Partida Rol por web

 

 

Sabe, oh principe, que entre los años del hundimiento de Atlantis y de las resplandecientes ciudades bajo los océanos, y los de la aparición de los hijos de Aryas, hubo una edad olvidad en la que el mundo estaba cubierto de brillantes reinos como mantos azules bajo las estrellas: Nemedia, Ofir, Brithunia, Hiperbórea, Zamora con sus muchachas de negros cabellos y sus torres plagadas de arácnidos misterios, Zingara y sus caballeros, Koth, limítrofe con las tierras pastoriles de Shem; Estigia con sus tumbas custodiadas por sombras, e Hirkania, cuyos jefes vestian acero, seda y oro.

Pero el mas orgulloso reino del mundo era Aquilonia, que reinaba soberana sobre el soñoliento oeste. Y aqui llegó Conan, el cimmerio, el pelo negro, los ojos sombríos, la espada en la mano, un ladrón, un saqueador, un asesino, de gigantescas melancolías y gigantescas alegrías, para pisotear con sus sandalias los enjoyados tronos de la tierra.

 

Y fue en aquellos dias del Rey Conan cuando el navío de los Mercenarios de Shadizar, comandados por el valeroso guerrero Iben Shevatas atravesaron el Argos, desde Aquilonia, rio abajo, hacia los mares para luego ascender por las costas de Zíngara hacia las tierras de los Pictos.

 

En los ultimos años aquel grupo de mercenarios, con guerreros procedentes de casi todas las partes de Hyboria, había librado innumerables batallas, saliendo victoriosos de todas ellas, gracias al poder del acero. Habian regado los campos con la sangre de sus enemigos y las lágrimas de sus mujeres, allá por donde pasaban y donde se les pagaba.

El último en hacerlo fue el propio Rey de Aquilonia, que en estos momentos libraba batalla con los Pictos salvajes del norte, unificados por Zogar Sag, el caudillo mas poderoso que recordaban las escrituras. El propio rey había dicho que todo el cuerpo caería al descabezar a la bestia, y que por ello no bastaba con derrotar a los Pictos en combate una y otra vez, sino internarse en sus tierras, al norte, donde se ocultaba el tenebroso caudillo, y acuchillarle hasta que sus entrañas llegasen al suelo polvoriento.

El legendario Iben Shevatas se prestó voluntario a realizar dicha tarea, y en aquel momento daba ordenes en su navío, ya a punto de llegar a su destino, al norte de los Yermos Pictos donde acababa todo territorio conocido y comenzaban reinos perdidos de los que ni el ni sus hombres habían escuchado nada salvo en leyendas.

 

Entre sus hombres mas leales, de entre el medio centenar que formaba el grupo, se contaban cuatro guerreros.

Uno de ellos era un Brythunio llamado Brian Boru. De rojizas barbas, poderosa voz, las maneras de un puerco y brazos tan poderosos como pueden los valientes guerreros de su raza. Se encontraba afilando su espada con piedra de silex, preparandose para el inminente desembarco y la consiguiente batalla.

 

No muy lejos, en silencio y oteando el horizonte, Ulagan el Hyrkaniano meditaba sabiendo que la batalla no sería facil. Jamás ojos ajenos a los pictos habían visto al Caudillo, y el jinete de las estepas sabía que el destino les depararía sorpresas no muy gratas. De negros cabellos, extraños ropajes y taciturno como todo Harkiniano, no hablaba con nadie cuando sentía la calma que precedía a la tormenta.

 

 El tercero de ellos era Ole Tome, de piel negra como el azabache, y los brazos mas poderosos de todos los Mercenarios de Sadizar, capaz de aplastar el craneo de un hombre civilizado solo con la yema de sus dedos. El guerrero que procedia de tierras mas lejanas de todos los que formaban el grupo, preparaba sus lanzas para el combate, sin importarle cuando tendría lugar, puesto que para Ole Tome la muerte en combate sería un regalo comparado con el destino de esclavitud para el que estaban destinados muchos como él y los de su raza.

 Por último estaba Derketa, guerrera, mercenaria, vagabunda, la regicida, de oscuros cabellos  y mirada misteriosa que delataban su origen Zamorio. Entrenada en igualdad de condiciones que un hombre, cualquiera que osase subestimarla caería con el pecho atravesado antes de darse cuenta de su fatal error.

... Y así fue como dió comienzo esta leyenda, sobre la cual en días venideros se rubricaron canciones y poemas, para que los que en aquellos días vivieron no la olvidaden, ni sus hijos, ni los hijos de sus hijos...