

Tenía los ojos bien abiertos, inyectados en sangre, y parecían brillar mas bajo el manto de polvo y sangre que cubría su rostro, su cabeza y su barba. 

- Yo quiero estar ahí afuera tanto como tú, y te aseguro que si lo conseguimos, no me volverás a ver. Pero mientras tanto este tullido procurará que no mueras. Aunque no te guste -le dijo mientras se volteaba. 

La puerta se abrió y entró el león de Ponthia. Un hombre libre. Oggo lo observó con algo de curiosidad, otro poco de respeto y bastante expectativa. 

Lo escuchó con atención. Era una buena forma de distraerse de su situación actual. Alzó su bebida y bebió cuando nombró a sus compañeros. Cuando hubo finalizado le habló.

- Saludos Gubra -lo miró extrañado. Mi nombre es Oggo, y antes fue Cuervo. Antes de eso no lo sé, no tuve padres.  Estos son Bria, Jah´Tall, Edgtho y Lyra. Felicidades por tu libertad. Perdona mi atrevimiento, pero somos recién llegados a Ponthia, y estamos en un gran problema. Tuvimos la mala fortuna de cruzarnos con Glothus y terminamos aquí. Esperaba que el nombre del capitán despertara algo de empatía en el campeón. ¿Puedes decirnos que es la Casa de la Daga Carmesí? ¿Y quien es Vanussa?

Escuchó la respuesta, fuera cual fuera. Y luego le preguntó. - Algo más, ¿Qué es lo que hay en los túneles inferiores que los guardias temen tanto?

Le importaba una mierda la profecía del demente Enather. Al menos de momento. Aunque había que tener en cuenta cualquier posibilidad de influencia en su situación para mas adelante.

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14/05/2019, 04:13

Lyra trató de revolverse cuando Oggo la sujetó contra la pared. A pesar de ser un tullido, Oggo no tuvo ningún problema en aguantar firmemente ante pataleos y manotazos por parte de la muchacha. Su voz hizo que Lyra dejase de forcejear. En un principio Oggo pensó que Lyra lo había hecho por la dureza de sus palabras. Se equivocaba. Al mirar a aquellos ojos claros solo vio miedo. Un miedo conocido y palpitante que se escondía debajo de cada recuerdo de la muchacha. Un miedo afín que entendía muy bien, uno que solo pueden conocer aquellas personas que han sufrido abusos por parte de alguien más fuerte o poderoso.
Cuando la soltó, la muchacha se deslizó por la pared hasta quedar en el suelo. La escuchó sollozar unos momentos. Apenas unos instantes.
—Eres igual que todos los hombres que he conocido. No quiero que me protegas, no quiero que cuides de mí. No quiero ser tu maldito señuelo en un plan que inició un loco que ahora mismo está muerto. No quiero ser amiga tuya. No quiero que me toques—se puso en pie, tambaleándose. Físicamente estaba bien, mentalmente era otro cantar. Su mente debía ser como un hormiguero al que alguien hubiera prendido fuego —. Cien latigazos y no hubiera tenido que aguantar tu presencia. Cien latigazos y yo no estaría aquí. Y si hubiera muerto...al menos lo habría hecho a su lado—su rostro se arrugó, de muchacha, hermosa y obstinada, a niña, destrozada y hundida —. Quizás hubiera preferido morir en la taberna. Pero los hombres como tú siempre se creen con la autoridad de elegir mi destino.
Regresó con los demás, aunque solo se sentó al lado de Lyra. No miró a nadie.
—Yo elegiré mi destino. Escaparé de aquí.

***

—Brindo por los nuevos amigos en situaciones extrañas —saludó Gubra levantando la jarra de cerveza negra cuando Oggo les presentó a todos —. Un Cuervo y un León juntos en la mesa —bromeó, aunque era evidente que no se le daba muy bien —. Glothus es un mal bicho. Aprovecha su posición para hacer lo que quiere a quien quiere. Si él está detrás de vuestro encarcelamiento solo puedo deciros que vigileís vuestras espaldas.
La siguiente pregunta le desubicó un poco. Se mantuvo unos momentos en silencio.
—No sé mucho del mundo exterior. Enather es la mano derecha del patricio. El patricio gobierna la ciudad; diplomacia, justicia, ejército. Enather se ocupa de la parte financiera. Organiza los gremios, los negocios, da permisos, concede favores. Pero hay otros poderosos en la ciudad; nobles menores que buscan su sitio, o hacendados que poseen grandes sumas de dinero, comercio o materias primas. Quieren su trozo del pastel, hay una guerra silenciosa entre ellos y el Falso Emperador. Algunos de ellos, los más pequeños, se han asociado. La Daga Carmesí. Si, creo que así se llamaban. Su líder es Vanussa, pero nadie sabe quien es. Esa información debe de valer su peso en oro en los mercados —meditó durante unos momentos —. Algunas chicas que vienen a hacerme compañía hablan de Vanussa como un salvador. Alguien humilde que ha unido a gran grupo de comerciantes. Son una fuerza disidente, en la sombra, que se opone al monopolio de Enather. Buscan el libre comercio, bajar los impuestos. Toda esa serie de cosas. Incluso creo que intentaron asesinar al Falso Emperador. Lástima que no tuviera suerte —lamentó —. Ahí fuera hay un mundo tan truculento como aquí dentro —se encogió de hombros.
Su rostro se tornó sombras y preocupación ante la última pregunta, su voz sonó torcida, un susurro quebrado.
—Abajo están los túneles antiguos. Dicen que el coliseo se construyó sobre...algo antiguo. Nadie sabe sobre qué exactamente. Esos túneles conectan con todas partes. Enather pretendía utilizaros en un primer momento pero empezaron a desaparecer personas; gladiadores, esclavos, guardias, soldados. A veces encontraban sangre, algún objeto personal o visceras, pero muy pocas. Nadie sabe que mora ahí abajo y prefiero no saberlo nunca —rememoraba algo, un recuerdo turbulento e inquietante —. Si alguna vez tenéis que moveros por los túneles manteneos cerca de los puntos de luz. No seréis los primeros que se han apartado de los corredores iluminados y no se los ha vuelto a ver. Haced como los guardias. Ellos siempre van juntos y con antorchas. Es todo lo que sé.

Notas de juego

Turno conversacional. Intentaré ir respondiendo en cuanto pueda para agilizarlo. No todo van a ser peleas y muerte, eh? También podéis ser simpáticos como Oggo, el señor es un hacha con el género opuesto...XD

Por supuesto, podéis participar en la conversación que mantiene Oggo y Lyra.

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15/05/2019, 23:43
Edgtho

Edgtho aprendió, gracias a la reacción del guardia, que al parecer no era tan aceptable como él creía hacer preguntas al emperador. Casi siempre se preguntaba cual debía ser la necesidad de tantas reglas estúpidas. Tan solo conseguían complicar aún más cualquier tipo de conversación. Entonces se recordó que gente como el emperador no debía considerar que estuviese al mismo nivel de los demás, o al menos los guardias pensaban así. Al menos había aprendido algo nuevo.
También había aprendido algo sobre esa profecía, aunque algo carente de sentido. No le parecía que Enather se la estuviese inventando. Creía en ella hasta el punto de parecer obsesionado. Quizás era la forma que tenía para justificarse a sí mismo por tanta sangre derramada. Eso ya lo conocía. Quien tiene poder siempre encuentra una justificación para sus atrocidades, para invadir un pueblo más, para arrasar otra aldea, o para enviar a otro desdichado a la arena.
Ni Oggo ni Bria habían conseguido animar a Lyra, y Edgtho podía comprenderla. Acababan de arrebatarla de una vida que ya era mala, para ponerla en un entorno peligroso del que no entendía nada. Eso sin mencionar que el “plan de Vanussa” le había parecido malo desde el principio, así que no podía culpar a la chica por quejarse.
-Nunca hay una victoria para quienes empuñan las armas, Lyra- le respondió finalmente. Generales, reyes, emperadores, la victoria era siempre para ellos. Los demás solo podían tratar de soportar las consecuencias. -Pero seguimos vivos.-
Oggo por otro lado reaccionó mal a las palabras de la joven. También lo entendía a él. Había luchado como un diablo, con valor, y recibir desprecio a cambio no debía sentar bien. Para Edgtho no era un gran problema, el orgullo jamás había significado nada en su vida. Oggo, tan acabado como parecía, seguro que había pasado su vida combatiendo, uno no posee semejantes habilidades sin haberlas cosechado primero. Tenía el corazón de un guerrero, así que a veces tenía que asomar de un modo u otro. Edgtho se acercó a él, le dio una palmada en el hombro, y le habló.
-El plan de Vanussa no ha funcionado. La gente no escucha nada desde las gradas. Pero tienes razón, pensaremos en algo mejor entre todos-

Caminar por esos pasillos le disgustaba profundamente. Era capaz de diferenciar cualquier senda en los bosques más frondosos que uno pudiese imaginar, pero allí no conseguía distinguir cada cruce del anterior. Intentaba contar los pasos, los giros, cualquier detalle distinto en cada uno de los pasillos que recorriesen. No servía de nada. Estaba confuso hasta el punto de no saber si retrocedían o avanzaban. Sin embargo debía haber una forma de guiarse allí dentro, porque los guardias sabían qué camino debían tomar. Entonces se le ocurrió algo. Dado que observar el propio camino no servía de nada, observaría a los guardias que les guiaban. Ellos se orientaban de algún motivo. Si se trataba de haber memorizado el camino no habría nada que hacer, pero si se trataba de alguna otra cosa tal vez obtendría alguna pista contemplándoles.
Una vez en el comedor, su primer instinto fue revisar él mismo sus propias heridas. Solo podía recordar la herida en la frente, pero no estaba de más comprobar que no hubiese ninguna otra. Por supuesto no esperaba que les enviasen un médico, ni siquiera aunque el emperador había dicho que curasen sus heridas. Se sorprendió un poco al verlo aparecer, pero mucho mejor así.
Cuando finalmente se quedaron solos, se acercó un momento a Lyra. Imaginaba que alguien podría intentar meter un poco de sensatez en esa cabeza, porque sus constantes quejas y sus rabietas no ayudaban en nada. No obstante no era lo que tenía en mente.
-Escucha. Tienes razón. Soy quien decidió actuar en la taberna. No pediste ayuda y yo tampoco te pregunté. Lamento haberte metido en esto. No tenía derecho a decidir por ti.-. Era cierto que nadie le había preguntado si quería que le ahorrasen esa paliza o no. Edgtho estaba seguro que la pobre no la habría soportado, pero Lyra era la dueña de su propia vida. -Ahora estás aquí, no podemos cambiarlo. Vamos a intentar mantenerte sana y salva, igual que vamos a intentar mantenernos sanos y salvos los unos a los otros. Sé que no puedes confiar en nosotros sin más, pero no te usaremos como señuelo, ni volveremos a subirte en ese pedestal si no quieres hacerlo. Sin embargo, si crees que hemos sido nosotros, yo, quienes te han metido en esto, espero que entiendas que estoy obligado a intentar sacarte por esa misma razón. No porque espere nada a cambio o porque quiera algo de tí, si no porque es lo justo.- Ella no estaba acostumbrada a ese tipo de vida. Edgtho sí. Para él era habitual toparse con unos extraños y, o bien combatir a su lado, o bien guiarles a través de un territorio peligroso. Ella sin embargo estaba acostumbrada a otra clase de penurias que poco o nada tenían que ver con empuñar un arma. -Intentaremos ganarnos esa confianza.-.
No esperaba otra cosa que una nueva rabieta o insultos, pero podía comprenderlo. No la iba a culpar por ello. Cuando eliges empuñar un arma, sabes perfectamente cómo va a acabar tu vida. Lyra simplemente no había tomado esa decisión y aún así había acabado en la arena. Edgtho suponía que la joven tenía derecho a quejarse. Solo añadió algo más antes de darle un poco de espacio.
-¿Cómo se llamaba ella?- Había oído el nombre justo antes de que Glothus matase a la otra mujer, la amante y protectora de Lyra, pero todo había ocurrido rápido entonces. No sabía si iba a recibir respuesta, silencio, o más insultos. En cualquier caso respondería lo mismo. -Lamento tu pérdida-

Gubra, pues Edgtho no iba a llamarle León de Ponthia, ni siquiera mentalmente, tras haberlo pedido así el propio gladiador, se unió a la mesa. Se le veía feliz, agitado, nervioso, pero también abatido y triste. Podía entender el sentimiento. Comprendió que no era momento para intentar sacarle información, al menos no al principio. Estaba ante otro hombre destrozado por dentro, hundido por quienes había dejado atrás, que volvía vivo tras la batalla. Por eso se sentó junto a él, cogió una de las jarras, y la chocó contra la de Gubra.
-Por Remu y por los esclavos. Por los caídos.- Después alzó la jarra y bebió un largo trago. -Felicidades por ganar la libertad, Gubra.- Volvió a chocar la jarra con él. Era bastante fácil sentir cierta fraternidad por quien ha estado luchando por su propia vida durante tanto tiempo. Desde luego solo estaba vivo porque había matado a muchos otros, tal como habría hecho Nemeo de no haber encontrado su fin aquel mismo día. Al final era necesario entender algo, un combate como ese casi nunca era algo personal. Por eso era capaz de alegrarse por alguien a quien no conocía. Alguien que, a diferencia de los demás, al menos les había mostrado algo de respeto. -Busques lo que busques allí fuera, la libertad no te va a decepcionar-. Hablaba por experiencia propia. -Al principio asusta tanto como una lanza apuntando al corazón. Además es duro, tienes que trabajar para comer, para dormir… pero cada pequeña cosa que hagas, la harás porque decidas hacerla.- Cuando se paraba a pensarlo, solo tenía una duda en mente. No se trataba de consejos en combate, no creía que fuesen a tener tiempo para algo tan complejo. Era simple curiosidad. -¿Nunca intentasteis escapar?-