Partida Rol por web

Diego empezó a rodear el monasterio buscando una forma de entrar, seguido por Asier, que no paraba de recordarle que deberían esperar a que regresara el judío.

En la parte trasera encontró una puerta entreabierta.

El joven cegado por sus impulsos accede sigilósamente por la entrada, agudizando sus sentidos para captar cualquier movimiento extraño. En su mano zurda aparece una cachiporra semioculta para enfrentarse a cualquier encuentro indeseado.

-Piensa en alguna mentira creíble que decirle a quien nos encontremos dentro-le susurra a su compañero tras el.

Asier escoltaba, espada en mano, a su compañero. Sobra decir que no le hacia mucha gracia.

- No creo que sea oportuno, podemos incluso entorpecer a Rodriego....

Diego ignora las palabras de su compñaero y, porra en mano, se cuela dentro del monasterio. El interior es frío, húmedo y sombrío y, lo más preocupante, absolutamente silencioso. No hay un alma en los pasillos y corredores y se escucha, muy de fonfo, unos cánticos en latín.

El corazón de Rodriego casi se detiene cuando ve salir de entre las columnas al viajero que encontraran en el puerto, allí, en medio de todos aquellos monjes silenciosos que clavaban sus ojos en él.

-¿Podría saberse con quién tenemos el placer de compartir el servicio? Adelante, retírese la capucha...

El joven decide alejarse de la fuente de los cánticos, si su compañero Asier lo aprueba y buscar algún tipo de calabozos o celdas,probablemente en las plantas inferiores del monasterio.

Rodriego entiende perfectamente que algo ha debido delatar su impostura. Sabiendo que seguir con la farsa no tiene sentido, retira lentamente su capucha.

Rodriego de Amoyal a su servicio, caballero. Dice, con voz clara y alta. Dígame, ¿podría yo disfrutar del mismo privilegio y saber la identidad de aquel al que ya he encontrado por segunda vez?

Y tranquilamente mira a los ojos del viajero.

-Bernardo Gui, Inquisidor- respondió el viajero inclinándose levemente.- Nada ha delatado vuestro perfecto disfraz excepto el número, amigo mío. Sabemos cuántos monjes hay en el monasterio y hoy teníamos uno de más. ¿A qué se debe su visita, si puede saberse?

Rodriego sintió cómo se le erizaba el cabello de la nuca. No había esperado enfrentarse directamente a tal personaje; su visceral miedo a la inquisición amenazó con convertirle en un flan, pero intentó controlarse. Ahora, pensó, sí que debo mentir... como si mi alma fuera en ello.

Soy un estudioso, un erudito de la cristiana religión. Dijo, tratando de mantener la calma a toda costa. Sé de buena tinta que la colección de textos religiosos que albergan estos muros es una de las mejores de la península, quizá del imperio... pero sabía que no dejarían pasar a un lego... Rodriego se cercioró de que su voz no temblaba, y concluyó. Es por esto que entré con engaños; no puedo si no confesar mi pecado, y pedir perdón ante Dios y ante ustedes, estimados hermanos.