No está muy claro cuál es la era en la que nos encontramos, algunos creen que alrededor del 5000 después del cataclismo, pero eso depende de la religión a la que seas afín. No hay reinos capaces de sostenerse demasiado tiempo, los asentamientos y las ciudades se dispersan por el mapa como trozos de carne en un estofado demasiado aguado.
Bestias de todo tipo acechan los caminos y aunque el mundo es un lugar salvaje y lleno de peligros, también ofrece jugosas oportunidades para aquellos lo suficientemente locos como para aventurarse más allá.
Es el año 1639 de la Cuenta Imperial, si es que eso tiene todavía algún sentido, pues va a hacer ya 5 años que el otrora todopoderoso Imperio de Cirtedyll fuera asolado por una desgraciada sucesión de cataclismos y penurias. Su poder había ido creciendo casi en igual medida que su soberbia, hasta el punto que el Emperador Zitron III osó desafiar a los mismísimos Dioses. Ahora sus ejércitos son polvo, su capital yace en el lecho marino reducida a escombros y su esplendor no es más que un eco del pasado.
Sin el brazo de hierro que lo mantenía unido, los territorios imperiales se han disgregado en una miríada de pequeños dominios regidos por los antiguos gobernadores u otros señores que ostentasen la fuerza suficiente para declararse independientes. Sólo la provincia de Megara, ahora convertida en Reino, conserva algo del antiguo poderío imperial y, dirigida por el soberano de sangre real cirtediana Azeros I aspira a recomponer el lustre perdido.