El de Azagra observó cómo aquellos desconocidos se marchaban y agradeció con la cabeza la ayuda que el buen Severo le brindó con los últimos amarres de su armadura. Ya bien pertrechado, se echó por encima de los hombros un manto de color azul oscuro adornado con el escudo heráldico de su noble Casa. Asió el mandoble y lo colgó a las espaldas y, por último, echó mano de uno de sus fardos: un zurrón amplio que tintineaba con cada movimiento.
Echó mano de una jarra del vino de Fuencislo y, así mismo, de una copa de barro que llenó hasta el borde y vació de un largo trago. Limpiose los labios con el dorso de la mano y centró su mirada gris en ambos compañeros de armas.
-Pongámonos en marcha, pues. El párroco nos espera en la plaza del pueblo y él nos ha de mostrar el camino a seguir. Quizá no ocurra nada esta noche, miceres, pero si decidimos seguir aqueste entuerto hasta su final habéis de saber que la misma muerte puede acecharnos, como en cualquier otra batalla. ¡Ea!
Se dirigió con paso raudo hacia la puerta del establecimiento, dispuesto a ir hasta donde había acordado encontrarse con Monseñor Luis.
Al parecer, Rui Bertrán, "El Lobetano", había quedado con el párroco local, Monseñor Luis, en la plaza del pueblo. Éste se marchó de la taberna en su búsqueda.
El resto decidid qué hacéis. Luego actualizaré.
Tras colocarme de nuevo la capa de pieles sobre lso hombros sigo al lobetano, tal y como nos había indicado.
Severo escuchó a "El Lobetano" hablar de los peligros de su nuevo desempeño. Como buen cristiano avisó de los peligros por venir. Quizá la muerte les esperase al girar un recodo del camino, sin embargo ¿ qué más puede hacer un caballero en la presente situación ? Sólo enfrentar las dificultades y encomendarse al altísimo.
Le vinieron a la mente parte de unos bellos versos de don Jorge Manrique
Nuestras vidas son los ríos;
que van a dar a la mar;
que es el morir...
De este modo hablaba don Severo por lo bajo, para sí mismo al tiempo que traspasaba la puerta de la posada entrando al frío de la calle.
Tras asentir con gratitud por la sinceridad mostrada por el buen Fuencislo, le pedí al posadero que me preparara rápidamente un fardo con víveres por si nuestra búsqueda nos hacía demorar en el camino más de lo aconsejable para un estómago vacío.
Una vez el posadero, tras movilizar a su personal para la rauda preparación de lo solicitado, me hubo entregado el fardo, me coloqué mis ropas de camino y salí con todos mis pertrechos de aquella posada, dispuesto a portar la orientación divina a los pasos de aquellos valerosos hombres de Dios.
- Andemos pues. No dudo que mis compañeros de viaje aguardarán también en la plaza junto al párroco, así que formamos una buena comitiva de investigación y búsqueda. Los peligros pueden acecharnos, pero ah de ellos si han de enfrentarse a aquellos que nuestro señor ha elegido para resolver el entuerto. Amén.
Dicho esto, nos encaminamos todos juntos a la plaza del pueblo.
Fue en estas que, una vez salidos de la taberna, os dirigísteis a la plaza del pueblo. Allí estaba Monseñor Luis, con un abrigo bien provisto, pues el frio apretaba y la nieve no dejaba de caer en pequeños copos.
Señores... -dije. Veo que bien hacen en acompañar a Rui a indagar, pues que camine por estos lugares él solo le sería un despropóstito: "nieve y leyenda al diablo te encomienda". Como ya le dije, os acompañaré donde se encontraron los otros cuerpos... en el bosque. Luego he de regresar. Vamos, hijos mios, ¡y abrigáos bien!
Como si de un pastor de ovejas se tratase, el páter llevaba a su rebaño de forma cuidadosa, pues un lobo acechante, aunque fueran rumores, rondaba por las proximidades. A los pocos minutos estaban saliendo de Navasilla. Fue entonces que se vieron dispuestos a detenerse: en el linde del bosque aguardaba una comitiva que los vio llegar.
Era Mateo de Antequera y su grupo, el que hacía unos minutos había salido de la taberna. A su lado, había otra comitiva distinta: cuatro hombres con capas blancas que cubrían sus cuerpos y el quinto, que estaba montado sobre un caballo, con una capa negra bordeada de cefenefas rojas. Distinguíais sobre su pecho una camisa de fondo blanco y con un escudo: el escudo de la Baronía de Rincón.
Escena cerrada.