En el año 806 todos los monjes de la abadía de la isla de Iona aparecieron muertos. Este suceso se repitió tres veces mas en los once años siguientes.
Todo comenzó cuando algunos marineros de la zona informarón de que la abadía parecía vacía. Los mas osados se adentraron en la bahía llamando a gritos a los monjes desde sus barcas sin obtener respuesta. Solo la muda mirada de unas pocas cabezas de ganado especialmente escualidas que pastaban abandonadas cerca del templo.
Se extendió el rumor de que la pequeña isla había sido asaltada por saqueadores vikingos, como se sospechaba que había ocurrido las otras veces, y se procedió a enviar emisarios al arzobispado. No había ninguna prisa, porque todos los habitantes de la isla debían estar ya en manos de Dios.
Sin embargo algo aceleró las cosas en el cercano convento de las Hermanas de Magdalena. Un peregrino que había visitado Iona puso en conocimiento del capellán del convento la presencia en la abadía de un pío eremita emparedado voluntariamente en penitencia. Un pequeño ventanuco era su único medio de contacto con el mundo exterior. Allí encerrado ningún saqueador habría podido alcanzarle y ahora, solo, sin el agua y los alimentos que le hacían llegar los monjes, ese modélico cristiano debían estar sufriendo terribles penurias.
Se decidió ir en auxilio del penitente antes de que fuera demasiado tarde. El capellán, junto a dos voluntariosas monjas buscaron un pescador que les condujera a la isla y así acompañados del peregrino se aprestaron a derribar el muro, liberara al penitente y administrarle los cuidados necesarios.
Los jugadores ya están escogidos.