—Hmmmm... —Jotnar se mesó la barba—. Si son de Gheldaneth igual hay alguien más allí que les conozca. Algún familiar o algún amigo.
Miró a Nepthis.
—¿Quizá en la Casa de Curas podrían ayudar con eso?—preguntó—. Son diez, pero no se me ocurre nadie más que pudiera echarles una mano. Hasta que se sepa algo de sus padres al menos.
La otra opción era, a lo sumo, el templo de Isis pero se fiaba más de alguien que manifiestamente se dedicaba a atender a los necesitados que de la pomposidad del clero de alto estatus. Aunque prefería pedir opiniones. Es más, probablemente los dos muchachitos mestizos lo tuvieran más difícil para encontrar a alguien que les conociera allí, más que nada porque seguramente ni lo había y tuvieran que depender de quedarse con los sacerdotes. Pero la alternativa era dejarlos allí tirados en el desierto.
Nepthis alzó una mano en dirección a Jotnar. Había algo en la manera de expresarse de aquel zagal que le hizo replantearse su anterior pregunta.
—¿Alguno de vosotros es noble? —preguntó al aire, en mulhorandino, aunque su pregunta iba dirigida principalmente al muchacho que hablaba en nombre de todos. —¿Os suena el nombre de Gen Kes-Ker-Lar?
Los invitó a acompañarla por el camino de vuelta mientras hablaban.
Lurzca esperaba que encontraran una solución rápida para entregar a los críos con sus padres o en su defecto, con alguien que pudiera encargarse de ellos. La última vez que rescataron a alguien, un grupo de esclavos, Lurzca tuvo que acompañarlos hasta Gheldaneth y devolverlos al templo de Toth, dios de la magia. No le hacía la gracia volver a separarse del grupo por un asunto similar y menos ahora que Nepthis estaba en peligro.
Cuándo desvelaron que venían de Gheldaneth la mestiza respiró tranquila. Sin duda viajarían con una atajo de criajos de vuelta a casa, pero al menos irían todos juntos, pues ya estaban de camino. Jotnar propuso llevarlos a la Casa de Curas, pues allí podrían ayudarles y Nepthis empezó a preguntar para averiguar su procedencia.
- Vendrán con nosotros, supongo... - Comentó. - Será mejor que nos pongamos en marchar, pero antes dejadme ver que llevaban estos seres...
Y dicho aquello se puso a rebuscar entre las pertenencias de los goblins, el mago, el demonio y también en el carruaje. Para ella buscaba un arco o un arma a distancia. Hacia tiempo que quería comprar algo así para momentos en los que no pudiera cargar contra el enemigo, pero siempre lo dejaba para más tarde.
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Lurzca empezó a revolver entre los cadáveres de los caídos. Los goblins no tenían nada de valor más que armaduras de cuero y espadas cortas; a lo mejor a los niños les podía servir. Una vez arrancado el baston de las manos muertas del hechicero goblin, no quedaba nada más de valor en él, ni siquiera en sus bolsas de componentes, llenas de caca y otras porquerías. Del gigante, Lurzca no encontró nada más que lo que vestía, pero su látigo era otra cuestión. Era una pieza de excelente manufactura, de cuero y color rojo oscuro, con un trenzado que parecían hebras de sangre. La punta se dividía en dos y toda la longitud estaba tachonada de diminutos y finísimos pinchos.
En el carromato solo estaban los barriles donde estaban encerrados los niños, comida y agua para pasar varios días en el desierto, mantas para cuando bajaban la temperatura y otros utensilios de acampada.
Como una madre pato reuniendo a sus patitos, Nepthis formo un grupo con los niños mientras se ponían en marcha hacia las cuevas donde el resto de la caravana se había refugiado de la tormenta. Los restos del campamento seguían por allí, desperdigados y sepultados en arena.
-Nuestro padre es Hebaka Ma-Nanu -repitió el niño, pidiendo un poco más de agua-. Vende cosas en Gheldaneth, mágicas, tiene una tienda. La madre de Montahha sirve a Osiris -señaló a una de las niñas-. Ha estado rezando desde que nos cogieron, salieron de Misthan hacia el oasis de Moldoon. Gen Kes-Ker-Lar... -se rascó la cabeza, pensando, y luego se encogió de hombros-. Gen, hace cosas mágicas, a mi padre le compra mercancias. Siempre que viene nos trae a chocolate, una especia de Maztica que se sirve en una taza caliente. A mi no me gusta mucho, pero a Kibika y a mi madre les gusta.
Mientras esperaba la respuesta de Nepthis, Jotnar seguía mesándose la barba. Las barbas ayudan a pensar. Todo el mundo lo sabía.
—Tengo la sensación de que o a Gen Kes-Ker-Lar lo han pasado por la piedra y le han robado su juguete mágico... —rumió—... o tiene algún que otro secretito turbio.
Al menos los padres de aquel chico y sus hermanos eran más localizables si tenían una tienda de magia, al igual que la muchachita hija de la sierva de Osiris. Algo era algo.
Anotó mentalmente mencionársela a Reseph cuando le enviase la carta sobre Cebollito. Con suerte se la habían robado a sus padres y estos seguían vivos, buscándola... Y si por lo que fuera llegaban al oasis como en principio pretendían, su amigo podría avisarles.
—Nos dirigimos a Gheldaneth —dijo Nepthis a los niños, pensando en voz alta—. Yo tengo allí un pequeño lugar en el que daros comida, agua y una cama hasta que localicemos a algún familiar vuestro que pueda hacerse cargo de vosotros.
Miró a los niños.
—¿Hay alguien que no tenga a nadie? —preguntó con suavidad.
Jotnar y Nepthis habían tomado el mando, como era de espera La decisión de Nepthis era lógica. No iban a dejar allí a aquel grupo de niños. Al fin y al cabo ellos se dedicaban siempre a ayudar a todo aquel con el que se cruzaban en su camino y aquellos pequeños desvalidos no iban a ser menos. El principal impedimento que veía eran las piernas cortas de los chiquillos, les iban a retrasar.
- Subamos a los niños a alguna de las caravanas. - Comentó la mestiza. - No suelen ser demasiado rápidos, se quejarán y seguro que se cansan rápido. - Se llevó la mano al mentón pensativa. - Aunque podríamos llevarnos el carruaje de los goblins. Es más grande, parece de buena calidad y tiene partes cortantes en los laterales. Es un buen carro... - Sonrió. - Iréa buscar algún animal de tiro para engancharlo.
Dio varios pasos hacia la cueva donde se habían ocultado los mercaderes y soldados, pero se detuvo se dio media vuelta y caminó hasta Nebaka Ma-Nanu. Entonces se agachó junto a uno éste. Parecía asustado, aunque quería dar la appariencia de que no y sin duda estaba hambriento.
- Buscaré algo para que comáis y algo de beber, ¿bien? - Alzó la cabeza y miró a todos los chiquillos. - Para todos. - Asintió. - Subid al carro, enseguida vuelvo.
Entonces fue a la cueva en busca de comida y agua para los niños y algunos camellos para tirar del carruaje de K'rhamas.