¡¡BASTA!! -gritó Jimeno soltando al plato un pedazo de hueso (bien lamido) de "piernilla" de cordero cuando Tariq lanzó el cuchillo-. Lo miró unos segundos y luego alzó la vista en el posadero. Y vos decís que en esas ruinas, ¿no es así? ¿Y qué hacía un niño allí en tal lejano lugar? -decía recordando la distancia de cuando llegó a Vencemoza-, ¿o quien llevaría allí un muchacho para...? ¡Por Santiago Apóstol! - POOOMMM - y Jimeno dio un puño a la mesa en señal de rabia, como si se hubiera acordado de algo más...-, ¡esto no puedo quedar así!
Y quedó mirando a cada uno de sus compañeros, intentándoles transmitir lo que pensaba acerca de este caso, acerca de este... entuerto.
Pelayo se levantó y asintió con la cabeza.
-Teneis razón, debemos de ayudar a estas personas. Nadie que asesine a esos muchachos debería salir impune de esto y debería ser juzgado y castigado tanto en la tierra como en el cielo-dijo el caballero- Decidme tabernero, ¿hay alguien del pueblo que pudiera cometer tales actos? ¿Alguien que haya llegado hace poco o que pasara por aqui antes de que empezaran a aparecer los cuerpos desmembrados? Habla y ayúdanos a poner fin a vuestra pesadilla.
Damián llevaba rato punto en boca. A lo largo de las andanzas que ya había compartido con el bueno del Caballero de Arbás había aprendido, con no pocos pescozones de por medio, que cuando los mayores hablan, los chiquillos se callan. Y aunque el muchacho ya le ennegrecían los innombrables, en aquellas cuitas lo mejor era la paciencia y la prudencia. Dos características bien escasas en los hombres sin fe y, por lo tanto, valiosas como el oro.
Pero por dentro su sangre adolescente estaba burbujeando como lava candente. Aquellas gentes le faltaban al respeto a Don Pelayo y a Don Jimeno... de los otros quizá es que ninguno merecía tal respeto pero en tanto en cuanto las intenciones de su señor y los otros no eran otras sino las de ayudar a aquellas gentuzas, tanto requiebro y secretismo para largar lo que de oscuro había en el pueblo era del todo exasperante.
Y por fin habló el moro. Violento... excedido. Hasta el punto que el buen Damián estuvo a punto de desenvainar su espada pensando que de allí no saldrían si no era vertiendo sangre de lugareño. Su mano hizo el ademán pero pronto fue controlada... antes de tocar la empuñadura.
Por fin Don Pelayo, haciendo gala de gallardía, nobleza y pundonor puso las cosas claras y lo que en un principio podía parecer una refriega segura acabó con cada cosa en su lugar.
- Eso... habla. No todos los días vas a tener la ventura de que un noble del rango y el linaje de Don Pelayo se presta a resolver lo que aquí acontece. Habla de una vez y estate agradecido.
- ¡ayudar! ¿Pero Señores? ¡Qué tenemos mucho camino por delante! No podemos pararnos a ayudar al primer grupo de muertos de hambre que encontremos. La vida es mierda, ya es sabido por todos, cosas malas acaecen a todo hijo de vecino, eso está claro. Pero no ... no estamos para eso. Y ninguna ganancia vamos a obtener de hacer una cosa así, los niños seguirán muriendo en todas partes - estaba indignado, pero más que eso, tanto buenismo hacía que se le revolviesen las tripas joder!
Tan sólo pasan aquí viajeros... como vuecencias... -respondió en tono de desconfianza el tabernero ante la pregunta de Pelayo-. Viajeros que van y vienen, pero nadie forastero que haya caído en gracia a nadie...
Jimeno pareció entrar en razón ante las egoístas palabras de Potencio. Al fin y al cabo, era lícito ayudar como buen cristiano, pero no estaban allí por aquella razón. al de Arguilla pareció calmársele el deseo de Justicia que el calatravo Pelayo parecía apostillar con su ímpetu "nobleaventurero", junto con su joven escudero. Asi que dio un resoplido y se pensó en investigar el macabro asunto. ¿Qué pensaría Tariq? ¿Sería lícito y aconsejable salír de allí cuanto antes?
-El señor nos dio la vida-le respondió a Potencio- y dios será el que nos juzgue a la hora de nuestro fin aquí en la tierra. Pero eso no significa que no podamos ayudar a estas pobres gentes y hacer que ese malnacido que mata niños apenas destetados se reúna antes con la justicia de Dios. Cuanto antes ayudemos a estas personas antes podremos seguir nuestra marcha pero no iré a ninguna parte sin prestar ayuda a estas pobres gentes o haría falta a mis votos sagrados-sentenció el caballero.
-Y tu, muchacho-le dijo a Damián- No quiero que te separes de mi ni un instante, ¿entendido?
El posadero, que por un instante recelaba de forasteros, salio de la barra y fue a besarle la manos a Pelayo por tan magnfíco discurso. Parecía que el calatravo quería ayudar desde el corazón. Tras ese arrebato de agradecimiento volvió tras sus vasos y trapos de cocina. Ante hechos como éste parecían gentes muy necesitadas y desesperadas en cuanto a este macabro problema.
Lentamente, fui a recoger mi cuchillo, negando con la cabeza ante las memeces que estaba escuchando sobre ayudar al prójimo y hacer justicia. Los muy nobles señores estaban decididos a inmiscuirse en los asuntos de aquellos extraños lugareños, y bien sabía yo que ni Dios podría hacerles cambiar de idea una vez que henchían su pecho de orgullo, pagados de sí mismos por descender a la tierra desde sus nobles alturas para prestar ayuda a los mismos que otras veces no dudaban en pisotear. Potencio casi que había hablado por mi boca; parecíame el más sensato de todos, mucho más que el Jimeno, que había decidido posponer su misión para hacer que nos llenáramos de mierda hasta el cuello en este lugar; habría que ver qué pensaría don Bermeo de un lacayo que hacía lo que le venía en gana en lugar de cumplir con su deber.
Una vez que volví con el grupo, le di una palmada en la espalda a Potencio. Con los ojos le decía que de esta no nos librábamos; y como el que tenía el oro era Jimeno, a Jimeno teníamos que seguir, hasta el infierno si hacía falta...
Bueno Potencio... -también miraba a Tariq-. Investigaremos un poco, a ver qué pasa... tampoco nos demoraremos mucho si no damos con nada, pues tienes razón y no podemos desviarnos de lo que... -y enmudeció al notar que todos los campesinos les miraban, pues el hablar de ayudar al prójimo estaba muy bien para los sermones domingueros, pero no para llevarlo a la vida real-. En fin..., comamos, descansemos... ¡me arden los pies!
La gente ya se marchaba poco a poco, pero vosotros seguíais allí. El medio día llegó, y una vez más el tabernero os contó cómo habían desaparecido niños, cómo se habían encontrado restos humanos, y cómo familias enteras lloraban por la pérdida de chiquillos. Aunque todo eso no os hizo dilucidar nada nuevo. Por supueto, el tabernero os invitó a comer en ese día, como muestra de vuestra gratitud. No es que fuera un banquete real, pero algo era algo. Y en éstas fue que la tarde llegó, y las tardes otoñales acortaban los días más que a un pan en manos de un hambriento, y Jimeno decidió al fin que saliérais a investigar un poco, antes de que anocheciera plenamente.
Escena cerrada.