Partida Rol por web

Los soldados, al escuchar el nombre referido por el de Arguilla, se miraron unos a otros.

¿Un mensaje para don Ceferino? ¿Acaso le servís? -dijo el caballero sobre la bestia-. Jimeno asintió sin pronunciar palabra. ¿Un mensaje? ¿Vos...? -el tipo chasqueó la lengua, elevó el labio un poco al inspeccionar una vez más a vuestro contratista de abajo a arriba-. Don Ceferino no confiaría recados a un tipo como... -pareciera que iba a vomitar directamente sobre el propio Jimeno, pues suma rara le parecía la situación aquella-.

Podéis creerlo, aunque ya da igual si vos no decís nada a aquestos hombres que me retienen -respuso con cierta altiveza-. Veo que conocéis bien al señor de Bureña, por vuestra reacción, et que cuando volváis a verle no le digáis que las cuestiones de reino que le traigo se perdieron por culpa de estos malnacidos que me llevan; decidle que fue por vuestra culpa: por cruzaros conmigo e ignorar mi petición de libertad ¡Harta incompetencia la vuestra!

El caballero tenía una ceja arqueada, los osjos abiertos de par en par y la boca también abiertas ante la insolente respuesta del de Arguilla. Se mordio entonces los labios, debió sopesar las palabras de Jimeno y enseguida gritó ciertas órdenes.

¡¡SOLDADOS!! ¡¡RETENED A ESTOS HOMBRES!! -gritó mirando un poco hacia atrás-. Luego os miró a vosotros. ¡Soltad al mensajero!

Algunos arqueros de la cola os apuntaban desde el final del tránsito militar, mientras que cuatro lanceros pasaron al lado del caballo y os apuntaron con el punzón delantero.

Damián no daba crédito. ¿Cómo podía ser alguien tan ruín hijo de puta? No alcanzaba a entender los motivos que llevaban a Jimeno a traicionarles de aquella forma, azuzando a los perros del tal señor de Bureña para que acabaran con ellos. ¿Por qué? Y, ¿por qué ahora? ¿Por qué les había llevado hasta tan lejos, sólo para jugársela? Si era una estratagema para librarse de aquellos hombres, el infanzón no alcanzaba a discernir cómo instarles a apresarles o incluso matarles podía ayudarles en algo.

Paralizado, esperó la reacción de sus compañeros, aunque le costó reprimir el impulso de echar mano de su espada...

- ¡Me cago en tu puta madre! -escupió a Jimeno y sacó su terciado, pero al ver la reacción de los hombres se lo pensó mejor y lo echó al suelo. Tenía ganas de llorar... ese hideputa sólo quería salvar su pellejo y a ellos que les diesen por culo. Lo que Potencio tenía claro era que les había traicionado, no había manera alguna de montar aquella farsa para luego intentar rescatarles de las mazmorras de turno, más que nada porque que él supiese, este tipo de secuestros a gente de alta cuna conllevaba la muerte. Así que estaban jodidos pero que muy bien jodidos. Claro que prefería morir más tarde a morir ahora luchando en una roca de mierda con un moro y dos gilipollas.

Los dedos de Pelayo se aferraron a la empuñadura de su espada. Dispuesto a defender su honor como siempre había hecho, ante quien fuese necesario. 

-A vos, malnacido, y a ese crío vuestro-dijo dando un pequeño empujón a Damían hacia Jimeno- que si fueseis hombre de honor como dijisteis ser hubierais salido vivos sin armar todo este revuelo-esperó que sus compañeros, sobretodo el muchacho, entendiese lo que estaba interpretando cual juglar. y sobretodo rezó en silencio por que Jimeno no fuese tan hideputa de condenar también al crío.

Continuó el movimiento tras el empujón de su señor, a quien sí que supo leer las intenciones, y se acercó a Jimeno a trompicones, agarrándose a él en una especie de abrazo.

-¡Padre! ¡Tengo miedo! -Damián interpretó su papel tan bien como pudo, hundiendo su cabeza entre las ropas del de Arguilla. Si realmente aquello era, como había anunciado antes de conversar con los hombres, una estratagema para librarse de los soldados (la cual el escudero no alcanzaba aún a comprender, pero bueno), Jimeno no le delataría, y seguramente podría ayudarle más tarde. En caso de que realmente fuese el perro traidor que aparentaba ser, destaparía la falacia, pero bueno: ya estaba condenado de todas formas, tenía que intentarlo.

Tariq había sacado su cuchillo rápido como un rayo para hincárselo al traidor de Jimeno, pero detuvo su mano cuando Damián lo abrazó. Dudó entonces de que realmente fuera algún tipo de estratagema, pero las pocas entendederas de las que disponía no le dejaban ver más allá del perjuicio de ser acusados de aquella manera. Más bien le pareció que el Jimeno aprovechaba la coyuntura para librarse de ellos y no pagarles, pues poco beneficio podían sacar tras ser acusados de rufianes. Mantuvo en su mano el cuchillo, muy atento a cómo se desarrollaban los acontecimientos.

El de Arguilla miró con indiferencia a Potencio, que estaba claramente frustado, y había tirado su cuchillo al suelo. Luego se sorprendió del intento de treta del de Arbás y de su espabilado escudero, que parecieran que compartieran la misma mente. Acto seguido Damián se abrazó a Jimeno, y rápidamente éste lo tomó de los hombros y lo empujó hacia atrás, haciéndolo caer con el trasero al suelo.

No soy tan noble como para ser vuestro padre -dijo serio al chico, que se quedó sin saber cómo reaccionar-. No hagáis tonterías ni digáis imprudencias. Quizá así don Ceferino, fiero guerrero y hombre de piedad, os conserve la vida -Jimeno pronunciaba unas palabras un tanto duras, como si nada de lo que habíais vivido con él fuera a colación et lógico-.

Fue entonces que los soldados se os acercaron, cruzaron algo más de una decena tras de vosotros y os retuvieron bajo amenaza de sus armas. Os quitaron las vuestras, haciendo que las arrojáseis al suelo u os las entregáseis. A Damián le confiscaron la espada y el pequeño cuchillo que portaba; a Pelayo la suya y la daga, aunque le dejaron el escudo colgado a su espalda. A Potencio le recogieron el cuchillo que estaba en el suelo y el par de sorpresitas que llevaba, dos espadas de buen filo que harían cortar a cualquiera. Et a Tariq, que en su rostro se denotaba una ira incontrolable hacia Jimeno, le quitaron la espada corta, el hacha que transportaba y dos cuchillos, no por ello el de la bota, que no se dieron cuenta que lo llevaba.

Acto seguido, los soldados "invitaron" a Jimeno y a vosotros a acompañarles por el mismo sitio que habían llegado (atravensando el paisaje y la ladera rocosa). Os llevaban... prisioneros*. Jimeno Iba al lado del aquel jinete con el que había compartido palabras. Por el cuchicheo de los soldados y sus comentarios en bajito, os llevaban a una localidad llamada Piedrablanca.

-Que Dios apiádese de la vuestra ánima, Jimeno -Damián escupió su desprecio furioso mientras se levantaba y era detenido y despojado de sus armas-, pues vos aseguro que nosotros non tendremos piedad alguna.

Se mantuvo en silencio mientras  andaban camino de Piedrablanca, tragándose la ira que recorría sus venas. Por su joven sangre no corría otra cosa en aquel momento que la sed de venganza propia de quien acaba de recibir una puñalada trapera que jamás había visto venir, ni si quiera de lejos, mientras que en su cabeza no para de resonar una pregunta a la que no encontraba respuesta: ¿Por qué?

Pelayo entrecerró los ojos sin dejar de mirar a Jimeno. No entendia, entonces, cual era el plan de éste, si es que acaso eso no era la traición que parecía ser. Pero en ese caso ¿por que haceros ir hasta allí para traicionarlos? Algo no encajaba pero el caballero no sabía el que.

Apretó los dientes cuando habló Damián, como si él mismo refrendara con su rabia la prometida venganza del muchacho.

Y a lo último que dijo Jimeno respondió entre dientes:

-Rezad por que sea asín, porque si non fuere el caso et todavía hubiéremos lengua, con nosotros habredes de caer.

Con esto quería dejarle claro que le delataría antes de que les mataran, pero como no las tenía todas consigo por su manera de hablar, permaneció en silencio, consciente también de que usaría sin dudarlo el cuchillo que aquellos inútiles no le habían encontrado.

- ¡Eh! ¡que la sodomía es pecado cabrón! -le espetó al soldado cuando empezaron a rebuscar en su cuerpo. Luego se rió ante su ocurrencia y al ver que los ánimos no estaban para esas cosas pensó que mejor que se callaba. Todos iban a morir, así que al menos hacerlo con gracia, claro que Potencio se cagaría encima, lloraría, patalearía, suplicaría perdón cuando llegase el momento. Pero ahora se mostraba muy digno él.

¡¡ANDANDO!! -gritaron los soldados empujando a Potencio mientras osaba jactarse de su propia situación-. Et a base de sendos empujones et una larga caminata, el paso por la ladera rocosa amenizó la mañana del octavo día de vuestro contrato et partida. Jimeno, mientras caminaba callado junto a los de a caballo, podía oler tras su nuca, a un par de varas delante de vosotros, vuestro rencor interno, y por ende a veces echaba miradas disimuladas hacia atrás. Tragaba saliva sabiendo que la jugada habíale salido bien, mas que sin duda vosotros podríais delatarle antes del último suspiro, si se diera el caso. Tras parar a descansar y almozar en una arboleda, ya fuera del paisaje rocoso (momento en el que sólo os dieron agua), llegásteis a una población no muy grande: Piedrablanca.