Una guerra comenzó junto con la humanidad y a causa de esta. Los dos bandos que comenzaron a librar esta guerra tienen motivos ocultos, parte de un plan. Pocos individuos tienen las piezas del puzle necesarias para ver cuál es la base del conflicto. A menudo, los sabios humanos tienen parte de la información, pero sesgada por milenios de tradición oral y contaminación de otras culturas que tienen sus propias versiones de los hechos. Lo que parece claro es que en el comienzo hubo un único bando, una jerarquía con unas pocas entidades en lo más alto de la estructura. Dónde habitan estas entidades es un misterio; podríamos estar hablando de un cielo, como proponen algunas religiones, un lugar atemporal que está más allá de cualquier lugar físico; podría ser una dimensión distinta o incluso un planeta extraterrestre más allá de nuestra galaxia. El Irkalla. El hogar de todos los antiguos alados, malentendido por los babilonios como inframundo. El Irkalla fue un lugar de orden y perfección, con sus reglas y sus propias leyes físicas, hasta que se formaron los dos bandos y comenzó la guerra. Pronto las arenas de este reino se tiñeron de rojo en campos de batalla. Fue en las llanuras del Irkalla donde los caídos perdieron la primera batalla, que los llevó a su exilio en la Tierra. La victoria de los solares fue indiscutible y desde entonces es difícil encontrar a las huestes de cualquiera de los bandos en gran número. A la cabeza de esta contienda hay dos figuras fundamentales.
ÉL - la Palabra.
El dios Sol. La Palabra encarnada. Un ser que no toma parte directamente en la contienda, pero que está en el origen del conflicto y que dividió a las huestes en dos. Unos, los que permanecieron con Él, los fieles, que querían mantener la imposición y el orden del dios Sol. Otros, los repudiados, los desterrados, que perdieron las luz de sus alas al rechazar la voluntad de esta entidad omnipresente. El patriarcado y las figuras de poder masculinas son el símbolo que permanece estable en todas las culturas que han cedido ante el poderoso dios Sol. Él representa el orden, las normas y la ley, la acumulación del conocimiento y las estructuras sociales, la imposición, la rigidez, la obediencia y el castigo.
ELLA - la Revelación
Lilith. Luna. Titánide Febe y diosa Hécate. Ella es la Gran Madre y la primera mujer. La Luna para muchas culturas, la diosa Tierra para otras. Creadora y dadora de vida, era adorada por muchas de las primeras sociedades tribales, como muestran las esculturas votivas, esparcidas por todo el mundo, que la muestran como una figura femenina de grandes caderas y pechos de matrona. Lilith es la diosa de las visiones y la intuición, de los bailes alrededor de la hoguera; es el símbolo de tiempos salvajes. Ella y sus tres amantes —Nergal, Baal y Enki— se rebelaron y rompieron las cadenas del dios Sol. Desterrados tras perder las batallas en el Irkalla, el mundo de los humanos fue su refugio, donde llevan milenios intentado minar la influencia de los dioses solares. Ella representa la libertad, la creatividad, el cambio, la fuerza femenina, el caos y la incertidumbre. Ella es el impulso.
Los soldados de esta lucha han tenido muchos nombres a través de las culturas. Puede que ellos mismos hayan olvidado sus nombres originales. De hecho, algunos ya han adoptado con gusto alguno de los nombres que las civilizaciones humanas les han dado a lo largo de los siglos. Estos poderosos seres, sin importar en qué lado combaten, tienen apelativos en común: antiguos, alados, externos.
LOS SERES ALADOS
El mundo occidental, después de siglos de absorber y convivir con la mitología judeocristiana imperante, casi no tuvo más remedio que llamar ángeles a aquellos seres bellos, apolíneos, de alas blancas y presencia abrumadora. Por la misma razón, el mundo tuvo que llamar demonios a los que parecían sus oponentes, unos imponentes seres que parecen disfrutar de las sombras, con alas coriáceas que se despliegan como oscuridad hecha carne.
Desde que los alados se mostraran en las ciudades humanas, estas se han convertido en territorios de caza, en campos de batalla. Incluso siendo escasos en número en comparación con las poblaciones humanas, ver una refriega de estos seres es inolvidable. Para el testigo ocasional es como si el cielo y el infierno hubieran comenzado una guerra, como si los ángeles y demonios de las pinturas de Luca Giordano hubieran cobrado vida.
Lunares
Los lunares son los caídos, los desterrados del Irkalla tras haber perdido las batallas en aquellos ancestrales terrenos de lucha. Son los seguidores de Lucifer, el primero que levantó la voz contra la Palabra y perdió sus alas de luz. Son los que se alinearon con Gaia, la Diosa Madre, con Ella. Todos aquellos que lucharon contra la opresión de la Palabra y tomaron las armas contra Él fueron muertos, hechos prisioneros o desterrados a la Tierra de los mortales. En realidad, muchos de los lunares no estarían de acuerdo con el concepto de destierro como castigo impuesto por el bando ganador. Creen, probablemente con razón, que los solares hubieran acabado con todos y cada uno de los rebeldes por oponerse a su voluntad. Los caídos, siguiendo a Lilith, Nergal, Baal y Enki, perdieron la luz de sus alas y se escondieron en el inmenso mundo donde la joven especie humana daba sus primeros pasos.
Partiendo de la uniformidad de los seguidores de la Palabra, los caídos fueron transformándose en seres diferentes unos a otros, imbuidos quizá de la esencia mutágenica de la propia Lilith. Han luchado contra el régimen de la Palabra desde siempre. Luchan a favor de la libertad contra la imposición, la creatividad frente a lo canónico, el caos natural frente al orden arbitrario. Son las sombras de lo que una vez fueron, tanto por su gusto por la noche como por ser el polo opuesto de sus enemigos celestes. En el exilio, su población aún conserva parte de la jerarquía que tenían en los tiempos del Irkalla. Sin embargo, lejos de la imposición de la Palabra, los lunares han introducido otros conceptos en sus relaciones: honor, respeto, agradecimiento… Esto no significa que todos los lunares (ni siquiera la mayoría) sean bondadosos ni mucho menos. Existe la envidia, el egoísmo y, sin duda, la ira entre los caídos. Sin embargo, siglos de ser perseguidos y cazados por una fuerza superior han hecho que la camaradería surja por sí sola, ensalzando conductas de ayuda y cooperación. Algunos de estos seres han combatido en inferioridad de condiciones desde el principio de los tiempos, con la oportunidad de verse salvados por un compañero.
Tienen un halo, un aura de presencia ultraterrena, tenebrosa. Esta característica es similar al halo de imponente presencia de los solares, solo que el aura da una impresión siniestra. No malvada de por sí, sino atávica y primigenia, peligrosa como las fuerzas de la naturaleza. Y como la propia naturaleza, también atractiva a su manera. Algunos tienen rasgos de bestias, como cuernos o colmillos. Pueden tener garras al final de los dedos, o bien largas y duras uñas. Algunos incluso tienen una cola.
Aunque estas criaturas perdieron la luz, todos tienen un par de alas coriáceas, extensas, negras. Son alas suficientemente grandes como para permitirles volar grandes distancias sin esfuerzo aparente, planear e incluso hacer acrobacias y combatir en el aire. Recogidas, casi siempre confundiéndose con los ropajes oscuros que visten los lunares. Una vez extendidas, captan cualquier reflejo de luz, que les da un aspecto de metal líquido. En apariencia, los lunares son más monstruos que hombres, aunque algunos tienen rasgos suficientemente humanos para pasar como tales, aun en su forma real. En general, los lunares son corpulentos, y sus grandes alas, incluso plegadas, aumentan esa sensación. Sin embargo, tienen la capacidad de variar de aspecto y tamaño. Utilizando esta habilidad de transformación, pueden pasar por hombres —o mujeres— sombríos, corpulentos y muy fuertes, de rasgos inquietantes, pero humanos. A pesar de todos estos rasgos, un lunar en toda su grandeza no tiene por qué resultar repugnante a ojos humanos, quizá por su aura magnética, quizá por tener una belleza animal. Probablemente un humano se sentirá inquieto (al menos al principio) ante un caído, pero será por miedo y respeto antes que por repugnancia.
Entre los soldados lunares hay figuras tanto de rasgos masculinos como femeninos. Ellas son tan fuertes y rudas como sus compañeros varones. Son seres altos y de cuerpos trabajados duramente. Entre las filas de los caídos, los atributos femeninos no solo son tolerados, sino apreciados como iguales. No en vano buscan volver al mundo primigenio de las diosas femeninas, un mundo de belleza, creación, caos y destrucción a partes iguales. En este mundo, masculino y femenino son solo dos engranajes del ciclo natural, ambos igual de importantes.
Los lunares no son llamados «sombras» por nada. Gustan de mezclarse entre las sombras y aparecen en la oscuridad de la noche con una habilidad que raya lo sobrenatural. Durante la noche su poder es mayor y, por el contrario, la luz del sol los debilita en cierta medida. Es como si fueran castigados por la mirada directa del dios Sol. En la noche pueden permanecer horas inmóviles, encaramados en los alféizares, azoteas o mástiles. Con sus alas correosas, su piel cuarteada y sus rasgos animales parecen gárgolas de piedra… si no fuera por la potencia de su mirada.
En combate, los lunares revierten casi de modo inevitable a su forma real, creciendo más cuanto mayor es su rabia instintiva. Portan lanzas, grandes escudos de forma elíptica, mazas, martillos y hachas. Casi nunca llevan espadas, y cuando lo hacen son sables, cimitarras o espadas orientales curvadas. De una forma no explícita huyen de lo que representa la espada recta, tan favorecida por los soldados de la Palabra, símbolo de la ortodoxia y el camino marcado. Son soldados formidables y disciplinados, incluso aunque en apariencia parezcan desaliñados o irregulares.
Solares
También llamados celestes, los solares son los discípulos de la Palabra, un plan inefable de origen milenario, dependiente de una entidad de inmenso poder, a los que estos seres se refieren como «Él». Los solares traen consigo un orden establecido por ese código llamado la Palabra, aparentemente la voluntad de la entidad que da sentido a su existencia. La Palabra incluye orden, jerarquías estrictas y el miedo a los terribles castigos que siguen a la desobediencia. Los celestes se consideran pastores cuyo rebaño son los humanos que pueblan el planeta Tierra. Su intención, si hemos de hacer caso a la Palabra que predican, es la perfección, el orden, la pureza.
Estos seres son descritos como los ángeles de la iconografía cristiana. Cabellos rubios, bellos, rasgos simétricos, angulosos y con proporciones faciales de modelo de pasarela. Son, en general, altos y musculados. Se podría decir, sin temor a equivocarse, que estos seres son el ideal de belleza física masculina.
Además de sus características físicas, ya de por sí imponentes, tienen algo que solo podría definirse como «aura», una presencia intangible que los hace destilar carisma cuando están de buen humor y quieren agradar… o de un halo de terrible ira cuando muestran su enfado. No todos los celestes despliegan el mismo grado en esta habilidad, siendo más poderosa cuanto más alto se encuentran en el escalafón de los solares.
Los solares tienen la habilidad de pasar desapercibidos y ocultar su verdadera naturaleza. Aunque después de su revelación al mundo son menos cuidadosos, más atrevidos a mostrarse entre los humanos, los solares podrían pasar por personal normales. De hecho, durante siglos, quizá milenios, han estado entre las poblaciones. Con una presencia especial que hará difícil resistir sus demandas, pero no más que algunos humanos carismáticos. También las hay con aspecto femenino.
Cuando muestran su aspecto real, favorecen ropas vaporosas, a menudo en forma de túnicas largas que cubren su figura. Cuanto mayor es su rango dentro de las huestes solares, algunos individuos llevan tejidos más recargados y con adornos. En otras ocasiones, sobre todo en las campañas bélicas, los solares visten ropas minimalistas y ceñidas, que cubren de cintura para abajo y con algunos correajes en el torso que dejan a la vista la poderosa musculatura de sus torsos. Como armadura llevan grebas y brazales plateados en las piernas.
Cuando los solares combaten llevan armas blancas, como espadas y escudos, hachas, lanzas, arpones y objetos más extraños como armas de filo llameantes o garfios desplegables en cuyo extremo enganchan una larga cadena con la que recuperar su arma después de arrojarla, muy útil en sus combates aéreos. Y es que pueden volar gracias a unas alas luminosas que despliegan en su espalda. Al extenderlas completamente, estos apéndices alcanzan con facilidad los tres metros de envergadura. De un color blanco luminoso, es muy fácil confundirlas con las alas de una gran ave de plumas blancas. Esto, unido al resplandor que emiten, le da al celeste la majestuosidad que los humanos han atribuido a los ángeles durante tanto tiempo.
Las alas de los solares les otorgan una gran estabilidad en las alturas, desafiando la ley de la gravedad y las ráfagas de los vientos más potentes. Con ellas pueden volar o planear majestuosamente, navegando las corrientes de aire como harían las grandes águilas, y como la naturaleza de sus alas no es física, sino que son apéndices incorpóreos de origen místico, también pueden volar en contra del viento o en medio de una tormenta.
Los solares son seres con libre albedrío. La vida humana, entendida como la vida de un individuo, es despreciable e irrelevante. Los celestes no son seres bondadosos, ni siquiera herramientas neutrales de un dios benevolente. Son despiadados, arrogantes, agresivos y a menudo crueles (incluso entre ellos). Dentro de sus filas hay una jerarquía rígida, con roles bastante claros y una cadena de mando que se sigue al pie de la letra, so pena de los más severos castigos. No todos los individuos mantienen esta cadena de mando por creencia en su propia estructura o por respeto, sino porque el miedo es la herramienta más eficaz para lograr obediencia.
Aunque se les puede matar mediante daño material, su poder físico está muy por encima del nivel humano. Es difícil saber por qué no esclavizaron a la especie humana aprovechando sus conocimientos, su intimidante presencia y su poderío bélico. Quizá, solo quizá, fuera el hecho de que la especie humana se multiplicaba constantemente, mientras que cualquier baja en las filas celestes es una pérdida irreparable. Ahora, al mostrarse sin complejos ni intención de ocultarse antes los humanos, cada vez hay más gente que intuye que esas bellas y luminosas figuras son seres de los que es mejor apartarse.
El 26 de julio de 2020 todos lo vimos por la televisión: un hombre alado cayendo del cielo, envuelto en llamas, enzarzado en una lucha con una criatura demoníaca. Ambos peleaban a muerte mientras se precipitaban a toda velocidad sobre Washington. El ser alado acabó empalando a su adversario en el ápex metálico del obelisco monumento a Washington y ascendió a los cielos. Cualquier ser humano con una televisión, móvil u ordenador con conexión a Internet presenció que no estábamos solos en el universo. Ese mismo año, las estructuras sociales humanas comenzaron a derrumbarse a toda velocidad. Mientras la presencia de los solares era cada vez más evidente, los humanos se empeñaron en luchar unos contra otros. Como era de esperar. Tras los gobiernos cayeron los ricos, y tras ellos, todo aquel que tuviera algo que otra persona pudiera ambicionar. Las personas buscaron compañía en otros semejantes a ellos, uniéndose a bandas, sectas o autoproclamados nuevos gobiernos. Durante los meses siguientes la televisión dejó de emitir y la radio lo hizo poco después. Su frecuencia quedó relegada a los pocos radioaficionados que todavía deseaban comunicarse con los demás.
El mundo entero está aislado, compuesto de grupúsculos.
Respecto a los solares (ángeles) y lunares (demonios), ya no se ocultan. No les hace falta ninguna. En algunos lugares, como aquí, dejan que nos las apañemos como podamos, mientras que en otro sitio nos gobiernan abiertamente como reyes o tiranos. Ellos parecen sumidos en su guerra, pura lucha por la supervivencia.
Lo peor está todavía por venir, que todavía tenemos un papel que jugar en este tablero cósmico, que el tiempo de los maleficios ha llegado. Como dijo Adán: «Cuando llegue el Plenilunio lo peor y lo mejor se tornarán la misma cosa».
EL PRESENTE 2121
- En el principio la Palabra creó los cielos y la tierra. Y ahora hay silencio – el sonido de la pluma rasgando papel y ella murmurando - Y la tierra está desordenada y vacía, y las tinieblas están sobre la faz del abismo, y el Espíritu de la Palabra, que antaño se movía sobre la faz de las aguas, ya no está – su voz es melancólica, casi podría decirse que está triste, aun así, sigue dictando - Y la Palabra se hizo Verbo en los albores, murmuró: Haya luz, y hubo luz. ¿Cuándo se hizo silencio? – el sonido de la pluma se detiene, no ha copiado la pregunta, ella levanta la vista hacia él, suspira pensativa y prosigue, con su voz la pluma también - Y vio Él que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas, ahora que hay silencio, vuelven a su estado alboreo, vuelven ambas a abismarse en la maraña. Y él volvió a hablar cuando las separó, Día y Noche, aquel fue el primer día. El último… ¿Cuándo fue? – la pluma no trascribe las preguntas, él aprovecha para mirar su figura blanca como la luz, rubia, cúrvea, desnuda, hace eones que son amantes y sin embargo el corazón de Lucifer todavía galopa raudo al observarla - Que haya un firmamento en medio de las aguas – prosigue - y separe aquel las aguas que estaban debajo del firmamento de las aguas que estaban sobre el firmamento. Y fue así, tal y como la Palabra dijo, el verbo habló y todo obedeció a su paso. Y llamó al firmamento Cielos. Ahora ya no queda cielo.
Baal irrumpe en la habitación, ella lo observa enfurecida por la interrupción, aguardando qué es lo que tiene que decir.
- Tenemos que irnos. Ya.
- No
- Ya vienen. Son una legión ¡Lilith no podemos quedarnos aquí! Nos vamos. Creo que tienen el filo de la espada.
Lucifer cierra el libro, ella gruñe con rabia, recoloca su capa ceñida al cuello, la capucha, y las tres figuras se funden entre las sombras de las arenas. Ningún ojo humano hubiera podido ver aquella pluma de no ser por el reflejo de la luna, pues Lucifer escribía en la más abosluta oscuridad mientras ella dictiaba su versión de los hechos.
Quizás Gabriel, había conseguido parte del filo de la espada, pero aun había muchos pedazos esparcidos, Lilith tenía unos cuantos. No todo estaba decidido.
El mundo entero parece que se decide en un solo objeto que se suponía legendario hasta por los alados. Ahora da igual que brilléis a la luz del Sol o de la Luna, la espada, sus esquirlas, el cantico y el enigma tras todo ello. Lleváis años atacando, matando, asesinando a aquellos que se oponen a vosotros y aun así... ¿de qué vale alargar todo ésto? ¿Qué ocurriría cuando todo esté en manos de uno? ¿Hablará? ¿Se terminara este foso oscuro en el que la vida se ha sumido? ¿Es esto el Plenilunio del que hablan?
Sea cual fuere el destino tenéis libre albedrío ¿Qué vais a hacer?