Aquel edificio poco difería de los que Liam había frecuentado en su época, no tan lejana, en la que no sólo su cuerpo y su mente sino también su alma se habían hundido en un pozo sin fondo. Todas las miserias humanas se escapaban a través de las finas paredes en forma de gritos y lamentos clamados a un dios demasiado ocupado como para hacerles caso.
Se lió un cigarro con manos impacientes mientras esperaba que alguien acudiera a la exigente llamada de los nudillos de Alana. Pero el tiempo pasaba y parecía que nadie acudía… o sólo era que a él el tiempo parecía escapársele más deprisa de lo que le gustaría. Encendió el cigarro y aspiró con fruición el humo.
- Si nadie contesta podemos intentar forzar la puerta. No creo que se fuera a notar mucho la diferencia.
La puerta es golpeada con fuerza por la en apariencia tierna Alana. Y la sugerencia de Liam casi se hace necesaria, hasta que se escucha movimiento en el interior. Un crujido de algo que parece un mueble y un fácilmente reconocible de botellas de cristal cayendo al suelo, y rodando.
Parece que el señor Dolezal acaba de ser interrumpido de la compañía de la bebida, y se ha levantado gruñendo y parece que de mal humor. La puerta es golpeada sonoramente, pero sin ninguna otra consecuencia.
- ¡¿Quién es?! - pregunta rudamente Dolezal a través de la puerta, sin abrirla ni dar señales de ello en momento alguno
Ya estaba a punto de darle una patada a la puerta cuando una voz, claramente pastosa por el alcohol, les sorprendió desde el interior.
- ¿Señor Dolezal? Abra... por favor... sólo queremos hablar con usted, no le molestaremos mucho tiempo.
La verdad es que estoy en blanco :S
Temblaba. Temblaba de agotamiento y frío, ese frío que se apodera de una cuando se deja de ser... una misma.
La voz de aquel hombre, entremezclada de ruido de botellas y alcohol, reptaba agresiva pero lastimera entre las bisagras de la puerta. Y yo me acerqué a ella para apoyar la mano pálida en la madera ajada.
-Muertos.. muertos y tatuajes. Tatuajes de Nadie...- llevaría tinta en su cuerpo, el tal Dolezal? -Tenemos que hablar, Sr. Dolezal. Usted la conocía, usted puede ayudarnos.
Mientras esperaba a que alguien respondiera a la puerta, Alana cogió un cigarrillo de su pitillera y lo prendió con una cerilla. El humo empezó a rodearla como si de una nube se tratara. Una nube tóxica y de un color grisáceo.
Al escuchar la voz, arrastrada por el alcohol, del tal Dolezal le dio una nueva calada a su cigarrillo.
- Ya era hora... - Masculló y se volvió a mirar a Hèléne. Sus ojos grisáceos recorrieron pensativos la figura de la mujer. Terminaron posados en sus iris castaños y una mueca se dibujó en sus labios.
Escucháis algo así como:
- Maldición...
En un tono muy hostil, en una voz ronca y que deja poco lugar a dudas respecto a intenciones. Lo siguiente que se escucha es como un objeto metálico, tal vez una barra, que es tomado y choca contra otro objeto metálico, y después toca el suelo algunas veces.
Lo siguiente, pasos acelerados hacia la puerta.
Podéis declarar acciones, ahora sin tiradas. Solo vuestra primera reacción ante un ataque inminente
La voz y el sonido tras la puerta me obligó a retirar la mano de ella como del fuego. Y di un par de pasos hacia atrás, alejándome de aquella madera que ahora se me antojaba más un cepo. Todo mi cuerpo se puso en tensión esperando ver abrirse la puerta y ver, tras ella, las sombras que escondía...
Liam tiró al suelo el cigarro que había encendido y lo pisó fuertemente con el pie, la voz que procedía del interior no presagiaba nada bueno y decidió ponerse a la defensiva por si tenía que llegar a las manos... esperaba que no, sobre todo por estar en presencia de dos señoritas.
¿Cómo debería comportarse con aquel nombre? Liam sólo esperaba verle la cara para tomar una decisión. ¿Emplear palabras amables? ¿Adularle? ¿Quizás amenazarle o engañarle deciéndole que soy detective? Desde luego el sonido que se escuchaba al otro lado le daba mala espina, ¿acaso estaba armándose para atacarlos nada más abrir la puerta? Liam reculó un paso avisando a sus dos improvisadas compañeras.
- Será mejor que nos apartemos un poco de la puerta cuando abra. No sabemos si ese hombre va armado.
Alana le dio una nueva calada al cigarrillo y enarcó una ceja al escuchar los improperios que salían del interior de la vivienda. Le lanzó una mirada de soslayo al señor O'Drury y asintió con un leve movimiento de cabeza. No tenía ganas de quedarse en primera línea cuando el energúmeno aquel abriera la puerta.
Caminó unos pasos hacia atrás, llegando a los escalones y bajando dos de ellos. Volvió a llevarse el cigarrillo a los labios y aspiró el humo, dejando que éste bajara por su garganta hasta ensuciar sus pulmones y entonces dejarlo salir poco a poco entre sus labios entreabiertos.
Dios... Perdonad... He estado liada con la mudanza, y como esta partida va tranquilita, no me di cuenta de que pasaba tanto tiempo >.<
Todos se retiran del paso de aquel gigante que se presentan ante vosotros. Frank Dolezal, o el que creéis que es, es un hombre de grandes magnitudes.
De expresión poco amable, fornido, desarreglado... y con un penetrante tufo a alcohol que lo empaña.
Cuando sale de la casa, armado con un oxidado atizador, va mareado y tambaleante. Sus ojos se pierden a cada instante, y eso puede combinarse con el arma que porta, haciendole peligroso.
Da un golpe a ciegas, aunque hacia el suelo, intentando intimidaros.
Pero no querrá hablar de buenas. Tocará reducirle primero.
Podéis atacar.
Tirad 1d6, dificultad 3 por su estado casi nulo. Si alguien desea golpearle sí o sí, puede gastar un punto (o los que quiera) de la habilidad que use. Armas, Armas de Fuego...