En Las partículas elementales Houellebecq lleva a sus últimas consecuencias su frase: Toda sociedad tiene sus puntos débiles, sus llagas. Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte. La novela narra el improbable nudo que unirá los destinos de dos hermanastros: Michel, prestigioso investigador en biología, especie de monje científico que a los cuarenta años ha renunciado a su sexualidad y sólo pasea para ir hasta el supermercado; y Bruno, también cuarentón, profesor de literatura, obsesionado por el sexo, consumidor de pornografía, misógino, racista, un virtuoso del resentimiento.
Michel Houellebecq
Temática:
Juegos a los que puede adaptarse:
Es la historia de 2 hermanos, cuya madre era una jipi beatnik a la par que yonqui, que los dejó desperdigados por el mundo. Casi solos ante el peligro. Cuando crecen, uno de ellos -Michel- llega a ser un reputado científico, pero en cambio carece de vida social y el sexo se la trae floja (nunca mejor dicho). El otro -Bruno- es un frustrado de la vida en general. Divorciado, barrigón, que se dedica el día a meneársela como un mono. Autobús, Clase (es profesor), Parque, Calle, donde surja. Cualquier imagen le pone cachondo. Y sólo consigue algo.. si paga.
Además de narrar la vida y el particular calvario de cada uno, Houllebecq introduce cada dos por tres pinceladas de culturilla muy interesantes.
Es en general, un libro de sexo, ciencia y sociabilidad.
Un pequeño fragmento ilustrativo...
"—Nunca he entendido a las feministas... —dijo Christiane a media cuesta—. Se pasaban la vida hablando de fregar los platos y compartir las tareas; lo de fregar los platos las obsesionaba literalmente. A veces decían un par de frases sobre cocinar o pasar el aspirador; pero su gran tema de conversación eran los platos por fregar. En pocos años conseguían transformar a los tíos que tenían al lado en neuróticos impotentes y gruñones. Y en ese momento, era matemático, empezaban a tener nostalgia de la virilidad. Al final plantaban a sus hombres para que las follara un macho latino de lo más ridículo. Siempre me ha asombrado la atracción de las intelectuales por los hijos de puta, los brutos y los gilipollas. Así que se tiraban dos o tres, a veces más si la tía era muy follable, luego se quedaban preñadas y les daba por la repostería casera con las fichas de cocina de Marie–Claire. He visto el mismo guión repetirse docenas de veces.
—Cosas del pasado... —dijo Bruno, conciliador"