Fulgencio se quedó un momento mudo por el susto. Había pretendido darle un pequeño susto al chaval y ahora apenas le sostenían las rodillas. Había escuchado infinidad de historias de fantasmas por la noche ante un buen fuego, pero hasta el momento nada le había preparado para lo que en ese momento estaba presenciando.
Tras tragar ruidosamente un salivajo que se le había quedado a media garganta, dijo -¡Ful...ful... gencio, o Gencio para los amigos! Yo no quería molestar, pero vi la luz de lejos y vine para ver quien era. Al verte, me alegré y quise saludarte y agradecerte de nuevo el haberme salvado. Si puedo hacer algo por ti, me complacerá ayudarte, y en caso contrario ahuecaré el ala, puesto que no es mi intención molestarte.
En ese momento se dio cuenta de que fruto del miedo no había parado de hablar ni dejado contestar al muchacho, por lo que tragó otro salivajo y calló, a la espera de su respuesta.
Motivo: Tirada IRR
Tirada: 1d100
Dificultad: 25-
Resultado: 67 (Fracaso) [67]
Motivo: Aumento IRR
Tirada: 1d10
Resultado: 5 [5]
Hecho. Si lo he hecho bien, ganaría 5 de IRR.
-¡No! ¡Noo! -dijo el muchacho-, ¡Quédate! Sólo quiero hablar un poco, me siento muy sólo en este sitio -hizo una pausa, dio un salto hacia delante para conolocarse de pie desde el asiento (tal y como hizo en la ermita horas atrás) y luego quedó de pie-. Llevo mucho tiempo en estas sierras, y mi único entretenimiento es hablar con los viajeros solitarios que la cruzan... como tú.
-¿Salvado? Mmmm... -se llevó el dedo índice a la boca, como si cavilara algo. No fui yo -te dijo-: fue El Caminante.
Entonces cogió unas piedras que había junto a sus pies, del tamaño de su mano. Dejó de prestarte atención unos instantes, y comenzó a tirarlas sobre las cabezas colgadas, jugando a golpearlas. La puntería del niño era espectacular. Parecía estar divirtiéndose, pues las cabezas ondeaban tras cada impacto.
Sí. Está bien la tirada. Eso que has ganado de IRR es lo que has perdido de RAC. Ambos valores siempre deben sumar 100. Modifica tu ficha si no lo has hecho.
Fulgencio seguía temblando por lo que acababa de presenciar, y el muchachito jugando con las piedrecitas a las cabezas de esos pobres hombres no le tranquilizaba demasiado. Pensó que si huía podía ser fácilmente presa de ese "Caminante" por lo que mejor intentar no irritarle a él o al niño. Fue por todo eso que intentó tranquilizarse y hablar con él.
- Pues, Beneazel, si quieres hablar, hablaremos. Yo soy un hombre del monte, sobrevivo por aquí como puedo y sin embargo nunca había oído hablar de ti o del Caminante. Tenía 5 hermanos y sin embargo los mató un hijodalgo, un hombre muy malo, así que ahora busco venganza. ¿Y tú, qué haces tú por estas tierras? ¿Cómo puedo ayudarte? Y por último ¿Qué sabes del caminante?
-Sí, hay hombres muy malos en todas partes -decía mientras seguía lanzando piedras a las cabezas en mitad de la penumbra-. Siento oír eso. Yo estoy perdido, vagando en estas sierras desde hace bastante tiempo -el muchacho no supo concretar más-. Te dio la sensación de que era un ser anclado en un punto del tiempo, cuyo razonamiento estaba estancado en el momento, en esa sierra. Cuando le preguntaste por El Caminante dejó de lanzar piedras unos instantes, como recordando algo, y luego siguió haciéndolo. Parecía querer evitar hablar más de él.
Si quieres ahondar en el tema, haz una tirada 1d100 con Elocuencia o COM x2 (lo que más tengas); tal vez puedas saber algo más del Caminante.
Como decían por su tierra, "A todo se acostumbra uno, menos a no comer, y uno que se acostumbró, se murió". Poco a poco Fulgencio se iba acostumbrando a estar hablando con el ente. No por un valor desmedido y novelesco, sino porque pasando por alto el que hacía unos momentos le había atravesado con la mano, el niño parecía un inocente pilluelo, como cualquiera de sus hermanos pequeños cuando él los criaba. Ahora, igual que el niño, Fulgencio estaba sólo en este mundo, por lo que a pesar de que una parte de él mismo le decía que corriera y huyera de ese sitio, Fulgencio se quedó a conversar con el chaval:
- Beneazel, hablemos pues, si quieres hablar. ¿Tiene algo que ver el caminante en que estés perdido por estas sierras? Tal vez juntos podamos encontrar una salida ¿Recuerdas qué pasó con tu... cuerpecito? - le soltó Fulgencio. Le gustaría haber sido más fino, haber tenido más elocuencia, pero no había tenido educación más que la calle, donde las palabras se lanzan como piedras.
Motivo: COMx2
Tirada: 1d100
Dificultad: 20-
Resultado: 46 (Fracaso) [46]
-No, me perdí hace mucho -lanzó la última de las piedras, parece que ya se había aburrido-. Yo me he encontrado con El Caminante muchas veces, pero no me ha hecho ningún daño -decía encogiéndose de hombros, sin saber muy bien realmente porqué-. Mi cuerpo... -entonces se quedó pensando-. Sí.
Entonces le corrió una lágrima por la mejilla, lágrima, por supuesto, imposible de limpiar para tí.
-¿Porqué no hacemos un... trato? -te propuso-. Mi cuerpo está... enterrado, no lejos de aquí. Si lo encuentras, lo desentierras y le quitas una cosa que tiene atada al cuello..., te diré cómo salir de aquí... sin encontrarte con Él -se refería, claramente, al caminante, pues se giró a mirar las cabezas, allí colgadas-. ¿Qué te parece?
Beneazel esperó a que respondiera a su macabra propuesta.
Fulgencio hizo como si buscara piedras para dárselas al niño y que así tuviera más munición que lanzar a las cabezas mientras iba discurriendo...
!Cóño! pensó Fulgencio. No se me había ocurrido el que me podía encontrar con el Caminante, pero si encima no está controlado por el chavalito sino que va por libre.. seguro que me arranca la cabeza y se la da al niño para que juegue con ella.
- ¡Toma, hijo una piedra bien maja! y le acercó una piedra del lugar mientras seguía pensando.
Entonces más me vale que llegue a un trato con el chaval, porque por piernas no creo que me pueda escapar del Caminante ese, que tiene pinta de que en una zancada avanza 10 varas al menos.
- ¡ Otra piedra gorda para tí, chaval! ¡Y claro, está hecho lo del trato, no voy a dejarte tirado sin tu cuerpecito!. Dime cómo esquivar al Caminante ese, y qué cosa quieres que le quite. Por cierto ¿No sabrás también donde hay enterrado algún tesoro, no? - esto último lo dijo un poco a la desesperada, ya que estaba hablando con fantasmas como en los cuentos, a ver si no tendría un tesoro de esos de los cuentos por allí cerca y se iba sin él por preguntar.
El muchacho tomó la piedra, pero no la lanzó. Se había aburrido, y además esperaba a que respondieras a su propuesta.
-¿Un tesoro enterrado? -levantó sus cejas, no sabiendo si a modo de sonrisa o de pesar-, no lo sé, no estaba vivo cuando eso sucedió... -decía fríamente-. La manera de esquivar al Caminante no la sé, claro, pero sí sé por donde él no atraviesa esta sierra. Y por ese camino te llevaré, en cuanto cumplas tu parte, señor -te decía-. Tendrás que buscar una piedra grande, ¡muy grande! -hacía gestos con las manos-, que está detrás de la ermita donde te encerraste, ¿recuerdas, no? Cava allí y verás el cuerpo. Lleva sobre el pecho, más o menos por aquí -se señaló a si mismo, en representación del cadáver, un medallón. A decir verdad no recuerdo muy bien porqué lo llevaba, ni quién me lo dio, pero es la causa de que aún siga aquí. Estoy seguro.
Entonces entendiste un poco mejor todo el asunto: Beneazel, o más bien su espíritu o espectro, no podría tocar la piedra (o lápida, podría suponerse), por ser de tal condición, y por ello te pedía tu ayuda.
-Vuelve sobre tus pasos, yo te esperaré aquí para distraer al Caminante si acaso llega. No te preocupes, me has caído muy bien, por cierto -decía con cierto afecto-.
A no ser que quieras hacer/decir algo más (o tal vez tratar de salir de esa sierra por tu cuenta, claro), te encaminarás allá. Recuerda que puedes hacer lo que quieras :)
Así que una piedra muy grande detrás de la ermita, pensó Fulgencio. No podía ser muy difícil de encontrar e incluso le sonaba de haber visto una piedra así, aunque tal vez fuera su imaginación la que le estaba jugando malas pasadas. No le hacía demasiada gracia el volver al escenario de la matanza, pero no veía más salida. Sin la ayuda del chico ese Caminante le iba a destrozar como a sus perseguidores, así que tocaba ayudarle para poder tener paso franco. Tal vez encontrara alguna otra cosa y no se fuera del todo de vacío.
- Claro que te ayudaré con la lápida. No te preocupes por eso - le dijo con una sonrisa un tanto forzada. Se estaba intentando habituar al hecho de hablar con un espíritu, pero aún le costaba. Fulgencio se giró sobre sus pasos como le había indicado Beneazel y empezó a caminar hasta que de repente se le ocurrió - ¿No sabrás si hay por allí alguna pala o algo para cavar?.
El muchacho negó con la cabeza. Como tú mismo habías visto, la ermita estaba derruida, y en los alrededores no había alma alguna, tan sólo maleza y soledad en la sierra. Cualquier otra información Beneazel te la habría facilitado (dado que ambos habíais efectuado el acuerdo). Entonces pusiste tus pasos de vuelta, desandándolos hasta trata de llegar a las ruinas.
Los ruidos de las alimañas te acompañaban. Decidiste dejar de atenderlos para no volverte loco, para no sugestionarte más de lo necesario. Tan sólo esperabas no encontrarte con nadie, o al menos no con ese tal "Caminante". De repente, mientras cruzabas un pequeña cuesta donde el terreno se abombaba en curva, una niebla invadió el terreno que atravesabas. No era una niebla cualquiera, sino bastante densa; tanto que no podías ver a dos o tres varas a tu alrededor durante algunos instantes. Tragaste saliva un poc y enseguida notaste tus pies mojados. Al mirar tus botas, viste que te habías sumergido hasta las rodillas en un arroyo. Estaba, por cierto, helado, cosa que notaron tus dedos de los pies. Entonces, aún con los pies sumergidos, como mimetizado con la niebla viste una figura al levantar la vista, ahora visible a unas diez varas de distancia. Era una figura de rostro anciano, que brillaba como con tenue luz propia (ya que al ser de noche apenas cualquier otra cosa podría verse...).
Entonces, cuando pestañeaste, aquella figura no estaba. ¿Habría sido una mala jugada para la vista?
Motivo: Evento
Tirada: 1d6
Resultado: 5 [5]
Fulgencio se quedó anonadado al ver al viejo en medio de la oscuridad, y luego, tras perderlo de vista, habló en voz bajita - Hola. ¿Alguien por aquí? - Espero un momento a ver si alguien le contestaba, mirando en la oscuridad e intentando buscar al anciano.
Tirada oculta
Motivo: Descubrir
Tirada: 1d100
Dificultad: 45-
Resultado: 22 (Exito) [22]
Tirada oculta
Motivo: Escuchar
Tirada: 1d100
Dificultad: 35-
Resultado: 51 (Fracaso) [51]
Pues eso, Fulgencio buscaría un poco por la zona a ver si encuentra o escucha a ese anciano o a esa aparición. Si pasado un rato no encuentra nada, seguiría su camino inicial hacia la roca.
Después de resoplar un poco preguntaste en alto, en medio de la sierra, casi a oscuras, y con los pies metidos en un arroyo. Alentador todo, sin duda. Preguntabas ya a una figura que había como desaparecido ya, como tragada por la niebla. Al mirar bien, te percataste finalmente de que si alguien había allí, ya no estaba (fuera tu imaginación o una silueta real), como si se hubiera marchado. Sin embargo, al tratar de escuchar algún que otro sonido, tu oído se confundía con el ruido de las alimañas cercanas (búhos, algún zorro, jinetas, etc.).
Tras unos quince minutos notaste una sombra muy grande delante de tí. Cuando abriste un poco la vista para tratar de observar mejor te diste cuenta que la gran mole de piedra, ruinas en su totalidad, de las que se componía la ermita, estaba delante de tí. No te habías dado cuenta de su presencia hasta estar delante de ella a causa de la oscuridad. El caso es que comenzaste a buscar una gran piedra en un lateral, como Beneazel te indicó, y como si de una fuerte promesa se tratara, que observaste una gran losa de piedra clava en la tierra de manera vertical, sobresaliendo de los matorrales que allí había. Era como una lápida, o hacía las funciones de ella, pero no estaba esculpida. La gran plancha vertical, según el joven, apuntaba al lugar de su enterramiento. Así que, ni harto ni perezoso, hubiste que quitar hierbajos con tus manos, y ponerte a retirar piedras aquí y allá.
Y no hubiste de excavar como quien lo hace con pala. Sino más bien sólo retirar piedras y piedras, pues de haber alguien allí dentro hubo de ser tapado a base de colocar cantos y planchas encima. Tras un buen rato retirando y lanzando las mismas, te topaste con una planta horizontal como de pizarra. Estabas seguro que, de levantar aquella, encontrarías lo que buscabas. Pero estaba bastante bien anclada al terreno. Tal vez tendrías que echarle paciencia.
Con tu próximo post haz una tirada de FUEx4 con el d100.
Al ver finalmente la piedra, Fulgencio esgrimiṕ una sonrisa. Su aprendizaje con el cazador Odo apodado "el oso" había consistido no sólo en el uso de las hachas sino en desarrollar una fuerza que le permitiera usarlas con soltura. En muchas ocasiones había tenido que levantar piedras, y juraría que unas cuantas de las que había levantado eran casi el doble de grandes que esa.
Fulgencio se asentó sobre sus piernas arqueadas, se escupió en las manos, y tras frotarlas y hacer unos molinetes con los brazos para entrar en calor, se flexionó y aplicó toda la fuerza de la que era capaz hasta que notó que la piedra finalmente cedía en la batalla frente a sus músculos doloridos y empezaba a moverse.
Motivo: FUEx4
Tirada: 1d100
Dificultad: 80-
Resultado: 37 (Exito) [37]
Levantaste entonces la piedra, la gran losa clavada al terreno. Al principio lo hiciste de a poco, desclavándola del terreno, elevándola en sentido zigzag mientras tirabas de ella hacia arriba. Luego se fue desenterrando a medida que echabas más fuerza. Finalmente cedió y pudiste voltearla y cayó al otro lado. Entonces encontraste un hueco y un hedor a tierra y a cierta humedad. Al mirar allí dentro, lo único que viste era una mancha blanquecina, que no era sino el cuerpo amortajado del niño. Allí estaba. Sobre la mortaja, rodeando su cuello, estaba el medallón que Beneazel indicó, pero lo curioso es que en medio de la oscuridad del momento emitía cierto brillo, tal vez algo más que una velita en mitad de la noche. El medallón, por cierto, era casi circular (como con forma leve de pétalos de flor), de coloro dorado, y tenía motivos floralores y un ave en el centro. A través de esos filamentos ornamentales bien labrados salía el brillo. Era algo inaudito...
Fulgencio se quedó boquiabierto al ver la joya. Era espectacular, digna de un señor o incluso del mismo rey en persona. Pobre como era, nunca había visto tan de cerca algo tan trabajado. Tuvo entonces que reprimir el deseo de cogerla, puesto que todo ello apestaba a azufre. Hacía unas pocas horas estaba huyendo de los hombres de un noble y ahora yacían todos muertos, había conocido la existencia de un monstruoso ser llamado "Caminante" y una especie de ser fantasmal llamado Beneazel.
Fulgencio entonces se apartó un momento y sentado sobre la losa que acababa de mover, se puso a pensar como podría sobrevivir a esta situación, mientras se mesaba su rala barba. Finalmente se levantó y se puso a buscar los cuerpos de sus perseguidores, para intentar hallar una cruz que poner en el cuerpo amortajado antes de quitar con un palo el medallón.
Tirada oculta
Motivo: Descubrir
Tirada: 1d100
Resultado: 95 [95]
Tirada oculta
Motivo: Suerte
Tirada: 1d100
Dificultad: 30-
Resultado: 11 (Exito) [11]
La idea sería buscar los cuerpos de los perseguidores una cruz y ponerla sobre el sudario, tras ello con un palo coger el medallón pero sin tocarlo, por si acaso. Finalmente Fulgencio volvería a poner la lápida sobre el cuerpo. Esa es la idea (si no encuentra ninguna cruz o no puede sacar con el palo pues lo haría sin cruz o sin palo).
He hecho un par de tiradas ocultas por si fueran necesarias. Si no lo son, ignóralas. Si hace falta alguna otra tirada, hazla directamente tú. :)
Tras sentarte a pensar, decidiste buscar en los cuerpos de los sujetos que horas antes habían sido devorados (o algo peor) a las puerta de la ermita. Doblaste la esquina de la misma y llegaste a la fachada. Pero allí no había cuerpos. Era como si alguien los hubiera retirado de allí, o como si alguien los hubiera devorado, tal vez. Buscar pistas era imposible, dadas las horas nocturnas, así que tu cuerpo se acongojó aún más. No tardaste pues en tomar un par de finos palos con los que poder manipular el medallón, y tal que así, coordinando el movimiento entre ellos, lograste no sin esfuerzo sacar la cadena del cuello del cuerpo amortajado. La luz brillaba un poquito, y en cuanto lo tenías sostenido entre los maderos, decidiste guardarlo entre un pedazo de tela que tenías contigo, evitando tocarlo directamente. Asegurando el haberlo guardado, no hizo falta más esfuerzo para colocar la gran losa sobre la tumba. Lo que no ibas a recolocar eran los zarzales y arbustos que antes habías retirado, por supuesto.
¿Supongo que vuelves donde Beneazel? Coméntame qué haces :) Tienes el medallón guardado, sin tocarlo, en un pedazo de tela.
Una vez ya con el medallón en su poder, Fulgencio hizo de nuevo el recorrido a la inversa para volver donde estaba el "niño". No estaba muy seguro de cómo salir con vida, pero no veía otras opciones. Era posible que el Caminante le estuviera siguiendo y si no volvía podía acabar como sus perseguidores.
Sí, Fulgencio deshace el camino e intenta volver donde está Beneazel.
Deshiciste el camino, volviendo sobre tus pasos. La noche era oscura, y el miedo se apoderaba de tí a ratos. Habías presenciado una masacre, visto un fantasma, profanar una tumba y encontrar un medallón que irradiaba luz propia. Algo digno de contar (y de no ser creído, claro). Tras cruzar el arroyo donde pisaste un rato antes sin darte cuenta volviste al camino hasta el claro del bosque de la sierra. Tras un rato deambulando, llegástes hasta el lugar donde aún recolgaban las cabezas. Beneazel seguía allí sentado, y se giró hacia tí. Entonces sonrió.
¿Has encontrado el medallón? ¿Lo has traído? -preguntó el niño, saltando de la roca en la que estaba sentado y ahora junto a tí de pie-. Tenías toda su atención.
Haz un último post de partida. Tu medallón lo tienes guardado, te recuerdo, entre tus ropas, metido entre telas. Si se lo entregas, narra cómo lo haces.
Fulgencio sonrió al niño. Fantasma o no, cuando le veía esa cara de inocencia no podía sino recordar al menor de sus hermanos cuando tenían que cuidarlo los mayores mientras su madre se estaba trabajando a algún cliente.
Después ese recuerdo pasó. Todavía tenía miedo de ese ser, puesto que a pesar de su cara angelical solo Dios o el Diablo sabía lo que habría vivido y como sería ahora realmente. Aun así era bastante mejor tratar con él que con el Caminante decapitador por lo que se acercó unos pasos más y rebuscó en su bolsillo. Sacó su trapo y desenvolvió el medallón, tras lo cual lo dejó en el suelo y se apartó unos 10 pasos para que Beneazel pudiera hacer lo que quisiera con el medallón.
El muchacho se quedó expectante ante tus movimientos. No sabía muy bién qué estaba pasando, puesto que de haber recuperado el medallón de su propia tumba lo más lógico era entregárselo sin más. Sin embargo, tuviste cuidado de no tocarlo, de colocarlo a unos diez pasos de vuestra posición. Beneazel miraba con cuidado tus posturas, tu buen hacer, y le alegró que cumplieras tu parte del trato, estando allí, en mitad de la noche.
¡Estupendo! -el muchacho andó hasta el medallón, lo miró y se lo colgó. Tal joya sí que parecía estar entre dos mundos: podías haberla tocado tú (de hecho lo hicíste manipulándole entre los paños y con el palo), y también podía sentirlo el fantasma del infante. Fue entonces cuando te habló de nuevo. ¡Gracias! Por fin lo tengo, y por fín podré salir de estos montes... Ahora ven conmigo, el sendero está cerca y querrás marcharte de aquí -señaló-. Entonces caminásteis por el monte, descendiéndolo por su parte norte, en dirección a las luces del horizonte, luces de alguna población o posada. Allí estarás seguro -te dijo-, pero la bestia sigue acechándote, mas no te preocupes. No te hará nada...
Caminar y caminar.
El joven Beneazel hacía de guía, con su medallón al cuello, y éste brillaba a veces, y otras se mantenía frío y sin luz. Cruzásteis otro arroyo y unas quebradas de la sierra, donde había un precipicio que salvásteis a través de un pEqueño puente de madera que bien debían utilizar buhoneros y comerciantes para cruzar esos parajes. Tras una media hora sorteando rocas y árboles, Beneazel se detuvo. Miró a al sendero que seguíais, y entonces se giró hacia tí.
Ahora vete. Es por allí -señaló-. El Caminante está aquí, y no permitirá que te vayas... Pero yo sí. Has sido muy bueno conmigo, Fulgencio. Tus hermanos están en un lugar mejor, estoy seguro -no recordabas si le habías hablado de ellos, pero éste te los recordó, sorprendentemente-. Entonces, detrás de tí, allá a unas veinte o treinta varas apareció un tipo vestido con harapos, pero con una especie de tocado o corona brillante en la noche (no tanto como el medallón del niño), que humeaba como si tuviera rescoldos encendidos sobre su cabeza. Apoyándose en un bastón comenzó a acercarse. Sin embargo, Beneazel se interpuso.
Corre. ¡Vete ya! -Te apresuró, tú no sabías qué pasaba, pero hiciste caso, perdiéndote en la negrura del camino, el cual dirigía a la cada vez más cerca posada de la sierra abulense. Fue entonces cuando, sin casi mirar atrás, notaste que el lugar donde dejaste a Beneazel se iluminaba con una potente luz brillante.
Tú no lo viste, pues estabas lejos ya, pero el muchacho, correspondido con su joya, evitó que el Caminante fuera tras de tí, introduciendo la esencia de aquella vil criatura en el interior del propio medallón. Por tu parte llegaste a la posada, un viejo edificio de dos plantas con una gran historia que podías contar, pero eso quedaría para otra ocasión.
El cuerpo de Beneazel desapareció finalmente, y el medallón también, volviendo a su lugar original.
Ahora bien, la vil maldición que acechaba a este espectro de un infante se repetiría varias veces en los tiempos sucesivos, siendo un eterno retorno para él: encontraría a nuevos viajeros perdidos, trataría de ayudarlos y pedirles el medallón a cambio, y les ayudaría a escapar. Y tal ciclo se completaría varias veces hasta que su alma pagara finalmente por lo que hizo en vida, cosa que no es menester de momento mencionar o explicar.
FIN