Cuando la soledad lleva a la incomprensión, surge una carta para corroborar tus mayores miedos. La esperanza de que alguien te diga que no estás loco es lo único que te mantiene a flote.
Mantienes la carta en tus sudorosas manos mientras respiras profundamente. En un momento de valor, la arrojas dentro del buzón, donde suena con un estruendo que llena la noche. Ya está hecho, sólo tienes que esperar la respuesta.