Partida Rol por web

 Me revuelvo inquieto mirando mis cadenas con ojos fríos. "Ahora alguien va a comprarme" - pienso. Examino con la mirada a mis posibles nuevos amos, sin dejar de hacer tintinear ni un segundo mis cadenas. Procuro muy bien no mirar a los ojos de mis señores, esa es otra lección que aprendí en el viaje, escrita a sangre en mi carne.

 Cada pequeño movimiento me hace que se me habran las heridas de la espalda, y procuro estar lo más quieto posible. ¿Quién de ellos podría liberarme? ¿De quién podría escaparme? Esas preguntas resuenan en mi cabeza mientras escruto con la mirada a los demás desgraciados que comparten mi destino.

Uno de ellos empezó a mirar fijamente algo más que mis cadenas...

-"Estoy interesado en esta bestia, ¿Cuanto por el?"-, le dijo mirando al esclavista.

-"Claro que si amogo Gallicus, para ti te lo dejo por 12 Denarios"-

- 12 denarios... - susurro. ¿Eso vale mi vida? Intento mantener un rostro impasible.

Tras un rato, los lanistas pagan al esclavista y ves como se acercan 3 carretas como en las que llegaste a la plaza, prisiones de madera totalmente a oscuras, es la forma de que tenían los romanos para que los esclavos no se aprendieran los caminos hacia el Ludus, por si algún día intentaban escapar.

Todos los guardias presentes os rodean a punta de lanza a una distancia prudente de ustedes y os obligan a caminar hasta las carretas, donde os hacen entrar por la fuerza y el metal de sus afiladas lanzas, hincándose en vuestra piel, apunto de rasgarse.

Las puertas se cierran y comienzan a moverse, otra vez te encuentras a oscuras, con la incertidumbre, de a donde te llevaran, y que te deparará el futuro a partir de ahora…

Estáis encadenados a una fila de hombres que desconocéis, todos estáis con el torso desnudo con un pantalón corto de piel y descalzos, todas vuestras pertenencias se las repartieron los guardias Romanos cuando os capturaron, a base de empujones, patadas y golpes os sacan de un carromato, convertido en una especie de prisión de madera, donde estáis todos a oscuras y apretujados, la luz es cegadora, el sol quema como el fuego del mismísimo inframundo, fatigados de no comer ni dormir y con las manos encadenadas, hacéis un esfuerzo para taparos los ojos de la brillante luz, poco a poco empezáis a ver con claridad.

Ahora estáis encima de una tarima de madera, donde un montón de gente os mira como si fuerais mercancía, veis que hay mas guardias romanos armados de los que podrías matar, por lo que no es una opción luchar, entre la multitud lográis ver a tres romanos bien vestidos y rodeados de esclavos de su propiedad.

Los 3 romanos se suben a la tarima junto con el que al parecer es vuestro vendedor. Intentáis escuchar lo que dicen, y lo poco que entendéis, es que están negociando sobre vuestro precio, y quien se queda con quien.

Me mantengo a la espera, con el rostro impasible. De brazos cruzados, mi mente vuela a mis tierras, a la perentoria lucha en la que participé con mis hermanos, y que perdimos. El Imperio se había hecho con las pocas revoluciones que sobrevivían, y no había mucho tras ellas. De hecho, no había absolutamente nada salvo sangre. Sangre y dolor. Aquellos individuos negociaban sobre mi posesión, era un hecho: en unas horas les pertenecería, y esa sería mi nueva vida. Vida que no terminaba de comprender, aunque temibles historias se contaban del estado de los esclavos romanos: algunos se usaban para leer y limpiar, pero otros eran llevados a temibles espectáculos donde la sangre guardaba al honor. Mancillarse uno de esa forma era algo terrible, pero necesario si quería sobrevivir. Y yo quería hacerlo.

-"Estoy interesado en esta bestia, ¿Cuanto por el?"-, le dijo mirando al esclavista.

-"Claro que si amogo Gallicus, para ti te dejo al Tracio por 10 Denarios"-

Tras un rato, los lanistas pagan al esclavista y ves como se acercan 3 carretas como en las que llegaste a la plaza, prisiones de madera totalmente a oscuras, es la forma de que tenían los romanos para que los esclavos no se aprendieran los caminos hacia el Ludus, por si algún día intentaban escapar.

Todos los guardias presentes os rodean a punta de lanza a una distancia prudente de ustedes y os obligan a caminar hasta las carretas, donde os hacen entrar por la fuerza y el metal de sus afiladas lanzas, hincándose en vuestra piel, apunto de rasgarse.

Las puertas se cierran y comienzan a moverse, otra vez te encuentras a oscuras, con la incertidumbre, de a donde te llevaran, y que te deparará el futuro a partir de ahora…