Estacionada en la orbita de Synnax VII, la nave nodriza Castigo de Artemisa proyectaba su sombra sobre el planeta. Permanecía estática, como una enorme ave de presa acechando a su víctima. Entonces una diminuta capsula se desprendió de la sección principal y descendió en picado, de cara al sol. Seguramente, de haber tenido alguna ventanilla, aquel que observase el planeta habría quedado ciego, quemado y afectado por la radiación todo al mismo tiempo.
La nave aminoró la marcha y el rugido de los motores fue amortiguado por el sonido de hombres y mujeres que se amontonaban en las salas de desembarco. Cuando las rampas se extendieron y las compuertas se abrieron, un grupo de rudos, presumidos y sobre todo peludos personajes descendió para incorporarse a la vasta ciudad de acero.
Rellenaron todo el papeleo y pagaron la correspondiente cuota de atraco en el puerto estelar. Decían ser mercenarios que habían llegado a reclutar nuevos miembros para su tripulación. Algunas personas más suspicaces, viendo los cañones de las armas portátiles de plasma y los escudos atómicos adosados a las hebillas de sus cinturones, les habrían llamado piratas.