Partida Rol por web

Al salir a la calle la cálida brisa invernal de un perfecto día apacible contrasta con la realidad. La oscura ponzoña y el caos desatado azotan las calles de Hargendorf sin piedad. La gente huye, grita o se queda quieta esperando la inminente muerte a manos de demonios rojos como la sangre con cuernos y espadas negras como su alma.

No sienten dolor, piedad o compasión por ninguna de las vidas que atrozmente arrebatan. Pues delante vuestro se está desarrollando una escena que jamás hubiéseis imaginado ni en vuestra peores pesadillas; Uno de estos demonios arrancándole la cabeza junto a la columna vertebral a una mujer viva y levantándolo como si de un trofeo con su banda conmemorativa se tratara.

No era una pesadilla, era la realidad.  

Aquellos seres estaban allí para acabar con toda forma de vida. Lo sabíais con solo verlos, podíais sentirlo. Desgraciadamente ellos también sentían la vida que había en vuestro interior, y se lanzaron al ataque.

Aquella visión aterró a Franciscus. Nunca antes se había enfrentado a seres como aquellos, de hecho, no había imaginado unos seres más aterradores, ni en sus más terribles pesadillas. 

La idea de enfrentarse a ellos le tentaba, pues sin duda eso complacería a Sigmar y podría ser que una muerte antes aquellas atrocidades perdonara parte de sus pecados. Además, si le arrancaban la cabeza como aquella mujer, su muerte al menos sería rápida. No obstante, de momento el miedo vencía a la valentía y sus piernas se mantenían paralizadas. 

- ¡Por las barbas de Sigmar! - Exclamó aterrado. - ¡Qué diablos es eso! ¿De donde han salido?

Sus visiones se quedaban cortas al contemplar el infierno desatado que se había apoderado de Hargendorf. Allá donde posaba la vista reinaba la desolación, los gritos de pánico saturaban sus sentidos erizándole todos y cada uno de los pelos de la nuca. Aquellas criaturas eran un vivo reflejo del caos desatado, comparados con la reciente incursión los Norses habían sido piadosos en sus escaramuzas frente a los demonios que ahora poblaban las calles de la desolada ciudad. Las gentes paralizadas por el terror caían de rodillas implorando a Sigmar por sus almas, mientras las negras hojas de los demonios se teñían de rojo tras cada vida que segaban a su paso en honor a sus impíos dioses. La víspera del día del salvador, menuda patraña pensó ¿donde estaba el salvador cuando se le necesitaba?. El Cuervo Burlón no pudo más que tragar saliva ante la horrible visión que le brindó uno de los demonio al cobrarse su macabro trofeo, sintió como un escalofrío helado recorría su propia columna, la mujer apenas tuvo tiempo de gritar al ser brutalmente profanada y despiezada como un mero animal en el matadero.

Él nunca había sido un héroe, nunca había sido valiente y conocía muy de cerca lo que era el miedo; un sentimiento amigo que hasta ahora siempre le había mantenido con vida. Lo único bueno que tenía haber aprendido a convivir con el miedo era que uno podía canalizarlo, es este caso hacia sus piernas. En una situación como aquella el Cuervo Burlón no corría, volaba sobre el sangriento escenario con las alas que le confería el miedo, no solo por su vida sino por la de Viveca y los niños. Lo habría podido definir como campo de batalla, pero en una batalla ambos bandos intercambian golpes y aquello era una mera masacre, una vorágine de brutalidad desenfrenada en mitad de una visión del horror que los pocos supervivientes nunca olvidarían.

Ahora mismo su mente solo se centraba en correr evitando a los demonios, mientras trataba de dirigirse lo antes posible al almacén esperando que Viveca y los niños estuvieran bien. La única fortuna era que el sol estaba en lo más alto, normalmente la mayoría se habrían reunido para comer juntos a esas horas. Tenía que llegar cuanto antes para encerrarse allí con ellos hasta que aquellas bestias fueran expulsadas de vuelta a su macabra dimensión, si la hechicera podía lograr tal gesta tendría todo su respeto y quizás su ayuda, pero ahora mismo lo primero era proteger a los indefensos.

El enano no podía creerlo, eran demonios, demonios de verdad habían llegado hasta allí. Sabía de las palabras de aquella mujer que tendría que enfrentarlos, pero esperaba tener que hacerlo ahora, no tan rápido. El enano espera triunfar contra aquellas bestias, pero no estaba preparado, quizá no lo había estado desde hacia mucho. El se consideraba un valiente, pero su temple había flaqueado.

El enano retrocedía torpemente, quería quedarse, quería pelear, pero no podía, su cuerpo y mente le habían traicionado, a cada instante daba un paso hacía atrás y su temple se desmoronaba. Su credibilidad se arruinaría si huía, el lo sabía, y no obstante no podía avanzar, solo retroceder.

No sabía como ni porque, pero había unos malditos demonios que estaban en mitad de la calle, acababa de llegar y tenía que enfrentarme a un ser de otra dimensión, pero tenía lista mi ballesta porque la pelea se avecinaba la cosa iba a acabar mal, muy mal.

Rufus no le gustaba nada de todo eso, eso era un peligro, era altamente letal de morirse, tenia que buscar solucion inmediata, levanto la cabeza lo justo para sacar los ojos por encima de la mesa mal rematada y busco comida....cualquier cosa...si tenia que morir no seria con la boca vacia.

El granuja lo tenía muy claro, seguir al sacerdote de su dios en ese mismo momento era lo más sensato y cabal.
Aquellos demonios eran demasiado para él y para cualquier ser humano que se preciara. El miedo recorrió hasta el último hueso del humano que huyó de la pavorosa visión que aquellos seres del caos inculcaban.

Que cruenta debiera haber sido la batalla que allí hubo, si estos seres, como predijo la hechicera, eran tan solo los despojos de un ejército que había olvidado allí.

El terror amedrentaba vuestro espíritu y encojía vuestros corazones. Las criaturas del caos espoleadas por una insaciable sed de sangre cargaban hacia vosotros, y parecía que hasta el mismísimo infierno les acompañara.
Detrás de ellos los cuerpos sin vida de aquellos que hoy habíais visto y saludado se extendían por la plaza masacrados y mutilados.

-La oscuridad no tiene cabida en Hargendorf. Ya los expulsamos una vez, ¡Y POR SIGMAR QUE VOLVEREMOS A HACERLO!. Que vuestros corazones sean inundados por la gracia de nuestro todopoderoso Dios y aliente vuestras acciones.

Alzando su martillo hacia el cielo, la luz del sol parecía reflejarse más cálida sobre él. Viendo el brillo del arma vuestros corzones se inundaron de energía, de confianza, disipando parte de la oscuridad que amenazaba con una terrible muerte. La plegaria del sacerdote de batalla insufló valor en vosotros mientras la hechicera conjuraba palabras arcanas y el viento arremolinaba su negro cabello.

-¡Necesito más tiempo!.- Gritó la hechicera.

El feroz combate comienza a desarrollarse afuera. Oyes como el sacerdote alza la voz en nombre de Sigmar y sientes que el valor y la confianza se apoderan de ti.

También la hechicera grita pidiendo tiempo. Seguramente estará preparando algún conjuro que requiere su tiempo para combatir lo que sea que está ahí afuera.

Aunque tus ojos se posan en la gran olla que hay en el fuego. Llena de comida, si a esa sopa de pescado se la puede llamar comida, claro. Como añoras la Asamblea y las comidas que allí se hacen.

Me acerco a la ventana, solo un vistazo rapido, pero a la ventana mas cercana del caldero de "pescado"

En tu huída te das cuenta que en la visión que te fue mostrada, las casas reconstruídas e incluso la fortaleza estaba en llamas. El humo inundaba las calles y los seres que te fueron mostrados tenían cuernos de carnero.

Sin embargo ninguna casa está ardiendo, el aire limpio recorre las calles y los cuernos de los demonios son rectos, no de carnero. Con esto en mente, te paras enfocando tu vista en la desgraciada mujer a la que le ha sido arrancada la vida de forma tan brutal, y te das cuenta que no es viveca, pues sus ropas no se corresponden.

En su apresurada carrera Kruger pudo mirar atrás, parecía que el Sigmarita y la hechicera pensaban plantarles cara a aquellos demonios, cuanta insensatez. Aunque eso era bueno, puesto que ahora había valerosos corazones entre él y el enemigo, una buena razón para poder pararse en la lejanía y observar la situación con algo más de calma. Las lejanas palabras del Sigmarita no es que le hubieran insuflado el valor suficiente para hacer ninguna locura, como sería enfrentarse a esos seres, sin embargo la seguridad de la distancia si que le otorgaba algo de claridad en sus pensamientos. La hechicera era la única que tenía alguna posibilidad frente a los demonios, pero necesitaba tiempo, bien eso era algo que el Cuervo Burlón podía darle. En su interior su instinto le gritaba que corriera, pero sus visiones le habían mostrado que sino detenían a la amenaza no habría escapatoria posible.

Se detuvo tras un barril al lado izquierdo del camino junto a la esquina de la calle, propicio lugar para huir o esconderse si la cosa se torcía. Con la daga en la mano apuntó a los demonios durante su carga intentando calcular la trayectoria que seguirían, buscando darle a alguno más que en causarle grandes daños, y Ranald en su infinita compasión consideró digno a su cobarde siervo de acertar su disparo. Precisamente por haber corrido primero y luchado después o eso pensó el Cuervo mientras esbozaba una media sonrisa.-¡Eh bastardo de un carnero deforme!¿Porqué no vienes a lamerle el trasero?¿O es qué solo te atreves con mujeres?-tan pronto como acabó su chanza tragó saliva, empezando a plantearse cuan estúpido era atraer la atención de una de aquellos seres demoniacos.