Clemence no contestó inmediatamente.
—¿Y tú tienes claro lo que implica esa afirmación? —preguntó a su vez, pero no aguardó una respuesta—. "Ser del Dragón" va más allá de servir a Mademoiselle Akiko, Rowane. Es proclamarse agente de las Islas de Drachia y profesar una lealtad incuestionable a Saarung, el Dios-Dragón y su camada.
—¿A caso tengo elección?—dijo Rowane con amargura refiriéndose a lo de llevar la armadura drache—. Normalmente la gente asume que adoro a un dios oscuro del que en realidad no sé absolutamente nada salvo el nombre. Tampoco sé nada de Saarung así que haga lo que haga me van a mirar mal.
Soltó un largo suspiro, de hecho se desinfló.
—Salvo que no quiero tener nada que ver con el primero, me da miedo—añadió en lo que parecía una especie de pensamiento en voz alta—. Si visto una armadura drache es porque le debo lealtad a la persona que me ha sacado de la esclavitud y los vasallos de un drache visten como tal. No creo que la... fe de las personas pueda quitarse o ponerse como si fuese un manto.
«Y si Madame Liesselote cree lo contrario es que es idiota»
Pero eso no lo dijo en voz alta.
—Es cierto, pero no olvides nunca que las máscaras son peligrosas, no sólo la de la Luna Negra. Si lucimos una durante demasiado tiempo, llega un momento en el que no podemos quitárnosla sin arrancarnos la piel —replicó Clemence—. Pero yo ahora me preocuparía más de qué mensaje vas a enviar al Escudo del Crepúsculo llevando esa armadura. Las apariencias son a veces tan importantes como las verdades. Dudo que Liesselotte se atreva a hacerte nada bajo la protección de la Embajadora, pero tampoco le va a gustar que se lo recuerdes.
El gigante amable cerró el zurrón y se lo colgó del hombro.
—Puede que no tengas elección, pero recuerda mis palabras cuando hables con ella.
Rowane se rascó la cabeza frunciendo suavemente el ceño con gesto pensativo. Las metáforas no se le daban bien y no tenía nada claro se si había entendido bien todo aquello sobre máscaras y el peligro de lucirlas.
Lo que sí tenía claro era que era la primera vez que se mezclaba con draches y no tenía ni la más remota idea de su cultura ni mucho menos de sus dioses. A eso fijo que llegaba cualquiera con medio cerebro él solito. Pero si su nueva ama (o como sea que se denominase ahora Akiko para ella) le decía que tenía que ir vestida con una armadura Masaki, ella se ponía una armadura Masaki.
Y definitivamente procurar no recordar aquel "no puedes tocarme" de forma voluntaria.
—Sí, señor—dijo finalmente.
Bajó la mano y sacudió la cabeza, le estaba empezando a doler de tanto pensar.