Blanca puerta del Cerdo Salvaje, contemplas atónita
como un ser se transforma por obra de espejos brillantes.
Donde había un Señor de las Sombras estás, Peregrino
conversando con sombras de espejos quebrados, y dime:
¿Hacia dónde huirás transportando a tu hijo a la espalda?
¿Dónde irás por el mar de las verdes praderas que se abre
a la espalda del grueso portón de Kalisia la Astuta?
¿Me dirás si darás a Serina la Malva su premio?
Yo diría que habré de aclararte tan ricas cuestiones.
Pues tendrás que cerrar este pacto con tu prisionera:
librarás de su encierro a tu aliada Serina la Malva
si con ello se aviene a seguir este plan que te digo:
pues los fieles que son de Pucela a ti solo te buscan
tu consorte será mientras buscas bagajes y medios
con los cuales cruzar las jugosas praderas que tiene
a la espalda del grueso portón la ciudad de Kalisia.
Pues tu bolsa flaquea y no tienes con qué sufragarlos
del cristal donde está prisionera tu aliada Serina
venderás ese marco adornado con tallas y piedras.
Con las piezas de plata que puedas ganar con la venta
comprarás nuevas ropas, especias, pertrechos y un guía
o los fieles del templo en que tiene Pucela su abrigo
lograrán atraparte y Antiétam tendrá su venganza.
Pero antes, astuto, tendrás que mirar cómo haces
para el aro de hierro encantado que está en tu muñeca
extraer sin que sea señal con que puedan prenderte.
Indiscreto, delata que no eres liberto ni libre
y con esa señal los guardianes tendrán que prenderte
a la vista de tu libertad, de Kalisia en las puertas.
Y, pues, busca enseguida un herrero en los barrios más pobres,
donde están quienes quieren huir de las leyes y levas,
no hay dinero que pueda pagarte el servicio que quieres
que dependes del buen corazón de los parias que encuentres.
Templa el ánimo, pues, Peregrino, rebusca en tu pecho
cualquier buen proceder que a los parias mostraras que puedas
expresar con palabras sinceras y lágrimas dulces
o con tierna pasión, o quietud de cachorro asustado,
por que el hijo que cargas partido entre pecho y espalda
tenga al fin de sus cuitas y penas un fin venturoso
y quizá porque luchas por él sin señal de egoismo
puedan ellos luchar por que salgas del paso con tino
arriesgando su vida de parias en barrios umbrosos.
Ale. Listo, creo.
-Ayudarte y liberarte, dices... ¿por qué debería?- dijo el peregrino.
La voz de Serinamalva crujía como arena entre los trozos de cristal.
-En primer lugar, viajero, por gratitud, ya que estás fuera de las viejas paredes de Pucela por mi mano y, si no te mueve la gratitud, que lo haga el deber, porque estás en deuda conmigo.
-En segundo lugar, porque te interesa: la nueves puertas de Kalisia ya se encuentran trabadas y así permanecerán mientras haya un Hijo Dorado deseoso de más música, más fiestas, más banquetes, más obras y más opio. Nueve puertas que te encierran con los pucelanos engañados, con tu amigo traicionado, con la loca guardia del sultán y los Hijos y... no lo negaré, conmigo desairada. Pero hay una décima puerta, sí, abandonada al olvido a la que puedo conducirte para que sigas tu camino.
-Pero lo que yo quiero es que me prestes tu apoyo por el tercer motivo: porque es justo. Ashed el sultán tenía ya dos esposas cuando me desposó: se llamaban Amela y Yebara, pero ninguna le había dado aún un hijo. He aquí que al segundo mes quedé encinta y Amela y Yebara me envidiaron, aunque se cuidaron de que ni Ashed ni yo sospecháramos y nos colmaron de halagos. Siete meses más tarde mi vientre rompió aguas. Amela y Yebara asistieron el parto y con pena anunciaron que mi niño nació muerto. “Oh, marido nuestro”, dijeron las dos esposas, “no seáis cruel con vuestra tercera esposa, porque nosotras no podemos darte hijos, pero ella te ha dado un hijo muerto”. “Que no me dé un hijo puedo perdonarlo, pero no que me dé un hijo muerto”, repuso Ashed transido de dolor, y me desterró al desierto de donde me prohibió volver.
Las volutas púrpuras ocultaban la forma y el rostro de Serinamalva, pero no el llanto de su voz.
-El del sultán es un linaje maldito, sucio por el traicionero asesinato de mi hijo. Mi alma y los mismos cielos claman por una reparación, por una retribución en sangre y fuego que limpie esta tierra, y eso es lo que te pido, viajero, primero por lo que me debes, segundo por lo que deseas, y tercero por lo que es bueno y justo. Cómo madre arrastrada al ultraje te lo preguntaré por última vez: ¿llevarás mi ira y mi venganza sobre el sultán y los suyos? ¿Me liberarás de este quebrado cautiverio en el que ha sumido mi alma?
El peregrino huyó como el viento, cruzando diferentes puertas, corredores y viviendas hasta llegar a lo más bajo de la ciudad, donde los ojos de los habitantes eran de un azul acuoso y sus pieles más blancas que el mármol, pues hacía siglos que no recibían el brillo del astro rey. Su pasado como miembro de las Sombras le permitió deslizarse hasta aquel espacio sin dificultades, y una vez allí, le sorprendió el brillo sobre el espejo roto que reposaba en una esquina, la luz provenía de su interior y, ni corto ni perezoso, penetró sus nervios quebrados sin sentir mayor dolor hasta que las yemas de sus dedos entraron en contacto con las de otra mano.
El tacto de Serina mandó un relámpago a través de su carne y en ese mismo momento tiró con todas sus fuerza, como el pescador que ha notado el tirón seguro de su presa. Tiró y tiró y tiró, extrayendo su brazo del espejo, y con él una lluvia de fragmentos malvas, a medida que veía a la cautiva saliendo de su encierro. Serina, desnuda, se posó sobre un costado, cayendo sin remedio en un profundo sueño tras expulsar un silencioso 'Gracias', el más sentido que el peregrino había sentido en años.
Allí reposaron, y alguien tuvo a bien cubrirlos con un manto, y a la mañana siguiente, el hechizo que lo vinculaba a Antietam ya habría pasado. Serina no se mostró muy habladora pero si increíblemente útil y dispuesta. Guardaba sus misterios pero él no era quien para juzgarla. Juntos hicieron vida durante otro día más, ella consiguió recuperar el marco del espejo, desprendiendo los pocos fragmentos de vidrio que quedaban, convertidos en turquesas. Con sus dedos y extrañas artes de otras tierras, tornó el aro en oro. Por él consiguieron mucho menos de lo que valía, peor es lo que tenía negociar con los más pobres, aún así consiguieron pagar por la rotura de la pulsera que lo marcaba como cautivo y conservar suficiente dinero para equipo y sobornos, pero tendrían que esperar a la tercera noche para salir libremente de su pobre cautiverio.
¿A quién verá el peregrino antes de abandonar la ciudad? ¿Al lacerado portador del Reparto de Mil Robos (Antietam) o a la demoníaca familia del infante de oro?
Dos puntos para Aenidë.
Y así iban a proceder, saliendo de los reductos bajo la ciudad, aprovechando el anonimato de todos los gatos pardos acariciados por la noche. No habían dicho si partirían juntos o partirían caminos, peor habían de salir, ayudándose el uno al otro, de la ciudad. Las calles, silentes, habían cerrado sus ojos, de la misma manera que los oráculos parecían haberle abandonado, el eco de sus pasos quedos no se propagó demasiado, pues a la vuelta de la tercera esquina, el peregreino percibió algo por el rabillo del ojo: eran seguidos por fuegos de san telmo, las llamas brotaban y corrían hacia sus tobillos en un flujo contínuo, indicando su deambular.
Escucharon el trote a su espalda y se vieron rodeados por un destacamento de la guardia dorada al momento. Aún con algún pequeño hechizo bajo la manga pero sin armas o equipo, más allá del que habían juntado para huir, poco podían hacer en aquel momento. Un grupo de monjes aparecieron tan pronto como fueron rodeados, portaban una cadena cuyos eslabones terminaban en la gargantilla de un Antietam con medio rostro quemado. Pucela había escupido aquel falso tributo, peor tampoco quería ya al auténtico peregrino. Los monjes escupieron al suelo y dejaron la correa de la cadena en la mano dle mando de la legión dorada. La sombra, herida y furiosa no podía más que mirar al suelo en silencio mientras los tres prisioneros eran guiados al palacio de las aberraciones, donde fueron escoltados, pasillo tras pasillo, hasta una estancia abovedada, de paredes rojas, con grumos oscuros, que parecían tratar de simular sangre.
Las telas de ropajes venían desde la sestancias interiores, un demonio os había convocado... ¿Cuál sería el motivo?
//Nota del DJ: Una moneda para todos, que no escribió nadie
¿Es la Guardia Dorada a quien tienes pegada a la espalda?
¿Quiere verte el Infante Dorado, o qué quiere el demonio?
No te creas el centro del mundo, quizá es otra cosa,
pues sus juegos y tretas se saben los más retorcidos.
Lleva, pues, tus cansadas sandalias discreto y calcula
mientras tienes el tiempo de hacerlo, sagaz Peregrino.
Te han dejado de lado ya tantos Oráculos sabios
que quizá quieras ver en su fuga funestos designios.
O quizá se olvidaron, o no les motiva tu viaje.
Tienes, pues, que esforzarte en zanjar tus problemas tú solo
yo quizá pueda darte algún cabo del hilo enredado
y quizá puedas tú recogerlo y formar la madeja
con que puedas hilar tu destino a tu gusto sin óbice.
¿Es, quizá, que los Hijos Dorados te tienen sujeto
cual si fueras gusano al sedal de su caña y tu hijo
fuera anzuelo que oculto será quien atrape a quien buscan?
Han picado buscando tu carne o tus dádivas muchos:
Turulë, con Serina la Malva, y Antiétam entre otros
y quizá sea, al fin, el momento de ver cómo acaba
esa pesca que el Niño de Oro empezó con tu pacto.
Y es así como digo y elige con tino tu sino.
Pues Oráculo soy, te diré lo siguiente al oído:
Tanto si es a Serina o a Antiétam a quienes quisieran,
el gusano que tú representas podrán desecharlo,
y tenemos en cuenta que el vínculo que hay en tu pecho
si se acaba, destruye a aquel Hijo que antaño lo atara.
Lo tendrás que romper de una u otra manera, insensato:
si no es hoy, porque Antiétam lo hubiera acabado oportuno
en el fin de tu viaje lo harás para dar a tu hijo
su refugio de carne que ahora en tu espalda sostienes.
Pues no quiere acabar su existencia aquel Hijo Dorado
que sus dádivas hizo un buen día caer en tu pecho
para hacer acomodo en su centro del alma de tu hijo
no es el fin que tú buscas el que anda buscando el demonio.
Joderrrr. Se me ha fulminado la mitad del post en una de las cabriolas navegadora-umbrianas que de vez en cuando se comen mis post :(
Pues dejo lo que he podido salvar. Tendrá que valer :P Si me da tiempo, aclararé las cosas un poquejo. Está claro que hay divinas interferencias entre los Oráculos y su pobre suplicante.
EDITANDO: no se si la he liado más, jajajaja.
- Hemos desenmascarado esa hedionda mentira a la que llamáis el Reparto de Mil Robos, su brillo no podría dar más igual a los nuestros, es cierto que como niño dorado que soy, bebo la leche de quien tenga a bien morir con su pecho entre mis labios y los únicos sólidos que consumo son metales precisos con los que torturo mis encías, ablandando mis carnes para tener unos más grandes colmillos, pero mi alma es vieja y ya he muerto en más de una ocasión .- Os narró la pequeña abominación, dirigiéndose a Antietam, con una voz cambiante pero que espantaba por su eco y por no sonar como lo haría la de un retoño de sus dimensiones. La estancia casi parecía reverberar en los silencios entre sus palabras.- Pero lo que mis hermanos y yo buscamos es una montura distinta. Los nuestros no se adecuan a la carne y esta termina por derretirse bajo nuestro peso, pero quien quiera que sea, de entre mis familiares, el que ha ahuecado tu pecho, peregrino,- Había gran burla en su tono.- se ha asegurado de prepararnos la única montura posible.- Caminó hacia Serina tomándola de un seno, manipulándolo hasta casi hacerle daño, peor ella no emitió ni un sonido, el retoño se giró con desprecio.- No, no será amamantarnos tu función, hembra, peor sabemos que vienes del mundo vítreo, ¿serás quien de abrir con esquirlas el cerrado pasadizo de su pecho?- Preguntó señalando una vez más al peregrino. - No solemos pactar con Pucela, pero te ha escupido, sombra, tras desdeñar tu falso regalo y estando a nuestra merced,- Volvió a dirigirse a Antietam, tomando la cadena que pendía de su cuerpo y también le unía al peregrino.- ¿Hay alguna otra promesa envenenada con que nos quieras endulzar el paladar o quieres conocer a quien excava en ese hueco?- Señaló un pozo de aspecto irregular de cuyo fondo llegaba un zumbido.
Así pues, hasta el depositar a su hijo en el pecho del peregrino no dejaba de ser como dar forma a una prenda que viene pequeña para forzarse dentro de ella ¿Podrán los tres o cuatro cautivos encontrar una forma de huir de esta encerrona sometiéndose a las órdenes de la aberración dorada, midiendo los tiempos en un último plan secreto con el que liberarse antes de volcar a los muchos hermanos en el hueco del peregrino o tendrán que intentar librarse por la fuerza, si tal cosa es posible, antes de intentar engañar al demonio?
Punto para Aënide, que está a otro mísero punto de hacerse con las 7 monedas, y una sola pregunta sobre el proceder de los tres (o cutaro) cautivos encarando el posible desnlace de este capítulo... El sábado sabremos qué suerte han corrido.
- ¿Qué valor tienen las promesas para un demonio?-, escupió el peregrino. Después se volvió hacia Antietam, el viejo amigo-. Solo valen las nuestras...
Tras las vendas que ocultaban el rostro abrasado únicamente bullía una constante agonía, una masa pulsante y roja que cubría cualquier otra sensación, cualquier otro pensamiento, hasta hacerlos desaparecer. Hacía siglos que tras aquella frente no quedaba nadie que supiera qué quería, qué odiaba ni que amaba aquel hombre a quien todos llamaban Atietam: solo el flujo y reflujo de las mareas del sufrimiento y las fiebres y la angustia. Pero un faro se abría paso, un cristalino recuerdo de tiempos más felices...
... "y se ahogará la bocanada impía en un trago de agua amarga", recitaba el Antietam niño, rodeado por los jóvenes novicios en el templo. Mientras ellos sobrevolaban la plegaria a toda prisa con la mente puesta en el pan y el vino del desayuno, el niño cerraba los ojos sintiendo... no, deseando el frescor de esa agua curativa que limpiaría de mal y de horror el mundo...
Los guardias forzaron al peregrino a aproximarse al pozo. Despedía un zumbido sordo, palpitante y hambriento, cuyo estruendo se volvía más frenético y ansioso cuantos menos pasos lo separaban del hombre del pecho vacío.
Las escuálidas nodrizas de ojos vidriosos del niño dorado rodearon a Serinamalva y la empujaron suavemente hacia el sacrificio. Una de ellas tomó al bebé en brazos y lo sostuvo para que hechicera y demonio se mirasen directamente a los ojos.
- ¿Abrirás en su pecho el tunel de cristal, para mí y para mis hermanos?
- ¿Seré libre entonces?
- Ah, tú la entiendes, prisionera del espejo, el ansia de libertad de los cautivos...- Una minúscula mano de oro acarició una barbilla-. Cautivos como tu hijo, peregrino. Sí, pequeña hembra: haznos plácido el paso a nuestra montura y serás tan libre como lo seremos nosotros.
Dos segundos. Después, una feroz esquirla de cristal tan violeta como su nombre apareció en la mano de Serina.
La referencia del peregrino hizo que algo saltase dentro de Antietam. Las mil travesuras, roces con la muerte y momentos dolorosos que habían vivido juntos solían tener su clímax en aquel rito mañanero, la suciedad, la sangre y el dolor de las horas previas se borraban con aquel trago y aquella cita había pasado a ser una declaración de socorro incondicional entre ellos. Puede que por culpa del peregrino, su camarada sombra hubiese perdido parte de su porte y fuese un montón de nervios dolorosos sin apacigüe posible, como si les faltase la paz de una faz fantasma, como quien cree poseer una versión fantasmal de aquel miembro que han perdido, pero si no fuese por el peregrino habría perdido la vida antes de cumplir los 12 años más de veinte veces. A pesar de la traición era capaz de comprender los actos desesperados de un padre enloquecido que había dado la espalda a todo su mundo sólo para poder apaciguar el dolor de un hijo condenado, con la esperanza de poder abrazarlo alguna vez más y que ese abrazo fuese devuelto con una fuerza nacida de una consciencia.
Sus ojos recorrieron la sala analizando toda posible ventaja y siendo consciente de que ahora también contaba con las cualidades nunca superadas del peregrino, claro que la vejez y el dolor puede que las hubiesen menguado, peor alguna estrella tenía que quedar allí, dando luz a su depositado.
El retoño dorado, en le colo de su nodriza, sonrió satisfecho, reclamando a dos de sus guardias: un par de moles cuya fisionomía superaba las dimensiones de un buen armario ropero... Lleno de mazas y minas... Pero aquellos portentos eran fruto de la perversa magia del demonio, eran carcasas, fuertes pero vacías, y su intención era inmovilizar al peregrino (y a su amigo, si se interponía, antes de arrojarlo al desagüe viviente junto al que se encontraban) para que Serina pudiese emplear su aguja en la textura de aquella macerada carne en que se había tornado el mapa de cicatrices al que una vez había llamado busto el peregrino.
Fuera se escuchaba el murmullo de una tormenta completamente inesperada, algo parecía haber llegado del desierto para poner a prueba los cimientos de aquella ciudad, mastodóntica pero aislada, un remanso en el centro de un mar de desiertos que parecían querer reclamar su propio sacrificio vertiéndose entre sus muros desde los aires.
El cuerpo del hijo del peregrino era un monigote caído sobre si mismo, completamente ajeno a los posibles últimos instantes de existencia que se debatían por esconderse en el otro extremo del pecho de su padre.
¿Había alcanzado ya el eterno perseguidor de nuevo al peregrino tras la confusión que allí habían vivido o era otro el horror que quería presenciar este retablo de grand guignol que era el corazón de las pasiones y deseos enfrentadas de todos los presentes (menos de las drogadas nodrizas y los huecos vasallos) ? ¿Qué presencio y vivió el peregrino antes de perder la consciencia, reclamada por la necesidad del sueño (o de huir del dolor) una vez que todo aquello hubo llegado a su inevitable final?
Peregrino, el peligro te cerca y no sabes por dónde,
hay poderes que impiden que llegue el oráculo a ti.
Los demonios controlan los vientos del caos y nosotros
procuramos capearlos gritándote fuerte y a tiempo.
Pues no oíste mis últimos cánticos, sabe que debes
al extraño bebé cicatrices que hubieras librado.
Pues se acerca Serina la Malva empuñando la astilla
de cristal peligroso y te hiere con saña en el pecho.
Mas no es mala del todo la sangre, que llama a la magia
que acostumbras a hacer desde que has emprendido el camino.
Te repito mi sabio consejo: no esperan que vayas
a lanzarte a ese pozo que al Tártaro va de seguido.
Pedirás la merced de abrazar a tu hijo una vez
y lo harás sin dejar que te de su licencia el diablo.
Os iréis ambos dos por el pozo con esta advertencia:
tirarás, lo primero, delante de ti ese puñado
de mostaza y de sal que guardabas para estos momentos.
Son sencillos rituales que aquellos que piensan en grande
no comprenden ni aprecian, pues saben que solo funcionan
tras heróicos gestos o solo en momentos precisos
y con sangre que corra en tus venas el pago se cobra,
y dolor, que a los niños-demonio les es repelente.
Caerás con los ojos abiertos, la mano derecha
donde estaba el puñado de sal y mostaza extendida
cual si fuera a agarrar nuevamente lo que antes lanzara.
Al Leteo caerás, de su curso te irás de inmediato
si no quieres perder más recuerdos de los que te faltan
protegido por esas especias disueltas en su agua.
Y saldrás por la orilla que lleva a tu mundo, por cierto,
si no quieres quedarte por siempre atrapado allí dentro.
Seguirás tu camino tras eso, pero ese futuro
se me escapa, viajero sin nombre, ahora, lo menos
seguirás por aquellas cavernas que corren parejas
por debajo de aquellas llanuras de las que te hablara,
laberinto que en otra ocasión trataré de aclararte.
Bueno... Espero que este sí que se quede, jejeje.
Empezó como una brisa suave y refrescante, que acariciaba toldos en el marcado y pétalos en las azoteas ajardinadas. Pronto volaron las plantas y la tierra, las túnicas y los faldones, las tejas y los postigos, y a la furia del huracón le acompañaba un silbido ensordecedor...
La gente corría a buscar refugio bajo los arcos de las calles, mientras los animales se encabritaban, aterrorizados, queriendo liberarse de sus amos. Las nueve puertas de Kalisia temblaban por el embate del viento; a un lado de ellas, mercaderes, viajeros y y guardias puganaban por salir, y al otro lado puganaban por entrar.
Polvo, basura y rastrojos se estrellaban contra paredes y piel, abriendo profundos surcos, mientras mil risas ahogaban el grito de los heridos, pues miles de almas giraban y giraban buscando el montura nueva. Los ventanales del palacio reventaron al unísono, mientras los espíritus entraban en oleada desollando a sirvientes, guardias y bailarines por igual.
... y al final del desierto, allá donde la vista dunas, tiera, calor y cielo, en el centro mismo de la tormenta, un pequeño punto avanzaba, lento e inexorable. A su paso aquello que no devoraban los vientos se deshacía en la misma nada que teje sueño, esperanza y pesadilla, y pronto la misma distancia se corroería hasta conducirlo a las malditas puertas de Kalisia.
-¡Turulë!- chilló con pavor el niño dorado.
El Peregrino abrió sus ojos, cubierto de uh humor blanquecino, como clara de huevo, que también impregnaba el hueco cuerpo de su hijo, a la desdichada Serina, que trataba de limpiarse contra las piedras en vano. De quien no había rastro era de Antietam, pero del cuello del peregrino todavía colgaba la gargantilla y varios eslabones de cadena.
Turulë se había abalanzado sobre la ciudad, convertido en un torbellino de arena que, al alcanzar las fuentes, acueductos y piscinas de Kalisia, se tonó en una tormenta de barro dentro de la que se podían contabilizar decenas de muertos. Esta presencia imponente besó la cúpula de la estancia donde el Peregrino y sus tres compañeros encaraban al bebé dorado, como si esperasen que él pudiese hacer algo contra aquel desastre o quisiesen observar cómo el fenómeno terminaba con aquel despiadado engendro. Las nodrizas, temiendo por su vida, trataban de huir por su vida, mientras las dos armaduras huecas que hace unos segundos aguantaban al peregrino, ahora las tomaban sin la menor delicadeza para arrojarlas al centro de la estancia, donde el bebé dorado las reclamaba calamitoso, como si ellas pudiesen aplacar su miedo a aquella monstruosidad. Estos eran tan poco cuidadosos en su labor que una de las nodrizas murió al abrirse su cabeza contra el suelo.
Del óculo de la estancia comenzó a gotear el mismísimo Turulë y el peregrino se vio abocado a repetir los rituales de sal y mostaza pero con otro propósito, a sus pies se mezclaron mientras tomaba una poca de la sangre que Serina ya había hecho brotar del cuero de su pecho. La estancia se volvió una pesadilla centrífuga, en la que el cono de horror primordial molía a las nodrizas y los sueltos pedazos de armadura que hace un minuto al bebé obedecían.
El cuerpo del retoño dorado se retorcía, forzado contra las paredes, su tórax se abrió como un huevo y la auténtica esencia del demonio que portaba crepitó en le centro de la estancia, formando otra tormenta que competía con la de Turulë, peor la suya era un vendaval de leche de nodriza y sangre pasada de mil ritos.
Antietam se lanzó en un salto desesperado al centro de la estancia, donde enganchó el maltrecho cuerpo del bebé con la cadena que le unía al cuerpo del peregrino, con esta trató de partirle el cuello pero sus eslabones se deshicieron entre los dorados muñoncillos del demonio. La sombra desapareció en el torbellino de rayo y barro mientras el peregrino continuaba su rito, de la herida de su pecho brotaron los brazos del alma de su hijo, que lo aferraron por los sobacos, formando anillos entorno a sus hombros mientras Serina, confundida, arrastraba el cuerpo vacío de su vástago hasta los pies del practicante.
Kalisia crujía y chisporroteaba mientras un marasmo de tierra y energía rompía sus orgullos, la ciudad caía sobre si misma mientras el barro primordial acallaba sus estertores. Un líquido comenzó a brotar del puño mendicante del peregrino, este se extendió sobre su brazo, sobre el cuerpo de su hijo, sobre Serina, y en un flujo que a los tres aglutinaba, se deslizó cual esputo en una escupidera por el agujero del piso.
El peregrino había sobrevivido al desierto para ser testigo de la caída de una urbe y ahora no era más que un grumo en una mezcla de humores subterráneos. Eran tres y una incógnita, y el gran mal seguiría pisándoles los talones, pero dispondrían de un mínimo descanso para volver a ser sólidos y sanar sus muchos cortes y quebraduras.
-¿Y ahora?- Preguntó la mujer
- A la ciudad de las gaviotas. Siempre a la ciudad de las gaviotas.- Le contestó el peregrino.
FIN DEL CAPÍTULO SEGUNDO
El peregrino toma una moneda para entregársela al oráculo de su elección, peor la hacerlo esta se desdobla y cae en la mano de la otra entidad. La tormenta de Turulë y Bebé Dorado también ha tenido a bien pagar por lo suyo. Eran dos preguntas a fin de cuentas...