Teniendo en cuenta la corta distancia y el desparpajo creado por Brandon al arrojar todo es perféctametne fáctible que tomés el candelabro.
Lo primero que sintió la joven, no fue ni la tibieza de su sangre, ni la caída y mucho menos dolor, sólo una gran sorpresa. No entendía cómo era que ella no había conseguido reunir el valor para herirlo, para aplastarlo como la gran cucaracha que era, quizás por los buenos tiempos o quizás porque simplemente siempre le había apreciado aunque pareciera lo contrario; no entendía cómo él, no se había tentado el corazón para dispararle porque claro, eso era obvio, la había herido. Janet tenía los ojos fuera de su órbita, creía, sentía que se le escapaba la vida pero en realidad, ya no tenía nada a lo que aferrarse y casi que era mejor así.
Hasta que, en el medio de una nube de dolor pero al mismo tiempo de paz y tal vez de resignado descanso, Janet escuchó una voz conocida, unas manos conocidas, un rostro difuso pero sin duda conocido. ¿Qué le había hecho daño? Si, pero no tanto como el que Brandon había conseguido hacerle aquella noche y por ello, podía simplemente sonreír en una mueca entre alegría y dolor a Keneth. Sólo unos instantes pasaron antes que éste se lanzara por Brandon, sin conseguir nada. La mujer movía la cabeza, no estaba inconsciente y no sabía si eso era bueno o malo pero temía que la soberbia de el escritor terminara con todos en aquella sala. Se llevó una mano a la herida, embarrándola con la viscosa sangre y observando como ambos hombres caían al piso.
-No será suficiente...-murmuró sintiendo un poco de frío.
Cerró los ojos unos instantes, buscando fuerzas de muy dentro de ella, buscando el modo de levantarse sin hacerlo lastimosamente pero sentía que estaba allí, atada a aquel piso que ya no sólo se cubría con su sangre; la verdad es que Janet sentía que había en el piso un poco de la sangre de todos los que estaban en aquella fiesta. Miró hacia arriba, buscando a Phillip, deseando no ver en esos ojos enamorados al cómplice sin escrúpulos, eso jamás lo podría creer pero lejos de quedarse en esos ojos, vio el movimiento del profesor y Janet sonrió con ironía, finalmente Brandon iba a conseguir lo suyo, se iba a salir con la suya y enfermizamente, ella sólo quería una respuesta pero él no tendría el valor de hacerlo antes de que muriera porque si de algo estaba segura, era de que iba a morir.
En el caso en que decidas volver a usar el arma te recuerdo en que posicón estas. Tenés a Kenneth encima tuyo, lo que te impide incorporarte y apuntar con algún grado de presición. Si querés disparar va a ser muy dificíl y lo mas probable es que no llegues a darle un golpe directo al objetivo que apuntes. El mínimo de dificultad aca es 8, o sea bien elevado, y seguimos en el d10.
Kenneth fue mas rápido que los reflejos de Brandon pero no tan meticuloso con sus movimiento, haciendo que este caiga sobre Brandon como una ficha de domino, no tuvo tiempo ni de zafarse cuando ve como el profesor se clava el cuchillo en la mano, en ese momento tuvo un extraño sentimiento de familiaridad con una serie muy popular de 3 chiflados.
El corazón de Brandon late mas fuerte que nunca, un golpe de puño no lo va matar a la primera, pero el masoquista de Rupert y su cuchillo si, se contorsiona para intentar sacar su pistola de debajo de Kenneth...
Tirada: 1d10
Motivo: Zafarce del malvado de Kenneth
Resultado: 2
No se ni si tengo que tirar o cual es la dificultad, pero yo tiro y luego Gene que se haga cargo.
This sucks!
Al ver que Brandon trata de zafarse de el Kenneth trata de encontrar un posición en la que pueda golpearlo y desarmarlo, mas no puede y solo consigue matenerlo contra el suelo mientras, dando reinda suelta a su furia, repite una y otra vez - ¡Hijo de puta, maldito hijo de puta! - Ya no puede contenerse y por sus ojos caen lagramias de rabia. Primero David, luego su padre y ahora Janet ¿Quien sería el próximo y como acabaría esto?
A Kenneth eso mucho no le importaba y solo quiere matarlo. Esta fuera de si.
Tirada: 1d10
Motivo: Golpear a Brandon
Dificultad: 5+
Resultado: 4 (Fracaso)
Bueno, ahora creo que deberían "mover" Phillip o Rupert, que son los que pueden...
Gotas. Gotas de sangre y chorros, chorros como lava y ríos, como lágrimas. La mano de Rupert, estacada, se aleja de la que había sido su presa. Brandon y Kenneth se contorsionan en el suelo, luchando, pero todo es en vano. Un silencio de muerte cubre la estancia llena de forcejeos, aunque no exenta de gritos, maldiciones y telas cayendo a jirones. Un silencio que cubre con un velo dos cuerpos, y también a dos estatuas, que se cuela por las ventanas cerradas y se condensa en el metal. Las velas se han apagado, o jamás se han encendido, y lo único que importa es que no están. La lluvia de sangre es río, el río es mar, Janet se desangra y la mano de Rupert cruza el aire hacia el costado mientras la otra esgrime en un arco. Un sonido en el aire. Un silbido.
El candelabro se balancea. No hay coraje, no hay valentía. Ya no hay nada. Se balancea y cae, cae como el peso de la balanza, como la sentencia de Dike. Los ojos de Rupert están fijos. Carne y sangre. El metal y el hueso. El sonido de la cáscara que se abre y la mirada que se queda quieta. Las pupilas contraídas, y el dolor. Y en esa habitación hay más ruido que en ningún otro momento, más ruido porque nadie habla, nadie dice nada, nadie llora, nadie pide por su vida, ni maldice a los responsales, a todos ellos, ni ríe a carcajadas.
Tirada: 1d10
Motivo: Candelabrazo
Resultado: 8
Si lo noquea sin matarlo, lo noqueará simplemente.
Philliph había entendido el mensaje: Ya era demasiado tarde para tratar de calmar las aguas. Sin que pudiese siquiera pestañear, la vida de Brandon corría peligro, al igual que la de los demás. Temía que, al defender a Rupert y Kenneth, éstos le traicionasen y lo llevaran directo a la carcel. Por otro lado, estaba Brandon. Y el solo hecho de pensar su nombre le estremeció todos los musculos del cuerpo. Tenía que ayudarlo. Sabía que luego de todo esto, Brandon estaría como un demonio, tanto vivo como bajo la tierra.
No podía abandonarlo. echó un rápido vistazo a la cocina, procurando que la Señora Atwater y Wilson aún se encontrarían en el lugar. Pensó en ir a buscar las llaves, pero al ver a Rupert atacar con tenacidad, su instinto mas primitivo y vulgar lo hizo olvidarse de sus miedos, y bastante decidido, corrió a ahuxiliar a su amante.
Rápidamente tomó la primera silla que se encontrase en su camino, para darle a partir por la cabeza al, ahora peligroso, Profesor Cadell...
Sus ojos no eran los mismos. Se tiñeron de sangre y lágrimas, mientras sentía crujir las maderas sobre su antiguo mentor...
Tirada: 1d6
Motivo: Golpear con la silla
Dificultad: 6+
Resultado: 6 (Exito)
El candelabro rápidamente y sin aviso golpea a Brandon en la frente, evitando por poco a Kenneth que seguía forcejeando con el, dejándolo instantanemente inconciente. Su cuerpo de pronto queda flácido y suelta el arma que tenía en su mano derecha. No llega ni a exclamar sorpresa ni dolor por el golpe. El Profesor Cadell no tiene ni tiempo de descansar en los laureles de su pírrica victoria cuando la silla blandida por Phillip impacta sobre su espalda. El golpe es igual de certero que el del candelabro pero menos eficaz. No tiene la suficiente fuerza como para que Cadell pierda la conciencia y meramente queda atontado por el impacto y la sorpresa, con problemas para enfocar claramente la visión pero no mucho mas.
Como Phillip saco un 6 justo la silla impácta en Rupert pero no lo noquea.
Brandon queda noqueado. No lo marquén hasta nuevo aviso.
Varios crujidos impactan desigualmente sobre su cuerpo. El crujido de su mente, primero, y luego el crujido de su espalda. Rupert cae por inercia hacia adelanten, y al apoyar las manos, el cuchillo hace el camino inverso en la izquierda y se desprende dolorosamente al lado de Kenneth. Un rastro de sangre se mezcla con el charco que la de Janet ha formado, enorme, cada vez más fuerte, en el suelo al lado de todos. Crujidos y interjecciones, una maldición, y el mundo volviéndose doble, triple, sin sentido. El candelabro se suelta. El gusto a sangre. Brandon tirado en el suelo, posiblemente muerto. David muerto dentro del baúl. Todos muertos. Sus dedos tanteando torpemente...
- No le he matado - dijo, totalmente desencajado.
Sus dedos aferrando, palpando. Cerrándose sobre el metal, de nuevo.
La pistola descansa contra su palma, pero sus sienes laten poseídas. Girar le costará un solo movimiento. Disparar, el mismo.
Acertar, un milagro.
¿Cuán desorientado quedó Rupert?
Ve un poco doble y esta adolorido peor nada mas grave.
Sin embargo, el disparo jamás llegó. Tampoco una nueva embestida de la silla.
- Creo que podemos dejar las tonterías, Phillip - dijo Rupert, mientras levantaba el arma a la altura de su pecho - Ya es suficiente.
Con un movimiento seguro se puso de pie. Había perdido todo apuro por la rapidez, y la escena a su alrededor parecía haberse congelado. El revólver en su mano estaba firme, tanto como lo había estado el cuchillo. No había desesperación, no había urgencia. Sus hombros estaban rectos y su espalda, rígida, su ropa apenas arrugada y sus zapatos, totalmente manchados de sangre. Todos los actores de aquella pieza parecían haber reconocido que había llegado el punto de inflexión en la historia, que el poder había cambiado de mano, que fuera lo que fuese que había sucedido allí, había llegado a su fin. O no.
- El juego se ha acabado - señaló, sentenció, con voz grave y áspera, suave. El revólver en su mano parecía el punto final.
Rupert miró a Brandon, totalmente inerte bajo el cuerpo de Kenneth. Inerte, con su frente abierta, un hilo o río de sangre invadiendo su rostro contorsionado en una fija, o última expresión de furia e impotencia. Lo miró, y Kenneth vio en su rostro la seriedad, el cansancio, y aún así la decisión. Lo vio reflejarse en el cuchillo que sólo había encontrado su propia carne, y a medias en el candelabro que había quedado a un costado por allí. Rupert se reflejaba en todo el metal, y también en el silencio, en Phillip inmóvil, en la agonía de Janet, en la sangre de Brandon y el rictus de dolor de Mr. Kentley.
- Podría haberlo matado - comenzó, mirando fijamente a Brandon, y se dio vuelta hacia Phillip - Podría haberlo hecho, como él. Podría hacerlo ahora mismo. Matar es un derecho de pocos, un privilegio de los menos, y un crimen para los demás: imagino que eso te ha dicho Brandon. Imagino que, eso te ha dicho, es lo que yo le enseñé. Un mundo dividido en dos estratos, dos razas en las que la evolución humana se ha condensado necesariamente, dos razas las cuales ocupan sitios invertidos en el esquema del poder: los inferiores, que mandan por número y por perseverancia, mas no por capacidad y menos por legitimidad; y los superiores, quienes por legitimidad y capacidad deberían ser los gobernantes, pero que se encuentran en proporción muy pequeña en comparación con los otros, demasiado selectos, superiores que han perdido la guerra, que se encuentran subyugados por los inferiores a través de muchos instrumentos. Uno de ellos, el más sutil, el más acabado: la moral.
Negó. La sangre se había extendido bordeando el baúl, y llegaba ya a los zapatos del pianista.
- Matar es un crimen para los inferiores porque, saben, de considerarlo un derecho, se extinguirían. Y lo saben. Pero los superiores, por supuesto, pueden considerarlo como lo que es, un derecho inherente a su condición, inherente a la superioridad. Y no matar en masa, aunque planificadamente, pues eso no se sostiene, eso es propio de la barbarie, no de la perfección. Sí el eEliminar a un inferior, cuidada y acabadamente, planeándolo con cuidado, planeando la forma de demostrar, de exhibir, de ejemplificar con esa desaparición lo que el mundo debería ser, y lo que el mundo no es. Y no lo es.
La sangre fluía, cada vez más suave. El silencio parecía rellenarse con una única tonada, la respiración de los vivos.
- Pero todo está mal. Lo que él entendió, lo que tú hiciste, lo que ha sucedido, todo este juego. No han entendido nada, ni hay ya nada para entender. Estoy cansado de esto - negó otra vez, pero no quitó los ojos de Phillip. Ojos fijos, ojos fríos, el hombre que habla a través de la fuerza que le da su resignación - Tú y él podrían haber sido superiores, podrían, podrían haberlo pensado. Podrían haber sido consecuentes con su pensamiento. Podrían haber matado a un inferior por muchos motivos, pues si realmente hubieran entendido algo de lo que yo pensaba, motivos sobraban. Pero mataron. Y lo hicieron sin motivo válido. Ninguno de los dos. Y sé que menos aún tú, Phillip - Rupert mantenía el arma levantada, pero sus palabras eran las balas - Tú mataste por seguir a Brandon. Él mató para exhibirse como superior. ¿En qué los convierte? ¿En qué nos convierte a todos?
La punta del revólver no necesitaba seguir apuntando a Phillip, pero lo hizo mientras Rupert caminaba hacia el ventanal.
- Nos convierte en esto - dijo, mientras lo abría de par en par.
Y un disparo.
Dos.
El estruendo rompió el aire, y la calle se llenó de agitación. El piso permanecía inmóvil, muerto.
¡¡Son disparos!! ¡¡Alguein está disparando!!
Los gritos de las mujeres llegaban desde la calle. En el piso, ninguna de las mujeres siquiera gemía.
¡¡Llamen a la policía!!
Rupert se dio vuelta hacia ellos otra vez. Miró la escena. Caminó hacia donde estaban, y se acercó al sitio donde estaban las botellas de alcohol. Agarró una de ellas, como si tuviera intención de servirse un trago, pero no lo hizo. La aferró, pateó el cuchillo y todos los cuchillos hacia un costado, y echó su contenido sobre la cara de Brandon, despertándolo al instante de su sueño reparador. El licor ardió en sus ojos no tanto como ardió en su mente cuando despertó hacia la visión de los libros y la soga. Hacia la mirada de Rupert. Hacia la mirada del arma. Todo había terminado.
- Termina de asistirla - dijo Rupert a Kenneth quien, tras comprobar que Brandon estaba quieto, se había dedicado todo ese tiempo a intentar ayudar a Janet - No tardarán en llegar. Envuélvela en los abrigos y aléjala del baúl. Mrs. Atwater - continuó, dirigiéndose hacia la mujer que había roto el shock y permanecía inclinada sobre su hermano - Le recomiendo que también se aleje, con ellos. Si Mr. Kentley conserva la vida o la esperanza, aléjelo con usted.
Miró a Brandon aún en el suelo, fríamente, y cayó sobre su expresión el peso del cansancio. Se volvió, hacia Phillip. Tomó de sus manos, del suelo, la silla con la que le había pegado. Sin dejar de mirar a ninguno de ellos, cerró la tapa sin volver a reparar en su interior. Movió el baúl con el pie y ubicó la silla de costado, quedando recortado de perfil en el ventanal, y en la puerta que aún continuaba abierta. El aire que se filtraba desde la calle traía frío, traía ruido, rompía con toda la muerte en aquella habitación. Rupert se sentó, sin apartar sus ojos de los otros, y apoyó un brazo sobre la tapa del baúl. Dobló el codo y dejó la mano quieta, con el revólver contra la madera. El dedo en el gatillo. Sus ojos, cansados, eran el seguro.
Unas sirenas comenzaron a escucharse, en la lejanía, casi como producto de la imaginación.
- Ya vienen - dijo, simplemente.
Dos sirenas confundidas en una, comenzando a separarse, cerca. Cada vez más cerca.
Cada vez más.