Movida por la curiosidad, la viejecita salta de su mecedora y os acompaña con paso lento y dificultoso escaleras abajo hasta el exterior de su vivienda, donde espera Ulfgar. Allí, examina el contenido de vuestra carreta con su único ojo sano antes de comentar más para sí misma que para vosotros.
—Ay, Umrayr, qué destino tan merecido para una plaga como tú —asiente silenciosamente, mientras sus arrugadas y artríticas manos palmean el cuerpo sin vida del dragón—. ¿Qué ha sido de tu hermano Gurmoil, de quien jamás te alejabas?
A continuación, dirigiéndose a vosotros, añade:
—Tres cosas puedo ofreceros y tres debo pediros. Mil piezas de acero en artículos de mi tienda, por el cadáver de Umrayr. La ubicación de su guarida, si me juráis con vuestra sangre traerme de allí el objeto que os pida. Y un conjuro que todo lo destruye, a cambio de los restos mortales de Gurmoil el Negro. Sentíos libres de aceptar todas, ninguna o un subconjunto de ellas, sabiendo que las condiciones son innegociables.
No puedo hablar en nombre de los demás, pero estoy deseando salir de Shrentak y aceptar el acuerdo de la señora Maab es la forma más rápida y lucrativa de hacerlo. Mil piezas de acero en componentes arcanos no son gran cosa por un dragón muerto, pero eso es mejor que seguir deambulando por aquí hasta encontrar a un comprador más generoso o nuevos problemas. Y esto último me parece más probable que lo primero.
Conocer el emplazamiento de la guarida de los dragones negros que nos atacaron, parece algo extraordinariamente provechoso para nosotros. Y sea lo que sea que quiera la anciana hechicera, difícilmente podrá estar peor en sus manos que en las garras del dragón ciego. Es mucho el bien que podemos hacer con los tesoros de los wyrms negros en nuestro poder, partiendo de hasta ahora no tenemos con qué pagar a los codiciosos enanos de Thoradin.
Y, aunque un solo conjuro difícilmente pueda valer tanto como la vida de un dragón, la promesa de este poderoso conocimiento arcano a cambio de una criatura a la que ya hemos dejado ciega y moribunda hace unas pocas noches se me antoja atractiva.
—Yo estoy dispuesto a jurar con mi sangre y por la luz de los Tres Dioses de la Magia —les confieso a mis dos esforzados compañeros—, si vosotros no os oponéis a ello.
─"Juráis" ha dicho la señora, Ailas, en plural. Y dudo que se haya equivocado al decirlo. Pero yo también estoy dispuesto a jurar con mi sangre traerle el objeto de la guarida del dragón a cambio de conocer su ubicación. Acepto también esas mil piezas de acero en material de su tienda a cambio del cadáver. Pero, aunque puedo entender la tentación que puede suponer ese hechizo que todo lo destruye en la mente de un mago, me temo que no está en nuestra mano conseguirle los restos mortales del dragón compañero del tal Umrayr. Aunque si nos vuelve a atacar o damos con él, no dudaremos en acabar con él y recordaríamos su oferta...
¿La guarida de un dragón? ¡La guarida de un dragón! No hacía falta ser un gran erudito para saber que los dragones gustaban de yacer sobre montones de valiosas propiedades, incluyendo montañas de acero y objetos mágicos. Esa idea cosquilleaba en la mente del enano con intensidad, una intensidad difícilmente acallada por las grandes dosis de sentido común del clérigo de Reorx.
─Analizaremos el objeto ─se dijo a sí mismo─ y veremos de qué es capaz. Podemos cumplir el juramento de traerlo hasta allí y luego... podemos tener una "charla". Aunque alguien así, con una tienda en un lugar tan deprimente, debió dejar ya muy atrás sus momentos de magia gloriosa...
Maab sin duda era una coleccionista, alguien que ansiaba tener un objeto que llevaría muuucho tiempo fuera de su abasto. Y ahora, usando las diligentes manos de un grupo cuya edad en su conjunto sólo era una fracción de la suya, podía hacerse con él. Y como pago ofrecía sólo el conocimiento de la ubicación del lugar, algo que de todas maneras le hubiera sido complicado explotar por ella misma. Era una situación positiva, en la que todos ganaban.
Enrielle observó a la vieja, sorprendida de que conociese al dragón. De siniestra en su mecedora había pasado a parecerle, en cierto modo, entrañable. Aunque bien sabía cómo eran los magos, así que se obligó a no bajar la guardia del todo. Valoró lo que les ofrecía y les pedía a cambio, y si no hacía trampas de por medio, le pareció justo y conveniente. Terminar con el dragón negro ciego que había escapado a su guarida no era quizás lo más honorable que hubiera hecho nunca, pero no dejaba por ello de ser una plaga y un peligro para una ya peligrosa región.
—Yo también estoy dispuesta a jurarlo. — respondió — Librar a esta castigada región de otro dragón negro es algo que no debemos desaprovechar. Su presencia sigue siendo un peligro, y los dioses saben cuántos inocentes más puede herir o matar aún estando ciego. — se le hizo un nudo en la garganta. ¿Y Cuántos inocentes había matado ella en las últimas horas? Tragó saliva para que el maldito nudo bajara de una vez, apartando bruscamente esos pensamientos — En cuanto al resto del grupo, Klunurig... creo que en su estado mental podemos tomar la decisión por él, y Kylian siempre estará dispuesto si con ello contribuye a restaurar el equilibrio, que sin duda debe ser así. Haremos bien en aceptar.
Con rapidísimos movimientos que desmienten la achacosa torpeza de vuestra interlocutora, araña las mejillas de los tres con otros tantos zarpazos de sus largas e irregulares uñas, largo tiempo descuidadas. Los arañazos son lo bastante profundos como para que la sangre resbale y gotee por vuestras barbillas.
—Acepto vuestro juramento. Que mi maldición terrible caiga sobre cada uno de vosotros si no lo cumplís y no lo hacéis cumplir —sentencia, con un brillo peligroso en su único ojo sano, antes de continuar—: Donde antaño desembocaba el río Torath, ahora está partido en tres: Guardiaoccidente, Guardiaoriente y, entre ambos, el Río Reptante. Allí donde este último se bifurca como una lengua de serpiente, debéis buscar la guarida compartida de Gurmoil y Umrayr; bajo las aguas cenagosas. En su interior hallaréis los tesoros que, en su avaricia, han ido acumulando con el paso de los años. Podéis quedaros con todos ellos excepto con uno. Uno que robaron del cubil de su ama, Onysablet, después de que ésta fuera asesinada por el Dragón de Sombras. El Recuerdo de Nuitari, un inconfundible lienzo negro. Buscadlo y traédmelo. Por qué lo quiero y qué haré con él, son asuntos míos, del mismo modo que el resto del tesoro es asunto vuestro.
Con estas palabras da por zanjado el asunto y regresa a los niveles superiores de la vivienda mientras los demás os afanáis por descargar la carreta y arrastrar su contenido por la estrecha entrada de la torre.
Tras no pocos esfuerzos, lográis depositar el cadáver del dragón en la diáfana planta baja, sobre el suelo de mosaico. Miráis hacia las estrechas escaleras de caracol y os estremecéis pensando en tener que subirlo por allí, pero Maab reaparece en lo alto con una arrugada bolsa de tela entre sus temblorosas manos.
—Podéis dejar ahí a Umrayr —os indica, para vuestro alivio, mientras comienza a bajar los desgastados peldaños con paso inseguro. Cómo piensa subir al dragón muerto, si es que piensa hacerlo, no os lo dice y vosotros tampoco queréis saberlo.
Dentro de la bolsa, que entrega a Ailaserenth, hay un batiburrillo de componentes arcanos que el Túnica Blanca examina con aprobación antes de guardarlo todo en su mochila.
Enrielle retrocedió llevándose una mano a la cara. Luego se miró la mano, viendo incrédula que estaba roja de sangre, y el recuerdo del pacto con aquella naga traidora regresó a su mente como un mal sueño. Si la vieja le había parecido entrañable en algún momento ya no lo quería recordar.
No dijo mucho más, puesto que poco había que añadir. Independientemente de su palabra, la vieja los tenía en sus manos y ahora tendrían que obedecer, quisieran o no. No estaba dispuesta a saber en qué consistía la maldición con la que les había amenazado.
Cuando terminó de empujar y tironear de los asquerosos restos del dragón, salió apresuradamente y agarró las riendas del carro, lista para alejarse de allí.
—¿Todo está en orden, Ailaserenth? — preguntó cuando éste comprobó la bolsa. Luego se dirigió a ambos. — Ahora no estoy del todo segura de que hayamos hecho bien, pero no creo que ya tengamos otro remedio. Sólo espero que esos dragones se queden bien muertos y esa bruja no los traiga a la vida de alguna manera extraña. — suspiró, tirando de la mula mientras con la otra mano se echaba la capucha — Supongo que ese debería ser nuestro siguiente destino. ¿Sabéis a qué distancia está de aquí ese Río Reptante?
Motivo: Saber Geografía (indicaciones de la vieja pelleja)
Tirada: 1d20
Resultado: 14(+3)=17 [14]
Hacer tratos con una Túnica Negra, por muy elfa que esta sea, nunca es algo agradable. Creen que el verdadero poder se encuentra en la parte oscura de todas las criaturas y que la magia debería ser estudiada sin restricciones morales ni éticas, ya que está más allá de tales consideraciones. Pero eso no significa necesariamente que la señora Maab vaya a incumplir las condiciones de nuestro acuerdo.
De hecho, conociendo a mis compañeros como empiezo a conocerles, sospecho que es más probable que sean ellos quienes se sientan inclinados a quebrantarlo. Y, en consecuencia, las desconfiadas medidas de nuestra contraparte solo pueden ser consideradas como prudentes y hasta juiciosas.
Mientras cumplamos con nuestra parte, no tenemos nada que temer. Lo que significa que, en cuanto Kylian y Klunurig se enteren de este trato, tendremos buenas razones para temer. No solo se espera de nosotros que hagamos honor a nuestra palabra, sino que hagamos también cumplir a aquellos que tratan de oponerse.
—Todo bien. Está en nuestra mano hacer que este pacto resulte beneficioso para todos —le aseguro a Flechas de Muerte con más confianza de la que realmente siento para tratar de tranquilizar sus temores, que son los míos también—. Los afluentes del Torath no figuran en nuestro mapa, pero para llegar hasta aquí hemos venido siguiendo la orilla este del Guardiaoriente, así que no debería costarnos demasiado encontrar el lugar indicado volando hacia el suroeste. Supondrá un pequeño retraso en nuestro viaje, pero eso debería darnos tiempo para prepararnos. Más que encontrarla, me preocupa cómo infiltrarnos en una guarida situada bajo el agua.
Motivo: Saber (geografía)
Tirada: 1d20
Resultado: 18(+8)=26 [18]
Por mí, volvemos al castillo de inmediato. No dudaré en usar "esfera de invisibilidad" si parece que vamos a toparnos con problemas o incluso en gastar mi único pergamino de "teleportar" si queda claro que los problemas son demasiado numerosos e inevitables.
Abandonáis Shrentak tan deprisa como podéis antes de que vuestras "proezas" se extiendan por toda la población y algunos de los lugareños particularmente malintencionados acudan a vuestro encuentro ahora que sois pocos y habéis agotado la mayor parte de vuestros conjuros diarios.
En un momento dado, un grupo de dracs negros comienzan a seguiros a cierta distancia. Enrielle trata de espantarlos con sus flechas y abate a un par de ellos que se os acercan demasiado, pero los demás se mantienen alejados mientras su número se va engrosando cada vez más a medida que otros se les unen.
Las piedras y los orinales que empiezan a lloveros, acompañados de abucheos e insultos anónimos desde el interior de algunas chabolas, os dejan claro que no sois bienvenidos en la ciudad.
Cuando un grupo de ogros avanza en vuestra dirección, Aislas no espera a descubrir si van a por vosotros o únicamente pasarán por vuestro lado sin prestaros atención. Os insta a juntaros en torno a él y extiende un manto de invisibilidad a vuestro alrededor.
Esto resulta ser providencial, porque os permite despistar a vuestros perseguidores durante algunos minutos decisivos. Los suficientes como para salir de Shrentak y alcanzar a todo correr las murallas de vuestro castillo situado en una hondonada a las afueras.
No perdéis tiempo comprobando si os persiguen. Vuestras huellas en el barro, especialmente las de Ulfgar ataviado con su pesada armadura y las rodadas de la carreta, serían capaces de guiar a un ciego hasta vosotros si se lo propusiera. Desde luego, un ciego no supondría una gran amenaza para vosotros, pero una turba de enfadados contrabandistas en cambio...
Los guardias elfos alzan el rastrillo de la barbacana en cuanto os ven llegar y Kylian alza el vuelo cuando Bugambilia llega a la carrera hasta él para pedírselo. Y así, una vez más, os encontráis "a salvo" entre las paredes de vuestro hogar.
Vosotros decidís si seguís hacia Thoradin o si os desviáis para buscar la cueva del dragón.
Estoy tan poco acostumbrado a que arrojen excrementos a mi paso, como a tener que correr para salvar mi vida. No es que sea de los que gustan de encarar los conflictos, todo lo contrario, escapo de ellos siempre que puedo; pero lo que no tengo por costumbre es hacerlo a pie.
Lo primero que hago nada más acercarnos a la fortaleza es desvanecer mi disfraz para adoptar nuevamente mi apariencia original. Sería trágico que nuestros propios guardias me atacasen tomándome por un desconocido. Al hacerlo, me doy cuenta de que hasta ahora no me he preocupado por pertrecharlos adecuadamente y ya es tarde para volver a Shrentak a comprarles lo que puedan necesitar. Así pues, tendrán que conformarse con lo que consigan encontrar en la armería.
No me detengo a hablar con ninguno y encamino mis pasos tan rápido como puedo hacia mis aposentos. Necesito con carácter urgente un baño y no dispongo de los servicios de mi asistente invisible, de modo que no me queda más remedio que preparármelo yo mismo; una tarea que me resulta casi tan aborrecible como el actual olor de mis ropas.
Mi rígida planificación diaria está en estos momentos totalmente trastocada y eso me pone de mal humor, de manera que intento regresar a ella tan pronto como me he aseado y vestido con mi acostumbrada túnica blanca. Las malolientes ropas de invierno las dejo amontonadas en un rincón en el aseo hasta que pueda preparar el sortilegio para purificarlas de nuevo mañana.
Esta tarde no puedo informar a la Señora de Wayreth de nuestros "progresos", si se pueden considerar como tales, modo que intento tomar nota de todo lo sucedido para no olvidar nada en mi reporte de mañana.
Después, cuando da la hora de cenar, bajo al comedor; más por socializar que porque realmente tenga apetito. Por un momento me planteo no mencionar nada sobre nuestro pacto a Kylian y a Klunurig, consciente de que eso solo va a complicarlo todo un poco más; pero temo que sin su colaboración difícilmente conseguiremos entrar en la guarida subacuática de los dragones.
Klunurig permanecía fuera del torreón, tratando de enseñar a Kifaru a embestir con su terrible cuerno. El animal parecía haber perdido todo instinto al unirse al druanti, y ahora debía enseñarle todo de nuevo.
- ¡Carga! ¡Humph!
Decía aquello mientras hacía movimientos con la cabeza imitando la carga de un rinoceronte, agazapado a cuatro patas y repitiendo una y otra vez el movimiento. Habría sido más efectivo ser él mismo Kifaru, para enseñarle cómo hacerlo, pero cuando era Kifaru no hablaba en bakali, y entonces no servía de nada.
Al cabo de un rato, vio retornar a los demás miembros del vendaval de muerte, que llegaban con la misma cara con la que Klunurig les había dejado, o una peor. ¿Habrían tenido problemas en la pústula? Seguramente. Esos lugares siempre traían problemas. Por eso era mejor destruirlos. Pero Klunurig estaba ocupado en otras tareas, y no prestaba atención.
- ¡Carga Kifaru! ¡Así!
Se movió a cuatro patas, dando extraños pasos en su forma bakali, mientras Kifaru le miraba con cara de no entender nada.
Que los malditos digan, a Klunurig ir a matar gusanos le parecerá bien, al menos comparado con ir a una pústula de druantis metálicos que tienen algo que a él no le interesa mucho (aunque algo recuerda sobre la reina de los gusanos).
Enrielle llegó asqueada, sucia de excrementos y muy enfadada consigo misma, con Klunurig y con todos aquellos malditos pustularios de Shrentak. El lobo acudió al trote para saludarla, pero al notar el hedor que desprendía arrugó la nariz y se abstuvo de darle algún lengüetazo.
Con aquel humor de perros cruzó el patio de armas hasta llegar a la forja. Allí dejó la carreta y la mula y se dispuso a calentar algo de agua en el fuego con la que lavarse ella y su ropa. Aprovechó uno de los toneles vacíos para llenarlo con los baldes de agua que iba preparando. Una vez preparado y habiendo subido a su alcoba para coger el jabón y su muda limpia, allí en la misma forja se quitó sus ropas sucias y con ellas se metió en el tonel de agua.
Dentro del tonel se puso a frotar furiosamente cada una de sus prendas mientras mascullaba maldiciones, y las fue arrojando al yunque conforme las iba dejando listas. Cuando terminó con sus ropas deshizo la trenza y lavó sus cabellos con el jabón, tratando de eliminar cualquier resto de orines. Por último se aseó el cuerpo, frotando concienzudamente su cuerpo para quitarse la sensación de suciedad que sentía. Lamentablemente, la muerte que habían provocado en la pestilente Shrentak y los abucheos no se quitaban con jabón.
Cuando por fin acabó, Enrielle resopló y se metió en el tonel hasta la barbilla cerrando los ojos. El recordatorio del escozor del arañazo en la mejilla se mantuvo un buen rato hasta que poco a poco se fue disipando y, por fin, logró serenarse.
Ya vestida con ropa limpia, Enrielle acudió al comedor con Bruma Gris. Tenía el pelo aún húmedo, suelto sobre sus hombros, y las mejillas coloradas por el baño demasiado caliente.
—Maese Ailaserenth, maese Ulfgar... — comenzó, sentándose a la mesa muy cansada después del ajetreado día, pero al menos sosegada — Creo que deberíamos informar a Kylian y a... Klunurig del nuevo rumbo. Kylian ha despegado hace un rato, y tal vez ya debíeramos estar de camino hacia el nuevo destino. Quise haberle avisado antes pero... necesitaba el baño. — suspiró — Si estáis de acuerdo con regresar nuestros pasos y terminar con lo que queda de ese dragón en su guarida, iré ahora mismo a informarle y convencerle del nuevo rumbo a tomar, siguiendo vuestras indicaciones, Ailaserenth.
En cuanto a hallar un camino hasta esa guarida bajo el agua, Kylian, por ayuda de Gilean, es capaz de otorgarnos durante un tiempo limitado la posibilidad de respirar bajo el agua. Ya hemos utilizado su don en el pasado, y os puedo decir por propia experiencia que funcionó.
Una maldición. Fantástico. ¿Cómo no había ido a pensar que alguien como Maab usaría un hechizo para sellar sus promesas? ¿Dónde quedaba la fe en el prójimo, el creer en la palabra dada? Para Ulfgar no hacía ninguna falta que le obligaran mágicamente a cumplir su palabra. Lo haría. De no hacerlo no sólo traicionaría la confianza de la bruja, también traicionaría sus propios principios y valores. Pese a todo, le molestaba que le obligaran a cumplir. De todas maneras aquella bruja no estaba por encima de las capacidades de su dios y si era menester recurriría a él para que les liberara de cualesquiera maldiciones que hubiera ligado al hechizo.
─En cuanto lleguemos a la fortaleza venid a verme y le echaré un vistazo a los arañazos. No me gustaría que se infectaran─ dijo el enano con voz grave.
Todo en aquella decrépita ciudad tenía aspecto de ir a complicarse en cualquier momento. No estaba de más ser un poco precavido y poner remedio a los problemas cuando todavía no tenían importancia.
La salida de la ciudad fue atropellada y una vez más la magia de Ailas fue de gran utilidad, ayudándoles a eludir nuevos enfrentamientos. Sin duda los héroes hubieran sido capaces de abrirse paso hasta las puertas de la ciudad, pero probablemente no sin causar nuevos daños a la ciudad y sus ciudadanos, ya por su mano o por los de sus atacantes. Era mejor así.
El enano estuvo contento y agradecido de volver a pisar el suelo de la fortaleza, que no tardó en alzarse nuevamente en el aire, alejándose de, al menos, parte de sus agresores. Todavía había algunos shrentakianos alados capaces de alcanzar la fortaleza en vuelo, pero si habían sabido del destino de los dragones que les precedían, seguramente se lo pensarían dos veces antes de hacerlo.
─Revisemos cada recoveco de la fortaleza ─dijo a dos de los guardias élficos─ No quiero encontrarme con polizones ni saboteadores.
Como de costumbre, Ulfgar anteponía las necesidades de otros a su propio bienestar o comodidad, aplazando su aseo y el de sus enseres para hacer las cosas correctamente. En cualquier caso, una vez acabada la ronda, el enano por fin se aseó con unos trapos húmedos y limpió la armadura para asegurarse de que los orines no dañaran su brillo. El martillo, sin embargo, ya limpio, le seguía pareciendo manchado de sangre inocente y la sangre inocente no se iba con un simple trapo. Esa mancha debería expiarla, no limpiarla con un trapo.
─Agradecería que no usaras la forja de baño/lavandería, Enrielle. Aprecio sobremanera vuestra puntería y compañerismo, de verdad, pero también me gusta que mi lugar de trabajo esté en buenas condiciones... ─dijo el enano al encontrase con los demás en el comedor, con mucha tranquilidad, exponiendo algo que a buen seguro le contrariaba enormemente pero que estaba convencido también sería difícil de entender por una joven humana. Además, ella no tenía la culpa de que estuviera pasando un mal día...
─Voto ir inmediatamente a la guarida de los dragones, acabar lo que empezamos (o lo que otros empezaron por nosotros, depende de cómo se mire) y cumplir nuestro juramento cuanto antes.
Apuesto a que hay un dragón ciego esperándonos. Eso sí, convendría descansar antes de meternos ahí. Que nadie se olvide de sus hechizos de protección contra el ácido...
Enrielle miró a Ulfgar y enarcó una ceja. Si no estaba usando el yunque, ¿qué más le daba que estuviera su ropa encima para secarse? Al fin y al cabo la herrería tenía un fuego, toneles vacíos y agua.
—La otra bañera estaba ocupada, así que me pareció lo más práctico. — respondió encogiéndose de hombros, y luego sonrió— Pero no os preocupéis Ulfgar, recogeré mi ropa en cuanto se seque. — se retrepó en la silla, se sacó las botas y puso los pies sobre la mesa — Esa vieja no tenía necesidad de hacernos eso. No me hace ninguna gracia tener que cambiar el rumbo, aunque quizás en esa guarida hayan tesoros que puedan satisfacer a los enanos de Thoradin. — comentó.