El sonido del acero envejecido por el tiempo resuena a la entrada de esta maldita ciudad, donde un día descansaba el gran Castillo de Baal, y donde ahora sus ruinas son sólo una herida más que las batallas han dejado en el tiempo.
Un viejo grabado, ya raído, es la única bienvenida que alerta de la entrada en esta ciudad muerta. Una ciudad que dejó de ser ilusión para ser un mausoleo de terror, odio y traición.
Hace tiempo que se libró la última batalla. Aquella nacida bajo la mirada de la mentira y el orgullo, alimentada de la locura y sostenida por el dolor… aquella que algunos nombran como la Esquela de Oldland, pues con ella la vida de Oldland se comenzó a borrar. Como se borraban las esperanzas de parar aquella puerta que se ahoga debajo del suelo, crepitando como un corazón que no para de andar.
Unos latidos que estremecen la tierra bajo la que se sustenta esta ciudad, que olvida sus calles para crecer en su interior, entre miles de cavernas y silos que convergen alrededor de aquella puerta que amenaza todo lo que aún queda en el exterior.
La Esquela de Oldland se llevó consigo vidas y dolor, y legajos de historia que durante algún tiempo se empezaron a reunir como experiencia de lo ocurrido en el lugar. Una historia que parece obligarse a ser olvidada mientras las hojas de un nuevo libro se empieza a adherir a nuevas letras que recuerdan viejas historias que esperan no ser borradas jamás.
Historias que siempre empiezan con una llamada difusa o con una reunión, como la que parece empezar a crecer bajo el crespón negro que pende bajo el viejo y raído cartel. Un cartel que te mira mientras lo mece el viento preguntándose cuál será el precio que Oldland te hará pagar, y si serás tú uno de aquellos que parece que intentan de nuevo conseguir liderar la vieja ciudad bajo la garra del odio y la maldad.