Partida Rol por web

Lo cierto era que el carro, cargado hasta los topes y con la hechicera en él recuperándose todavía, necesitaba unas manos extras para subir y a veces también para bajar las colinas echando el freno y que no se embalara mucho. Los críos subían y bajaban del carro a medida que había que subir o bajar dependiendo del lastre que se necesitara. 

Su jovialidad parecía haber vuelto y aunque el viento azotaba vuestra cara, no lo hacía con fuerza. Tan solo la nieve continuaba dándoos problemas, haciendo desaparecer el camino de vez en cuando.  

-Bum...

Un sonido como de un retumbe os hace girar la cabeza buscando el lugar de donde procede.

-BUuuum...

Otra vez podíais oírlo. El resto parecía no darse cuenta excepto Mathilda, que miraba extrañada desde el carro. La columna de humo se alzaba cada vez más alta y más.... grande. ¡No era Ueblingen la que estaba ardiendo, sino Beilen! 

El pueblo que apenas hace unas horas dejasteis atrás era pasto de las llamas desde hace rato.

Los tenían encima, no les llevaban días sino horas, Kurger fue reuniéndose con los adultos para comentarlo con calma esperando así que no cundiera el pánico entre los pequeños. Les instaba a todos a tirar del carro como mulas, incluso al pordiosera hafling al fin y al cabo tenerlo atado al yugo aunque sirviera de poco era la mejor manera de mantenerle alejado de las escasas provisiones. La nieve había cubierto su paso el caos no tenía razón alguna para adentrarse en pleno terreno desconocido, el hijo de Ranald esperaba que estos volviesen su atención hacia el bosque y dejasen de perseguirles de una maldita vez. De no ser así todo estaría perdido.

Franiscus se llevó la mano a la barba preocupado. Estaba agotado de tirar como un animal del carro, pero eso no era lo que le preocupaba, sino todo lo contrario. El esfuerzo físico, el sufrimiento y los esporádicos latigazos, alimentaban su alma. Lo que ahora le preocupaba realmente era el hecho de que tenían prácticamente encima a aquellas bestias del caos. Eso era realmente preocupante, pues parecían moverse bastante más rápido que ellos y eso era en parte extraño. Un ejército solía ser más lento que un grupo pequeño, pero lo cierto era que ellos en aquel carro, con niños y gente herida, se desplazaban con una lentitud evidente.

- Es una condenada pesadilla. - Dijo. - Si al menos tuviéramos soldados suficientes para plantar cara mientras el resto sigue avanzando... - Apretó los puños lleno de rabia. - Pero no tenemos ni una decena de personas capaces de empuñar un arma con garantías. Estamos... - Negó con la cabeza. - Ciertamente mal. - Miró entonces hacia la hechicera. - ¿Crees que puede lograr algún tipo de artimaña mágica que pueda confundir o retrasar a nuestros perseguidores? - Le preguntó a Kruger.

El humo le había dado mala espina a Hans pero no se había dado cuenta lo cerca que estaba hasta que lo volvió a mirar minutos después. El color desapareció dela cara del hombre.

Iba a comunicárselo a los demás, cuando Kruger se acercó hablando en voz baja. No quería asustar a los niños y era comprensible.

Sin necesidad de más palabras Hans agarró el yugo del animal y comenzó a tirar de él con todas sus fuerzas.

-BUuhhhmm... 

El bramido del cuerno de guerra sonaba cada vez más alto y más cerca. Terminasteis de subir la colina empujando el carro cuando el cuerno resonó por todos lados, retumbando en cada roca. La colina, así como el bosque amortiguaba el sonido pero desde allí arriba se podía ver, y oír claramente.

-BUUUUHHHHMMMM.....

El retumbe se oyó claro como el agua. Si, no había duda esta vez, era un cuerno lo que sonaba, un cuerno grave, amenazador, hostil. Una partida de hombres bestia trotaban saliendo de los árboles del bosque siguiendo las huellas que vosotros y vuestro carro dejabais en la nieve. No había escapatoria, os alcanzarían en cuestión de minutos. 
Una partida de caza de cincuenta hombres bestias sedientos de carne humana se acercaba a vosotros. Teníais que tomar una decisión.

Mientras el bosque de Laurelorn se alzaba majestuoso, frío y hostil delante vuestro a escasos doscientos metros.

-¡Los que tengan armas a distancia que suban al carro. El resto preparaos para luchar hasta la muerte!.- Las palabras de la hechicera eran duras, crueles. Al final moriríais allí en vez de en la ciudad.

Había llegado el momento de la redención. No había escapatoria ante medio centenar de hombres bestia. No al menos para él; quizás si para los niños. Franciscus se plantó con los pies anclados al suelo y agarrando su mangual con ambas manos. Él se encargaría de retrasar lo más posible a aquellos seres del caos y si alguien más se quedaba a su lado, más que mejor, pues lo cierto era que en solitario duraría poco.

Miró a Kruger. Él era el elegido para guiar a sus pequeños pajarillos a través del bosque y buscar un lugar seguro donde refugiarse de lo que estaba por venir. Quizás los elfos, los malditos elfos, no fueran tan egoístas como podía parecer y decidieran ayudarles y salvar las vidas de tantos inocentes. Era la única opción que tenían para que los gors no acallaran para siempre las voces de los únicos supervivientes de Hargendorf.

- Kruger, aquí se separan nuestros caminos. - Le dijo a ese bribón con suerte. - Debes poner a salvo a tus niños. - Miró entonces al resto de los presentes y en especial a Mathilda. - ¡Es el momento de la verdad! - Dijo en alto. - ¡Es el momento de demostrar de que estáis hechos! ¡El momento de darle una oportunidad a los chiquillos! - Exclamó a viva voz. - ¡Quien sea un valiente que de un paso al frente y combata a mi lado y quien sea un cobarde, que huya al bosque con el rabo entre las piernas! ¡Hoy es el día en que Sigmar se sentirá orgulloso de quien se mantenga firme! ¡Hoy es el día que con la ayuda de Sigmar, defenderemos a estos niños y nuestros nombres se convertirán en leyenda! ¿Quién está conmigo?

Los cuernos de guerra anunciaban la cercanía de la horda, con ello Kruger tubo el tiempo necesario para que los niños cogieran la comida que pudieran cargar y arrancasen a correr hacia el bosque. Dándole instrucciones a Viveca de que no entrasen bajo ningún concepto sino que permanecieran en la linde.

Escuchó las palabras de Mathilda y negó con la cabeza, encendió una de las antorchas lanzándola dentro del carro.-¡Escuchadme bien!. Estamos colina arriba, es nuestra única ventaja, cuando el carro esté en llamas cortaré los arreos de la mula y lo empujaremos ladera abajo; la rugiente bola de llamas se tragará a algunos.- entonces miró a la hechicera.-Espero que después de eso puedas desatar todo tú poder como sino hubiera un mañana, los trucos que has usado hasta ahora no servirán de mucho. Sino tienes nada mejor que eso, trágate el orgullo y corre.-se detuvo y miro a su alrededor, a aquellos hombres que le habían acompañado en estos días aciagos. Al final apoyo su mano en el hombro de Franciscus a modo de despedida.-Cada uno escoge su camino Franciscus, si este es el tuyo adelante llévate tantos como puedas por delante. Busca un sitio entre las lomas donde no puedan rodearte, cuantos menos a la vez mejor, subirán la loma a la carrera y estarán cansados; no les des clemencia pues ellos no la tendrán.-miró al bosque con duda, aunque decidido.-Buen viaje Sigmarita, para mi Ranald todavía ha escrito un par de líneas más.-le susurró al flagelante. Tras guiñarle un ojo se subió a la mula preparado para cortar los arreos en el momento adecuado para que el carro se precipitase colina abajo envuelto en llamas. Ni siquiera miró atrás para ver con cuando acababa su improvisada trampa, sino que con un ridículo trote cochinero a lomos de la burra buscó reunirse con los niños lo antes posible. La idea del Cuervo era no entrar en el bosque, sino avanzar en paralelo a él, atrayendo la horda hacia si dándoles un blanco fácil a los posibles elfos ocultos en las lindes. Esperaba que al no entrar los elfos prefirieran acabar con los hijos de los ruinosos que no con un par de desarrapados humanos. 

Hans había perdido a su familia, pero todavía no estaba tan loco como para querer perder la vida. Uno solo de esos seres casi acababa con él en combate días antes, no quería pensar lo que le harían cincuenta de ellos.- Adiós Franciscus.

El hombre se marchó junto a los niños hacía la linde del bosque, si el plan de Kruger no tenía éxito y la ayuda elfa no llegaba se internaría entre los árboles. Las flechas seguro serían más piadosas que los hombres bestia.

La muerte se acercaba rápidamente. Tarsthein se quedó junto a Franciscus y Mathilda en la colina, esperando poder retrasar el avance de los gor lo suficiente como para... no sabía muy bien para qué, si los mataban las hachas gor lo harían las flechas elfas, por lo tanto era mejor morir con honor luchando que no escondiéndose como una rata.

El carro, liberado de la mula y prendido fuego rodó ladera abajo llevándose algunos hombres bestia por delante. ¿Cuantos? no los suficientes. Mientras corríais hacia el bosque una explosión os llamó la atención y detuvisteis vuestro avance durante un momento. Volviendo la vista atrás visteis como Mathilda disparaba una pequeña bola de luz tras otra. Las explosiones se sucedían por la otra ladera de la colina, una pena de no poder estar allí, tal vez, combinando vuestras fuerzas habríais podido contener oleada tras oleada... un pensamiento que desechasteis de inmediato para seguir corriendo hacia el bosque.

El primero en llegar fue aquél halfling que se unió a vosotros en la posada y que, como casi todos los halflings, había estado escaqueándose de todo durante todo el trayecto. Tan solo lo habíais visto a la hora de comer y de dormir. 
Camuflado entre los niños corrió adentro del bosque ignorando las palabras de Kruger. Más niños le siguieron pensando que era uno de ellos. El Chillido de advertencia de Viveca detuvo a los demás justo al borde, viendo como los otros se adentraban sin que les pasara nada.

El entrechocar de aceros resonó a vuestra espalda. El combate había comenzado en la colina. Una multitud se afanó en rodear a los que allí combatían, mientras el resto seguía colina abajo en vuestra busca.
Cerca de la mitad estaban en la colina, la otra mitad bajaban recelosos pero acercándose a vosotros con las armas preparadas.  

Kruger maldijo al desgraciado hafling, sino lo fileteaban los hombres bestia lo haría él mismo. Se colocó con la mula entre la linde del bosque y los niños que quedaban avanzando en paralelo a todo correr. Nada más llegar se bajó rápidamente del animal para subir a dos de los pequeños en un desesperado intento de alejarse de allí lo más rápidamente posible. Llamó enfurecido  por sus nombres a los niños que se habían adentrado en el bosque detrás de aquella escurridiza rata con una autoridad que muy pocas veces usaba sobre ellos, sin embargo en aquel momento eso era lo único que podía salvarles la vida a aquellos estupidos mocosos. Por como se había portado, el Cuervo Burlón no tuvo remordimiento alguno en dejar que el miserable hafling se adentrará solo en el bosque y si alguno de los hombres bestia le seguían a él mucho mejor. Al menos así habría contribuido en algo a la causa.

El carro en llamas, la magia de Mathilda, el sacrificio de Franciscus, Tarsthein y Valentía parecían haber dado sus frutos. La horda se había refrenado y los que ahora les perseguían lo hacían con cautela por miedo a los elfos del bosque; un miedo que ellos también compartían. La única diferencia era que a Kruger y los niños ese miedo les daba alas, no avanzaban con cautela alguna sino a todo correr, espoleados por el miedo a una muerte segura a medida que los hombres bestias empezaban a acercarse. Por un momento parecía que Kruger, la mula y los pequeños afortunados que iban a lomos del viejo animal eran los únicos que lograrían escapar con vida de allí. Sin embargo el Cuervo Burlón tuvo que detenerse en más de una ocasión para coger en brazos a alguno de los pequeños rezagados, y es que los mayores no tenían brazos para cargar a más.*

Cuando no quedase más remedio él mismo les conduciría hacia las profundidades del misterioso bosque de Laurelon, aunque dejaba eso como la última de las opciones. De todos modos cuando la certeza de una muerte al filo hacha fuera segura bien valdría la pena apostar por la posibilidad de ser atravesado por una flecha, seguramente una manera mucho más piadosa de acabar los días de servicio consagrados a su señor Ranald.

Franciscus tragó saliva. Sabía que ese iba a ser sin duda su final. Él junto a Valentina y a aquel enano con los que prácticamente no había cruzado palabra, iban a oponerse a una horda de gors. Por suerte, tenían a la antipática hechicera de su parte. A ella y a su fuego divino, el cual hacía arder a los hombres bestia de una forma atroz.

- Quizás tengamos una posibilidad... - Dijo alzando su mangual. - Sólo Sigmar lo sabe y a él pongo en manos mi destino.

Morir era casi seguro, pero lo haría con honor. Su sacrificio esperaba que le valiera el perdón, pero si no lo alcanzaba, tampoco se lamentaría, pues por una vez quería hacer lo que tenía que hacer y sin esperar nada a cambio. Lo único que le sabía mal era no haber tenido la oportunidad de probar esa sopa en Hargendorf. Una verdadera lástima.

Preparado para lo que estaba por venir, lanzaría el primer golpe en cuanto esas bestias estuvieran lo suficientemente cerca. Esperaba al menos llevarse por delante a cuantas más criaturas del caos fuera posible. Ese quizás era su único consuelo. 

- ¡Venid monstruos, venid! - Gritó beligerante.

Llegaron hasta la linde del bosque pero al contrario que el tal Rufus se paró allí sin adentrarse. Toda la expedición echó a correr sin descanso, algunos de los niños corrían incluso más que ellos, pero los más pequeños se quedaban atrás. Hans tuvo que coger a uno en brazos y seguir la carrera.

Pronto nos darán alcance.- Le dijo a Kruger que corría a su lado.-O las flechas elfas hacen acto de presencia ya o no tendremos otra que internarnos en el bosque.

Según las leyendas, los elfos los matarían sin dudarlo. Pero estaba seguro que serían menos brutales que los hombres bestia que les perseguían.

-Fíjate bien, los hombres bestia le temen al bosque han dejado de correr, nosotros no. Por ahora es nuestra única ventaja, cuando no quede otra no quedará más remedio que adentrarnos en el bosque, por le momento intentémoslo así. Si no están mirando que al menos los elfos vean que hemos sido respetuosos con su bosque hasta el final. Ellos seguro serán más clementes que los que nos persiguen.-

Valentina preparó su ballesta y disparó ceteramente contra uno de ellos al que hirió gravemente. Pero la horada avanzaba sin piedad por sus compañeros más débiles hacia sus objetivos.

Los Gor eran rápidos pero ya os conocíais sus tácticas. Adelantándote a sus movimientos Franciscus lanzó el primer ataque que fue detenido por su oponente, quien a su vez intentó devolvérselo pero no pudo.