Tú serás mi mañana, mi noche, mi todo...
No existe mayor sacrificio cuando el mismo sentimiento es quien acompaña aún tras la visita de la muerte al liderar esta afrenta. Es que curiosamente aquel juramento que se profesa a toda voz a través de unos votos maritales, es el preludio a una secuencia de decisiones que van más allá de la preservación, de lo terrenal porque trasciende, se transforma y prospera desde otro plano, otra existencia que mantiene a las almas unidas una vez que sus ojos se cerraron para siempre.
Y así es como Annika jamás terminó de contar una historia que estaba predestinada para ella, puesto que el amor es más fuerte y la misma tristeza la impulsó a tomar una decisión que conlleva un alto precio a pagar. La sangre seguramente sería la llave de aquello, y ella en su férreo anhelo de encontrarse con su esposo una vez más, terminó con su destino mientras la piedra se tiñe de rojo carmín por completo. Posiblemente haciendo vibrar aquellas paredes más de la cuenta, incluso abriendo un nuevo pasadizo, uno que jamás conocerá en esta vida.
Pero el lazo comienza a tirar con fuerza, alertando la presencia del otro y ya cuando su alma pulula en la soledad de aquella pirámide, es cuando finalmente aquel roce efímero le devuelve una sonrisa que quedará inmaculada en aquel lugar. Thorlak aguardaba por ella, impoluto, mirándola desde una cercanía impropia, pero ausente de toda sensación física, no hay piel que acariciar ni besos que regalar, sólo compañía, complicidad y recuerdos.
Hasta el fin de los tiempos, donde cada noche ellos se vuelven a encontrar para recorrer cada sala, repitiendo a través de una retorcida secuencia, su paso por aquel lugar. Buscando la paz, la redención o tal vez un minuto de existencia cuando todo está perdido en la misma soledad. Por una sonrisa, por aquel último abrazo ofrecido... desde una eternidad que es propia, afín y perfecta.
Para siempre...