ESTO FUE LO QUE PASÓ:
- Escena de relatos tras la partida.
DHAEVA 2.5. - LA BÚSQUEDA DE SCHAAR.
OCASO DEL VEINTIOCHO DE JULIO.
AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.
Durante todo el día, negros nubarrones de tormenta parecían anunciar su llegada.
La milicia alerta de la llegada de una gran comitiva desde el Norte: carros y carruajes, algunos jinetes y un centenar de guardias feudales.
Tras la noche de su derrota, Schaar Dvy permaneció encerrado en las Mazmorras, sometido a tormento inhumano por parte de Carcelero.
El Capitán Zarak no permitió a Dama Dubieta ni a nadie ir a visitarle.
En días sucesivos volvió una cierta sensación de orden, o al menos de tensa calma, al Castillo de Balgrad. La Guardia Ducal mantenía la vigilancia con la colaboración de la milicia de la ciudad, que parecía haber vuelto a sus puestos.
Tres individuos extraños se unieron al séquito del Primer Caballero Durius Tremere de Slobozia, éste los alojó en su mansión en la ciudad.
Así transcurrió el resto de mayo, todo junio y gran parte de julio.
Hasta que la milicia anunció la llegada de una comitiva procedente del Norte, una comitiva que portaba los estandartes del Duque de Transilvania.
Con el Duque llegaron también su señora esposa, la Duquesa Maruska Kadar, y el hijo de ambos, el pequeño Morout.
La Duquesa resultó ser de armas tomar, además de hablar solamente la lengua magyar. Varios criados del castillo fueron azotados por dirigirse a ella en la lengua de los esclavos (el eslavo es la lengua nativa de las clases humildes transilvanas en esta época).
Algunos de los lacayos y criados fueron hallados culpables de traición, por lo que fueron azotados con latigazos hasta la muerte, en el Patio del Castillo que tanto habían hollado.
Se estableció también una dura disciplina entre la guardia ducal, pues muchos de los guardias, con la honrosa excepción de Itsvan y Hakir, fueron hallados displicentes y vagos en el cumplimiento de sus deberes. En el caso de los guardias a las órdenes del Capitán Zarak, sin embargo, los azotes no fueron hasta la muerte.
Mayor fue la disciplina impuesta entre la milicia local ciudadana y entre muchos de los habitantes de la ciudad de Alba Iulia. Hubo decenas de ahorcamientos y el herrero trabajó muy duro construyendo jaulas en las que encerrar a los condenados a exposición, jaulas que se colgaron altas en la plaza principal de la ciudad y en algunos puntos de los muros defensivos.
El Duque por su parte, se entrevistó con todos los notables del Castillo, recabando todas las opiniones y puntos de vista. Y escuchando siempre las opiniones de su amada esposa, la Duquesa Maruska.
OCASO DEL CINCO DE AGOSTO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y OCHO.
SALON PRINCIPAL:
Durante toda la última semana todos los habitantes del Castillo de Balgrad han sido interrogados una y otra vez acerca de todos los detalles de todo lo acaecido en el Castillo durante el último año y medio. En algunos interrogatorios se ha usado la "amable" ayuda de Carcelero.
El Duque convoca un atardecer a éste, además de al Capitán Zarak, al Chambelán, a las Damas nobles de la sangre Szantovich, a Maserrak, a un demacrado y de momento excarcelado Schaar Dvy (sin ojos ni manos, y completamente cojo con las rodillas mal curadas y retorcidas); y, por supuesto, al Secretario Ducal. También ha sido llamado Valdav Krevcheski.
- "Mi buen Durius, debemos deciros que casi nos extraña conservar un ducado y una silla ducal en la que sentarnos, tras el relato de todo lo que ha ocurrido en nuestro dominio en ausencia de nos.
Los Condes afirman que los caminos no fueron seguros durante meses, y que nada se hizo desde este Castillo para paliar esa situación. Por fortuna, todas las Tirsas se han seguido autogobernando exitosamente sin vuestra intervención.
Encontramos a nuestra llegada recursos despilfarrados o arruinados, como la Casa Basarab, de la que tanto esperábamos, o la muerte del notorio Iacobus, así como de los Dravescu. La pérdida de servidores leales, como el Senescal Jensi Stolnic, o Farkas Deli.
También sabemos que nos habéis arrebatado lo que en justicia nos pertenecía, y que ahora conserváis en vuestro interior. Un tesoro del que no estamos seguros seáis consciente de cuál es su verdadero valor.
Capitán Zarak, dad un paso al frente. Nos os nombramos Caballero de Transilvania por vuestra lealtad y los servicios prestados. Contraeréis matrimonio con la Dama Radovina, de la Casa de Bran. Nos os encomendamos la tarea de engendrar un linaje de guerreros que proteja este país durante los siglos de los siglos. Recibiréis como dote las tierras abandonadas por la Casa Basarab, así como la mansión en la ciudad que antaño perteneciera a dicha Casa y que había sido cedida temporalmente a Durius de Tremere en usufructo.
Capitán, por su valor y coraje, podéis nombrar Sargentos de la Guardia Ducal a los guardias Hakir e Itsvan, con el correspondiente estipendio. El resto de guardias recibirán la más severa de las disciplinas y podrán ser ahorcados por vos si lo consideráis conveniente.
Schaar Dvy, dad un paso al frente. Vuestra furia fue ciega y tal vez mal encaminada, pero nos consideramos que a vuestro modo nos habéis sido leal. Se os libera de vuestra condena de prisión. Además, si en el plazo de dos meses estáis en condiciones de empuñar un arma y volver a prestar juramento de fidelidad, recuperaréis las espuelas propias de un Caballero de la Casa menor Dvy de Transilvania.
Otto de Sajonia, dad un paso al frente. Os libero de mi servicio y os despojo de los cargos de Chambelán de la Corte y de Mayordomo de Balgrad. Nos os consideramos personalmente responsable del desastre de las dobles bodas en la que los Basarab fueron imperdonablemente ofendidos. Se os condena a muerte por decapitación. Dicha condena permanecerá en suspenso en tanto en cuanto Durius Tremere de Slobozia os acepte a su servicio y os mantenga a sus órdenes, pero será ejecutada tan pronto os releve de su servicio.
Maserrak de Flambeau, dad un paso al frente. Desde hoy ya no sois Maestro de la Corte y se os exilia de la Tirsa de Balgrad ahora y para siempre, bajo pena de muerte en la horca. Podéis permanecer al servicio de Durius Tremere o abandonar el país para regresar a vuestra patria, como gustéis.
Valdav, de la Casa Krevcheski, dad un paso al frente. Vuestro primo Flaviu nos sirvió mal, con grave incompetencia que costó a nos las vidas de cien jinetes magyares y de dos de nuestros sagrados Guerreros de Sangre. La Casa Krevcheski sigue ahora, y tal vez por siempre, bajo sospecha. Podéis elegir servir a Durius Tremere o subir al cadalso para ser colgado del cuello hasta morir. Vos elegís.
Durius de Tremere, dad un paso al frente. Desde este momento, se os depoja de la condición de Primer Caballero de la Corte y del cargo de Secretario Ducal. Además, hasta nuevo aviso, ya no sois bienvenido en esta Corte. Conserváis vuestros títulos y rangos de Caballero de la Casa Tremere, y vuestra condición de señor feudal del señorío de Slobozia.
Precisamente en relación a este señorío, recibiréis la suma de cien Florines, y podréis llevaros a cuantos sirvientes consideréis oportuno de este Castillo, incluyendo si gustáis a Carcelero y sus Mazmorreros, así como al joven Lindor de Slobozia, su familia, y otros miembros de vuestro séquito. También os acompañarán veinticinco familias de la ciudad que quieran seguiros bajo vuestra nueva misión y cometido, que será repoblar Slobozia y convertirla de nuevo en un feudo viable que pague sus diezmos a nos. Como parte de la ayuda que se os brinda en vuestra tarea, quedaréis exento del pago del diezmo ducal durante los primeros cinco años.
Con el objetivo además de repoblar Slobozia, contraeréis matrimonio con la noble dama Dubieta, de la Casa Szantovich, adoptando a su hijo Tiberiu Radomir como heredero, en tanto en cuanto no engendréis con vuestra esposa a un heredero legítimo de vuestra carne y sangre.
Durius, cualesquiera de los siervos plebeyos del Castillo que queráis llevaros estarán a vuestro servicio, aquellos que no queráis con vos serán ahorcados por traición.
Durius, marchad ahora a vuestro nuevo cometido y no nos falléis en esto." -
El Duque sella el acta ducal de repoblamiento de Slobozia y los demás documentos con sus órdenes y nombramientos, y se los entrega al Capitán Zarak antes de dar por zanjada esta sesión de la Corte Ducal de Transilvania.
Queda bastante claro que cualquiera que abra la boca para decir algo será encerrado en una estrecha jaula de hierro, justo del tamaño suficiente para permanecer dentro en pie, y que dicha jaula será seguidamente colgada de lo alto de un poste en la plaza de la ciudad.
TRAS ESTO TRANSCURRIERON LOS MESES DE SEPTIEMBRE Y OCTUBRE DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE 958.
Una gran comitiva, con docenas de carros, bueyes y caballos, y más de veinticinco familias de campesinos, abandonó Alba Iulia y después la Tirsa de Balgrad en un largo y difícil viaje hasta el despoblado señorío de Slobozia.
El Caballero magyar Ferenk Zarak lideraba la comitiva durante la noche, con la ayuda diligente de su esposa, Dama Radovina de la Casa de Bran.
De noche, el Caballero Durius Tremere y su mayordomo Otto de Sajonia surgían del fondo de sus carromatos para liderar y organizar la comitiva repobladora de Slobozia.
En la comitiva viajaban también el de nuevo Caballero Schaar Dvy, atendido por Dama Dubieta, que distaba de estar recuperado tras haber visto sus rodillas destrozadas, haberle sido amputadas ambas manos y arrancados los ojos a manos de Carcelero y sus monstruosos compañeros. El Caballero parecía volver a tener manos y ojos, al menos según desde qué ángulo se le mirara, pues el juego de luces y sombras a veces parecía mostrar tan sólo muñones y en ocasiones unas blancas manos huesudas y unos ojos fijos de cadáver, que parecían falsos y postizos. Durante ese viaje, Schaar apenas parecía capaz de andar o de sostener una espada, pero sí podía cabalgar y a menudo se le veía siendo ayudado por el pequeño Tiberiu Radomir Szantovich.
Dama Dubieta, viuda del Knezi Radu Szantovich el Menor, Conde de Covasna, estaba ahora prometida al Caballero Durius, con lo que su hijo Tiberiu pasaría a ser el hijo adoptivo y heredero del Señor Feudal de Slobozia, quien con el matrimonio se convertiría también en el Conde de Covasna.
El buen Maserrak, Mago de la Casa Flambeau había elegido el exilio y desaparecer en el agreste paisaje transilvano, habiendo constatado que la magia estaba menguando su poder de forma alarmante en toda Transilvania, tal vez en todo el mundo.
A la comitiva se unió el ahijado de Durius, el joven Lindor de Slobozia, y toda la familia de éste. También diversos guardias, sirvientes y lacayos. Así como Carcelero, Igor, y el noble menor caído en desgracia Valdav Krevcheski, Casa Transilvania conocida tanto por su astucia e ingenio con máquinas e inventos, como por su carácter traicionero.
A finales de noviembre, era refundado de nuevo el poblado de Slobozia, que había sido destruido y arrasado por completo durante la cruel invasión magyar de 952.
El llano señorío, partido en dos por un río helado y poco caudaloso, parecía en un principio deshabitado y yermo. Sin embargo en realidad había moradores.
Una colonia de bandidos leprosos y dementes fue expulsada bajo la amenaza del fuego y las espadas de los seguidores de Durius.
Posteriormente, se descubrieron varios pastores huraños y medio locos que practicaban la trashumancia por la región, llevando a sus rebaños de cabras o de ovejas de un lado para otro. La amabilidad y encanto de las Damas Dubieta y Radovina, respaldada por el brillo de algunas armaduras, consiguió que los pastores accedieran a vender sus productos a precios razonables.
El clima era cada vez más inhóspito y frío conforme el otoño se acercaba a su fin, pero los siervos Aldriu, Mikail y Vasilov encontraron que en el río, bajo el hielo había buena pesca, sobre todo lucios. Por su parte, los guardias Boru, Hakir, Itsvan y Tomescu conseguían ocasionalmente cazar algún cerdo salvaje, liebres y conejos.
Fueron unos comienzos difíciles, pero la mayoría consiguió sobrevivir, aunque los plebeyos muy a menudo mostraban signos de palidez y debilidad, pues se rumoreaba que el Señor Feudal y su fiel Mayordomo los visitaban por las noches y reclamaban un diezmo rojo que no era de plata. Semanalmente ese diezmo era compartido con otros como el Caballero Zarak, Carcelero, o Igor.
Diciembre de 958:
Se pudo celebrar la Natividad del Señor por primera vez en años en Slobozia. El asentamiento comenzaba a tener chozas de madera y no sólo tiendas de campaña, y poco a poco iba pasando de simple campamento de carromatos a los rudimentos de una aldea.
Aquella primera Navidad, aunque dura y austera, agravada por la ausencia de vino o de cerveza, y peor todavía, por la carencia de un sacerdote que oficiara sagrada misa, fue un tenue rayo de esperanza. Muchos que habían tenido el convencimiento de que aquello era una cruel pena de muerte dilatada en el tiempo comenzaban a atisbar la posibilidad de que, de algún modo, lograran sobrevivir.
Durante los meses siguientes, se siguió estableciendo la aldea, lo que incluía la preparación de los campos de cultivo, corrales para las gallinas y otros animales, y edificar poco a poco casas de madera para todas las familias.
DOCE DE FEBRERO DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y NUEVE.
Schaar Dvy está más recuperado, pero siente una extraña comezón. Por todos los indicios que tiene, los Basarab mataron a Iacobus y quemaron su cadáver. Tiene bastante claro, tras muchas preguntas y averiguaciones, que eso pasó. Y sin embargo... durante todo ese tiempo no ha parado de tener la impresión de que ese monstruo sigue vivo.
Habla con Dubieta, quien secretamente tenía el mismo convencimiento.
Últimamente, el señor feudal Durius parece alicaído. No ha establecido aún fecha para la boda con su prometida, la Dama Dubieta, lo que es preocupante, pues fue una orden del Duque. Ese matrimonio resultaría útil para todos, ayudaría a asentar la posición de la viuda del Conde de Covasna, y en particular de su hijo, Tiberiu. También sería beneficioso para Durius, pues podría reclamar el título de Conde de Covasna. Aunque Covasna sea una ruina maldita y deshabitada todavía, en Transilvania, el título de Knezi conlleva mucho peso.
DICIOCHO DE MARZO DE 959.
Enrietta ha escuchado rumores de que los pastores de la zona están inquietos, y que tienen un campamento temporal al norte del señorío.
Tanto Dubieta como Schaar Dvy tienen el convencimiento de que Iacobus no está muerto del todo, y Radovina parece haber tenido visiones que lo confirman.
Los tres, junto con el Caballero Zarak, Carcelero, el Guardia Tomescu, Enrietta y Valdav, parten con un carruaje y caballos para buscar a la bruja Sadira, de la que han oído hablar. Schaar Dvy tiene la esperanza de que la bruja pueda confirmarle si Iacobus está muerto o no, y si no lo está, acerca de su paradero.
La comitiva parte, y al llegar a la zona encuentran a cuatro pastores alanos intentando quemar a una mujer de mediana edad con ropas nada llamativas.
Ahuyentan a los pastores, aunque Tomescu trata de perseguirlos con poca fortuna, cayendo de su caballo. También Dubieta sufre un percance al asomarse demasiado por la portezuela del carruaje cuando éste todavía estaba en marcha, pronto es auxiliada por Enrietta y algunos más. Mientras, Carcelero, Schaar y Zarak evitan que la hoguera arda y parlamentan con la bruja, consiguiendo que acceda a ayudarles a cambio de ser liberada.
La siguiente noche, la bruja Sadira realiza un ritual adivinatorio que revela que lo que queda de Iacobus, el pavoroso Caballero de los Cárpatos, lo tiene un sacerdote impío en una aldea abandonada llamada Kruchikov, o Kruchikova, o Kramnev.
Tras el rito, trata de dormir con un hechizo a sus libertadores para devorarlos y matarlos, aunque sobreestima su propia fuerza y no resulta difícil derrotarla. Schaar Dvy le corta la cabeza de un solo tajo.
SEIS DE ABRIL DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y NUEVE.
Una fogata, una oscura fogata en una noche ya de primavera, pero todavía fría, del año de Nuestro Señor de 959.
Las llamas crepitan al quemar las ramas secas que alimentan la hoguera.
A vuestras espaldas sopla el viento nocturno, con un frío intenso que en algunos instantes parece querer arrebataros vuestras almas. El fuego parece el único refugio y sustento en esta noche de crueldad.
Sin embargo, el fuego no parece exento de oscuras promesas de dolor y sufrimiento eterno.
Un caballero se calienta las heladas manos. Los tendones, vitales para un magistral manejo de la espada tan soberbio que un combatiente normal tardaría dos vidas humanas completas en adquirir. Esos tendones, los de unas manos antinaturalmente fuertes, comienzan a doler. Es un signo de envejecimiento. Como las pequeñas patas de gallo que pueden apreciarse junto a los ojos si uno se fija bien. O las canas en la escasa barba que a veces le crece en el rostro, antes de que las haga desaparecer afeitándose con una daga afilada.
Dos damas nobles están sentadas cerca, al otro lado del fuego, sus vestidos delatan su posición social, también sus exquisitos rasgos, un tanto extraños para un observador avezado. Los ojos rojos de la más joven de las damas, los rasgos afilados, casi crueles, de la otra, cuya belleza parece imposible y casi inhumana.
Tras las damas hay un carruaje noble, y una sirvienta delgada de pelo rubio platino está sacudiendo las mantas y cojines de su interior para adecentar un poco el lugar.
Cerca, se aproxima un recio guardia feudal cargado de leña. Porta a su espalda un hacha cubierta de una fina capa de hielo. Teme por el filo, que el frío pueda volverlo quebradizo.
El acorazado Capitán de la Guardia vigila el improvisado campamento algo apartado del fuego, casi sumido entre las sombras, junto a una figura cruel e inhumana, la del Carcelero.
Finalmente, un noble muy menor, sin tierras ni posesiones, con cabello largo y ataviado con una túnica de erudito, se encarga de cuidar de los caballos. Una tarea que en principio sería indigna de alguien de vieja sangre noble transilvana, aunque su Casa sea quizás la más denostada y la que más ha caído en desgracia en los últimos años.
El pequeño campamento se encuentra en una quebrada rocosa junto a una amplia hendidura que desciende hacia un valle resguardado atravesado por un arroyo que parece congelado.
Ahí, según afirmó la bruja Sadira, en la cabaña de col, se encontraba la aldea abandonada de Kruchikov, también llamada Kruchikova, y en ocasiones Kramnev. A lo largo de los siglos, sin duda muchos asentamientos habían brotado como hongos en ese lugar maldito, debido al arroyo y a la falsa sensación de seguridad de estar en un hondo.
Desde el pequeño campamento sólo se divisaba de la aldea un campanario de piedra. Pese al viento, la campana no emitía sonido alguno. Si había casas o cabañas alrededor de la iglesia, no eran discernibles desde la mesa rocosa. En realidad poco más aparte de un angosto sendero que descendía al valle era visible en esos momentos.
La comitiva de nobles y sus sirvientes descendieron a la aldea al día siguiente, encontrando la aldea en ruinas y a una docena de amables aldeanos, quizás demasiado amistosos, que parecían vivir en chozas que estaban completamente en ruinas y que iban de acá para allá sin ningún propósito discernible en algo que casi parecía una parodia de la vida real de un aldeano.
No resultaron hostiles e incluso se les podía empujar y apartar sin que ofrecieran resistencia. En un momento dado, hasta permitieron ser encerrados por los visitantes en la choza que más se mantenía en pie, probablemente la que un día fuera la del jefe de la aldea.
El edificio más notable de la aldea era una sólida, rocosa y fortificada iglesia románica, cuyas estrechas ventanas eran como saeteras y parecían tapiadas. La puerta era de piedra y parecía muy sólida, resultando inviable forzarla. Valdav trató de abrirla con un ritual ocultista que implicaba derramar su propia sangre, pero no pareció funcionar.
Observaron el lugar, deduciendo que sobre el templo pesaba una maldición. Vieron que tal vez se pudiera acceder trepando hasta lo alto del campanario, pero eso parecía demasiado peligroso, pues el lado que parecía más practicable daba a un barranco en cuyo fondo se veían piedras afiladas.
De noche, la iglesia abrió sus puertas misteriosamente y en su interior se atisbaba luz de lámparas de aceite.
Los aldeanos encerrados en una choza parecían haberse transformado en sombras hambrientas y furiosas, pero al no ver a sus visitantes vivos, no trataron de escapar de los confines en los que habían sido confinados.
Radovina tuvo la visión del párroco Adelmus Basarab, quien en su día la casara con Iacobus, en el interior de la cripta de la iglesia, barrada por otra sólida puerta de piedra maldita en la qu epodía verse en altorelieve la estatua desvaída de algún santo que sostenía unos papeles con versos. Los ojos y los papeles del irreconocible resultaban son extraños, como si pudieran accionarse para activar un mecanismo secreto que abriera la entrada de la cripta. En la pared cercana podían verse grabados unos versos escritos en la lengua griega del Imperio de Oriente, Bizancio.
Verdades susurradas con miedo.
Incierto tierno el silencio
Arrebatado con aire de esparto,
Tan árido como inevitable.
Símbolos marcados en el aire
Crepitan en almas tenues,
Tan leves como insoportables.
La mentira es más agradable.
Cráteres de inevitabilidad
En manto ajado del camino.
Caminante de vacua mirada,
Sombrío el cuervo de su sombrero.
Larga es la sombra de la muerte
Como corta es la luz de la vida.
En sus ojos sin lamento,
En sus versos sin conciencia.
Por consejo del Caballero Zarak todos se apartaron, menos Schaar Dvy, quien accionó el mecanismo de los versos de la estatua, activando así una peligrosa trampa que, sin embargo, logró esquivar con un tremendo salto. Las puertas se abrieron, revelando a un monstruoso párroco con una sotana ajada y desgarrada, que mostraba la cabeza cortada de Iacobus, el Caballero de los Cárpatos, insertada en su vientre.
Combatieron a este monstruoso ser hasta lograr derrotarlo, mientras Enrietta recuperaba el badajo de la campana de la iglesia que, una vez colocado en su sitio, permitió tocar la campana y levantas así la oscura maldición que pendía sobre el pueblo.
OCASO DEL SIETE DE ABRIL DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y NUEVE.
Todo ha terminado. Y mientras observo el fuego y me complazco en mí mismo, en mi astucia, en mi poder, en la cercana presencia de una de las dos únicas personas que verdaderamente me importan, me planteo, nuevamente, lo fácil que sería, ahora, aprovechando mi guardia, tomar una decisión sencilla y cerrar cabos sueltos.
Primero decapitaría a Tomescu. Es el que mejor me cae de todos, y me ha servido bien. Casi podría decirse que le tengo aprecio. Pero, desgraciadamente, también es el que más problemas podría darme. Sería un golpe claro, y rápido. Sin dejar que sufriera y, con un poco de suerte, sin que se diera cuenta de lo que estaba pasando.
Luego, claro, le tocaría el momento al capitán Ferenk Zarak. Probablemente no le daría tiempo a ponerse la armadura pero, aunque así fuera, he visto como combate. Acabaría con él antes que el resto pudiera ponerme en problemas, aunque no necesariamente de forma rápida. Después de todo su cobardía, su triste dependencia por la sangre, le hizo actuar como el cobarde que era, y ponerse del lado de Durius, o sea, de la traición. Y no he olvidado que evitó que mi señora me visitara durante esos días aciagos.
Con ellos dos muertos no habría ya posibilidad de fracaso. Aun así, por puro sentido militar, habría que acabar acto seguido con Carcelero, pero, a él, no le mataría. Parece tener un gusto refinado por la tortura, y me gusta premiar los gustos refinados. Así que le cortaría una pierna y le cauterizaría la herida para que no se desangrara. Lo dejaría, por así decirlo, para más tarde. En barbecho.
¿Luego?
Valdav Krervcheski, sin duda. Una muerte rápida y, en lo posible, sin ignominia. Al fin y al cabo es una pena ver como una familia noble se extingue. Creo que decapitación será lo más piadoso. Tal vez como seguro que a esas alturas no estaría dormido haya que derribarlo primero pero… Su habilidad con las armas es ofensiva. Su piadosa muerte será rápida.
Con los hombres muertos, salvo Carcelero, dejado para luego, podríamos dedicarnos a las hembras. Lo que, quitando a mi señora y dueña de mi corazón, la dama Dubieta, afecta a la dama Radovina Radoslav de los Cárpatos y a la sirvienta Enrietta. La dama Radovina ha sido una decepción. Su familiaridad con mi señora, su comportamiento en la corte ducal, me hicieron abrigar esperanzas de un espíritu afín o, al menos, una aliada. Nada más lejos de la realidad. Es, bien una pobre ignorante atrapada en la red de mentiras de Iacobus, bien una serpiente traicionera. En todo caso, da igual, y su muerte no tiene motivo aun para evitarse. En cuanto a Enrietta ha sido pretenciosa y maleducada. Y es obvio que está tristemente enamorada de su amo, Durius.
Reconozco que ambas son hembras bonitas, aunque palidecen frente a la belleza de mi señora. Creo que me divertiría un poco. Primero, les daría un cuchillo, prometiendo que si lograban matar a la otra le perdonaría la vida. Luego vería cuanto pueden degradarse ambas para evitar morir. Y luego, probablemente, les ahorcaría. Aunque, ¿quién sabe? Si están suficientemente amaestradas para entonces tal vez se las entregara a mi señora Dubieta como mascotas.
Luego, en todo caso, me dedicaría a agradecer minuciosamente a Carcelero por sus atenciones. Muy minuciosamente. Sin prisa alguna.
Ahhh, cuantos placeres debo negarme a mí mismo. Porque aunque es verdad que saben más de lo que debieran, y que su conocimiento es un problema… Debo pensar en mi señora. Y en nuestro hijo. Y en mi juramento. En que este debe ser un buen lugar para nosotros. Eso exige aliados. Aliados temerosos, pero aliados. Y sin embargo.. ¡sería tan divertido!. Tan adecuado.
Espero haberles dado suficiente miedo como para que algo así no sea necesario en el futuro y no tenga que arrepentirme de mi clemencia y empatía.
Me recuesto frente al fuego, sintiendo el nuevo poder en mis entrañas y una plácida sensación de poder me llena de satisfacción. Miro en dirección a la tienda donde Dubieta descansa. A veces la vida puede ser maravillosa.
SLOBOZIA. DIECINUEVE DE ABRIL DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y NUEVE.
Ferenk observó los pergaminos con detenimiento. La verdad es que no entendía casi nada de ellos. A pesar de su responsabilidades él era un guerrero, un luchador magyar, y ello relegaba las letras a un segundo plano.
Debería aprender a manejar las letras, se concienció. Si era un leal servidor del Duque de Transilvania y su misión era mantener el orden en nombre del duque Kadar, sin duda que necesitaba informar eventualmente a su señor de lo que acontecía. Y a ser posible de su puño y letra, cosas de las que carecía.
Descendió la mirada y observó al escribano sentado al cual había dictado el escrito y todavía tenía la pluma y el tintero a mano. Desde su asiento, Krevcheski lo escrutaba en silencio, a la espera de si debía añadir o alterar algo en el escrito después de que lo leyera en voz alta al capitán.
- Todo es correcto - afirmó, pese a que sospechaba que el noble transilvano intuía que Zarak no era muy letrado. El tipo era perspicaz, aunque mantenía un perfil bajo para pasar desapercibido. Sabía su posición, como transilvano conquistado, y por ello guardaba el debido respeto a la nobleza magyar. Ferenk recordó cómo el tipo los había acompañado en aquella búsqueda de Iacobus y cómo diligentemente había recogido toda la información de lo sucedido. Toda. Y tras hacerlo llamar e instar a que le relatara la crónica recogida, posteriormente le pidió que realizara un escrito más reducido de todo ello, en forma de carta. Carta para el Duque. En parte dictada por el caballero, en parte decorada por Valdav, que le interrumpía eventualmente para indicarle que resultaría mejor expresar otras maneras más cultas, en parte una copia del relato recogido por Krevcheski. Si bien el verse corregido podía irritar algo al magyar, deseaba que su señor obtuviera una información legible y concisa, así que toleraba las correcciones y se tragaba el orgullo. Y de paso aprendía la cultura propia de nobles y caballeros. Ahora era uno.
Pensó si el escribano habría escrito otra cosa en los documentos. No lo sabía, aunque lo dudaba. Tras leérselo con soltura y sin interrumpirse o dudar, el caballero creía que había leído lo que estaba escrito en los pergamino. Por otro lado creía que la relación con Krevcheski era buena y no veía ningún tipo de engaño o traición por su parte. Era cierto que durante el viaje hubo un malentendido entre ambos y Zarak casi le cortó la lengua, pero el magyar no era un tipo orgulloso y supo disculparse cuando le sacaron de su error. Por otro lado el capitán había cumplido con su palabra: permitió que Valdav, en la parte del relato que le tocaba, pudiera alabarse hasta cierto grado y el capitán le reconocía sus méritos en el escrito. Quizás le sirviera para mejorar su precaria posición ante el Duque.
- Puedes retirarte. Gracias. Y por favor, discreción - lo despidió amablemente, viendo cómo el transilvano recogía sus pertenencias y educadamente abandonaba la habitación del oficial de la guardia en el improvisado cuartel de las tropas ducales en Slobozia. Al menos ya es una casa y no el chamizo de hace unas semanas, se consoló el líder de la guardia. Sentándose o casi dejándose caer en la silla depositó de nuevo los pergaminos sobre la mesa y los escrutó con la luz del candelabro de tres velas sobre esta. Como si pudiera leerlos. Ferenk tenía sus dudas y cavilaba si reescribir su contenido o modificarlo, mientras tamborileaba con una mano su escritorio. Hacía tan solo un día que habían retornado de aquel extraño viaje y el diligente capitán ya tenía el informe hecho para su señor. Y aún así dudaba.
No tengo opción. Mi señor debe saberlo todo.
Y es que su humanidad le hacía sentir cierto recelo ante la incertidumbre que le causaba el no saber cómo el Duque se tomaría la misiva. Cómo actuaría cuando supiera, esencialmente, sobre dos personas. Dos que le importaban: el caballero Schaar Dvy y la Dama Radovina Szantovich, su propia esposa. Si bien había elogiado en su justa medida a los integrantes de la exitosa expedición, no omitió el buen hacer de ambos participantes y su aporte para dar con la bruja y luego con el engendro de Iacobus. Pero no podía omitir tres detalles: la hipotética entrega de Dvy a una entidad infernal, Azurbaal, que le aportó la posibilidad de recuperarse de sus heridas incurables; el poder ancestral que encontraron y compartieron Schaar y Iacobus y que finalmente terminó por acaparar el primero tras la muerte del segundo; y finalmente la traición de su esposa al intentar acuchillarlo en pleno combate, tratando de ayudar a la cabeza en el torso de un clérigo loco. Zarak se rascó inconscientemente el omóplato, donde había recibido el cuchillo hace apenas cuatro días y que, merced de su armadura y su aguante sobrenatural, no lo sintió más que la picadura de un mosquito. En aquellos años cuando aún sentía las picaduras de mosquitos.
¿Prefería a esa abominación antes que a mí? O realmente estaba dominada por la magia oscura de Iacobus, como opina Dubieta, o los gustos de mi esposa son pésimos. Tan feo no soy, se consoló con una sonrisa irónica, riéndose de sí mismo un instante. Su sonrisa se borró pronto al volver a pensar sobre el informe. Y es que tenía en estima a Dvy, pero si este adoraba al diablo y retenía un poder interno especial, todo ello podía entrar en conflicto con los planes del Duque, por tanto este debía saberlo y decidir por sí. Esperaba que benevolentemente. Respecto a su esposa... en la carta dejaba bien claro que él, como su marido, se encargaría de ello, pero que si el Duque disponía de otra cosa la acataría.
Ferenk suspiró y abriendo el único cajón de su escritorio, sacó de él una pieza de lacre y una cinta roja. Enrollando posteriormente los pergaminos, los rodeó con la cinta pero sin atarla mientras que acercó el lacre al fuego de una de las velas. Pronto la pasta comenzó a derretirse y el caballero dejó caer las gotas en el punto donde la cinta se cruzaba y sujetaba los escritos. Después, empleó su anillo con el símbolo Zarak junto al símbolo Kadar, la casa del Duque. Dejó que se secara y salió fuera de la habitación. En el recibidor esperaba el leal Hakir, equipado y preparado para viajar, tal y como le había ordenado antes de que Valdav llegara para escribir la carta. No hizo falta decirle mucho. El sargento, ante la mirada de su superior, asintió, tomó los pergaminos y los guardó en un zurrón. Salió por la puerta trasera del cuartel y el capitán pudo ver cómo ya tenía ensillado un caballo, con diverso bagaje para el viaje de varios días a la capital, y cómo tenía otro de refresco atado al primero.
Lo vio partir y alejarse de Slobozia al galope. Cuando lo perdió de vista entró de nuevo en el edificio, lo atravesó y salió por la puerta principal. En frente estaba su casa provisional. Tenía mucho mejor aspecto que una semana atrás. Los carpinteros hacían bien su trabajo. En el exterior de la entrada, levemente encogido y encorvado, permanecía una siniestra figura que montaba guardia en la puerta para que nadie entrara. Ni saliera. Zarak sonrió a Carcelero y caminó hacia él. Le pareció que era buen momento de visitar a su querida esposa para encargarse de ciertas "desavenencias" que recientemente había tenido con ella y empezar a cumplir los deseos del Duque: engendrar un linaje de guerreros que protegiera el país durante los siglos de los siglos. Pero antes tendría que disciplinarla. Y su sonrisa aviesa creció.
ABRIL DEL AÑO DE NUESTRO SEÑOR DE NOVECIENTOS CINCUENTA Y NUEVE.
Carta al caballero Durius de Tremere, señor feudal del señorío de Slobozia:
A estas alturas, mi buen Durius, no nos podemos engañar, ni sobre lo que sois vos, ni sobre lo que soy yo. Dicho esto, ambos sabemos el motivo por el que ambos estamos aquí. Y vengo a ofreceros una rama de olivo. Es evidente que la seguridad de nuestros planes, de nuestros proyectos y de lo que ambos estimamos o, incluso, amamos, depende del éxito de nuestra misión en este lugar. De vuestra misión.
Yo intenté acabar con vuestra existencia. Dos veces. Y hubieran podido ser más. Estaba seguro que erais un traidor y, lo que es peor, que esa traición acabaría con lo que me era más precioso.
Esa situación ha terminado y, si ambos remamos en la misma dirección, podremos lograr grandes cosas. Os ofrezco, pues, mi sincera colaboración mientras ambos respetemos los deseos y necesidades del otro. Sois un hombre de gran astucia e inteligencia y se que entendéis mis palabras, tanto lo que digo, como lo que callo.
Pero permitidme informaros de lo que ha pasado estos últimos meses mientras descansabais. En este futuro prospero feudo, y actual cenagal, en que nos hayamos, una bruja de nombre Sadira amenazaba vuestra soberanía, expandiendo rumores dañinos y rindiendo culto a seres cuya existencia molestaba a los escasos pastores alanos que son, de alguna manera, reticentes súbditos tanto de vos como del duque. Pero tanto a mis oídos, como a los de vuestra prometida, a los de la esposa del capitán, y a los de vuestra doncella de confianza Enrietta, había llegado también la noticia que era una mujer sabia, con habilidades para la profecia.
A esa circunstancias se unía una profunda preocupación. Mi creencia, apoyada de sueños y diversas profecías, que nuestro antiguo... aliado. O tal vez enemigo. Y en todo caso siempre asesino de vuestros sirvientes y de algún amigo, el malhadado caballero de los cárpatos, Iacobus, seguía vivo, y animado por un deseo de venganza contra todos los que había conocido, a los que culpaba de su desgracia.
Tales temores fueron comunicados al caballero Zarak, y ambos decidimos partir para poner fin a tal amenaza, caso de existir. La comitiva, que partió el pasado dieciocho de marzo del año de nuestro señor 959, estaba compuesto, además de por nosotros dos, por el guardia Tomescu, por Carcelero, por Valdav Krervcheski, así como por por las damas Radovina y Dubieta, y por vuestra sirvienta Enrietta.
Sé que resulta extraño haber decidido incluir en la comitiva tanto a la esposa del caballero Zarak como a vuestra prometida, sin embargo, ambas habían demostrado tener una clara ascendencia sobre los nativos de este lugar. Además, su presencia daba fuerza diplomática a la comitiva, e igualmente, el hecho de que la dama Radovina fuera la viuda de Iacobus... Bien, comprendo en que entendáis mi parecer. Por otro lado, la presencia de Enrietta era inevitable puesto que al ser vuestra sirvienta de confianza nadie más estaba capacitada para servir adecuadamente a las damas Radovina y Dubieta.
Pues bien...
Localizamos a la bruja Sadira justo antes de ir a ser quemada. Y como no podía ser de otro modo, la salvamos. Sin embargo, y a pesar de nuestra justa acción (después de todo no había constancia que hubiera incumplido ley alguna) aprovechó su magia para tratar de matarnos, supongo que con la idea de dormirnos y devorarnos. Con lo que cumplí mi promesa al caballero Zerenk de evitar que la bruja causara mal alguno y, antes que lo hiciera, le di muerte. Curiosamente primero iba a intentar devorar a Carcelero. Seguro que apreciáis la ironía de la situación.
En todo caso, antes de enviarla al infierno, la bruja confirmó nuestros temores. El caballero Iacobus no estaba completamente muerto, sino que un sacerdote lo guardaba en una aldea abandonada nominada no supe si Kruchikov, o Kruchikova, o Kramnev. No me avergüenza reconocer que tampoco lo se a día de hoy.
Con lo que fuimos hasta la aldea, encontramos al caballero de los cárpatos, o lo que quedaba de él, que efectivamente estaba lleno de malevolencia, y los destruimos.
Podría terminar así la narración y no mentiría. Sobre todo cuando tengo en cuenta que vais a escuchar esta historia varias veces por voces que, con toda la razón, sentiréis más de confianza que la mía. No obstante, creo conveniente incorporar algunas cuestiones.
En primer lugar, que sí, que solo restaba su cabeza y que se había injertado, innaturalmente, en el cuerpo del antiguo sacerdote, el padre Adelmus. De alguna manera se había apoderado de la voluntad del antiguo sacerdote y, aunque era una sombra de lo que fue, estaba lleno de odio y rabia contra todos en este feudo. Destruirlo era necesario para evitar nuestra propia destrucción.
En segundo lugar, que sí, que de alguna manera la actual esposa del caballero Zerenk fue dominada por el espíritu del monstruo que fue su marido y trató de matar al caballero Zerenk. Afortunadamente sin éxito. Por lo que parece su repentina locura terminó con la destrucción del caballero de los cárpatos.
En tercer lugar, sí, la aldea estaba maldita y gracias a la labor de todo el grupo la maldición fue levantada. Debo indicaros mi satisfacción con el comportamiento de todos y cada uno de los miembros de la comitiva. Fueron, cada uno en su debida medida y su ámbito de actuación, útiles y leales.
Y, por último, sí. Parte del poder que una vez tuvo el caballero de los cárpatos es ahora mío. Para el bien tanto de nuestro mutuo señor, el duque, como vuestro. Y como mío.
A vuestro servicio.
El caballero Schaar Dvy, de la casa Dvy, de Transilvania.
DEL DIARIO PERSONAL DE VALDAV KREVCHESKI.
CINCO DE AGOSTO DE 958.
¿Servir a Durius o el cadalso? ¿Es que realmente piensa que hay elección? Ha regresado el Duque para poner un poco de orden en estas tierras de incultos, ineptos y bárbaros. Pero es el propio Duque el que me está demostrando su ineptitud al no saber apreciar mi valía.
Son los siervos de Durius quienes han exterminado al Koldun. Quienes han extinguido mi oportunidad para aprender unas artes únicas. Ahora será Durius quien tendrá que cargar conmigo. Seguro que también tiene algo que yo pueda aprender. Si no, no habría llegado hasta aquí solo por pura suerte. Nadie tiene tanta suerte.
DICIOCHO DE MARZO DE 959.
El caballero Schaar parece tener la certeza de que el infame Iacobus sigue con vida. No voy a decir que me sorprenda, pues aquel hombre más bien parecía un demonio. Y es bien sabido por todos que las artes demoníacas, y las no demoníacas de algunos de mis señores previos, son capaces de burlar a la muerte.
No tengo muy claro el por qué, pero varios de los presentes apoyan la versión del caballero, así que deciden designar una comitiva para confirmar si Iacobus está muerto definitivamente, o no. Tenemos que buscar a una bruja, Sadira, que al parecer sabe dónde encontrar a Iacobus. Si los que han apoyado a Schaar han obtenido este conocimiento mediante algún poder especial... tengo que aprenderlo.
Hemos avanzado en un carromato escoltado por varios caballos. Nos topamos con un grupo de pastores que estaban intentando quemar a una mujer. La canción que tararean es pegadiza, debo anotármela para el futuro. Quizá pueda formar parte de una obra para algún juglar local.
Amarilla y pequeña la llama es,
grande y roja cuando le llegue a los pies
Tras cuatro voces bien dadas, y al ver a varios caballeros fuertemente armados, los pastores parecen huir en desbandada. Y aunque uno de nuestros guardias, Tomescu, les persigue, consiguen huir. La caída de Tomescu, aunque aparatosa, no va a tener mayores repercusiones que la de su orgullo herido.
Cuando giro el rostro hacia atrás, compruebo que, inexplicablemente Dubieta se ha caído del carro. No lo comprendo, salvo que se quedara dormida en el borde. Creo que empiezan a pasar cosas extrañas a nuestro alrededor. Inexplicables. Quizá místicas. No auguran nada bueno.
Pero lo peor no es eso. Lo peor es que tras ayudar a Dubieta a incorporarse, y volver a mirar al frente, me topo con el bruto de Carcelero tratando de avivar la llama a los pies de la mujer. Abro mucho los ojos mientras me acerco y escucho cómo la interrogan.
- ¿Por qué querían quemarte esos hombres, bruja? - pregunta Radovina.
¿En serio le ha dicho "bruja"? Solo faltaría que ahora sea la bruja que buscamos.
- Le dijo la sartén al cazo. - Responde la mujer.
Vaya mira, pues sí. Parece que es nuestra bruja. Escucho una risotada de Schaar.
Mientras Schaar y Zarak la interrogan, la mujer confiesa ser Sadira, una mujer sabia que conoce de plantas, estrellas y adivina el futuro. Y vuelvo a darme cuenta de que Carcelero parece que vive en otro mundo. A ratos sopla para avivar la llama, y a ratos apaga el fuego. Surrealista. Miro a mi alrededor. ¿Es que a nadie más le parece que eso no es normal? Vale, una mirada de comprensión. Tomescu. Gracias Señor por no dejarme a solas para que crea que estoy loco.
Es en ese momento cuando caigo en la cuenta de que me han encomendado escribir notas sobre el viaje, así que espero a que caiga la noche y acampemos para anotar.
Viaje en busca de la bruja Sadira. Los rumores y algún que otro interrogatorio indican que esa mujer puede indicarnos el paradero actual del caballero Iacobus.
Nos topamos con un grupo de pastores, o quizá bandidos, atacando a una mujer. Les ahuyentamos y la mujer resulta ser Sadira, la bruja que buscamos.
Mientras estoy escribiendo levanto la mirada. Sadira ha dicho que puede hacer un ritual para conseguir la información que buscamos y todos parecen estar de acuerdo. Poco a poco parece disponerse a hacer un ritual para indicarnos el paradero de Iacobus. Intercambio una mirada preocupada con Enrietta. La sirvienta debe pensar como yo, que si la mujer es una bruja a santo de qué le permitimos que haga un ritual. Estamos jodidos.
Observo el ritual con calma. Me interesa cualquier cosa que emplee algún tipo de poder, o desprenda el mismo. Uno de los rituales dibujados es el del señor ancestral de Transilvania, el Señor de la Tierra y el Fuego. Y finalmente el veredicto de la bruja:
"No está muerto aquello que puede yacer. Se encuentra en Kramnev".
Vamos a simplificar para el relato. Agarro la pluma y continúo escribiendo...
El ritual de Sadira desvela que lo que queda de Iacobus se encuentra en poder de un sacerdote impío en una aldea abandonada que responde al nombre de Kramnev.
Noto un ligero cosquilleo, y al elevar la mirada compruebo cómo uno tras otro el resto de los integrantes de la comitiva parecen empezar a sucumbir al sueño. En otras circunstancias me parecería normal por las horas, pero no con la tensión que tenemos encima, no con las guardias que tenemos que organizar. No cuando... ¿Enrietta me está guiñando un ojo? ¿Susurra que me haga el dormido? No pierdo el tiempo y me dejo caer.
Justo a tiempo. Abro un ojo para comprobar cómo Sadira avanza cuchillo en mano con la intención de apuñalar a... ¿Carcelero? Tampoco hay tiempo a reaccionar, el Caballero Dvy aparece de la nada y le corta la cabeza de un sanguinolento golpe. Trago saliva. Más aún cuando la cabeza rueda y al detenerse todavía vocaliza unas palabras en dirección a Schaar: "¡Maldito siervo de Azurbaal!"
Ajá, así que eres un siervo de Azurbaal, ¡condenado Dvy! El Señor de la Furia y la Rabia... Tengo que tomar nota mental de eso, pues puede resultar interesante en un futuro a corto plazo.
Tras una muerte así, cualquiera podría decir que tratamos de recomponernos, pero no... mis compañeros se dedican a saquear el cuerpo, la desnudan y finalmente queman los restos. Aparte de resultarme un tanto inhumano y horroroso, el hecho de que desprenda un olor a azufre al quemarse no ayuda a tranquilizar mis nervios.
En resumen: Estoy rodeado de bárbaros, violentos, y sin escrúpulos. Ojalá pudiera volver a la civilización ya.
SEIS DE ABRIL DE 959.
Tras un par de semanas de viaje hemos llegado. Nuestro destino, el descrito por la bruja, ante nuestros ojos. Schaar vuelve a indicar su convencimiento acerca de la presencia de Iacobus en la zona, y soy testigo de cierto roce entre Schaar y Radovina. Definitivamente no se llevan bien. Debo elegir pronto a qué sombra arrimarme si quiero un futuro.
Descansamos esa noche, junto a la hoguera, dispuestos a avanzar por la mañana hacia la aldea abandonada. Y es una suerte, porque la hoguera parece recomponer los ánimos de todos. Las fuerzas de voluntades se rehacen, y se tornan en más fuertes. Por todos es sabido que las hogueras es lo que hacen.
Al adentrarnos en la aldea comprobamos que el único edificio en pie es la Iglesia. El resto de casas están derruidas. Hay habitantes, pero sus movimientos no parecen naturales. Son en apariencia amistosos, aunque resulta raro. El grupo decide reunirlos a todos y encerrarlos en la casa que parece en mejor estado.
¿Por qué? Solo nuestro Señor puede saberlo. Hace tiempo que dejé de inmiscuirme en las decisiones de este grupo, pues parece que estamos abocados a la locura y al delirio. Al menos me reconforta pensar en que continúo transcribiendo la historia de nuestro viaje, y nuestras proezas crecerán y serán recordadas.
Tras un par de semanas de viaje llegamos a Kramnev. Un poco de investigación y finalmente decidimos encerrar a sus habitantes por precaución. Parecían como ausentes, carentes de voluntad, pero afables. Sin embargo tememos que al anochecer su actitud cambie.
Escucho de repente que alguien pronuncia mi nombre. Cuando quiero fijarme lo que quieren es que abra una puerta. Sé hacerlo, lo he hecho en el pasado. La puerta de la iglesia no tiene cerradura pero sí una maldición diurna. Eso sí, al intentar abrirla no sé cómo pero me he rajado el antebrazo, desde el codo hasta casi la muñeca. Estoy dejando un reguero de sangre en la puerta considerable. Nunca se me habría ocurrido una manera más eficiente de suicidarme: pifiarla al intentar abrir una puerta. Ah coño, la memoria me falla. Ya recuerdo, el ritual ocultista para intentar quitar la maldición y abrir la puerta. Sorpresa: ha salido mal, de ahí la sangre.
También tenemos la casi certeza de que el mal que buscamos yace oculto en la cripta de la iglesia. Pero la puerta está protegida por una maldición diurna y aunque nos afanamos en evitar la maldición no conseguimos abrir la puerta.
Y también está el asunto del badajo, pero claro, no voy a poder incluir eso en la transcripción de los hechos acaecidos aquí. Porque, ¿cómo hemos deducido que el badajo que falta a la campana sirve para finalizar la maldición? No lo sé, estoy rodeado de mentes pensantes y conocedoras de lo sobrenatural pero un badajo mágico es la primera vez que lo escucho.
Más aún, el caballero Schaar dice no saber lo que es un badajo. Nunca ha visto ni tocado uno. Abro mucho los ojos ante semejante explicación pero cierro la boca. No, una sola palabra fuera de lugar y me decapitarán a mí también. Miro alrededor, de nuevo pensando que si estoy loco o si soy el único que ve lo absurdo de todo. De nuevo creo que Tomescu me comprende. Quién me iba a decir que me iba a sentir más cómodo con un guardia que con caballeros y nobles.
Finalmente llega la noche, y cual bandada de buitres nos arremolinábamos alrededor de la puerta de la Iglesia. En cuanto se abre, entramos y cerramos tras nosotros por precaución. Personalmente no me gustaría tener a todos los habitantes sin voluntad del pueblo a mis espaldas tratando de comerme el cerebro.
Avanzamos hasta llegar a la entrada de la cripta. Una puerta de piedra protege la entrada, con una estatua de un santo en altorelieve que sostiene unos papeles con versos. Al lado, en la pared, otros versos escritos en griego parecen la clave para abrir la puerta. Los leo con calma, pero antes de poder analizarlos el caballero Schaar decide que no hay que perder más tiempo y nos ordena a todos los demás apartarnos.
Así lo hacemos y compruebo cómo presiona los papeles de la estatua. Una trampa se activa al instante. De no habernos apartado habríamos muerto. Y por lo que veo el caballero Schaar escapa por un pelo. Debo reconocer que su agilidad es sobrehumana. Qué interesante... debe ser tan demonio como aquellos que intenta cazar. Quizá incluso como el señor Durius.
Vale. Trampa fuera pero ¿qué es eso que escucho mientras se activa el mecanismo que abre la puerta de la cripta? ¡Horror! Un párroco, Basarab creo, se encuentra en pie frente a nosotros. Pero lo más asqueroso, lo que más llama la atención, es que tiene la cabeza del Caballero de los Cárpatos fundida en el estómago como si hubieran hecho un hueco y la hubieran cosido ahí... Se me revuelven las tripas ante semejante visión.
Veo que la figura enarbola una espada de la que empieza a brotar humo negro, y como no esperaba menos el caballero Schaar y el guardia Tomescu se lanzan al ataque. Pero, un momento... ¿por qué solo ellos dos? Busco a Carcelero con la mirada, y al caballero Zarak... Mis ojos se abren con la sorpresa al ver cómo la dama Radovina está apuñalando al caballero Zarak por la espalda. Éste sobrevive gracias a su armadura y trata de revolverse mientras Carcelero golpea sin piedad a la mujer.
¿Qué está pasando? Alguien ha mencionado el condenado badajo. Parece que está en la sala donde está Iacobus, a su espalda... así que habrá que ir para allá. Pero enseguida diviso a Enrietta... la mujer es muy hábil para ser una simple criada y ha conseguido colarse a espaldas de Iacobus mientras éste está en la refriega con Schaar y Tomescu.
Soy un inútil con las armas. Y no me gusta la violencia... pero ese combate está demasiado parejo. No tengo todas conmigo para que los nuestros puedan ganar así que mientras estaba rodeando a Iacobus para ir a por el badajo también... me detengo y trato de apuñalar al enemigo. Pero con tan poca fortuna que resbalo y caigo al suelo.
Afortunadamente el Señor quiso que Iacobus no me considerara digno ni de ser pisado y continuó centrado en sus enemigos más difíciles. Ello me permitió la oportunidad de levantarme de nuevo y apuñalarle esta vez bien. Pues no, volví a caer y perdí la daga. El episodio más patético de mi vida.
En ese momento la figura maligna de Iacobus se volvió hacia mí. Voy a morir. Estoy seguro.
Aun me quedaba en la mano izquierda la antorcha que había iluminado nuestro camino así que en un futil intento de supervivencia la agité contra el rostro de Iacobus llegando a golpearle. ¿Un grito de dolor? ¡Síiii! ¡Había gritado!
Enrietta se sumó a la lucha, y creo que fue el caballero Schaar quien dio el golpe de gracia para acabar con el enemigo. No estoy muy seguro pues tras haber agitado la antorcha y haber escuchado ese grito sobrenatural, el humo cegó mis ojos y no fui muy consciente de la situación, pero creo que todos golpearon a Iacobus.
Me detengo un instante a retomar el aliento. Quizá no sea el momento para ello, pero saco rápidamente el pergamino y la pluma. Hay cosas que tengo que anotar antes de que se me olviden.
Nos conseguimos abrir paso hasta el interior de la cripta donde aguardaba un harapiento sacerdote con la cabeza del caballero Iacobus fundida o cosida en su estómago. Una visión siniestra.
Parece mentira que tuvieran que ser un guardia, una sirvienta y un escriba quienes distrajeron lo suficiente a Iacobus como para que el caballero Schaar le diera el golpe de gracia
Me detengo y tacho la última frase. No puedo poner eso. Bueno, luego lo pasaré a limpio y eliminaré este borrador. Venga, rápido, ¡escribe Valdav!
Con gran valentía el Caballero Schaar se enfrentó al demonio. El guardia Tomescu, la propia Enrietta y un servidor hicimos cuanto estuvo en nuestra mano por ayudar, aunque fuera distrayendo al ser infernal. Y tras unos embates el combate finalizó con gloriosa victoria para el bando de nuestro señor Durius.
Mientras, el Caballero Zarak redujo a la dama Radovina que parecía poseída por la influencia del maligno Iacobus. Aunque hubo trabas en el camino, cumplimos con los objetivos iniciales de la misión con creces y funcionamos bien como equipo.
Le daré una vuelta a la redacción en el camino de vuelta. Quedará más elaborado y más bonito...
Por un momento hago un repaso mental de todo lo ocurrido desde que partimos hasta llegar aquí. Definitivamente es una suerte que sigamos vivos. No sé cómo voy a hacer para andar entre líneas y no meterme en los problemas entre tan poderosas criaturas pero voy a tener que ingeniármelas para agradar a Durius, a Schaar, a Ferenk... Y lo peor es que, aunque haya otros que comprendan mi situación... no podré contar con su ayuda pues deben lealtad a estos seres.
El lema de Valdav va a tener que imponerse de nuevo: Ver, obedecer y callar. Y de todo, aprender.
El gélido aire matutino cortaba como la mejor de las sierras. A él tampoco es que le fuera a estropear el cutis mucho más, pero le incomodaba sobremanera estar en el carromato a cargo de las dos furcias reales. Y el desagradable clima de Slobozia era la excusa perfecta para disimular tal desasosiego.
—Al menos la tímida sirvienta parece tener un buen par de… de... de ojazos y... y dos dedos de frente. ¡Je, je, je!—se guardó para sí Carcelero al tiempo que espoleaba a los corceles desde el pescante.
Después de los aciagos acontecimientos que tuvieron lugar en palacio, alejarse del peligro conocido para ir a meterse en la boca del lobo se le antojaba ciertamente poco halagüeño. Fuera de las mazmorras se sentía desubicado. ¡Era sumamente injusto! ¿Por qué no le habían permitido portar sus preciadas herramientas de tortura? Estaba claro que tarde o temprano las iba a necesitar. Llegado el momento, ¿cómo iba a sonsacar la información necesaria a los rebeldes si no? En fin, el plan era absolutamente descabellado, pero a él no le pagaban para pensar. Carcelero guardaría silencio hasta que llegara la ocasión más adecuada o, mejor aún, la víctima de interrogatorio oportuna.
Cuando descubrieron a aquellos supuestos pastores a punto de quemar a una pobre vieja, el torturador pareció animarse. Mientras el resto de la compañía hacía su trabajo con suerte dispar, él hizo lo propio y se afanó en mantener las ascuas vivas, por si había que reiniciar el proceso crematorio. Sin duda, la hoguera era una de las técnicas más efectivas para descubrir cualquier clase de información, tanto si el sujeto en cuestión era culpable como si no. Pero eso era harina de otro costal. Por supuesto, no sería él quien debiera cargar con el peso de tal decisión. Él únicamente era una simple herramienta en manos del señor de turno, una cuchara oxidada con la que comerse la triste sopa. Por suerte, el trabajo le gustaba mucho más de lo que jamás reconocería.
Sin embargo, la pérfida bruja debió haberle cogido manía, vaya usted a saber por qué, porque una vez rescatada y a salvo en el campamento la harpía se abalanzó repentinamente sobre su persona para degollarlo como a un cordero en día festivo. ¡Menos mal que uno de los caballeros, el energúmeno que peor le caía del grupo y con el que más pronto que tarde tendría que saldar la deuda contraída tiempo atrás en los calabozos de palacio, acudió raudo para acabar con la arrugada anciana! Carcelero aprovechó la ocasión para tratar de embaucarlo vilmente afirmando que con aquel noble gesto estaban en paz. Igual el señor era tan corto como parecía y terminaba olvidando las antiguas rencillas. ¿Quién sabe? Cosas más raras se han visto.
Miseria. En el asentamiento maldito del campanario silencioso sólo quedaba miseria. Unas infectas almas en pena vagaban por el pueblo repitiendo in aeternum sus mundanos quehaceres. No fue difícil conducir al inconsciente rebaño hasta un corral improvisado para poder estudiar con la atención suficiente la entrada a la iglesia abandonada. Al parecer estaba sellada con algún tipo de oscura maldición que el parguela del escriba tuvo a bien desencadenar con su propia sangre. Allá en lo alto, una fantasmagórica campana sin badajo se mecía al viento sin posibilidad de tañido.
Con la llegada del ominoso ocaso fueron capaces de abrir por fin la puerta al templo. En su interior encontraron más almas perdidas, esta vez rezando. Miseria. También dieron con una extraña efigie que, una vez descifrado el complicado acertijo que planteaba, les condujo a la cripta en la que se hallaba el cimbrel que buscaban. No obstante, un viejo conocido, ¡un cura diabólico que se había injertado la cabeza del anterior marido de la esposa de Feren!, custodiaba el curioso artefacto y trató en vano de acabar con ellos.
Mientras sus compañeros daban buena cuenta de la bicéfala criatura, Carcelero se encargó de apaciguar a la enloquecida dama, que estaba fuera de sí tras contemplar la bellaquería sufrida por su otrora esposo. La enajenada mujer llegó incluso a morderle el brazo al torturador que, después de propinarle un buen puñetazo en el rostro, la dejó semi inconsciente gracias al efectivo mataleón, una agresiva presa sobre el cuello de la víctima que cerraba en segundos el riego sanguíneo al cerebro. El forcejeo le resultó de lo más excitante, ciertamente embriagador y lascivo, hasta el punto de que "el badajo" de Carcelero se manifestó, dispuesto a replicar efusivamente en las posaderas de la histérica. Por fortuna, nadie pareció percatarse y, rápidamente, las aguas volvieron a su cauce.
Siento no haber podido hacerlo mejor. He tenido mucho lío en el curro y no me gusta sentarme a escribir. Prefiero leer o rolear. En cualquier caso, aprovecho la ocasión para daros las gracias de nuevo por dejarme compartir mesa con vosotros en Cartagena. Fue una experiencia inolvidable. Un abrazo a todos.
Amarilla y pequeña la llama es,
grande y roja cuando le llegue a los pies
¡Eh! Esas fueron palabras de Carcelero. ;D