INTRODUCCIÓN
Las noches en aquel mes de Septiembre parecían cada vez más frías y es que el verano ya se estaba marchando, tanto en aquel lugar como en el resto del país. La luna se encontraba llena en esos instantes e iluminaba con gran intensidad las calles de Medinaceli, una villa situada en Castilla y León. Nadie paseaba por ellas debido a las altas horas de la noche en las que se encontraban. Un gato negro subido en la cornisa de una ventana parecía ser el único testigo de lo que iba a acontecer.
En medio de aquel silencio, oculta en la penumbra, había una mujer. Su cuerpo era cubierto completamente, desde el cuello hasta los pies, por una túnica marrón. Lo único que se podía ver de su piel eran sus manos pues también llevaba la cabeza y el rostro cubiertos con un pañuelo blanco.
Estaba apoyada contra la pared, con los brazos cruzados. No parecía una mujer como otra cualquiera en esa villa. Bajo la túnica podían verse las punteras de unas botas demasiado robustas para una mujer pero su silueta indicaba que ese era su sexo real. Sus curvas y sus senos se marcaban bajo aquella tela preparada para aislar al cuerpo del frío nocturno.
La mujer parecía muy tranquila a pesar de ser la única persona que seguía estando en la calle. No parecía preocuparle que pudieran abusar de ella como algunos hombres hacían habitualmente cuando veían una mujer indefensa. Tampoco parecía que le preocupase demasiado ser víctima de un robo. Estaba más preocupada por otra cosa…
De pronto se escucharon los cascos de un caballo resonar contra el suelo. Se desplazaba con lentitud pues el ritmo de las pisadas no era demasiado rápido. La mujer se puso en guardia estirando completamente los brazos, dejándolos caer a ambos lados del cuerpo. Estiró también los dedos como si se estuviera preparando para algún movimiento. Se relajó cuando vio girar por la esquina de una casa a un hombre montado en su caballo blanco. Le hizo detenerse estirando las riendas y éste obedeció al instante. El hombre descendió y la mujer pudo ver con mayor claridad el traje que llevaba puesto. Era más corriente de lo que acostumbraba aunque con ello lograba pasar desapercibido. Era un traje elegante pero en tonos oscuros. Llevaba unos pantalones anchos, sujetos por las botas altas que le llegaban hasta las rodillas. Además una chaqueta que le colgaba por detrás hasta medio muslo, con las mangas de la camisa blanca (que llevaba justo debajo) asomando por los puños. También le asomaba el cuello pero su capa de color oscuro, el mismo que el resto de su ropa, le protegía del frescor de la noche. A un lado de su cintura llevaba colgando una espada envainada. Su cabello era castaño oscuro casi negro al igual que su barba y bigote. Tenía algunas entradas pero su rostro y su piel indicaban que era más joven de lo que parecía.
Se acercó con cautela a la mujer, mirando de un lado a otro al igual que ella. Era evidente que les preocupaba ser vistos y fuera el que fuera el motivo por el que se habían reunido debían resolverlo de inmediato. No estaban las cosas como para alterarlas más…
- ¿Qué ha sucedido?- dijo la mujer sin descubrir su rostro. Su voz sonó segura aunque con algo de preocupación.
- La muerte del Rey Fernando va a traer muchas más consecuencias de las que parecía en un principio- dijo aquel hombre casi en un susurro. La mujer permaneció en silencio a la espera de que siguiera explicándole-. Don Carlos va a provocar una guerra entre españoles y temo que los templarios puedan estar implicados o interesados en que tal cosa se produzca-.
- ¿Está seguro de eso?- preguntó saliendo de la penumbra para que la luz de la luna pudiera iluminarle los ojos abiertos por la sorpresa-. Si no es así podría implicar a mi hermandad, ponerla en riesgo innecesariamente. ¿Tiene pruebas de sus acusaciones?
- No pero mis fuentes son fiables, deberíamos confiar en esa posibilidad- contestó aquel hombre-. Señorita, debe confiar en mi. Sabe perfectamente que soy de confianza y no estaría aquí si no fuera realmente importante. ¿Sabe a lo que me estoy exponiendo por venir? Necesitamos su ayuda-.
La mujer se quedó pensativa durante unos segundos. Claramente estaba valorando las posibilidades que existían de que los templarios estuvieran implicados en una guerra que aún no se había desatado. Finalmente despegó sus labios.
- De acuerdo, en ese caso informad a Su Majestad María Cristina que en breve nuestro mentor se pondrá en contacto con ella. Tendrá a los Asesinos de su lado- comentó la mujer con una sonrisa maliciosa en el rostro.
El hombre también sonrió satisfecho al ver que había logrado el apoyo de la que probablemente era la organización más poderosa del mundo. Con ellos conseguirían detener a los carlistas y a los templarios. ¿O no?