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La desaparición de Gerardo Bourre.
(Tributo a Lovecraft)
Debido a las reiteradas inundaciones sufridas en nuestro litoral, he decidido hacer público este escrito que conservo desde hace algún tiempo. No lo publiqué antes ya que considero que hay cosas que es mejor ignorar, pero ante las últimas y desmesuradas crecidas es mejor estar alerta.
UNO
En esos tiempos yo trabajaba en un pequeño periódico zonal, publicando notas de interés general y no muy comprometidas, cuando un mensaje en el contestador atrajo mi atención. Se trataba de Gerardo Bourre, un compañero de estudios que había hecho su carrera como actor y al cual no veía desde hacía años. El mensaje era simple: “Estamos con la Compañía en Corrientes. Tengo una historia para vos de la que no puedo adelantarte nada hasta poder confirmarla, ya que vas a pensar que estoy loco. Pero es algo grande. Vuelvo a llamar mañana a eso de las diez de la noche ”
Por supuesto, al día siguiente estuve atento al teléfono desde las nueve. Exactamente a las diez recibí el llamado, y estuvimos hablando por casi una hora. Después de los saludos de rigor y las anécdotas recordadas pasamos al tema, no pudo (o no quiso) aclararme mucho por teléfono, pero se trataba de algo relacionado con la desaparición de personas en la provincia de Corrientes. El había averiguado que aparentemente había una especie de secta detrás de todo ello, y que en cuanto lo confirmara volvería a llamarme.
Cuatro días después recibí un segundo mensaje, el cual transcribo:
“Sí, es una secta. De eso estoy seguro... No puedo hablar mucho porque me parece que están sospechando... Te mando al Diario las notas que tengo del tema... Te llamo.”
Casi una semana después encontré otro mensaje:
“Hola. Gerardo...¿Te llegó mi envío?...Acá todo mal...Menos mal que está Funes conmigo... Andá pensando en venirte.”
. El mismo día, por la tarde, me llegaron las notas, una pequeña libretita de tapas duras con escasas anotaciones, que adjunto a continuación:
Desde que vinimos con la Compañía a Corrientes vi que algo no andaba del todo bien, pero cuando llegamos a San Fernando, un minúsculo pueblo a orillas del río, se hizo evidente que había problemas. Era muy poca la gente que se veía por las calles, apenas se pone el sol todo el mundo se encierra en sus casas y son extremadamente hostiles no sólo con nosotros sino con todos los desconocidos. A tal punto que, si tuviéramos los medios, ya nos hubiésemos ido, pero ya sabés cómo es ésto, estamos esperando un giro desde Buenos Aires para poder viajar. Por suerte conocimos a un tipo llamado Funes que es una especie de “enlace” con el pueblo, y nos consiguió alojamiento y comida hasta que nos llegue el dinero. Por lo que pude averiguar, la reticencia de la gente es debida a las periódicas desapariciones que se producen en toda la provincia, pero sobre todo acá. Yo mismo, en el transcurso de una semana, “dejé de ver“ a dos personas, y cuando pregunté por ellas recibí como respuesta un apático “y... se habrán ido” Funes me dejó entrever que había una especie de organización detrás de todas estas desapariciones. No se si se trata de traficantes, secuestradores, o qué. Pero voy a dar vueltas por ahí a ver si puedo averiguar algo más. En cuanto pueda volver a Buenos Aires paso a verte y te cuento todo.
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Esta nota en sí misma no me decía gran cosa, pero el “te veo en Buenos Aires” se contradecía con el “venite” de la llamada telefónica. Esa noche dormí muy mal.
Pasaron varios días durante los cuales mi trabajo diario hizo que el problema de Bourre se fuera diluyendo, hasta que recibí un muevo mensaje:
“Habla Gerardo. Tenés que venir... es una secta, pero mucho más grande de lo que yo imaginaba. La Compañía se fue pero yo me quedé investigando. Funes me ayudó bastante al principio, pero ahora se muestra evasivo cuando le hablo del tema... Creo que estoy ‘marcado’. Estoy anotando en un cuaderno todo lo que me pasa día por día, voy a tratar de hacértelo llegar”.
Pasó un mes sin que tuviera noticias de mi amigo y el cuaderno nunca me llegó. Entonces, imprevistamente, hallé un mensaje en mi contestador:
“Habla Funes...creo que debería venir... Bourre desapareció. Mañana lo llamo y arreglamos un encuentro”
Dos días después estaba viajando hacia San Fernando.
DOS
Llamar “pueblo” a San Fernando sonaba pretencioso. En realidad se trataba de un conjunto de casas agolpadas alrededor de una estación ferroviaria y una plaza central. El sitio en cuestión no tenía más de doce o trece cuadras de largo por otro tanto de ancho.
Conseguí alojamiento en una pensión, humilde pero aceptablemente limpia, tras convencer a la dueña, una mujer increíblemente anciana, de que permanecería solamente por dos o tres días, con el objeto de hacer una nota sobre la vida en las provincias. Apenas estuve instalado, y como en el transbordo de trenes había ganado un día, me puse a buscar a Funes.
Era cierto, en éste lugar había muy poca gente, supuse entonces que la mayor parte de los habitantes se encontraban trabajando en el campo, y crucé la plaza lentamente, en dirección a un derruído bar (el único) que se encontraba en una esquina. En el bar no había nadie, salvo el dueño, que se encontraba detrás de la barra. Me acerqué hasta el, le pedí un café, y con la misma excusa que había utilizado con la dueña de la pensión, comencé a efectuar una serie de preguntas triviales acerca de las actividades en el pueblo, hablamos casi media hora hasta que “casualmente”, mencioné que me había enterado que una Compañía de actores había pasado recientemente por allí. El dueño del bar me comentó que sí, y que incluso habían representado algunas funciones al aire libre en la plaza, pero que ya todos se habían marchado. Como noté que había puesto cierto énfasis en la palabra todos, no quise insistir sobre el tema, pagué y salí.
Estuve un rato sentado en la plaza, pensando en cual sería la mejor manera de ubicar a Bourre, cuando un grupo de chicos se acercó jugando, llamé a uno de ellos
-Pibe. ¿Conocés a Gerardo Bourre?- El chico se me quedó mirando por un rato, y me dijo que no moviendo la cabeza, entonces insistí
-¿Y a Funes?-
-Al Funes sí.- respondió -Siempre anda por acá a la tarde.-
-Gracias.-
Volví entonces a la pensión, con la intención de esperar hasta la tarde. Durante el almuerzo hablé un poco con la dueña del alojamiento, y cuando le pregunté por Funes me contestó lo siguiente:
-¿Y para que lo quiere al Funes ese?-
-En realidad,- mentí- el dueño del bar me comentó que el estuvo relacionado con unos actores que vinieron al pueblo, y como yo quiero escribir algo acerca de la vida aquí me pareció que debería hablar un poco con el.-
-El Funes aparece siempre a la tarde dando vueltas por acá. Pero mire que es raro.-
-¿Raro? ¿Por qué?-
-Y... raro... anda siempre solo. Vive en una casa lejos, a la orilla del río. Y siempre viene, da unas vueltas a la plaza, y después se mete en el bar a tomar ginebra y después se va.-
-¿Y eso que tiene de raro?-
-¿Y no ve? Eso es lo único que hace, nadie sabe donde trabaja, ni si tiene familia. Es mas, nadies nunca lo vió comprar comida. El tipo viene, camina, toma y se va. La única vez que compró comida y cosas fue cuando anduvo con los actores esos que usted dice.-
-¿Andaba mucho con los actores?-
-Y... hasta que se fueron.- y agregó, en un tono más bajo -Me parece que les sacaba plata.-
-Ahh... y dígame, los actores ¿Se fueron todos?-
-Y claro ¿Qué se iban a quedar a hacer acá?-
-Claro. A propósito Poca gente ¿No?-
-¡Shhh!- bajó nuevamente el tono la anciana -Por acá la gente se evapora.-
-¡¿Cómo?!- pregunté con tono incrédulo
-Sí. Los que salen de noche al monte se evaporan y se vuelven cosas.-
-¿Cosas? ¿Qué clase de cosas?-
-Cosas malas. Que se van al río.- y en cuanto terminó la frase dió media vuelta y se fue, agregando:
-Disculpe. Tengo que ir a la cocina.-
Con lo que en ese momento me parecieron “desvaríos de vieja” en la cabeza fui hacia el bar, con la intención de permanecer allí hasta la llegada de Funes.
Estuve en el bar toda la tarde, leyendo un libro cerca de la puerta, hasta que la plaza comenzó a poblarse. Seguramente eran los trabajadores que volvían del campo. Entre ellos hubo uno que me llamó la atención, se trataba de un hombre muy flaco, enjuto y más alto que los demás y, a diferencia de los otros, no llevaba ropas de trabajo, sino un viejo y gastado saco de pana gris sobre una camisa celeste.
Este hombre dio tres o cuatro vueltas por la plaza, entró en el bar y se sentó en la barra, casi de inmediato pidió una ginebra. Lo primero que me llamó la atención fue el olor, mal disimulado por un perfume barato, el hombre tenía olor a pescado. Lo vigilé discretamente hasta que el dueño del bar le dijo:
-Funes ¿Quiere otra?-
Lo había encontrado.
De todas maneras, la insistencia de la gente acerca de que toda la compañía había abandonado el pueblo me hizo actuar con cautela, decidí no entablar contacto con Funes sino esperar a que el me encontrase, mientras tanto, observé sus movimientos.
Funes permaneció en la barra sin moverse, mientras que los demás parroquianos compraban víveres y se iban retirando. Yo notaba que, tal como me había adelantado Bourre, todos cerraban sus puertas y las calles se iban vaciando progresivamente. De pronto, cuando ya casi cerraba la noche, Funes se levantó y caminó hacia la puerta, al pasar a mi lado apenas me miró, una cara nueva entre las del pueblo, pero siguió su camino. Esperé dos minutos y lo seguí.
El delgado hombre se alejó lentamente del pueblo en dirección al monte, a medida que se alejaba sus zancadas eran cada vez más grandes y seguidas. Al punto que al poco rato ya caminaba a una velocidad asombrosamente rápida en contraste con las lentitud de sus movimientos en el pueblo. De pronto, al pasar un recodo en el camino, llegamos a un enorme caserón completamente oscuro. Funes, conocedor del terreno, no bajó su velocidad en ningún momento, se acercó a la casa y, antes de que yo pudiese ver algún detalle de la residencia, él ya había entrado.
Lentamente me fui acercando a la casa, la puerta principal daba a un estrecho sendero que era por el que Funes había llegado, por detrás había un pequeño muelle que se adentraba en el río. Al acercarme un poco más noté que el aire estaba saturado con el mismo particular olor que Funes parecía tener impregnado, solo que al acercarme más a la casa se hacía más insoportable. Asqueado, di un rodeo para tratar de acercarme por donde el hedor era menos pronunciado. En ese momento, estalló una estridente cacofonía de grillos y otros insectos que parecían haberse puesto de acuerdo para cantar todos juntos, a ellos de sumó un furioso croar de ranas que prácticamente me ensordecía. Temeroso de que Funes saliera a ver de qué se trataba, volví al pueblo.
En el pueblo la estridencia era más apagada, pero de todas maneras se hacía sentir. Me encerré en mi habitación y di varias vueltas en la cama, pero el ruido no me permitía conciliar el sueño. Estuve así cerca de tres horas, dormitando entrecortadamente, cuando de pronto el sonido cesó tan abruptamente como había comenzado. En este momento no se si me dormí o no, por lo tanto lo que voy a poner a continuación bien pudo haber sido un sueño. Cuando el sonido se interrumpió, me acerqué a la ventana y descorrí apenas las cortinas. Entonces vi a Funes, seguido por unos seres deformes como sí ce tratara de la cruza de un humano con un batracio, algunos caminaban, otros saltaban, y todos presentaban un rostro hinchado con ojos saltones y enormes bocas. Avanzaban en una especie e procesión cruzando la plaza, y llevaban en andas el cadáver de mi amigo Bourre que, en un momento, se incorporó y me miró con sus ojos vidriosos. Ante ese espectáculo me desmayé y nos desperté hasta bien entrada la mañana.
Esto bien podría considerarse un sueño, pero yo no desperté en la cama, sino tendido al pie de la ventana. Impresionado todavía por lo ocurrido, salí de mi habitación y bajé hasta el hall de recepción.
Allí se encontraba la dueña que me dirigió un parco “Lo buscan”.
Era Funes
-Buen día. Usted debe ser Lamas, el amigo de Bourre.-
-Sí ¿Y usted es...?- pregunté estólidamente
-Funes.-
-Mucho gusto.- respondí -Me parece haberlo visto ayer en el bar.-
-Seguramente. Y discúlpeme si no lo vi entonces, es que no lo esperaba sino hasta hoy.-
-No se haga problemas.- argumenté -Este debe ser el único caso en la historia en el que el ferrocarril se adelanta en lugar de atrasarse.-
-No se preocupe.- respondió Funes, y agregó -Venga conmigo, tengo algo que mostrarle.-
Salimos caminando lentamente y sin decir palabra, Funes me indicó con un gesto la puerta del bar, y hacia allí nos dirigimos. Una vez adentro el pidió ginebra y yo café, y entonces comenzó a hablar, lenta y pausadamente, acerca de Gerardo Bourre. Me contó que la Compañía había llegado al pueblo con intenciones e hacer una o dos presentaciones gratuitas, pero por problemas con un giro que esperaban recibir desde Buenos Aires tuvieron que quedarse más tiempo que el calculado. La gente del pueblo se había mostrado parca y reticente con los actores desde el principio, y al final el mismo Funes les dió asilo en su casa y se encargaba de las compras diarias del elenco. Con el paso del tiempo, el aburrimiento llevó a Bourre a interesarse en “cierto material” que Funes poseía en su casa, comenzando a leer libros, investigar y tomar notas. Al cabo de un tiempo el giro llegó y la Compañía partió, sin embargo, Bourre decidió quedarse para continuar con sus indagaciones, prometiéndole al Director de la Compañía que los alcanzaría mas adelante. La búsqueda de Bourre se relacionaba con la desaparición de algunas personas del pueblo, y se lo veía cada vez más entusiasmado, hasta que al final el propio Bourre desapareció también, junto con sus notas.
Y eso era todo lo que el sabía. Me había llamado para saber si yo sabía algo acerca de Bourre, ya que lo había dejado preocupado y, según sus propias palabras “ya bastante problemas tenía como para enfrentar una acusación de desaparición o de secuestro.” Yo le comenté que Bourre prometió enviarme sus notas, pero que yo nunca las había recibido. Funes, entonces, me saludó, me deseó suerte y salió. Lo seguí con la mirada hasta que desapareció al doblar una esquina, dejé pasar una buena media hora, y recién entonces me levanté y comencé a recorrer el pueblo. No había nada que atrajese mi atención, hasta que llegué a una escondida librería repleta de volúmenes de todo tipo. Hablé un poco con el dueño, un tal Juan DeValls, quien, gracias a su erudición rápidamente me cayó simpático. Hablamos hasta las dos de la tarde, compré un libro que me había recomendado y me senté a leerlo en la plaza.
Esa noche llamé a Buenos Aires. Hablé con el editor del periódico, quien sabía que yo estaba tras una nota, y el me informó que un dia después de mi partida me había llegado una encomienda. Aparentemente era un cuaderno envuelto en papel madera.
Ya no tenía nada que hacer allí, al otro día volví a Buenos Aires.
TRES
No creo que sea necesario aclarar que en cuanto llegué lo primero que hice fue abrir el paquete. Era, efectivamente, un cuaderno de tapas duras escrito con la florida caligrafía de Bourre, el texto del mismo no era continuo, sino que estaba borroneado por enormes “lagunas” de humedad y faltaban algunas páginas, pero de todos modos a continuación reproduciré su contenido:
Día 1: La Compañía ya se fue. Pero yo pienso quedarme hasta tener una idea de este misterio. Las personas de aquí desaparecen a razón de dos o tres por semana, y aparentemente los lugareños toman eso como algo natural. Funes cree que se trata de una especie de secta, y prometió traerme algo al respecto.
Día 2: La atmósfera de esta casa (estoy viviendo con Funes) es bastante opresiva, pero Funes dice que la pensión del pueblo está cerrada, así que por ahora no tengo otro lugar dónde ir. No sé qué es lo que me afecta más, si la humedad, el olor, o el incesante barullo de los insectos nocturnos y las ranas. Funes dice que ya me voy a acostumbrar... Eso espero.
Día 3 Hoy Funes me trajo del pueblo algo llamado Séptimo Libro de Moisés, que según dice puede tener algo que ver con las desapariciones. El leerlo me llenó de espanto, ya que el libro habla de rituales con sacrificios humanos, pero no es una historia, es verdad.
Día 4 Anoche no pude dormir, tengo la sensación de que la humedad de la casa va en constante aumento. Y los ruidos nocturnos también. .......(aquí comienzan las lagunas)................Funes me dió un preparado casero que, según el, me ayudará a dormir. Tiene un gusto horrible.
Día 5 Al menos dormí. Hoy Funes apareció con algo llamado Cthulhu o algo así, es una estatuita muy pequeña de algo que no sé bien qué es, parece una especie de pulpo pero muy mal hecho (o muy feo). Funes me dijo que no era un animal, pero no quiso aclarar nada más...................
Día 7 El preparado de Funes surte efecto, puedo dormir bien y la humedad de la casa ya no me molesta tanto, pero el olor...........................................................otro libro interesante, se ve que me estoy acostumbrando a las lecturas macabras............................................(aquí hay un salto de varias páginas)...................................................................................
Día 12 Funes me prohibió que tratase de leer el De Vermis Mysteriis traído de la librería del pueblo, por otra parte...............................................................problemas estomacales, todo me cae mal.......................................................................a pesar de eso trato de comprender.
Día 13 De momento estoy con una dieta de pescado apenas cocido. Eso, junto con el preparado de Funes es todo lo que mi estómago puede tolerar. En cuanto a las desapariciones obtuve una pista interesante, casi siempre desaparecen cerca del río,
Día 14 El Señor Salas y su hijo habían ido a pescar hace tres días. Hoy encontraron sus restos. Estos, al menos, no desaparecieron. Pero sus cadáveres aparecieron masticados................... Funes me cuida bien, mantiene la atmósfera húmeda y las persianas bajas, ya que mis ojos no toleran la luz fuerte.....................................................................................................
Día 20. El Necronomicón de Abdul Alhazred me ha abierto los ojos..................................ahora sé..........................................................................................................................
Día 25 ...................................cambios físicos.................................indescriptible.......................... |
Y así acababa el cuaderno, sin embargo, en la última página. escrito con una apretada y temblorosa caligrafía que me costó reconocer como la de Bourre, decía:
"No te fíes de Funes, él es el causante de todo..."
Decir que esta lectura no me aclaró nada sería afirmar lo evidente, pero al menos tenía algunos títulos de libros para comenzar a investigar, o al menos para tratar de llegar a donde Bourre evidentemente había llegado. Con lo que no contaba era con la dificultad para conseguir estos libros. Todos eran una especie de tratados místicos desconocidos o, mejor dicho, reservados para un grupo muy selecto de personas, grupo en el cual yo no estaba. A través de un contacto en el periódico pude averiguar, sin embargo, el paradero de uno e ellos, el Necronomicón. De éste libro existen sólo unas pocas copias, una se encuentra en la Biblioteca Nacional de Londres, otra en el Louvre, otra en la Universidad de Miskatonic (Arkham), y una en la Universidad de Buenos Aires, además de algunas copias fragmentarias en colecciones privadas. Sin embargo, este libro en particular está vedado al acceso público, de hecho, el ejemplar de la UBA está guardado bajo siete llaves diferentes, que poseen siete personas a las cuales hay que convencer de que abran su parte correspondiente de la complicada cerradura. Y no sólo eso, sino que la misma UBA niega la existencia de dicho volumen.
Entonces recurrí a otro viejo amigo que había dedicado su vida al estudio de la mitología pagana, el rabino Blanga.
Lo visité en su estudio de Victoria un martes a la noche, después de la charla natural de dos amigos que hace tiempo no se veían, pasamos al tema de nuestro amigo común, Gerardo Bourre. Blanga me pidió que le dejase las notas para poder estudiarlas, y así lo hice.
El viernes me llamó a su estudio.
Había leído el cuaderno y, haciendo uso de su investidura y de sus contactos, había conseguido una buena parte del material literario mencionado por Bourre, incluso el famoso Necronomicón. Blanga había estado trabajando con una colega, la doctora Rossenstroch, quien tenía una propuesta interesante acerca de cómo podían ser las cosas. Pero antes de entrar en ese tema el rabino me dejó a solas con el Necronomicón para que lo leyera, recomendándome que lo hiciese con la mente abierta y tomándome todo el tiempo que fuese necesario.
Leí durante toda la tarde y la noche, y si bien al principio me costó, a la mañana siguiente había aprendido muchas cosas, por ejemplo, esa pequeña escultura que Bourre había visto era Cthulhu, uno de los Dioses “malos” en la mitología del Necronomicón, y los seres que vi (o soñé) con Funes se llaman “profundos” ya que viven en el océano. El resto del libro eran conjuros inentendibles y descripciones de otras dimensiones, junto con instrucciones para “abrir la puertas” y realizar pasajes de una dimensión a otra, cosas por el estilo, pero todo estaba combinado de una manera incongruente y caprichosa, al punto que incluso dentro de la misma página los párrafos “saltaban” sin corresponderse unos con otros, formando una maraña prácticamente inentendible.
La “Tesis Rossenstroch”, como la bautizó Blanga, era la siguiente: Según esta mitología en particular, hacía muchos eones habían gobernado los Dioses “buenos”, quienes pelearon contra los Dioses “malos” y ganaron, encerrándolos en prisiones de las que no pueden salir. Pero está escrito que, en algún momento, estos “Dioses” se liberarán. Pero mientras tanto, sus fieles deben “preparar el camino” para que tenga lugar “La Venida”. Este camino se prepara de una sola manera... ganando adeptos y efectuando sacrificios humanos. Incluso algunos de los fanáticos más fervientes son capaces de consumir carne humana no ya como ritual sino como alimento..
Según Blanga, un brote de este tipo de fanatismo podría ser lo que acabó con Bourre, y con tantos otros en San Fernando, y si esto era cierto, la conclusión se correspondía con la última anotación de nuestro amigo... Funes era el responsable. Entonces, de común acuerdo, decidimos viajar a Corrientes ; Blanga tenía una buena oportunidad para estudiar de cerca un mito, y yo tenía una nota interesante.
CUATRO
Llegamos a San Fernando pasando el mediodía y nos dirigimos directamente a la pensión. La dueña, que ya me conocía, nos acogió de buen grado, y enseguida nos preparó una habitación para cada uno.
Una vez instalados, bajamos al hall y nos enteramos de algunas novedades: después de mi partida las desapariciones habían recrudecido, sucediendo cada vez con mayor frecuencia ; por otra parte, Funes había alquilado una pequeña oficina en el pueblo y se había instalado allí, siendo su vida tan misteriosa como siempre. A instancias mías, la dueña de la pensión mantuvo una charla con Blanga, la cual registré con un pequeño grabador y que ahora reproduzco en su parte más interesante:
-Entonces los insectos “llaman” todas las noches.- dijo Blanga
-Sí-
-Este “llamado” ¿Es continuo?-
-No... a veces se callan de golpe...todos juntos.-
-Y cuando se callan ¿No hay ningún cambio?-
-No...-
-¿Está usted segura de eso?-
-Sí... y mire que unas veces me asomé a mirar y todo.-
-Es raro.- reflexionó el rabino
-Espere.- interrumpió la anciana de pronto, como si recordase algo -Sí cambia, cambia el olor.-
-¿El olor?-
-Sí... ahora me acuerdo... cada vez que se callan los bichos se viene como un olor a pescado muerto...algo así.-
-Y ese olor ¿Usted lo sintió en algún otro lugar?-
-¡Y claro! Cómo no lo voy a sentir si es el mismo olor que tiene siempre el Funes.- respondió resueltamente la mujer.
-Bueno, Señora...- dijo Blanga -Muchas gracias, ya no la molesto más.-
-Si me necesita usté me golpea la puerta y yo salgo.-
-Muy bien, hasta luego y gracias nuevamente.-
Una vez que la longeva señora se retiró, Blanga me indico con una seña la puerta de calle, y salimos a caminar por la plaza. Anduvimos una trecho en completo silencio, hasta que el rabino lo rompió, diciendo:
-Lo importante es que establecimos dos cosas, la primera es que los insectos “llaman” insistentemente, y la segunda es que tu visión del cadáver de Bourre no fue un sueño... hay que asumir que Gerardo está muerto.-
-Explicámelo un poco más porque no te entiendo.- respondí.
-Mirá, el tema es más o menos así..- comenzó Blanga -Aparentemente estamos tras una secta denominada “Los Porfundos”, que son seguidores de Cthulhu. Según el Necronomicón, y otro libros de ese estilo, este Cthulhu fue encerrado en una ciudad sumergida en el Pacífico, en una torre de la que no puede salir. Este “ser” está aparentemente muerto, pero el mismo Necronomicón dice que “No está muerto todo lo que yace eternamente, y aún, con el paso de los evos, hasta la misma muerte puede morir”. Esto quiere decir que Cthulhu en algún momento despertará, y cuando el momento se acerque, todos los animales nocturnos “llamarán” a los enemigos de Cthulhu intensificando sus actividades. Comienzan los insectos, siguen los batracios, y así sucesivamente con los animales de mayor porte. Esto sucede porque, según la mitología, las capacidades instintivas de premonición disminuyen con el tamaño. La idea general es que cuando nosotros nos demos cuenta ya será tarde. En cuanto a la seguridad sobre la muerte de Bourre, la idea se me ocurrió cuando la dueña de la pensión me “confirmó” tu visión; al callarse los insectos vos viste a Funes, el resto del pueblo sintió su olor , el hecho de que vieses a Bourre muerto me sugiere dos cosas, la primera es la seguridad de su muerte, la segunda es que posiblemente tu visión haya sido un intento de comunicación de su parte. Sé que suena inconcebible, pero si estamos ante Profundos veremos cosas aún más extrañas.-
Semejante discurso me dejó mudo, y continuamos caminando por un rato sin pronunciar palabra, mientras Blanga, según me comentó después, esperaba que yo “digiriese” toda la información que me había dado.
Pasamos el resto de la tarde en la pensión, viendo desde las ventanas el movimiento del pueblo, desde allí se tenía una buena perspectiva, ya que el hospedaje era el único edificio de dos pisos en todo el lugar. A Blanga se le ocurrió que deberíamos montar guardia por la noche, ya que “el movimiento” era nocturno, acordamos que el tomaría el primer turno, de doce a cuatro, y yo el segundo, de cuatro a ocho.
A las cuatro en punto el rabino me despertó, yo tomé mi puesto cerca de la ventana y comencé con la vigilancia, el clamor de los insectos era casi ensordecedor, a tal punto que no me explicaba como Blanga había podido conciliar el sueño. De pronto el sonido cesó.
Me acerqué un poco más a la ventana y miré hacia afuera; un fuerte olor a pescado comenzó a filtrarse a través e las juntas de la ventana, y una solitaria figura cruzó la plaza... era Funes. Llegó hasta la mitad del solar y se detuvo, mirando hacia ambos lados. Permaneció inmóvil por un rato, hasta que desde una esquina llegó una figura humana corpulenta, que caminaba de una manera extraña, como entre andando y saltando. Funes estaba parado debajo de una de las luces de la plaza, y la figura “caminó” resueltamente hasta allí.
Cuando este ser entró en el círculo luminoso tuve que contenerme para no gritar, tenía la piel gris, y su hinchado cuerpo era de una consistencia aparentemente fungoide, cubierto por unas ropas completamente mojadas. sus enormes brazos llegaban casi hasta el suelo, y era aún más alto que el propio Funes. Pero lo peor era su rostro, una cabeza casi calva, con algunos mechones de pelo dispersos sobre el cráneo como al azar, ojos saltones y una boca enorme, resaltada por una nariz ridículamente chata y pequeña, pero lo que más llamó mi atención fue que en un momento, al aflojarse sus vestiduras, quedó al descubierto su cuello... tenía agallas.
Este ser aparentemente estaba hablando con Funes, y me llenó de espanto ver que en un momento señalaban hacia la pensión. Desde mi sitio no tenía posibilidades de oír lo que estaban diciendo, pero por la insistencia de sus gestos Funes le estaba indicando a la criatura algo acerca de la pensión, tal vez ya se hubiese enterado e nuestra presencia allí.
Funes y su “amigo” permanecieron en la plaza por un rato más, y después se dirigieron resueltamente hacia el norte cruzando las vías del ferrocarril, y se perdieron en la oscuridad.
A la mañana siguiente, en el hall de la pensión, Blanga y yo nos enteramos de una nueva desaparición, un hombre que vivía solo, del otro lado de la estación.
CINCO
El rabino y yo estuvimos discutiendo acerca de los hechos hasta casi el mediodía, después de mi descripción del “amigo” de Funes, Blanga ya no tuvo más dudas: se trataba de “profundos”. Yo había enumerado, sin saberlo, sus características típicas: ojos saltones, boca desmesurada, aspecto fungoide, agallas, y ese extraño caminar, entre andando y saltando; y otra cosa que confirmó su teoría fue que sus ropas estuviesen mojadas ya que, según me explicó, los “profundos” eran (son) seres anfibios que, a pesar de tener sus moradas en tierra firme, prefieren pasar su tiempo sumergidos, y son capaces de respirar a través de branquias, pudiendo alcanzar grandes profundidades y permanecer horas bajo el agua.
Después de almorzar, nos dirigimos hacia a librería de DeValls, para averiguar algo acerca de los libros que Funes había conseguido allí. El señor DeValls no se encontraba, y en su lugar nos atendió un empleado que lo único que sabía de textos esotéricos o “raros” era que de tanto en tanto “el Señor Funes” preguntaba por ellos, de todas maneras nos permitió revisar el local en busca de algo que nos interesase. Pasamos varias horas rebuscando entre las apiñadas estanterías sin hallar nada de interés, hasta que de pronto Blanga, en uno de los rincones más alejados y oscuros, encontró una especie de folleto cubierto de polvo que tenía impresos extraños caracteres que yo no pude reconocer, y Blanga me explicó que se trataba de escritura cirílica. El empleado no quiso cobrarnos nada por “ese papel viejo” y nos marchamos e allí.
Al cruzar la plaza vimos a Funes.
-¡Lamas!- me llamó
-Hola, Funes. ¿Cómo anda?-
-Bien.... Ya me imaginaba que ina a volver verlo por acá.-
-¿Por qué?-
-Y... la otra vez estvo un par de días y se fue de golpe... yo pensé “seguro que vuelve”-
-Bueno... evidentemente pensó bien.- respondí
-¿Y? ¿Pudo saber algo más de su amigo?-
-Lamentablemente no.-
-Mhh. Qué mala suerte... ¿Y del cuaderno tuvo noticias?-
-No.- intervino el rabino antes de que yo respondiese -Esperábamos que las tuviera usted... David Blanga, a sus órdenes.-
-¿También lo conocía a Bourre?-
-Sí.-
-Bueno... con lo del cuaderno no lo voy a poder ayudar... yo ya le conté a Lamas que no sé en dónde puede estar...-
-De todas maneras gracias.- terminó Blanga -Le agradecería que nos mantuviese informados.-
-Seguro.- dijo Funes, siguiendo su camino
En cuanto Funes se hubo alejado, el rabino me dijo or lo bajo:
-Si Funes está tan interesado en el cuaderno es porque ahí hay algo importante. Yo voy a volver a la pensión y revisaré todo nuevamente, vos tratá de encontrar a DeValls y conseguir los libros que aún nos faltan.-
-Hecho.- respondí.
Estuve nucho rato vigilando la librería, pero DeVals no apareció. Cuando estaban cerrando me acerqué al empleado, y este me dijo que con DeValls nada era seguro, podía desaparecer por semanas enteras y volver con la camioneta llena de libros que quién sabe de donde traía; ahora estaba en uno de esos viajes, así que lo único que quedaba era esperar, crucé unas pocas palabras mas con el muchacho y volví a la pensión, en donde encontré a un Blanga radiante, había traducido el texto cirílico.
-David,- le dije al llegar -DeValls salió a buscar libros y no se sabe cuando va a volver.-
-Vuelve el jueves.- contestó el rabino
-¿Cómo sabés?-
-Ya te dije, traduje el texto... vuelve el jueves y tiene los libros...mirá.- dijo mientras me alargaba el folleto que habíamos comprado con la traducción escrita debajo:
Si usted llego hasta este punto de mi pequeña librería, le interesan libros que el comin de la gente ni siquiera conoce, y si puede traducir este documento, es que posee los conocimientos necesarios para comprender ciertas cosas que no es bueno que todos sepan. Seguramente yo no estoy en el pueblo ahora, pero siempre vuelvo los días 7.. Busqueme y pregunte por el Libro Aureo. |
Si usted llegó hasta este punto de mi pequeña librería, le interesan libros que el común de la gente ni siquiera conoce, y si puede traducir este documento, es que posee los conocimientos necesarios para comprender ciertas cosas que no es bueno que todos sepan. Seguramente yo no estoy en el pueblo ahora, pero siempre vuelvo los días 7 Búsqueme y pregunte por el Libro Aureo.) |
-¿Te das cuenta?- dijo Blanga en cuanto terminé de leer -Es una publicidad.-
-Por eso no nos cobraron- reflexioné
-Exacto... mañana vas a volver a visitar al empleado. Ahora vamos al correo.-
-¿Al correo?-
-Sí. Tengo que pedir una cosa a Buenos Aires.-
-¿Qué cosa?-
-Una encomienda... si en algún momento es necesario te cuento... por ahora, cuanto menos sepas es mejor.-
Cenamos y nos fuimos a dormir.La vigilancia de esa noche no reveló nada nuevo, los insectos siguieron con su estridencia, y el olor ictiológico también se hizo presente, pero al menos no hubo noticias de Funes o de los “profundos” en las inmediaciones de la pensión. Al otro día, por la mañana, visité la librería, pero el empleado permaneció firme en su posición de ignorancia acerca de los libros “raros” e insistió en que era DeValls quien manejaba esas cosas.
Entretanto, Blanga había pasado la mañana repasando las anotaciones de Bourre, las que comparó con algunos pasajes del Necronomicón y con el Séptimo Libro de Moisés. Había subrayado algunos pérrafos de ambos libros, y encuanto llegué me volvió a envíar a la librería, esta vez para comprar un calendaio azteca que habíamos visto entre las antiguedades. Una vez que se lo traje, me dijo que podía tomarme la tarde para caminar por el pueblo, ya que el se quedaría estudiando... aparentemente había encontrado algo y no quería que se le perdiese.
Pasé la tarde hablando con los lugareños, que resultaron ser menos hoscos que como Bourre los había descripto. En realidad, se mostraban cerrados cuando se tocaba el tema de Funes o de las desapariciones, pero su aprehensión se debía principalmente al temor de ser el próximo. Por medio de esta gente me enteré que las desapariciones se producían generalmente en lugares solitarios y apartados, y que varios de los lugareños habían visto “profundos” (aunque no los conocían por ese nombre sino que simplemente les decían “cosas”). Uno de los pobladores, un poco más abierto que los demás, me comentó en voz baja que Bourre se habí amigado con Funes, y que no era extraño que se hubiese convertido en una “cosa”, y me recomendó que, durante el día, lo buscara por el río... o en la casa de Funes.
Al caer la noche me encaminé hacia la pensión, en donde encontré un tumulto de curiosos agolpado en la puerta.
-¡Lamas!- me gritó la anciana dueña apenas me vió llegar -¡Su amigo!-
-¿Mi amigo qué?-
-¡Suba!- me respondió, con el rostro desencajado
Subí la escalera de tres en tres, esperando lo peor, y eso fue lo que encontré, Blanga yacía en un charco de sangre, rodeado por la policía del lugar. La pesada lámpara de hierro fundido se había desprendido, aplastándole la cabeza y destrozandole el pecho. Según me informó el forense, el rabino murió mientras estaba estudiando unos libros, los que aún estaban en el suelo. Uno de los oficiales me llevó a mi habitación, mientras que los demás retiraban el cadáver y cerraban el cuarto de Blanga, esperando la llegada del juez.
La muerte del rabino me afectó sobremanera,ya eran dos los amigos que perdía por este misterio, y de pronto tuve la certeza de que tenía que recuperar los libros, allí estaba la clave y mis amigos habían muerto por eso. Me asomé al pasillo y ví que había quedado un oficial de guardia. Tenía que buscar la manera de quitarlo de allí. Después de pensar un rato, se me ocurrió una idea simple pero efectiva, cuando la dueña de la pensión preparó la comida del guardia, me las arreglé para “condimentarla” con un fuerte purgante. Y sólo fue cuestión de tiempo el que el oficial se viese forzado a abandonar su puesto. Unos pocos minutos me resultaron más que suficientes para tomar los libros de Blanga y volver a mi cuarto. Cerré la puerta y comencé a leer, mi amigo había subrayado los siguientes párrafos:
“Porque está escrito que EL será otra vez. Porque el Sello será roto.”
“Porque está escrito que EL será otra vez. Porque el Sello será roto.”
“Ya se ha dicho que no está muerto todo lo que yace eternamentem y aún, con el paso de los evos, hasta la misma muerte puede morir. Por esto El reposa en R’Lyeh, pero no está muerto. Está esperando”
“Ya se ha dicho que no está muerto todo lo que yace eternamentem y aún, con el paso de los evos, hasta la misma muerte puede morir. Por esto El reposa en R’Lyeh, pero no está muerto. Está esperando”
Su Sangre el Luz y como tal nos ilumina, llevandonos a Su Reino
“Su Sangre es Luz...y como tal nos ilumina, llevándonos a sSu Reino.”
“Los Acólitos deberán mantener la Flama del Credo. No lo suficientemente alta como para que se vea, ni lo suficientemente baja como para que se extinga.”
“Los Acólitos deberán mantener la Flama del Credo. No lo suficientemente alta como para que se vea, ni lo suficientemente baja como para que se extinga.”
“No olviden a los No Enterados. Serán útiles al remover el Sello”
“No olviden a los No Enterados. Serán útiles al remover el Sello”
“Y cuando llegue el Tiempo y todo Vuelva, El nos Reconocera”
“Y cuando llegue el Tiempo y todo Vuelva, El nos Reconocerá.”
“Mil años después y mil años antes, los ciclos se suceden. a la era de Huiziloplotchli y Quetzalcoaltl seguirá la de Cthulhu...”
“Mil años después y mil años antes, los ciclos se suceden. a la era de Huiziloplotchli y Quetzalcoaltl seguirá la de Cthulhu...”
“Abdul Alhazred no estaba loco. El Necronomicón funcionará cuando llegue el Tiempo, y sea leído en el orden correcto”
“Abdul Alhazred no estaba loco. El Necronomicón funcionará cuando llegue el Tiempo, y sea leído en el orden correcto”
Todo esto me confundió aún más.
SEIS
Al día siguiente anduve deambulando sin sentido por todo el pueblo, recibiendo pésames y condolencias. En una de mis vueltas pasé por el correo, y recordé la encomienda que el rabino había pedido. Había llegado, Se trataba de un colgante, una pequeña piedra gris que tenía un extraño grabado, una especie de pirámide truncada en el centro de un romboide en llamas, todo eso rodeado por una espiral que llegaba hasta el borde. Daba la impresión de ser antiquísima y aparecía gastada por el manoseo. Este colgante había llegado envuelto en un papel con extrañs inscripciones, y mirándolo bien me di cuenta que se trataba de una fotocopia de la página de un libro, aparentemente en griego. Envolví la piedra como estaba, la guardé en un bolsillo y seguí caminando..
Todo el día estuve en ese estado de trance, como en un sueño, caminando sin sentido por el pequeño poblado y recorriendo las calles una y otra vez. Llegué a la pensión hambriento y cansado, y decidí acostarme, sin preocuparme de la vigilancia nocturna. Al subri a mi cuarto noté que el guardia de la habitación de Blanga ya no estaba, y al asomarme ví que el cuarto estaba limpio y ordenado; “Ya habrá venido el Juez”, pensé, y me fui a dormir sin siquiera desvestirme.
De improviso me desperté, aún era de noche, algo no encajaba... era el silencio, Un profundo y sepulcral silencio reinaba en el nomalmente sonoro pueblo. Y había otra cosa, un fuerte olor a pescado, mucho más fuerte que el que había sentido hasta el momento, al punto que la cabeza me dolía. Pasaron los minutos y la tensión hacía que mis sentidos se agudizaran, y entonces escuché... desde el pasillo se oía un sonido como de chapoteo, mientras que el hedor iba en eumento, y este chapoteo se detuvo justo detrás de mi puerta. La hoja de la puerta se abrió de un golpe y allí estaba, un “profundo”... no hace falta decir la terrible impresión que me causó su repulsivo aspecto, sumado a la fétida hediondez que desprendía. Se quedó allí parado por unos segundos, y después me habló. No puedo decir que ma haya hablado en un sentido estricto, sino que comenzaron a sonar palabras dentro de mi cabeza, palabras que yo sabía que iban dirigidas a mí, y de donde provenían:
-Usted...conmigo...Funes- “dijo” la cosa
-No- balbucee
-Funes esperando... casa del río.- terminó el profundo mientras se abalanzaba sobre mí. Apenas tuve tiempo de apartarme y ver como se estrellaba pesadamente contra la cama, quise correr hacia la puerta, pero la criatura dió un formidable salto que la impusó por sobre mi cabeza y quedó parada frente a mí, extendiendo sus largos y repugnantes brazos. Yo quedé petrificado en el lugar, esperando la muerte (o algo peor), el pestífero ser alargó una de sus extremidades hasta mi cuello, jamás podrée olvidar la inmunda sensación de esa mano resbalosa y fría atenazando mi garganta, pero al poco de tocrme, la criatura lanzó un potente alarido y se alejó velozmente, diciendo
-¡El Signo... No Enterado... No Enterado...!-
Y rodó escaleras abajo, huyendo. Tardé varios minutos en recomponerme, y en cuanto recuperé la movilidad me asomé a la ventana, justo a tiempo de ver al “profundo” perderse en las sombras de la plaza. No tuve el valor para seguirlo, y permanecí parado tomándome firmemente de las cortinas, mientras al espantoso ser se alejaba, disipándose su pestilencia. Al poco rato los insectos comenzaron a cantar nuevamente, y recién entonces comencé a pensar en los hechos: era evidente que Funes había tenido alguna especie de participación en la muerte de Blanga, y ahora estaba detrás mío, la clave estaba en los libros y en las notas de Bourre, pero yo no era capaz de encontrarla. Mientras paseaba la vista por el paisaje nocturno, mis ojos recayeron sobre la librería de DeValls; lo visitaría al día siguiente. Otra cosa que aún no entendía del todo era la huída del profundo, me había tenido prácticamente a su merced hasta que de pronto me soltó, aparentemnte sin moivo. Un viento frío sopló a traves de la abierta ventana, e instintivamente me metí las manos en los bolsillos... aún conservaba el colgante de Blanga...el Signo... eso era lo que me había salvado.
Al día siguiente desperté temprano, dudando acerca de si lo vivido en la noche sería real o solamente un sueño. Salí de mi habitación y me crucé con la dueña de la pensión, que estaba limpiando las escaleras.
-Lamas...- me dijo -¿Usté no trajo nada para acá?-
-¿Nada de qué?- repregunté
-Nada de pescado, o de Funes ¿No siente el olor?-
-Ahora que lo dice... sí.- disimulé
-Mire la mugre que me dejaron... si los agarro...- amenazó la mujer. Y era cierto, la escalera aparecía cubierta por una rastro nauseabundo y viscoso, como el que podría dejar una babosa de tamaño descomunal que hubiese pasado por allí. Yo no había soñado.
Al salir de la pensión fui directamente hacia la librería; afortunadamente DeValls estaba allí. Hablé con el por espacio de diez o quince minutos, y luego le pregunté por el “Libro Aureo”. DeValls se quedó mirándome por unos momentos, y luego me pidió que lo acompañara. Lo seguí hasta una pequeña puerta de hierro,la cual abrió con una gruesa llave, La puerta rechinó un poco al empujarla, y DeValls pasó a travées de ella. Lo seguí. Entramos en una estancia pequeña, atestada de libros, en cuyo centro exacto había un polvoriento escritorio lleno de papeles y pergaminos flanqueado por dos enormes sillones, todo el salón estaba iluminado por una pesada araña que colgaba del altísimo cielorraso. DeValls cerró la puerta de hierro, y pude ver que tenía pintado el mismo signo que yo llevaba en el colgante; luego se sentó en uno de los sillones, invitándome a que hiciera lo propio en el otro. Una vez ubicados comenzó nuestra charla.
Lo primero que DeValls quiso saber era cómo me había enterado yo de la contraseña del Libro Aureo, ya que en la charla que sostuvimos en mi anterior visita al pueblo había quedado convencido de mi total ignorancia acerca del alfabeto cirílico, entre otros temas. Entonces comencé a contarle toda la historia, no sé cuál era la causa, pero el hombre me inspiraba confianza; hablé durante horas de Bourre, la “Teisi Rossenstrotch”, la muerte del rabino, y cómo había sido él quien tradujo el velado mensaje del Libro Aureo. Le hablé de los libros, de las anotaciones de Bourre y de los subrayados de Blanga. DeValls escuchó todo atentamente, incluso pidiendo que le repitiese algún que otro detalle, finalmente dijo:
-Lamas, usted ya me contó su historia. Vea ahora como, al contarle la mía, su mente se irá aclarando poco a poco, y todo comenzará a caer en su lugar, como me sucedió a mí al escuharlo. Hacía ya muchos a)os que yo tenía esta librería,cuando de pronto cayó en mis manos un extraño libro, el De Vermis Mystriis; por suerte para mí, no atrajo mi atención y no lo abrí. Al cabo de un tiempo lo vendí, y allí comenzó una serie de muertes misteriosas, Al final supe que el libro era el causante, ya que en sus páginas está escrito un conjuro que al ser leído provoca la inmediata muerte del lector. El macabro recorrido del libro finalizó cuando lo adquirió Funes y, conocedor de su contenido, me lo trajo a la librería para que lo mantuviese en custodia, y no se lo entregase a nadie que no fuese él personalmente. Este llibro, sumado al comportamiento de Funes, me hizo interesarme en ciertos temas extraños, y durante esos años aprendí muchas cosas que hubiese peferido no saber... como la exixtencia de los profundos; y aquí es donde nuestras historias se cruzan...Su amigo Bourre se hospedó con Funes inocentemente, y la gente del pueblo trasladó el desprecio instintivo que siente hacia Funes a su amigo, Fuens se aprovechó de ello y se llevó a toda la Compañis actoral a su casa, supongo que con la idea de retener a la mayor cantidad posible de personas, al final sólo pudo lohrarlo con su amigo. Por lo que usted me cuenta, una vez que lo interesó en la mitología de Cthulhu, le hizo beber lo que el Necronomicón denomina La Sangre de Cthulhu, un preparado a base de algas, hierbas, sangre humana y sangre de profundos, que debe beberse hasta que la transformación es casi completa; llegado este punto se obliga a la víctima a suicidarse, para así deshacerse por completo de su parte humana y renacer como profundo. Esto fue lo que pasó con su amigo Bourre. En cuanto a Blanga, su teoría es cierta, se había acercado demasiado a la verdad, y eso me lleva a la segunda parte de mi historia... Funes es una especie de “sumo sacerdote” de los profundos, y está a punto de acercarse una fecha de vital importancia para su culto, según sus escritos, hacia fines de este milenio llegará al momento de despertar a Cthulhu para que este recomienze su reinado. Según el Necronomicón Cthulhu reposa en la ciudad sumergida de R’Lyeh, en el pacífico Sur, y en momentos determinados, que solo los Sumos Sacerdoes conocen, todos los fieles del mundo deberán entonar una letanía y realizar un sacrificio conjuntamente. Entonces los sellos de la ciudad se romperán y Cthulhu emergerá de las profundidades.Su amigo Blanga supo descubrir esta fecha, basándose en un calendario azteca y en las notas acerca de Huiziloplotchli y Quetzalcoaltl... la conclusión es casi sencilla, el calendario azteca es completo en todos sus detalles... y finaliza la semana próxima. Su amigo sabía que basta con impedir uno solo de los sacrificios para que la cadena se rompa, y entonces los profundos deberán esperar por siglos para que las condiciones se repitan nuevamente. Por eso trajo la piedra, ese talismán que le salvó la vida se conoce como la Piedra de Mnar,y se supone que fue tallada por los enemigos de Cthulhu en un lugar llamado la Meseta de Cracosa, fuera de nuestro mundo. Habrá notado que hay un símbolo similar pintado en la puerta.... ése lo dibujé yo. No es tan poderoso como su original, peo basta para mantener alejados a los profundos de aquí. De todas maneras, el papel de protección de la Piedra de Mnar es sólo secundario, ya que en realidad fue tallada para detener el Rito del Sacrificio cuando este tenga lugar. Pero no sé cuando se realizará el Rito ni cómo se utilixa ;la Piedra... esa información se perdió junto con el rabino.-
Era increíble. Tal como DeValls había predico, a medida que oía sus palabras las cosas habían ido cobrando sentido. Ahora sabía lo que había pasado con el pobre Bourre,y por qué había muerto el rabino.
También abía que tenía que detener esta locura, y para ello debía averiguar cuándo sería el itual y cómo se utilizaba la Piedra.
-Una cosa más.- dijo DeValls antes de despedirme -Los fieles se dividen en Enterados, que son los que ya están iniciados o directamente transformados en profundos, y los No Enterados, que son quienes prefieren mantenerse al margen de los rituales y enseñanzas mágicas. Y a los No Enterados el Signo y la Piedra no los afectan... así que tenga cuidado.-
Salí de la librería y desenvolví el colgante, poniéndomelo al cuello, bajo la camisa, volví a mirar la fotocopia en un lado decía Al Azif - el libro del árabe, y en el otro estaba la dichosa inscripción en griego. Me arrepentí de no haberlo recordado en mi charla con DeValls, y lo guardé, pensando en mostrárselo al día siguiente. Al cruzar la plaza ví a Funes.
El también me vió, y vino caminando directamente hacia mí, con una expresión de tristeza en el rostro.
-Pobre Lamas.- dijo -Dos amigos pedidos en un puebo de mala muerte como éste.-
-No se peocupe por mí.- respondí -Todo se resolverá.- y al finlizar lo tomé firmemente por los hombros, La expresión en el reotro de Funes pasó de tristeza a dolor y de dolor a espanto, se sacudió violentamente hasta soltarse, y huyo a la carrera... era un Enterado,
SIETE
Esa noche los insectos bullían ensordecedoramente lo que, por experiencia, me tranquilizaba, Esraba sentado en el hall de la pensión, mientras que la anciana dueña barría la vereda por enésima vez. De pronto dejé de oír el ruido de la escoba, que fue reemplazado un golpe sordo, como el de un pesado cuerpo cayendo al piso.
-¿Señora? ¿Está usted bien?- me asomé.
-¡Vos te venís con nostros!- me gritó uno de un grupo de tres hombres que estaban afuera, al lado de la desmayada octogenaria. Casi de inmediato se me lanzaron encima, forcejeamos, pero la corpulencia y la superioridad numérica jugaron en mi contra, y al cabo de pocos minutos mi cuerpo inconsciente era arrastrado a través e la plaza.
No sé cuánto tiempo estuve inconsciente, pero al despertar tenía un fuerte dolor de cabeza, y estaba tendido cuan largo era en el piso de una habitación descascarada, rodeado por una atmósfera húmeda y en la que reinaba un fuerte olor a pescado.
-Bienvenido a mi humilde hogar,- dijo la inconfundible voz de Funes.
-Funes...- fue todo lo que atiné a decir.
-Veo que al menos me reconoce ¿Está cómodo?-
-Váyase a la mierda...-
-¡Chiist! Así no se les habla a los amigos... a propósito... acaba de condenar a otra de sus amistades... ¿Conoce al señor DeValls?-
Hubo un silencio que yo no tenía intenciones de romper.
-Veo que no quiere hablar... no importa, sé que lo conoce. Siempre sospeché del viejo, pero no fue hasta que habló con usted que no estuve seguro, y no quería perderlo ya que con sus libros me era útil... Pero que se le va a hacer... eligió el bando equivocado.-
-¿Cómo lo supo?- pregunté
-Es un pueblo pequeño, Lamas... y el empleado de la librería cobraba muy poco...-
Entonces ví todo rojo y, recordando la escena de la plaza, me abalancé sobre Funes, pero éste me apartó con un manotazo tan fuerte que fui a dar contra una de las paredes. Palpé mi cuello, el colgante no estaba.
-Si busca su piedrita.- dijo Funes con sorna -Lamento comnicarle que ya no la tiene... yo tampoco, po supuesto, ya sabe que no podría,-
En ese momento oí un sonido enla habitación de al lado, Funes dijo:
-Parece que DeValls ha despertado... iré a saludarlo.- y se fué, cerradno tras de sí la puerta con llave.
Desde la otra habitación me llegaron sonidos de golpes y fuertes gritos, dejándome entrever el castigo del que DeValls era objeto. La pestilencia y humedad del ambiente me sofocaban, y al poco rato me desmayé nuevamente.
Desperté sobresaltado por una voz que me llamaba por mi nombre. Tardé varios minutos en identificarla como la de DeValls,quien había hallado una profunda grieta enlas carcomidas paredes y la había agrandado con sus manos hasta lograr un agujero del tamaño de una moneda.
-Lamas ¿Está usted bien?-
-Sí-
-No se preocupe por el Signo... está cerca del altar.-
-¿Qué altar?-
-El de los sacrificios, Se lo sacó un No Enterado, pero ya se han ido todos. A mí me trajeron antes que a usted, y por eso pude ver donde lo dejaban.-
-¿Y cómo sabe que el Signo permanece aún allí?-
-Porque de todos los habitantes de la casa sólo nosotros podemos tocarlo.-
-¿Está usted seguro?-
-Sí. Los No Enterados han partido... porque el Ritual será esta noche.-
-DeValls,- dije al cabo de un rato -Hay algo que en este momento puede parecer incongruente,pero el Signo estaba envuelto en un papel escrito en griego que detrás dice Al Azif, el libro el árabe.-
-¿Al Azif? ¿Todavía lo conserva?-
-Si-
-Pásemelo... puede ser nuestra salvación.-
Al cabo de casi dos horas volví a oír a DeValls:
-Lamas. Escuche bien lo que le voy a decir. Al Azif es el título original del Necronomicón. En realidad Abdul Alhazred lo escribió en Damasco en en año 960, llamándolo Al Azif. Olaus Warmius lo tradujo al griego como Necronomicón,y después fue reeditado muchas veces, con algunos agregados “propios” de los editores y,a veces, quitándole las partes “poco interesantes”. Esto quiere decir que la fotocopia que usted me dió es prácticamente información de primera mano... y se refiere al uso de la piedra. Yo voy a devolverle el papel... verá que sobre el final hay una inscripción que no está en griego. Debe aprenderla de memoria. Luego llámeme.-
A continuación reproduciré el fragmento que DeValls me entregó,seguido de una tradución que mandé a hacer posteriormente:
El Signo deberá estar presente. Como Símbolo de lo no eterno, mas no debe destruirse,sino simplemente ignorarse. Si el Signo es tomado se interrumpirá el Ritual. pero es necesario entonar por trec veces la Imploración. Con El Signo sobre la frente, sonarán las esperadas Ia, Ia. Nyaralathotep... R’Lyeh Shub-Nigguratt... Cthulhu fthghan... Cthulhu fthghan... Cthulhu fthghan...
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(El Signo deberá estar presente. Como Símbolo de lo no eterno, mas no debe destruirse,sino simplemente ignorarse. Si el Signo es tomado se interrumpirá el Ritual. pero es necesario entonar por trec veces la Imploración. Con El Signo sobre la frente, sonarán las esperadas Ia, Ia. Nyaralathotep... R’Lyeh gsdhg Shub-Nigguratt... Cthulhu fthghan... Cthulhu fthghan... Cthulhu fthghan...) |
Una vez que hube aprendido la letanía DeValls me obligó a repetirla por tres veces para asegurarse de que la sabía de memoria. luego me dijo:
-El hecho de que nos hayan mantenido con vida solo puede significar que esta noche uno de nosotros será sacrificado. La piedra estará en un pequeño altar, cerca de la víctima. En el momento preciso del sacrificio la víctima deberá tomar la piedra, colocarla sobre su frente,y recitar tres veces la imploración que usted acaba de decir. ¿Hay algo que no haya entendido?-
-Todo está claro.-
-Entonces trate de descansar... esta noche necesitaremos de todas nuestras fuerzas.-
Quedé sumido en un rofundo silencio, mirando el papel que tenía entre mis manos. La sofocante humedad, unida a la hediondez, me oprimían el pecho. Por el pasillo oía idas y venidas cada vez en mayor número, y sobre la tarde se sumó a ellas el inmundo chapoteo que tan bien conocía y que tenía un solo significado: los profundos estaban llegando. Durante un tiempo permanecí inactivo; pero al cabo de un rato, al ver que una de las baldosas del piso estaba rajada y foja, se me ocurrió una idea deseperada. La saqué de su sitio, raspé uno de mis dedos en sus bordes hasta que brotó sangre, y dibujé sobre ela el Signo tal como lo recordaba. Cuando la imagen estuvo seca me eché el trozo de baldosa al bolsillo, y esperé.
Al cabo de mucho rato oí ruidos en el cuarto de al lado, y al cabo de unos minutis se abrió mí puerta. En la entrada había un profundo. En su particular modo se acercó a mí, pero cuando estuvo a punto de tocarme se detuvo, dió media vuelta y abandonó la habitación dando grandes saltos. Al cabo de unos segundos reapareció, seguido por el empleado de las oficinas de teléfonos del pueblo.
-¿Usted también?- pregunté
-¿Y cómo supone que se puede manejar un pueblo sin controlar las comunicaciones? Alguien tiene que estar al tanto de qué se habla y qué se pide... pero no nos vayamos de tema. Acompáñme.-
-Venga a buscarme-
-Lamas. no sea estúpido. Ambos sabemos que yo no puedo tocarlo... pero las balas sí.- dijo el empleado al tiempo que sacaba un arma de su bolsillo.
-¿Y si me niego?-
-No interesa... un sacrificio es suficiente. Además ese no es su destino.-
-Entonces ¿Por qué me mantienen con vida?-
-Cuando Cthulhu despierte, seguramente tendrá un poco de hambre.- fue la irónica respuesta -Ahora camine- continuó,empujándome con el cañón del arma.
Así escoltado crucé toda la casa en dirección a una pequeña puerta, que resultó ser la del sótano. El hedor alí era insoportable, y la oscuridad casi total. A medida que mis ojos iban acostumbrándose a la penumbram pude distinguir los detalles y las presencias en el salón, se trataba de un cuarto completamente oscuro, ilumindo apenas por dos antorchas que flanqueaban una especie de altar. El amarillento humo que desprendían las teas se perdía en las oscuridades del lejano techo, y la humedad era tal que las paredes estaban mojadas. Hacia la izquierda, a aproximadamente un metro de laltar centralhabía otro altar más pequeñn, allí reposaba el Signo; a la derecha había un atril, completamente negro, sobre el cual había diversos elementos y cuencos de inconcebibles formas. Pero lo verdaderamente eapantoso era la concurrencia, cerca de cien profundos, apiñados uno contra el otro, todos en cuclillas y entonando una especie de canto en una lengua inentendible. Algunos estaban vestidos, otros no, todos se movían rítmicamente de un lado hacia otro... y unos pocos estaban comiendo algo que había en un rincón... no quise mirar eso, sobre todo cundo tuve la impresión de ver entre los devorados despojos una mano humana.
Y entonces entró Funes.
Apenas llegó los profundos cesaron todas sus actividades, y se apiñron aún más, formando un angosto pasillo que conducía hacia el altar central. Funes estaba vestido con una túnica negra con adornos violáceos, y avanzó lentamente hacia el altar. Una vez llegado allí se calzó una tiara metálica con una forma extraña pero faniliar... era una reproducción de la cabeza de Cthulhu, que yo había visto en el Necronomicón. En cuanto se calzó la mitra los prfundos volvieron a entonar sus cánticos, y Funes los acompañó durante un tiempo. De pronto todos callaron, Funes gizo una seña y trajeron a DeValls, estaba inconsciente con evidentes marcas de haber sido muy golpeado, lo colocarn sobre el altar y lo ataron. Funes comenzó a recitar y extrajo de los pliegues de su vestidura un daga con mango dorado, y una larga hoja violácea que serpenteaba en incontables curvas, esta hoja fue sumergida en un líquido que borboteaba hirviente en uno de los cuencos que había sobre el atril, llevó la empapada hoja hacia el rostro de DeValls y dejó que una gota del líquido cayera sobre sus labios, DeValls recuperó entonces la conciencia, con expresión de asco, y forcejeó para aflojar sus ataduras... pero tode era en vano. Funes comenzó a recitar una oración y supe que el momento estaba cerca.
-Ia sg ak bgyn yag gah jhgasd Cthulhu hskahd ak ... hsg js Dwe wjh oi Wkfj- Comenzá Funes, al tiempo que levantaba la daga sobre el pecho de DeValls,que se sacudía violentamente.
Fue entonces que actué. Rápidamente saqué la baldosa de mi bolsillo y me tiré al suelo, arrastrándome entre la inmunda viscosidad. Apenas lo hube hecho sentí los disparos, pero la oscuridad y el apiñamiento eran mis aliados, dos o tres profundos cayeron abatidos mientras yo me abría paso hacia el altar. Funes había entrado en éxtasis, y continuaba con el Ritual. Llegué hasta el altar pequeño y tomé el Signo, al levantar la mirada Funes se diponía a llevar a cabo el sacrificio. Sin dudarlo un instante le arrojé la baldosa, que con apenas tocarlo lo hizo caer de bruces. Corri hasta el altar y coloqué el Signo sobre la frente de DeValls, quien comenzó:
- Ia, Ia. Nyaralathotep... R’Lyeh gsdhg Shub-Nigguratt... Cthulhu fthghan... Cthulhu fthghan... Cthulhu fthghan...-
- Ia, Ia. Nyaralathotep... R’Lyeh gsdhg Shub-Nigguratt... Cthulhu fthghan... Cthulhu fthghan... Cthulhu fthghan...-
Funes, recuperado, se acercó alaltar fuera de sí, y clavó su daga en el pechio de DeValls. El solo hecho de entrar en contacto con DeValls, bajo la protección del Signo, hizo que la piedra se “iluninara” con una especie de fosforescencia violeta y Funes, en medio de un terrible alarido, fue a dar contra la pared, completamente deshecho y calcinado, con la tiara fundida sobre su cabeza.
Pero el daño estaba hecho, DeValls estaba muriendo sobre el altar, puse mis manos sobre el signo y recité el resto de la imploración. Apenas hube terminado los desconcertados profundos salieron de su éxtasis. Un leve temblor comenzó a hacerse notar, ganando violencia a cada instante. Los profundos huyeron en desbandada, mientras que afuera se desataba una fuerte tormenta. DeValls había muerto, y las violentas sacudidas amenazaban con derrumbar todo el lugar, salí de allí apresuradamente y corrí a través de la tormenta, en dirección al pueblo. Al llegar encontré a los pobladores en las calles, temerosos el temblor y el aguacero, no había energía eléctrica y las violentas sacudaidas casi no permitían que la gente permaneciese de pie. De pronto, desde el río, llegó un fuerte olor a pescado. El murmullo que había reinado en las calles calló por completo.
Todos permanecimos expectantes, pero por suerte nada sucedió, El temblor se fue calmando lentamente hasta que se detuvo por completo; la tormenta, sin embargo, duró toda la noche y hasta bien entrada la mañana siguiente. El olor a pescado persistía, entonces un grupo organizado por el comisario se dirigió hacia la casa de Funes. De la casa no quedaba nada, lo que el terremoto no había derribado aparentemente se había incendiado y, efectivamente, el insoportable olor provenía de allí. El río había crecido bastante, y al retirarse, había dejado decenas de cadáveres de profundos, todos en un hórrido estado de semiputrefacción. El comisario ordenó limpiar todo, tarea que llevó varias semanas. Como el olor persistía, se dragó el río, y de allí se sacaron centenares de cuerpos, tanto de profundos como los que le servían de alimento.
Por eso se acordó con las autoridades guardar el secreto, pero como puse al principio, las desproporcionadas inundaciones que se producen cada vez con más frecuencia, creo que es mi deber moral publicar estas notas; no para generar pánico, pero sí como advertencia.
Vaya. Muy bueno! Te felicito, ha estado excelente desde el principio hasta el final!
Estoy en el trabajo y eso no me detuvo para tomarme el tiempo y terminar de leerlo. Muy bueno.
Yo ya me lo he imprimido para leerlo hoy a la noche bajo la luz de la mesilla, espero que no me acojone tanto como para quitarme el sueño :b
Muchas gracias, aunque ya tiene sus buenos 18 añitos o por ahi. Joer, como pasa el tiempo.
Excelente historia para estas fechas de Halloween, a la impresora.
Post Data:
Tengo algunas cosas que puedo recuperar de algún cd viejo (donde había descargado la información de los diskettes) y en alguna parte de internet. Aunque si bien son de este estilo ya no son tal "lovecarftianos".
Eso si, todo el material tiene sus añitos (mas bien añazos)
Por cierto, Gerardo Bourre existe y realmente es un actor que estudiaba química en el Krause conmigo. Aquí os lo presento:
http://www.cat-fischbein-fadu.com.ar/plantel/plantel_gerardo.html
Wow Richard! Y mira que despues te conoci! Olvide pedirte un autografo o algo. Fuiste lo primero que lei de los Mitos, y me habeis engachado y todo. Excelente trabajo!
Ya no se consigue, pero a finales de los 90 (creo) publicaron algyuna cosa mia en una antología de autores latinoamericanos o algo asi (unos libritos que hacían en la editorial Cuatro Vientos, de San Telmo), si encuentro alguno lo compro y te lo llevo (que ni siquiera se donde está mi copia)
Por cierto, ahora pongo uno que me acabo de encontrar.... este es más místico (y mucho menos lovecraftiano)..
El Espejo Oval
UNO
Ahora que llegué al helado páramo recuerdo que aquí comenzó toda la historia. Fue en este mismo lugar donde, hace poco más de un año, Guillermo Yazurlo me entregó el espejo. Guillermo había sido un buen amigo desde que nos conocimos, durante la escuela secundaria; pero luego, por las vicisitudes propias de la vida, nos fuimos distanciando hasta casi dejar de vernos. Por eso me alegró recibir su llamado, aunque en ese momento no comprendí su enigmático deseo de que nos encontrásemos en un sitio tan alejado y solitario cómo éste.
Cuando llegué al páramo Yazurlo ya estaba esperándome, y aún recuerdo los efusivos abrazos y saludos del reencuentro. Cuando nos calmamos un poco, Guillermo me alargó un paquetito y me dijo:
-Este es un regalo que para mí es muy especial. Lo traje desde la India y a mi me sirvió durante todo este tiempo. La tradición del objeto indica que una vez utilizado debe ser entregado a otra persona. Y yo te elegí a vos.-
-Bueno, pero...- pregunté -¿Qué es?-
-Todo lo que puedo decirte es que la naturaleza del elemento dicta que para que funcione el poseedor debe averiguar por sí mismo su poder.-
-¿Eh?-
-No puedo decirte nada más. Igualmente ¿A vos no te gustaban los misterios?-
-Sí, pero esto es demasiado místico.-
-No te hagas problemas, y no te preocupes. A mí me ayudó muchísimo. Espero que a vos también.- y una vez dicho esto, dió media vuelta y comenzó a caminar hacia su automóvil.
-¡Hey!- le grité -¿Ya te vas?-
-No puedo quedarme más tiempo.- respondió Yazurlo mientras arrancaba el motor -Pero no te preocupes, dentro de un tiempo es casi seguro que vas a tener noticias mías. Suerte.- y sin darme tiempo siquiera a responderle se marchó.
Me quedé parado en medio del páramo, al cabo de unos minutos el frío que reinaba en el desolado lugar me obligó a caminar hasta mi auto. Guardé el paquete en uno de mis bolsillos, sin abrirlo, y me marché a mi casa.
Mi casa estaba situada sobre un pequeño acantilado, al sur de Río Negro. Desde allí dominaba la costa, presentando en la estancia principal una espectacular vista del mar, que rompía varios metros más abajo. Uno de mis más comunes pasatiempos era sentarme frente a esa enorme ventana, escuchando música y fumando en alguna de mis pipas, mientras miraba hacia el mar y dejaba volar mi mente. Estaba haciendo exactamente eso cuando recordé el pequeño paquete que aún conservaba en mi bolsillo; me recliné en el sillón, lo saqué y lo abrí. Era un objeto simple y extraño, en apariencia muy antiguo, se trataba de una especie de camafeo que en su interior tenía un pequeño espejo ovalado, rodeado por una especie de soporte de bronce que presentaba una inscripción alrededor del espejo. El “camafeo” estaba ornamentado con incomprensibles dibujos curvilíneos y arabescos tanto por fuera como por dentro; se trataba de un objeto pequeño, de no más de seis o siete centímetros de largo y cuatro o cinco de ancho, y para su tamaño era bastante pesado, lo que me sugirió la idea de que debería ser macizo, hecho de metal fundido. El espejo era realmente bonito, de un cristal transparente y de superficie ligeramente cóncava, que devolvía una imagen “clarificada” en su reflejo, supuse entonces que los orfebres que lo tallaron (porque sin lugar a dudas se trataba de una joya) debieron haber colocado algo de tinte azul en el plateado de fondo, más tarde averigüé que se trataba de una finísima placa tallada en zafiro.
Como en ese momento comencé a sentir un poco de frío, cerré el espejo, echándomelo al bolsillo, y me levante a encender el hogar. Al pasar cerca de mi escritorio guardé el espejo en uno de los cajones, en donde están todos mis “pequeños tesoros”, y allí quedó.
DOS
Habían pasado casi tres meses desde mi encuentro con Guillermo, y fue un casual encuentro con un anticuario lo que me hizo recordar el asunto del espejo. Este hombre era un viejo conocido de charlas y reuniones a las que ambos asistíamos, y quedó tan interesado con el objeto que al día siguiente se acercó hasta mi casa, que está considerablemente lejos de la ciudad, para recogerlo.
Pasaron los días; yo me dediqué casi de lleno a completar una investigación que estaba realizando por encargo de un particular y el resto del tiempo lo pasé en mi casa, leyendo y escribiendo cartas a mis amigos. Una tarde, casi un mes y medio después, recibí una llamada del anticuario, quien quería verificar mi presencia en la casa para venir a verme. El hombre estaba muy excitado y aseguraba haber descubierto algo fantástico, a tal punto que arreglamos un encuentro para el día siguiente después del mediodía.
A las doce y media el anticuario estaba golpeando a mi puerta, venía cargado de libros y grabados. Inmediatamente pasamos a mi estudio, en donde el anciano se desprendió de su carga y me alargó el espejo, al tiempo que decía:
-No sabe lo que me costó hallar referencias a este objeto... pero una vez que encontré la primera “vi el camino” y las demás casi saltaron ante mis ojos.-
-¿Entonces fue fácil o difícil?- pregunté
-No podría afirmar ninguna de las dos cosas, y en realidad no es que tenga una visión tan completa del objeto en cuestión, pero al menos se de su procedencia.-
-Muy bien.. Estoy esperando.-
-Debo confesarle que. al descubrir la procedencia del espejo, me sentí tentado de no entregárselo. Su valor es enorme. Es más, me atrevería a calificarlo de invaluable... ¿De dónde lo obtuvo?-
-Es un regalo.-
-¿Un regalo?- se asombró el viejo -Evidentemente se trataba de alguien lego en la materia. El espejo es nada menos que uno de los Cinco Objetos de Vishnu.-
-Ah.-
-No se apresure, al principio mi reacción fue la misma. Pero le sugiero que eche una ojeada a estos manuscritos antes de que continuemos.- Y sacando unos papeles de entre la enorme montaña de documentos que había traído; me los alargó, agregando -Estas son traducciones que tienen más de trescientos años.-
Comencé con la lectura, la que me llevó casi una hora. los documentos del anticuario decían más o menos lo siguiente:
Vishnu, el Empíreo
El Gran Vishnu, padre de todas las cosas vivientes y señor de sus hogares, creó en el Principio basándose en sus Cinco Poderes. Los hombres, pequeños ante tamaña grandeza, quedaron eternamente en deuda, y ofrecieron a Vishnu cinco objetos que el tomó, transformándolos en los iconos de su poder.
Desde entonces estos Objetos fueron sagrados, y representaron la manifestación terrena de los poderes de Vishnu. Los Cinco Objetos de Vishnu difieren muy poco unos de otros, mas no así su poder.
Los poderes de Vishnu son el Calor, el Frío, la Tierra, el Aire y el Agua. A cada uno de estos poderes corresponde un objeto. Cada objeto en sí mismo es sencillo, y todos fueron fabricados por Brhmaaja, al Artesano .
Los Objetos son pequeños espejos de cristal puro perfectamente lisos y tallados de manera ligeramente cóncava, engarzados en un huevo metálico que los protege.
Para el Objeto del Calor se agregó al espejo una delicada lámina de rubí, para el Objeto del Frío se utilizó zafiro, esmeralda fue la elección del Objeto del Agua, el Objeto del Aire presenta un cristal límpido y claro., mientras que el Objeto de Tierra contiene todas las características de los anteriores, ya que la Tierra fue el resultado de combinar los otros cuatro Poderes.
Los Objetos de Vishnu fueron entregados al Templo en manos de los Sacerdotes. Vishnu se mostró agradecido, y bendijo a cada uno de los Objetos con una parte del Poder que les corresponde.
Los Objetos de Vishnu fueron guardados en el Templo y a cada uno se le asignó un Guardián. Este Guardián fue elegido por el propio Vishnu de entre sus fieles, como recompensa a la devoción mostrada por los hombres ante su enorme magnificencia.
-Lo que no pude comprender- dijo el anticuario al verme finalizar con la lectura -es la leyenda que circunda al espejo. De todas maneras no soy un entendido en lenguas, tal vez alguien dedicado al tema pueda ayudarle en ese asunto.-
-No se preocupe, ya encontraré a alguien.- contesté -Lo que no termino de entender es el por qué de un regalo tan valioso.-
-Yo tampoco.- continuó el anciano -Su valor es incalculable... y no solo por su antigüedad.-
-¿Qué otra cosa le suma valor?-
-Es uno de los Objetos de Vishnu. Estos objetos hasta ahora se consideraban leyendas inventadas por los fanáticos religiosos. Pero aquí estamos en presencia de uno de ellos... y es real.-
-No me diga que usted cree en lo que dicen esos viejos documentos,-
-No se si les creo... pero sí los respeto.- concluyó el anticuario, mientras empezaba a recoger sus cosas. Evidentemente mi comentario acerca de su credulidad le había molestado. Entre sus papeles pude ver que llevaba algunos dibujos del espejo y otros grabados que repetían el mismo diseño, aunque resaltando otras de sus partes. El hombre terminó de recoger sus cosas, me saludó secamente y se fue.
Yo lo miré alejarse desde mi ventana, mientras se subía lentamente a su automóvil y comenzaba su marcha hacia la ciudad. Tomé el espejo y lo abrí. tratando vanamente de entender los símbolos de su inscripción, mientras pensaba en la estúpida actitud del viejo al enfadarse por una simple cuestión de diferencias de pensamientos, “En fin” pensé “que se muera en la ignorancia”. En ese instante una corriente de aire frío me obligó a retirarme de mi puesto ante la ventana, y caminé lentamente hacia el calor del hogar.
No había llegado hasta la chimenea cuando un poderoso estruendo llegó desde afuera, inmediatamente salí para ver de qué se trataba, ya que el sonido había sido muy próximo. Corrí camino abajo y en una de las curvas lo vi: el automóvil del pobre anciano había patinado en la escarcha, precipitándose al vacío.
En ese momento, aún inocente e ingenuo, no me llamó la atención el hecho de encontrar escarcha a las cuatro de la tarde.
TRES
Una vez que terminé con todas las declaraciones y trámites necesarios volví a mi casa a estudiar los papeles del viejo (antes de dar parte a la policía del accidente había recogido todo lo relacionado con el espejo). El estudio de estos documentos me insumió bastante tiempo, el principal problema era, como decía uno de mis amigos “separar la paja del trigo”, y hacerlo me costó bastante trabajo.
Al terminar con los documentos comprendí que en el “extracto” que yo había leído era posible que hubiese gran parte de verdad. Pero lo que terminó de convencerme fue la opinión que en dió un lingüista casi un mes más tarde quien, al serle presentada una copia de la leyenda que circunvalaba el espejo, tradujo sin titubear: “Vishnu da - Vishnu quita”, aclarando que se trataba de un leguaje muy antiguo, tato que era considerado como la lengua madre del persa.
Esa misma noche, mientras estaba sentado en mi escritorio terminando de completar unas planillas, mi mirada paseó lentamente de un sitio a otro hasta que se topó con el espejo, lo tomé entre mis manos y comencé a mirarlo, convencido de que el espejo mismo era un enigma y una respuesta a la vez.
Comenzó a hacer un poco de frío, así que me preparé una taza de té negro y volví con ella al escritorio. Tomé el espejo nuevamente y me concentré en el abovedado y azulino cristal, no se por qué, pero sentía que allí encontraría la respuesta. De pronto, sin poder dar crédito a mis ojos, pude ver que unas marcas incomprensibles pero nítidas se estaban formando en la superficie del espejo, rápidamente tomé nota de ellas.
Al terminar tomé la taza para beber otro sorbo, y al contacto de mi mano el té se congeló. Ahora sí estaba asustado.
Al día siguiente le llevé mis notas al lingüista, éste se sorprendió y quiso saber cómo las había obtenido, le mentí que me habían sido entregadas junto con el espejo. El lingüista me dijo que éstas marcas correspondían al alfabeto cirílico, y que su traducción era algo así como
Vishnu es el Guardián, y el Guardián es Vishnu. Sus Secretos nunca serán revelados.
Traté de ubicar a Yazurlo pero me fue imposible. No figuraba en la guías de teléfonos y aparentemente se había distanciado de todos aquellos que lo conocían. En ese momento no sabía a quien recurrir. Entonces traté de aprender algo más acerca del espejo por cuenta propia.
Comencé repasando los hechos: el té congelado, el hermético mensaje en el cristal; y ahora que lo pensaba, la sensación de frío que sentía cada vez que lo sostenía, y la “casual” muerte del anticuario por culpa de un poco de escarcha que no debería de haber estado allí.
A esta altura ya no podía negar que la leyenda referente a los Cinco Objetos de Vishnu era real... y yo poseía uno de ellos; más precisamente, el Objeto del Frío.
Con todo esto en mente recorrí infinidad de templos y bibliotecas buscando información. Encontré muchas referencias a Vishnu, pero nada se decía acerca de los Objetos. Ni siquiera en relatos de fantasía. Aparentemente los Objetos de Vishnu habían sido pasados por alto, o eliminados, en toda reseña histórica o religiosa.
Una mañana, ya cansado de mis infructuosos intentos de obtener información, saqué el espejo de la caja fuerte (en donde había decidido guardarlo como medida precautoria) y caminé hasta un pequeño bosque que había al pie del acantilado. Una vez allí abrí el espejo, apoyé la mano libre sobre uno de los árboles y esperé... no pasó nada. Miré el espejo tratando de concentrarme en él con todas mis fuerzas, al cabo de quince minutos levanté la vista y el árbol seguía tan inmutable como siempre. No sabía que hacer. “¿Que hago?” me pregunté, no había acabado de hacerlo cuando un escalofrío me recorrió de pies a cabeza y, ante mis ojos, el árbol se congeló. Al mirar al espejo, un nuevo mensaje refulgía con letras azules sobre la superficie del cristal, esta vez estaba en perfecto castellano y decía: “Desea”. Animado por el suceso, volví a concentrarme en el espejo y pensé: “Quiero encontrar a Yazurlo.”, un viento helado recorrió el bosque, estremeciéndome; pero nada pasó. Un poco decepcionado, volví a mi casa y me senté en mi escritorio. Sin saber que hacer, encendí mi computadora para navegar un poco a través de Internet; vagué varias horas por la red, tratando vanamente de obtener datos acerca de los Objetos de Vishnu. Al cabo de ese tiempo pasé a los sitios de información general, donde encontré una noticia de no demasiada trascendencia, pero que a mí me produjo un shock nervioso que me paralizado en el sillón:
Inusitado accidente aéreo
(Reuter) Un avión de Aerolíneas Argentinas, durante un vuelo Buenos Aires - Mendoza, se estrelló a pocos kilómetros de su destino al ser alcanzado por una fuerte corriente de aire proveniente del sur que aparentemente congeló sus motores. Es la primera vez que se reporta una catástrofe de este tipo
Los restos de la aeronave fueron hallados a escasos veinte kilómetros de la ciudad de Mendoza diseminados en un viñedo de la firma Giol. Lo sorprendente es que todas las piezas encontradas estaban cubiertas por una gruesa capa de hielo. Los sobrevivientes de la tragedia aseguran que el vuelo se desarrollaba de manera perfectamente normal, cuando de pronto el avión fue sacudido por un fuerte viento y sus alas se cubrieron de hielo, apagando sus motores y desplomando la nave.
Los pasajeros aseguran haber sentido durante la caída un frío polar, como si el sistema de aire acondicionado se hubiese descompuesto. Lo más sorprendente del caso es que el accidente sólo cobró una víctima, Guillermo Yazurlo, cuyo cuerpo sin vida fue encontrado entre los restos del baño de la nave, completamente congelado.
Los peritos de la aerolínea están investigando el suceso, afirmando que en menos de treinta horas informarán a la opinión pública todo lo que puedan averiguar acerca del extraño accidente.
La noticia de la muerte de Yazurlo me había amedrentado tanto en mis investigaciones que había archivado el espejo y todos los datos que había recopilado en uno de los rincones más oscuros e inaccesibles de mi caja fuerte, decidido a dejar todo hasta no averiguar más acerca del asunto.
Una semana más tarde, recibí un sobre que tenía el membrete de una conocida casa notarial, lo abrí y encontré, para mi sorpresa, una pequeña llave y una carta de Yazurlo:
Querido Amigo:
Te estoy escribiendo esta carta un día después de haberte entregado el espejo; y pienso dejarla a un abogado de confianza, quien te la hará llegar cuando sea conveniente, después de mi deceso.
Ante todo no te sientas culpable de mi muerte, cualquiera sea la circunstancia en que suceda. No sos el responsable. Mi fallecimiento es algo de debe suceder.
Una vez que los hechos hayan cumplido con su curso natural estarás preparado para conocer todo acerca del espejo. Mi muerte (así como la del que me lo obsequió ) es tan sólo el primer paso.
No es casualidad que, de entre todas mis propiedades, haya conservado mi casa de la adolescencia en donde tantas noches nos desvelamos especulando acerca de los misterios del mundo. De esta casa te envío las llaves, ya que allí encontrarás algunas de las respuestas, las otras deberás descubrirlas solo.
Como te dije ayer; a mí el espejo me ayudo mucho, y espero que lo mismo suceda en tu caso.
Ahora ya sabés cuál es el precio que hay que pagar por su ayuda, pero te aseguro que vale la pena.
Con mis mejores deseos.
Guillermo R. Yazurlo
Al terminar de leer la carta me desplomé en el sillón que daba al mar. Permanecí allí sentado por mucho tiempo, pensando en lo que había leído. Una vez que me sentí más calmado, llamé por teléfono al bufete de abogados que figuraba en el remitente, y allí me confirmaron que, efectivamente, habían recibido esa carta de las manos de Guillermo Yazurlo hacía más de cuatro meses, con instrucciones precisas de hacérmela llegar en caso de fallecimiento.
Comprobando así la veracidad de los hechos, preparé un poco de ropa en un bolso, guardé en un maletín el espejo y todos mis apuntes, y cargué todo en el automóvil. Iba camino a Buenos Aires.
CUATRO
En cuanto llegué a la ciudad me registré en un hotel, desempaqué mis cosas y salí a caminar. Hacía mucho tiempo que no recorría las calles de Buenos Aires, y me pareció un buen momento para hacerlo, tratando de olvidar un poco mis preocupaciones y despejar la mente.
Traía conmigo el maletín con el espejo y todos los documentos, en un principio porque pensaba en ir hasta la casa de Yazurlo, pero en mi interior sabía que lo hacía para minimizar los riesgos de robo, ya que visitaría la casa al día siguiente.
Pasé la tarde recorriendo lentamente las atestadas calles del Centro, mirando divertidamente como todos se apuraban para llegar a sus trabajos, mientras comían en bares tratando vanamente de no manchar sus trajes. Recordé que en un tiempo yo también era como ellos, inmerso en mi en ese entonces importantísimo mundo de rutinas y trajes caros; hasta que un día me harté, me mudé al sur y obtuve una licencia de investigador, viviendo desde entonces una vida mucho más tranquila y, contrariamente a lo que suponía, económicamente más holgada.
Mientras pensaba en todas estas cosas tomaba un café en un bar, mirando a través de las vidrieras las idas y venidas de los transeúntes. Caía la tarde, y las calles se iban poblando con aquellos personajes que recordaba de mi juventud: mendigos, músicos ambulantes, vendedores, gente que volvía a sus hogares. Yo lo veía todo desde una perspectiva lejana, como si mirase una vieja postal, o un filme de mi propia vida pasada. “Que pena que aquí no nieva como en Río Negro” pensé nostálgicamente, tratando de imaginarme los copos cayendo, la gente con rostros asombrados por el inusual fenómeno, los chicos jugando. Y de pronto me dí cuenta de que eso era real, una sensación de frío me invadió por un momento, y allí estaba: las personas se habían detenido en las calles, como congeladas, todos los rostros vueltos hacia el cielo; en el bar, un murmullo generalizado de asombrados habitués. En la calle los copos caían blandamente, algunos adolescentes sonreían, otros comenzaron a arrojarse bolas de nieve. Entonces recordé que llevaba conmigo el espejo. Miré al maletín que descansaba entre mis piernas y murmuré “Gracias”.
Volví lentamente hasta el hotel, disfrutando solapadamente al tener que sortear los helados montículos que se habían formado en las calles. Incluso me alegró llegar al hotel con los pies mojados. Fui hacia mi habitación, me desvestí y me eché a dormir.
Al día siguiente el sol brillaba sobre la ciudad, pero los matutinos aún recordaban el extraordinario fenómeno, titulando en grandes letras “Nevada en Buenos Aires”, “Por segunda vez en el siglo”, entre otros. Fui hasta la cochera y partí hacia la casa de Yazurlo, tantas noches pasamos allí que tenía la dirección grabada a fuego en mi memoria: Avenida Mitre 100 - Morón.
Llegar me tomó casi una hora, el tránsito en la ciudad era imposible. Pero en cuanto me bajé del auto frente a la entrada de la casa me pareció retroceder treinta años. todo estaba igual que entonces, incluso tuve la sensación de que hasta las plantas eran las mismas. Saqué la pequeña llave y abrí la puerta.
En su interior la casa presentaba el mismo aspecto que en su fachada, todo se encontraba como hacía treinta años, y se conservaba en un perfecto estado de limpieza. Mi impresión fue tan grande que, olvidándome del espejo, dejé mi maletín en el suelo y me puse a recorrer la casa, comenzando por los ambientes que me eran familiares, y llegando incluso a lugares a los que nunca había entrado, como el dormitorio de los padres de Yazurlo o el galpón que tenían en el fondo. En una de estas recorridas volví al comedor principal y me topé con mi maletín, esto me recordó el propósito de mi visita, y me dirigí hacia el dormitorio-estudio que Guillermo ocupaba en su juventud.
Como ya había comprobado, todo estaba como antaño, por lo tanto, fui directamente al pequeño armario en donde guardábamos nuestros textos y dibujos “importantes” y lo abrí. Me emocionó ver que Guillermo había conservado muchas de nuestras cosas, pero entre todas ellas había algo que no era de esa época pero , evidentemente, era lo que había venido a buscar: una delgada carpeta de cartón sobre la que Yazurlo había escrito “Vishnu”, con su particular caligrafía.
Me senté en la cama, con la carpeta entre mis manos, y la abrí:
Si llegaste hasta aquí es porque todo resultó como debía. Espero que tomes estas palabras que vas a leer con la misma apertura de mente con la que encarábamos las cosas hace treinta a?os.
Al principio yo también me mostré incrédulo, y fueron necesarias una serie de pruebas para convencerme del poder el Objeto de Frío.
Una vez que me hube convencido del asunto, mi predecesor me hizo llegar una serie de instrucciones, las cuales me enseñaron las propiedades del Objeto, Esas instrucciones te las transcribo ahora, tal como deberás hacer con quien te siga.
¿Por qué hay que transcribir las instrucciones? Yo no lo sé y aparentemente mi antecesor tampoco, pero es algo que retarda el desgaste del Objeto. Porque el Objeto se desgasta, con los años (o el uso) va perdiendo su poder. pero pasemos a lo importante.
Como te mencioné (o mejor dicho, te mencionaré ) en mi carta, mi muerte es previsible y esperada. ¿Acaso no es mejor vivir un poco menos, pero plenamente, a tener que soportar una larga existencia de amarguras? Sobre todo cuando hay una esperanza de vida posterior.
Al recibir el Objeto de Frío, éste estará descargado. Para recargarlo basta simplemente que averigües qué clase de objeto es. Esto debe hacerse porque el Objeto se “carga” de acuerdo a la energía de cada uno de sus poseedores. Al entregarte el Objeto te dí también la protección de su Guardián, quien te mantendrá alejado de peligros hasta que Vishnu te reclame. Como ahora debés saber, el Objeto es una especie de “hacedor de deseos”. Pero cuidado... Vishnu da y Vishnu quita.
El Objeto cumplirá todo lo que le pidas a su manera (en este caso es el Frío), pero tiene ciertas reglas siempre se cumplen:
Si el deseo es interesado “Vishnu da y Vishnu quita”, es decir que algo tomará a cambio. Y ese algo no guarda proporción con lo deseado.
Si el deseo es desinteresado, pero debe serlo de corazón, entonces ‘Vishnu da” sin pedir nada a cambio.
Llegará un momento en que Vishnu considere que el Objeto te ha servido lo suficiente, entonces deberás designar un “heredero” y entregarle el espejo, tal como yo hice (haré) en su momento con vos.
¿Por qué has de morir? Para mantener el secreto. Si los Objetos de Poder se conocieran popularmente, quien sabe en que clase de caos viviríamos. Es por eso que Vishnu te llamará, si hiciste un buen uso del Objeto El te recompensará con una nueva vida, en caso contrario pasarás al Olvido.
El buen o mal uso del objeto te lo dictará tu conciencia, todo depende de vos.
Hay para citar algunos ejemplos de buenos y malos usos, por nombrar un caso, el Objeto de Fuego cayó en malas manos dos veces: Hitler y Napoleón. En cambio, la última persona conocida que obró con el Objeto de Tierra fue Teresa de Calcuta. Ya lo ves, el espectro de posibilidades es tan amplio como el mundo.
Por eso son tan importantes tus acciones con el objeto como la elección de tu “heredero”.
Como siempre te digo (y te diré ) el Objeto de Frío me ayudó enormemente. Suerte. Y ahora con un sentido de vida mística, nos vemos en la próxima.
Otra cosa, si te parece que las cosas en esta casa están como hace treinta años. es porque en realidad están así. Recordá que “compartimos” el Objeto del Frío; bueno... en esa casa congelé el tiempo.
Un abrazo.
Guille.
CINCO
Esa nota de Yazurlo me “abrió los ojos” a mundos y cosas que yo nunca hubiese imaginado, sobre todo cuando, al consultar al Objeto, fui informado que, al instante de fallecer Yazurlo, un niño llamado William había nacido en Escocia.
Contar ahora el resto de mi vida no tiene mayor importancia, Simplemente diré que mis hijos están bien, que pude ayudar a todos aquellos a quienes amo y que, de tanto en tanto, hice una buena obra.
Lo importante es que ahora Vishnu me reclama, el poder del Objeto se ha extinguido y yo necesariamente, de uno u otro modo, deberé morir. Pero encaro mi destino con esperanzas, sólo espero que el joven Eckert, a quien hace años que no veo, no se sienta demasiado culpable con mi muerte; y que pueda comprender, como comprendí yo, que todos en algún momento preguntamos al espejo acerca de quién nos lo entregó, y ésa es la señal que Vishnu espera.
Pero debo abandonar mis pensamientos ahora, unas luces en el camino mi indican que Eckert está llegando.
Guau Richard, me encantó :D Sobre todo el hecho de que usaras escenarios tan familiares ^^
A ver si a la noche encuentro algún otro.
Lo de los escenarios familiares es lo mismo que cuando meto a gente real, sot vago y asi me evito tener que andar pensando tantas cosas jejej.
Jajajajaja! Pero igual le da un efecto encantador y lo vuelve más realista. Así que... que bueno que seas vago! XD
La primera la he visto demasiado atropellada y confusa, sin mantener un buen ritmo de misterio y saltandose detalles. La segunda me ha gustado mas, pero me hubiera gustado, que tuviera más profundidad, por ejemplo, ver que hacia el protagonista al descubrir sus poderes.
En realidad la primera ha sido una reescritura apresurada hecha apelando a la memoria. La versión original era parte de una trilogía que jamás llegó a completarse pero sí tenía bastantes detalles que le quitaban lo que ahora parece atropellamiento, como datos acerca del "modus operandi" de la secta, una especie de patrón de secuestros que involucraba a varias ciudades cercanas y algunas relaciones con casos similares (como una investigación acerca de cómo un mito aparentemente marino había podido arraigar en la provincia de Córdoba) y otras cosas que ahora no recuerdo claramente.
EL segundo es cierto que podría haberlo profundizado más, pero el no haberlo hecho deja abierta la puerta para seguir escribiendo sobre los otros cuatro objetos que aún quedan y entonces, sin sobrecargar a la historia ni a los lectores, podría hacerse algo mucho más complejo con los relatos de Los Cinco Objetos de Vishnu. En la historia aceca del objeto del frío me he centrado básicamente en la descripción de los objetos en sí mismos y en el modo en como se habían pensado las cosas en sus orígenes. Aún quedan cuatro objetos para seguir explicando que puede hacer la gente con ellos, cómo funcionan, que pasa si uno tropieza accidentalmente con un objeto... hay mil posibilidades más.
Como dato anecdótico, este cuento me sirvio para reencontrarme con el Guillermo Yazurlo real, que lo encontró en internet y me mandó un correo. Gracias a eso ahora nos volvemos a comunicar regularmente.
El que sigue tiene su gracia, ya que en el tiempo que pasó desde que lo llevé a la editorial hasta la fecha de su publicación (unos seis meses) se estrenó la película de La Momia (la nueva edición con Brendan Frasier) trayendo el tema a la moda de nuevo, y no veais la gracia que me hizo; por suerte la moda duró poco. En fin, cualquier parecido es porque se trata de temas similares..
Amenofis IV
UNO
La división de egiptología del Museo de Buenos Aires había quedado, al fin, a mi cargo. Hacía ya varios años que trabajaba para lograr ese nombramiento, y por fin lo había conseguido. No era de extrañar, entonces, que me quedase hasta altas horas de la noche trabajando en mi despacho, aunque esto último muy pocas personas lo sabían. Una de esas noches, mientras estaba en mi despacho estudiando algunos papiros de la II Dinastía, me pareció oír un ruido proveniente del Salón Principal. Inmediatamente tomé mi linterna y fui a ver de qué se trataba. Al llegar no encontré nada anómalo o fuera de lugar, de todas maneras recorrí el Salón ostensiblemente, como para hacer notar mi presencia, y volví a mis estudios.
Días mas tarde se repitió la situación, mis lecturas se interrumpieron por sonidos provenientes del Salón. Esta vez bajé a oscuras, tratando de hacer el menor ruido posible. Llegué hasta la sala pero, en lugar de abrir las puertas, miré a través de los cristales justo a tiempo de ver a una figura que recogía una cuerda por una de las altas claraboyas, por la que evidentemente había salido. Cuando la figura desapareció en la noche encendí la linterna y revisé el lugar, todo estaba en perfecto orden y nada faltaba. Volví a mi despacho, e inmediatamente llamé a las autoridades.
La policía pasó tres días buscando y clasificando huellas y pistas sin ningún resultado. Yo personalmente comprobé las colecciones y todas las piezas estaban en su sitio, incluso las más nimias. Los detectives rápidamente perdieron interés por el caso, de hecho no había ningún caso. Y todo quedó en el olvido.
Así pasaron dos meses en los que retomé mi rutina de trabajo, hasta que un ruido nocturno me hizo recordar los hechos anteriores. Nuevamente bajé y no encontré nada, cosa que esperaba, pero a partir de ahora, fuese quien fuese, había decidido esperarlo.
Por tres días esperé en vano, escondido tras una falsa moldura en una de las paredes, pero al cuarto día pude verlo. Cerca de medianoche, muy lentamente, una de las claraboyas se abrió, una soga descendió y por allí se descolgó la silueta misteriosa. Decidí no actuar, sino ver lo que hacía. Al pasar cerca de un reflejo pude ver que se trataba de un hombre bajo, enjuto, de ojos almendrados y cetrina tez, que se movía sigilosamente en la oscuridad, como si conociese el lugar de memoria. De manera increíblemente silenciosa, el delgado hombre comenzó a to-mar algunas de las piezas de la colección y a colocarlas sobre el piso formando extraños dibujos, terminado esto sacó de un pequeño bolso un minúsculo brasero y lo encendió, entonando una especie de cántico en un tono de voz grave y apenas audible, Este cántico aparentemente iba dirigido hacia uno de los sarcófagos, que en ese momento se halaba bañado por la luz de la luna, que penetraba escasamente por la abierta claraboya. El hombre terminó su melopea en cuanto la luna dejó de iluminar el sarcófago... y el sarcófago se abrió. El hombre, entonces, sacó un paquete del bolso y lo depositó dentro del sarcófago, Cerró la tapa y, sin proferir un solo sonido, acomodó todas las piezas en su sitio y abandonó al salón, escapando a través de la abierta claraboya. Esperé algunos minutos y encendí la linterna, por la ubicación, sabía que tanto las piezas como el sarcófago utilizado pertenecían a la colección de Amenofis IV , pero lo que me intrigaba era el bulto que el hombre había dejado. Quité la tapa y allí estaba; sobre el pecho de la momia, envuelta parcialmente en papel de diario, había una pierna humana.
DOS
La frialdad con la que había tomado los hechos me asombraba a mí mismo; retiré el macabro paquete del sarcófago, lo cerré, y fui directamente hacia el teléfono, llamando a la policía de inmediato.
Cuando llegaron los agentes les entregué el necrológico envoltorio, afirmando no conocer su procedencia, sino que había sido arrojado a través de una de las ventanas del frente, que por el calor permanecían abiertas. La policía tomó el paquete y nuevamente realizó su rutina de búsqueda de huellas, sin encontrar nada. De todas maneras eso a mi no me interesaba... había decidido investigar solo.
Ese mismo día permanecí en el Salón Principal, no podía despegar la vista de la colección de Amenofis IV. Estuve todo el tiempo releyendo la historia de Amenofis IV, que a continuación reproduzco:
Amenofis IV, quien reinó a mediados del Imperio Medio (XVIII Dinastía) fue el único faraón que se atrevió a quitarle el poder al clero, cambiando su nombre a Akhenatón, “el sirviente de Atón” y venerando a Atón, el disco solar, Dios Único en el hasta entonces politeísta panteón egipcio. Fundó la ciudad capital de Akhetatón. “el horizonte de Atón” (cercana a la actual Dehir el Bahari), desplazando tanto a la política Tebas como al la religiosa Karnak, y se mudó allí con su corte y su esposa Nefertiti. De esta unión surgieron varios hijos, uno de los cuales, Tutankatón, accedería al trono y traicionaría la fe de sus padres, renombrándose Tutankamón y restableciendo a Amón y al politeísmo, devolviendo así el poder a la cleriguicia.
Rumiando una y otra vez esta historia pasé el día, y al llegar la noche me escondí a esperar. No hubo visitantes nocturnos, aunque si algo fuera de lo normal... desde el sarcófago de Amenofis IV se oía un débil sonido, apenas perceptible en el sepulcral silencio de la noche. Era un sonido de roce, como si algo se moviera muy lentamente. Abrí el sarcófago pero no encontré nada extraño. Pensé que serían ratas, y al amanecer abandoné el Museo.
Dormí casi hasta el mediodía, y decidí tomarme el resto del día libre, visité algunos museos y el alejado barrio árabe de la ciudad, pero no hallé nada de interés. Al atardecer fui hasta la Biblioteca Nacional, en donde consulté la sección de Egiptología, buscando algo más acerca de Amenofis IV, pero lo único que pude hallar fue una oscura referencia acerca de una “Guardia de Honor” que el mismo faraón había formado para “cuidar sus intereses”, pero eso era todo, la referencia no citaba nombres ni fechas, un poco descorazonado, volví a mi departamento y me acosté a dormir.
Al otro día, mientras desayunaba hojeando distraídamente el periódico, una noticia hizo que casi dejara caer la taza al piso, el titular decía “Muerte en el Museo de Buenos Aires”, y la nota hablaba de un cadáver que había sido hallado en la madrugada por el personal de limpieza del museo, el cuerpo estaba en el Salón Principal, rodeado de piezas correspondientes a la colección de Amenofis IV y presentaba profundas laceraciones que le habían causado la muerte. El occiso respondía al nombre de Siddig el Fadil y vivía en el barrio árabe de la ciudad. La policía estaba trabajando ahora en el caso. Lo que me sobresaltó no fue la noticia en sí, sino la fotografía del cadáver... ya que correspondía al hombre que yo había visto en el museo.
Al llegar al museo me entrevisté con Salas, un inspector de policía que había tomado el caso:
-Buenos días, soy el Director del Museo.- saludé
-Salas, inspector a cargo.- fue la seca respuesta.
-¿Qué pasó?- pregunté
-Venga... mientras le muestro la escena del crimen le cuento lo que sabemos.- respondió Salas mientras comenzaba a caminar hacia el Salón Principal.
Al llegar al salón encontré las piezas de Amenofis IV distribuidas frente al sarcófago del faraón, en medio de ellas estaba la clásica silueta policial que indicaba la posición del cadáver.
-¿Para usted esto significa algo?- preguntó Salas sorpresivamente, mientras señalaba la singular distribución de las piezas.
-En realidad no...- contesté -Aunque tiene un lejano parecido con algunos rito mortuo-rios de la II Dinastía.-
-Ah...- murmuró Salas por toda respuesta.
-¿Me va a explicar qué pasó?- demandé.
-Sí.- respondió Salas al cabo de un rato -Aunque comprenderá que todo lo que le diga está bajo estricto secreto de sumario.-
-Comprendo...-
-Bien. Cerca de las cuatro de la madrugada el personal de limpieza ingresó al estableci-miento. Comenzaron sus tareas y Rosa Fuentes, encargada del Salón Principal, encontró al occiso. Nos llamó de inmediato. Nos apersonamos en el lugar y comenzamos las indagacio-nes.-
-¿Y qué descubrieron?-
-Muy poco. El nombre de la víctima es Siddig el Fadil, y tenía una finca en el barrio ára-be, Aparentemente la muerte se debió a profundos cortes realizados con algún elemento filoso. De todos modos la última palabra la tendrían los peritos. Siddig no tenía enemigos declarados, por lo que tanto el móvil como el lugar elegido siguen siendo incógnitas.-
-En algo puedo ayudarle.- interrumpí -Venga a mi despacho.-
Una vez en mi oficina le dije a Salas todo lo que sabía acerca de Siddig: que ya lo había visto en el museo, por las noches, que siempre acomodaba la colección en una especie de ritual y luego devolvía todo a su lugar, y agregué al final el asuntó de la pierna. Salas en un principio se enfadó conmigo, por no haber informado el asunto correctamente, pero al explicarle mis motivos se calmó un poco. Finalizamos la charla con una especie de “acuerdo “ que nos obligaba a que no volviésemos a ocultarnos información mutuamente. Por supuesto, me conminó a que abandone mi idea de investigar, cosa que yo estaba muy lejos de hacer.
TRES
A los tres días recibí, gracias a un conocido en la Jefatura, una copia del informe forense acerca de Siddig. Se trataba de un informe típico, en el que constaba que la víctima había sufrido cortes con algún arma larga (una espada o algo similar) y que, al abrirlo, presentaba un hueco en lugar del corazón. El informe aseguraba que el músculo había sido arrancado de su sitio y quitado a través de uno de los cortes que el cuerpo presentaba en ambos lados.
El misterio se estaba ahondando. El personal de limpieza, que rotaba cada tres semanas, nunca había notado nada raro en el Salón Principal y afirmaban jamás haber visto a alguien por allí. La pregunta que me inquietaba era ¿Quién lo había hecho y por qué? Nada había sido robado, y la falta del corazón de Siddig indicaba una especie de crimen ritual.
Decidí recorrer el barrio árabe.
Durante algunos días traté vanamente de obtener datos acerca de Siddig, tenía la impresión de que la cerrada comunidad ocultaba algo, y al terminar cada entrevista quedaba en mí la sensación de que había algo más. Hasta que recibí la nota. Estaba escrita con apretada caligra-fía en un papel corriente, y apareció una mañana por debajo de mi puerta. La nota, que reproduzco continuación, no hizo más que aumentar mi intriga:
Sahib Lamas:
Mi nombre no tiene importancia. Pero sepa que Siddig murió por una vieja imposi-ción.
El tenía una tarea que cumplir, y al no hacerlo se condenó.
No sé por qué motivo volvió al Museo a buscar su muerte. Yo lo amaba, y por eso quiero ayudarle. A cambio, necesito información que tal vez usted tenga, y que la policía no me dará. Debo saber si su cuerpo estaba completo.
Deje esta información en un sobre cerrado y sin marcas, en la bóveda de la familia Jashir, en el cementerio árabe.
Si su información es de interés. yo me contactaré con usted luego, No trate de buscarme.
Después de pensarlo un tiempo, decidí hacer lo que la nota decía, era mi única pista y no tenía nada que perder. Consigné la falta del corazón en un papel , lo ensobré y lo llevé al cementerio. Traté, nuevamente en vano, de averiguar algo acerca de la familia Jashir, pero nadie pudo o quiso responderme, Incluso el cuidador del cementerio se mostró reacio a mis preguntas, diciéndome que esa bóveda en particular había permanecido cerrada y sin recibir visitas desde hacía mas de veinte años. Le creí, ya que la decrepitud y abandono del panteón hablaban de escasos o nulos cuidados, con su gris fachada cubierta de malsanas hiedras y rodeado de una amarillenta maleza, en contraste con las bien cuidadas sepulturas del lugar.
Pasó una semana sin que sucediese nada de interés, hasta que una mañana, mientras recorría el museo, noté que una de las piezas de Amenofis estaba fuera de su lugar habitual. Di la vuelta y abrí el sarcófago. Sobre la momia del faraón había un cercenado brazo, que aparecía mordisqueado en el extremo de los dedos.
Como el museo estaba abierto y algunas personas ya lo estaban recorriendo, cerré rápidamente el sarcófago, con una expresión de repugnancia. Pensando en quitar el sepulcral hallazgo en la noche, después de cerrar.
Estuve casi todo el día en el Salón Principal ; y por primera vez noté, aunque debo reconocer que nunca le había prestado demasiada atención al tema, la enorme cantidad de árabes que concurrían a la exposición. Parecía que toda la comunidad sarracena de la ciudad se haba
dado cita en el museo, y todos, invariablemente, visitaban el sector en donde reposaba Amenofis IV.
Esa noche, en cuanto cerré el museo, fui hasta el sarcófago y lo abrí. Ahora el brazo presentaba un masticado muñón en el sitio en donde había estado la mano. A la mañana, cuando había visto los dedos, pensé en ratas. Pero ahora, y sabiendo que las ratas no podían comer tanto, me di cuenta de que me estaba enfrentando a algo infinitamente más hórrido y obscuro que los necrófagos roedores. Presa de un profundo asco, cerré el sarcófago sin contar con el valor necesario para vaciar su pavoroso contenido.
A la mañana siguiente recibí la segunda nota:
Sahib Lamas:
Fue muy amable en haber colaborado conmigo, aunque sus afirmaciones me llenen de pena. Ahora permítame cooperar con usted. Siddig tenía un amigo con el que pasaba la mayor parte de su tiempo, este amigo es el Señor Melek, dueño de una tienda de telas en Lambaré 2020. Tal vez él pueda darle informa-ción acerca del pobre Siddig. Búsquelo y diga que va de parte de Alema.
CUATRO
La tienda en cuestión era un pequeño y oscuro local en el que se exhibían diversos tipos de tejidos, principalmente de seda. Al fondo había un pequeño mostrador con una campanilla. Llamé y esperé unos minutos, hasta que desde detrás de un cortinado apareció un hombre moreno, de espesas cejas y profusa barba, quien me habló con un marcado acento árabe:
-Buenos días...¿Qué necesita?-
-¿Es usted el señor Melek?-
-Sí-
-Me envía Alema para hablar sobre Siddig.- dije entonces sin preámbulos
Melek me miró fijamente durante largos minutos; luego, sin decir palabra, fue hasta la puerta de la tienda y la cerró, al pasar a mi lado dijo “Sígame” y desapareció detrás de la cortina. Lo seguí por un angosto pasillo hasta una cocina pequeña, en donde una pava silbaba su hervor sobre un calentador eléctrico. El hombre sirvió dos tacitas diminutas de un hirviente y pringoso té y me indicó que tomara asiento en una de las desvencijadas sillas. El hizo lo propio y comenzó a tomar el borboteante brebaje dando cortos y rápidos sorbidos, al cabo de unos minutos yo comencé a hacer lo mismo.
Cuando hubimos terminado, Melek comenzó a hablar:
-¿Cuál es su nombre?-
-Lamas.-
-Bueno...señor Lamas. ¿Qué es exactamente lo que quiere saber?-
-A decir verdad... cualquier cosa que pueda decirme sería útil.-
-Si no es más específico no creo poder ayudarle...-
-Digamos que siento curiosidad por cierta devoción de Siddig hacia Amenofis IV.-
-¿Devoción?-
-Hablemos claro, Melek. Yo soy el Director del museo y lo vi.-
-Ahhh... ésa devoción.-
-Esa misma.-
-No era nada importante. Siddig era egipcio y adoraba a sus dioses.-
-Melek, yo no llegué a Director del museo por idiota. Amenofis IV no es un dios sino un faraón... y yo abrí el sarcófago y vi lo que colocaba dentro.-
Melek abrió los ojos de una manera tal que pensé que estaba sufriendo alguna especie de ataque de nervios, y preguntó:
-¿Acaso usted quitó lo que Siddig había puesto allí?-
-La primera vez sí.-
-í¿La primera vez?!¿Acaso hubo otra?!- -
-Si, pero no le entiendo,- dije confundido
-Lamas... no sabe lo que ha hecho.- dijo Melek. levantándose bruscamente, y tomándome del brazo agregó -Acompáñeme.-
Salimos de la tienda y caminamos rápidamente por las calles del barrio, entramos en un serpenteante mercado callejero y doblamos en un callejón que daba a un patio interno, un “pulmón” que los constructores habían dejado detrás de los edificios. Sobre una de las descascaradas paredes había una puerta, entramos por allí. Melek intercambió unas palabras en árabe con alguien que allí estaba, y luego de una gritería comenzaron a llegar varios hombres y mujeres, a los cuales Melek dijo:
-Debemos estudiar los papiros, Recuerden que cuando Lamas quitó la ofrenda no sabía lo que hacía, ni que así mataría a Siddig.-
Yo quedé petrificado en mi sitio, Se me culpaba de la muerte de Siddig ante una turba indignada y de mirada torva y desafiante, Por fortuna las palabras de Melek parecieron calmar los ánimos, y al poco rato uno de los hombres trajo un rollo de papiro que le entregó a Melek y unas hojas que me entregó a mí. Melek me tomó nuevamente del brazo y salimos sin decir palabra. Recién al abandonar el mercado me soltó y me dijo:
-Ahora váyase y lea lo que le han dado. Aprenda. Y mañana venga a verme a mi tienda.- y dicho esto desapareció entre el tumulto.
Fui hasta mi despacho en el museo y leí las notas que había recibido, a medida que iba leyendo mi incredulidad daba paso al asombro, sobre todo a causa de la espantosas coincidencias de las notas con la Historia tal como yo la conocía hasta el momento:
La guardia de Honor
Los protectores de Amenofis IV
Amenofis IV, Hijo directo de Atón, ordenó crear la Guardia de Honor. Esta Guardia era un cuerpo de carácter al principio secreto, pero con el transcurso de los años la Guardia se fue convirtiendo en una especie de milicia de elite dedicada exclusivamente a proteger los intereses y la vida misma del Faraón.
Amenofis IV no temía por su vida en vano, el había desafiado al entonces poderoso clero al despojarlo de sus investiduras, y sabía que los traicioneros sacerdotes nunca le perdonarían el haber destinado sus bienes a la construcción de Aketh Atón, la nueva capital del Imperio.
Amenofis IV cumplió y terminó su reinado en paz,. Pero su sucesor, Tutankatón, Fue seducido por los antiguos tonsurados y retomó la vieja fe.
Amenofis IV, entonces, fue maldecido con un poderoso conjuro, que mantendría su momia perpetuamente viva, sin posibilidad de descanso para su alma. La Guardia de Honor también tuvo su castigo, tanto ellos como sus descendientes deberían encargarse de alimentar al rey; ya que era eso lo que habían hecho toda su vida, y sus descendientes deberían seguir haciéndolo por toda la eternidad.
En caso de no cumplirse esto, quien hubiera fallado alimentaría a la momia con su propio corazón, devolviéndole la vida al Faraón, quien tomaría venganza de su Guardia y ,procurándose su propio alimento, sufriría eternamente el dolor que su carne muerta y seca le proporcionase.
El contenido de esta nota me hizo recordar que no había vaciado el sarcófago. Bajé hasta el salón y, armándome de coraje, abrí la tumba de Amenofis, el brazo ya no estaba allí, tan sólo algunas manchas sobre el vendaje de la momia deban testimonio de que algo había ocupado ese sitio. Cerré la tapa y abandoné el museo, desorientado y tratando de abrir mi mente a la evidencia de los irracionales hechos.
Al día siguiente fui hasta la tienda de Melek muy temprano. Al llegar Melek ya me estaba esperando, y nuevamente pasamos a la pequeña cocina. Sentada a la mesa había una mujer.
Se trataba de una muchacha de contextura menuda aunque bien formada, de tez color bronce y un par de enormes ojos que centelleaban argénteos bajo un cuidado y renegrido peinado, que resaltaba una cierta belleza exótica y misteriosa.
-Es Alema, la hermana de Siddig.- se apresuró a presentar Melek.
-Usted debe ser Lamas.- dijo la muchacha. Asentí con la cabeza y ella continuó, antes de que yo pudiese articular palabra. -Melek me dijo que es usted el responsable de la muerte de mi hermano.-
-Lamentablemente sí.- respondí consternado -Si he de creer en los papeles que estudié en las últimas horas.-
-Debe hacerlo....- intervino Melek - O encontrar otra explicación.-
Permanecimos en silencio durante algunos minutos, al cabo de los cuales Melek dijo:
-Hasta hace unos minutos Alema no sabía nada acerca de las actividades de su hermano, una verdad que recién le ha sido revelada. Lo único que ella conoce de nuestras ancestrales costumbres es que los cuerpos deben sepultarse completos... no como el del pobre Siddig.-
-Pero aún no se por qué.- inquirió Alema
-La explicación, como creo que todo este misterio, se remonta al Egipto Antiguo.- expliqué -Cuando una persona muere, su cuerpo debe permanecer completo y en buen estado, ya que en la posterior “resurrección” necesitará de todos sus órganos. El corazón es esencialmente importante, ya que al morir uno debe entregar su corazón a Osiris, quien lo pesa, y de acuerdo a este peso autoriza o no al alma a comparecer ante la Enéada.-
-¿La Enéada?- preguntó Alema
-La Enéada -completó Melek -son los nueve Dioses Principales ante los cuales hay que recitar el libro de los muertos. Sin corazón, Siddig nunca llegará hasta ellos, y su alma quedará aprisionada dentro de su cuerpo muerto, consumiéndose junto con él.-
-¿No hay forma de salvarlo?- preguntó Alema.
-Eso es una de las cosas que tenemos que averiguar.- contestó Melek
-De acuerdo a estos escritos- intervine -la momia de Amenofis IV ya está alimentándose por su cuenta.-
-Eso es lo que temía.- sentenció Melek., y alargándome el rollo de papiro que tenía en su poder, agregó -¿Sabe usted algo de árabe?-
-No.-
-Pero yo sí. De hecho estudié principalmente el lenguaje antiguo como materia alternativa en la Universidad- intervino Alema
-Bien... entonces Alema será nuestra traductora, ya que mis conocimientos se limitan a unos pocos dialectos. Estos documentos me los entregaron ayer en mano. Yo pude entender bastante, pero me gustaría saber si no perdí algún detalle importante.- concluyó Melek, entregándole el pequeño rollo a Alema. A continuación, como prueba y testimonio, adjunto una copia del rollo de papiro, seguido de la traducción que nos dió Alema en ese momento:
Yo, Kaleb Abdulah, en custodia de las tradiciones y deberes de la Guardia de Honor, consigno en este documento los pasos a seguir por los integrantes de la Guardia.
Es nuestro deber santo, bajo pena de un terrible castigo, el de alimentar y servir al rey tal como nuestros lo hicieron durante su vida. Cuando el faraón estaba vivo, nuestro servicio se refería a los vivos, pero ahora se referirá a los muertos, y será éste su alimento.
Cada cuatro meses, y durante las primeras cuatro noches, se deberá realizar el ritual como está especificado en los libros. Si se hace correctamente, cuando la luz de Khonsu ilumina al rey éste despertará y franqueará el acceso a su eterna morada. Es allí donde el Guardia deberá depositar el alimento, que consistirá en miembros segados recientemente por él mismo de víctimas inocentes.
Una vez colocada la ofrenda, se cerrará el sarcófago real y no será turbado hasta el próximo período, cuatro meses después. El deber del guardia no finaliza con este acto, sino que debe preocuparse de que el alimento real no sea removido de su sitio hasta no ser consumido.
En caso de que esto no se cumpliere, que Atón se apiade de nosotros. La furia de Amenofis IV no conocerá de límites. Y entonces renacerá con el propósito de cobrar venganza.
Cuando Alema terminó con su lectura los tres permanecimos en un largo silencio, que rompió Melek al decir:
-Creo que ya sabemos lo que pasó en el museo.-
-El problema ahora es como detenerlo.- comenté.
-Y ver si podemos darle paz a Siddig.- agregó Alema.
CINCO
Según Melek tenía entendido, Kaleb Abdulah aún vivía. Era uno de los fundadores del barrio árabe y en el lugar lo veneraban y respetaban por su sabiduría. Alema convino en que trataría de concertar una entrevista con el anciano y partió. Melek, por su parte. me aconsejó esperar y no tocar ninguna de las piezas de Amenofis IV hasta que no supiésemos qué hacer.
Volví al museo cl caer la noche, y me quedé repasando textos antiguos de egiptología, sobre todo por la oscura referencia que el texto de Melek hacía a Khonsu, un muy poco conocido Dios-Luna de la ciudad de Tebas.
Cerca de medianoche oí ruidos que venían desde el Salón Principal pero, siguiendo el consejo de Melek, preferí permanecer en mi despacho.
A la mañana siguiente, los matutinos publicaron una noticia que no me asombró demasiado. A dos cuadras del museo habían encontrado un cadáver, el cuerpo presentaba profundas hendiduras en su espalda por la que le habían sido extraídos los riñones. Toda la prensa ha-blaba de un posible tráfico de órganos, pero yo ya me estaba formando otra teoría.
En los días subsiguientes, ni Melek ni yo tuvimos noticias de Alema. Mientras tanto, la espantosa serie de crímenes (de la cual me sentía plenamente responsable) continuaba. La prensa más amarillista ya hablaba sin tapujos de tráfico de órganos e incluso de canibalismo. Todas las víctimas aparecían cerca del museo, y todas estaban mutiladas. A algunos les faltaban los pulmones, a otros el hígado; pero lo que me heló la sangre fue el caso de un niño de ocho años, a quien le habían quitado el páncreas. Esa noche, un indignado Melek y yo abrimos el sarcófago. A continuación trataré de poner en palabras lo que vimos, y lo que sucedió después:
Esperamos a la hora de cierre del museo y nos dirigimos al Salón Principal. Fuimos directamente hasta el sarcófago y lo abrimos, dentro de el estaba la momia de Amenofis IV... que había cambiado de posición. No sólo eso, el momificado despojo parecía estar reconstituyéndose, como si una nueva carne estuviese creciendo debajo de las vendas que cubrían el vetusto cuerpo... y su cara... su horrible y arrugada cara que ahora sonreía.
Melek se apartó del sarcófago gritando en árabe y gesticulando desesperadamente, señalando las claraboyas; yo no le entendí hasta que un fino rayo de luna se abrió paso a través del salón, iluminando la reseca frente de la momia.
Y la momia abrió sus ojos. Yo quedé clavado en mi sitio, y entonces eso, que no podía estar vivo, gritó. Fue un grito desgarrador y prolongado, que creció en intensidad y volumen ininterrumpidamente, hasta que mis destrozados nervios ya no lo soportaron y me desmayé.
Cuando desperté el sarcófago estaba cerrado como si nunca hubiera sido abierto, y Melek yacía sobre el piso, en medio de un charco de sangre que brotaba de su naríz. Traté de reanimarlo, pero fue inútil.
Al cabo de dos días, el inspector Salas me envió el resultado de la evaluación forense: Melek estaba descerebrado, no en el sentido médico de la palabra sino físicamente... alguien le había sacado el cerebro a través de su nariz.
En cuanto supe esto me puse a revisar todos los vasos canopes que había en el museo, los de Amenofis IV estaban en El Cairo, pero bien se podían haber usado otros, Nada, todos estaban vacíos. Sin embargo, seguí buscando durante horas hasta que al fin, en un altillo en desuso del museo, hallé el término de mi macabra búsqueda: en varios frascos comunes de vidrio, bajo una sábana deshilachada, descansaban todas las vísceras de las víctimas que habían muerto en los últimos días, incluyendo el páncreas del niño y el destrozado cerebro de Melek. Los hechos iban encajando lentamente, aunque aún no les encontraba sentido; yo sabía que durante el proceso de momificación una de las primeras medidas era quitar todos los órganos del cuerpo a través de incisiones laterales y el cerebro a través de la naríz, guardando todo esto en los “vasos canopes” que se fabricaban exclusivamente para ese uso, y variaban su decoración de acuerdo a su contenido. La pregunta era ¿Quién estaba haciendo ésto? y , en el a esta altura no tan descabellado supuesto de que fuese la misma momia ¿Por qué lo hacía? ¿No necesitaba sus propios órganos?
Pasaron varias semanas en las que “el asesino nocturno” (como lo había bautizado la prensa local) siguió con su aterradora recorrida, mientras yo veía con pavor que después de cada crimen un nuevo frasco era colocado bajo la sábana. Ya no me atrevía ni siquiera acercarme al sarcófago, e incluso pensé en buscar una excusa para cerrar el museo. La cantidad de musulmanes que visitaban la exposición había ido decreciendo hasta un punto en que el Salón apenas si recibía a una o dos personas por día. Entonces reapareció Alema.
Eran cerca de las dos de la tarde, yo me encontraba en mi despacho cuando suavemente llamaron a mi puerta. Abrí y allí estaba, parada en medio del pasillo con expresión temerosa, casi temblando. La hice pasar a mi escritorio y comenzamos a hablar
-Alema ¿Qué le sucedió? ¿Pudo encontrar a Kaleb?-
-Sí, vive en un apartado rincón en la provincia de Santiago del Estero. Es por eso que estuve fuera tanto tiempo. Kaleb no es fácil de ubicar.-
-¿Y qué sucedió?-
-Una vez que lo encontré tuve que convencerlo de lo sucedido. Al principio no quiso creerme. Pero en cuanto sintió dudas convocó a lo que el denominó una “Reunión Ancestral” y me reveló algunas cosas.-
-¿Qué clase de cosas?-
-Que si se interrumpió la “alimentación”, Amenofis IV está despierto... y seguramente ya estará reconstituyéndose.-
-¿Reconstituyéndose?-
-Sí... El corazón de mi hermano Siddig le dió la vida... Entonces Amenofis comenzó un proceso que en una primera etapa es de alimentación, en la siguiente es de reconstitución, y en la final es de resurrección.-
-¿Qué podemos hacer?-
-Lo primero es abrir el sarcófago, Debe hacerse mientras el sol brilla; y comprobar el estado de la momia. Después viajaremos a Santiago para encontrarnos con Abdul.-
-No perdamos tiempo... en el estado actual de las cosas, no creo que tardemos mucho en llegar a la tercera etapa.-
-Ya lo sé.- dijo Alema -En el viaje de regreso leí las últimas noticias del “asesino nocturno”-
Aprovechando entonces la total ausencia de visitantes, y viendo que el sol de la tarde entraba a raudales a través de las claraboyas, cerré el salón y nos acercamos al sarcófago. Levanté la pesada tapa y la momia quedó al descubierto. Alema dió un agudo grito y se tomó fuertemente de mi brazo... el rostro de la momia era como el de un cadáver normal, que tuviese pocos días de sepultado.
-Traiga algo para cubrir el sarcófago.- ordenó Alema
Salí del salón y volví al cabo de unos minutos con una de las enormes mantas de uso común en el museo, y la coloqué sobre el sarcófago.
-Son órdenes de Kaleb.- explicó Alema -Mientras la luna no la ilumine la momia no cobra vida.-
Volví a mi oficina, programé una desinfección del museo argumentando que había ratas y cerré el establecimiento. eso nos daba al menos tres días de ventaja.
Al día siguiente, cuando todo estuvo listo, partimos en mi automóvil hacia Santiago.
SEIS
Kaleb era un ancianísimo tuareg de rostro velado y edad indefinida, que vivía en las desérticas salinas, donde había armado una tienda de acuerdo a las costumbres de sus antepasados. Al llegar nos ofreció el tradicional té hirviente y comenzó a dialogar con Alema. Kaleb hablaba solamente árabe, y Alema me servía de intérprete:
-Aselam Aleikum.- saludó el viejo targuí
-Metulem Metulem- contestó Alema
-¿Cómo está?- preguntó Kaleb
-A punto de renacer.- respondió Alema.
-¿Está tapado?- quiso saber el anciano
-Sí.-
-Deberán mantenerlo así , no revertirá el daño hecho, pero al menos lo detendrá.-
-¿Y cómo podemos detenerlo?- pregunté
-Hace más de dos mil años, cuando Amenofis IV reinaba sobre el Imperio,- comenzó a decir el centenario sujeto -los Sacerdotes de Amón, dolidos por haber sido desplazados de los centros de poder, urdieron una venganza casi demencial contra el entonces Faraón. Convencieron a su hijo, Tutankatón, a unírseles mediante regios regalos y la promesa de que su tumba permanecería a salvo de los delincuentes, conteniendo el mayor tesoro jamás depositado en una cámara mortuoria. Para ello fundieron una máscara de oro con el rostro del heredero y prepararon todos los tesoros que se hallaron en su tumba. Una vez ganado el favor del futuro Faraón, prepararon una invocación especial al viejo Amón. Esta invocación fue secreta y desconocida para los legos, pero sus consecuencias trascendieron en todos los niveles. Al morir el rey su momia tuvo un tratamiento “especial”, y recibió sepultura sin corazón, y sin Libro de los Muer-tos que lo guiase en su camino. La guardia de Honor, por su parte, aprendió que cuando el faraón estaba vivo se alimentaba de una manera, pero muerto lo hacía de otra radicalmente distinta. Los miembros de la Guardia, y sus descendientes, fueron los encargados de “cuidar al rey” durante todo este tiempo sin que nunca sucediese nada, salvo una vez, hace años ¿No no-tan la similitud de estos crímenes con los que Scotland Yard nunca pudo resolver y le fueron atribuidos a un supuesto “Jack the Ripper”?-
-¡Entonces se le puede detener!- estallé excitadamente
-Siempre que no sea muy tarde.- comentó Kaleb en el mismo calmado todo, y continuó -Si la momia de Amenofis IV se reconstituye por completo y resucita, no será posible darle muerte, puesto que ya murió. Lo que deben ustedes hacer es llevar consigo una copia fiel del Libro de los Muertos, colocarla sobre el pecho de Amenofis, y recitar dos invocaciones. La primera será para que Khonsu, el Dios-Luna de Tebas, aleje su poder. La segunda, será para llamar a Osiris, conminándolo a que se lleve consigo al Faraón.-
-¿Y si la momia ya “renació”?- pregunté
-Nada podrá hacerse entonces.- sentenció gravemente Kaleb.
La charla del viejo se había extendido por casi cuatro horas, por lo que pasamos la noche en su campamento, bajo el vasto cielo del desierto. Al día siguiente, al partir, Kaleb nos entregó una copia del Libro de los Muertos y dos rollos de papiro, recalcando cuál era el orden en que había que leerlos. Convinimos en que sería Alema quien lo haría, ya que la pronunciación de los conjuros debía ser impecable. Kaleb nos deseó suerte y emprendimos el regreso hacia Buenos Aires.
SIETE
Llegamos al museo al atardecer, y decidimos actuar esa noche. Pero al ingresar al Salón Principal encontramos el sarcófago abierto... y vacío. Corrí escaleras arriba, hasta el altillo, los frascos estaban rotos, diseminados sus fragmentos por todo el piso. Ya no me cabían dudas, la momia se había reconstituido.
Nos miramos con Alema sin saber que hacer. Bajamos las escaleras lentamente, en dirección a mi despacho. sobre el escritorio había una nota, era de Salas, el inspector de la policía:
Sr. Lamas:
Preséntese lo antes posible en la jefatura. Hay un asunto impor-tante que quiero discutir con usted
Insp Salas
Subimos al auto y partimos de inmediato, no tanto para ver de que se trataba sino para reportar “un robo en el museo” con la esperanza de obtener alguna pista sobre el paradero de la momia. Cuando llegamos a la Jefatura ubicaron a Salas, quien aparentemente tenía bastante urgencia de comunicarse conmigo. Quince minutos después el Inspector llegaba al edificio.
-Lamas. Acompáñeme.- ordenó. Alema y yo lo seguimos hasta una puerta.
-La señorita debe esperar aquí.- dijo Salas al llegar
-¿Por qué?- pregunté
-Es la morgue.- respondió el inspector señalando la puerta
-Si es por eso, -mentí- la señorita Alema es antropóloga y mi secretaria, y le aseguro que ha visto más cadáveres que usted.-
Salas no dijo nada y abrió la puerta. Nos dirigimos hacia una de las mesas y el inspector retiró la opaca cubierta, el cadáver de Amenofis estaba allí, como si tuviese sólo unas pocas horas de muerto.
-¿Conoce usted a esta persona?- preguntó Salas
-No.- contesté -¿Debería?-
-¿Dónde estuvo el día de ayer?-
-Con la señorita Alema, en una excavación en la provincia de Santiago... es más, en el auto aún tengo los tickets del peaje, por si los necesita.-
-No... en realidad no sospechábamos de usted. El problema es el siguiente: Ayer nuestros oficiales fueron al museo a realizar una inspección de rutina con respecto a la serie de crímenes que al parecer comenzó allí. A uno de mis hombres le lamó la atención ver un sarcófago cubierto con una manta y lo abrió. El sarcófago tenía este cadáver dentro, el cual evidentemente lleva muerto no más de diez o doce horas.-
En ese momento un fino rayo de luna se coló por uno de los pequeños tragaluces que había en lo alto de la habitación. Alema me miró con ojos aterrados.
-Inspector.- pregunté -¿Podríamos quedarnos mi secretaria y yo a solas un momento?-
-Sí, acompáñeme a una de la oficinas y...-
-No, debe ser aquí.- interrumpí
-¿Aquí? Usted está loco, Lamas. Yo tengo normas que cumplir.-
El rayo lunar avanzaba, iluminando un cuerpo tras otro.
-Vamos, salgan.- ordenó Salas
-No.- dijo firmemente Alema
--¡¿Están ustedes locos?!- se enfadó Salas -¡Nos vamos ya!-
Yo había aprovechado el momento para acercarme a la puerta, la trabé y sujeté a Salas por la cintura, mientras Alema colocaba el Libro de los Muertos sobre el pecho de Amenofis IV.
-¡¿Qué creen que están haciendo?!- se debatía Salas, tratando en vano de zafarse de mi abrazo.
Alema comenzó a entonar la primera salmodia en un egipcio perfecto y elegante, y la luz de la luna, que había avanzado lentamente hasta casi tocar a Amenofis IV, se detuvo. El níveo rayo de luz cambió su color a un rojo sangriento, y a su alredeor se formó una especie de bruma espesa. Alema seguía recitando, y Salas había quedado petrificado entre mis brazos que no lo soltaban.
-¿Qué está sucediendo?- preguntó Salas con un hilo de voz
-íSilencio!- ordené.
La bruma que ahora giraba velozmente en torno al rayo de pronto pareció introducirse dentro del haz de luz, y éste se retrajo, comprimiéndose hasta desaparecer por la ventana.
Alema comenzó a leer el segundo rollo.
Un olor nauseabundo y dulzón invadió la morgue, y desde las ventanas comenzó a caer una especie de niebla pesada y agobiante, que en pocos segundos llenó por completo el mortuorio recinto. Yo ya había soltado al aterrorizado inspector, quien parecía estar a punto de desmayarse. La bruma, de un tono azulado, parecía condensarse a medida que Alema avanzaba en su oración, y en muy poco tiempo se definió su figura como humana. Llegó un punto en que toda la niebla había desaparecido, aglomerándose en esta acelajada figura, que entabló con Alema un diálogo que, a pesar de haber sido pronunciado en egipcio, inexplicablemente yo pude entender,
-Soy Osiris, y me han convocado.- dijo la figura
-Soy Alema... He ahí al Faraón, y también a su Libro.-
El Dios hizo entonces un gesto, y el Libro de los Muertos comenzó a brillar como si se tratase de metal al rojo. Estuvo así unos minutos, mientras la momia se encogía y volvía a su estado natural. Al cabo de este proceso el Libro volvió a la normalidad, pero sobre sus páginas latía el corazón vivo de Siddig.
-Esto no le pertenece al rey, que no merece descanso.- dijo el Dios. Y tomándolo entre sus manos, continuó -Sin embargo, este corazón, al ser pesado, otorgará a tu hermano Siddig el paso hacia la Enéada.- y dicho esto desapareció.
El empavorecido Salas había visto todo desde un rincón del cuarto, y permanecía mudo y quieto. Alema y yo nos acercamos a la momia. Nuevamente se trataba de una momia egipcia normal. Miré a Salas y consulté mi reloj, todo había ocurrido en escasos diez minutos.
Salimos de allí.
OCHO
A Salas le llevó un buen tiempo y unas largas vacaciones el recuperarse de los acontecimientos. Y tuve que intervenir especialmente para explicar de qué manera una momia egipcia de casi tres mil años había llegado a la morgue de la policía. Alema, satisfecha por haber podido llevarle paz a su hermano, me acompaña en el museo en calidad de asistente, y sus conocimiento de lenguas musulmanas son excelentes a la hora de estudiar viejos documentos. La exposición de Amenofis IV volvió a abrir sus puertas al público, aunque ahora el material se expone en el sótano del museo, donde no hay ventanas.
De todas maneras, cada cuatro meses, debo encargarme de alimentar al rey.