Relatos que ganaron sobre la primera imagen:
-¡Tía Lauren, tía Lauren, cuéntanos esa historia otra vez!-dijeron a la vez los dos hermanos. Habían llegado a la hora oncena de la mañana, como todos los Sabas, es decir, el sexto día del calendario de los elfos de las setas, y, como todos los Sabas a esas horas, recibieron con abrazos y babosos besos a su querida tía Lauren.
-Está bien.-dijo la tía Lauren con una sonrisa.-Sentaos.-ella se preguntaba cómo era posible que no se cansaran de esa historia. Al fin y al cabo no eran más que viejas leyendas.- ¡Víctor, más zumo!-dijo antes de sentarse con sus sobrinos. Tan pronto como acabó de pronunciar la frase, una criatura, parecida a los elfos, sólo que más alta, fea, y sucia entró en la brillante habitación. Llevaba unas cadenas alrededor del cuello, muñecas y tobillos, una máscara de hierro cubría su cara, y portaba una bandeja en sus manos, la cual tenía unos vasos con el rojo zumo en ellos. Lauren la cogió y la puso en el suelo e hizo un gesto con la mano para que la criatura abandonase la habitación. Cuando esta se marchó, miró a sus dos sobrinos, se sentó junto a ellos y comenzó la historia con voz risueña.
“Hace muchos años, la luz no provenía de nosotros, los elfos de las setas, sino de una enorme bola de fuego, allá en el cielo. En aquellos tiempos, grandes ciudades se extendían por el mundo, y extrañas máquinas discurrían por tierra, mar y aire. Cuenta la leyenda que los dueños de estas ciudades eran los humanos. Sí, los mismos humanos que nos sirven su zumo cada día. No me miréis así, ya sabéis que sólo son leyendas. Y además, lo habéis oído miles de veces. Oh, es igual.
El caso es, que entre esos estúpidos humanos, comenzó una guerra. Primero mandaron a sus soldaditos, y sus maquinitas, y el zumo cubrió las calles de sus ciudades. Luego lanzaron sus gigantescos pepinos de la muerte. De los pepinos surgieron las primeras setas. Y de las setas surgió un terrible veneno invisible para los humanos.
Pero, cuenta la leyenda, que de entre los humanos envenenados nació algo distinto. Nació el primer elfo. Sus orejas eran afiladas y un brillo dorado le cubría. El niño elfo, nadie sabe cómo ni por qué, consiguió sobrevivir a sus padres y a la guerra. Él fue el que descubrió que podía alimentarse del zumo de los humanos, y aprendió también que podía reproducirse con ellos. Se cuenta que tuvo muchos vástagos, los cuales crecían más rápido que los de los humanos. Poco a poco, los elfos de las setas se extendieron por el mundo, pero siempre escondidos, en las cuevas que los humanos construyeron bajo sus ciudades.
Cuando las guerras acabaron definitivamente, el cielo quedó cubierto de nubes, sumido en la oscuridad. Entonces quedaban muy pocos humanos, y si estos morían el zumo dejaría de fluir hasta nuestras gargantas. Fue entonces cuando los elfos de las setas surgimos de nuestros escondites, trayendo luz al mundo de nuevo, y dando paz de nuevo a los humanos. Ahora, ellos están contentos de servirnos su zumo y de cuidarnos. Detrás de las máscaras de hierro que les ponemos siempre están sonriendo, ya lo sabéis.
Y así, niños, es como los elfos de las setas trajimos la felicidad al mundo.”
-¿Ocurrió realmente, tía Lauren?-preguntaron al unísono sus sobrinos. Lauren sonrió. Siempre le preguntaban lo mismo.-No son más que cuentos, pequeñajos. Y ahora a la cama.-
Tras acostar a los niños Lauren, se sentó en el suelo de su salón. Hambre. La habitación no tenía ningún tipo de iluminación, pero la elfa, como todos los de su raza, emitía un intenso brillo dorado. Hambre. Su mirada estaba perdida. Hambre. Cada día más. Y cada día había menos zumo. Se levantó y salió de la casa. Comenzó un largo paseo por los bosques. Tomó rutas que sólo ella conocía, pues de entre todos los hijos que tuvo su padre, sólo a ella le contó la verdad. Le contó donde nació él y por qué nació. La verdad fue insoportable para Lauren, y en un arrebato de rabia lo mató. Aún recuerda su zumo fluyendo por su garganta, cubriendo el suelo y las ropas de su venerado padre. Y le repugnó ver que su zumo y el de los humanos eran prácticamente iguales.
Era una bella imagen ver a la mujer elfa caminar por el bosque. Allí por donde pasaba quedaba cubierto por una luz dorada que se reflejaba en las hojas de los árboles de colores. Se movía con gracia, pero un brillo animal se adivinaba en sus ojos. Una pasión que la dominaba.
Al cabo de un rato, llegó finalmente al claro donde su padre nació. Antes había una casa allí. Ahora sólo había unas pequeñas ruinas.
Lauren caminó hacia ellas, evitando los cráteres cubiertos de hierba e iluminando la noche eterna con su brillo dorado. Buscó la trampilla que daba al sótano de la antigua casa. Y, como cada noche, la encontró. Bajó por las escaleras, sonriente. Escuchó los murmullos de los enmascarados humanos y sonrió aún más. Se relamió sus afilados dientes y avanzó hacia a uno de los asustados hombres que estaban encadenados en la pared. Su reserva personal.
Se acercó a su cuello, y, con dulzura, bebió su zumo.
Autor: Jules Winnfield
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- Este sitio me asusta, Nastya.
- No te preocupes, Gricha, todo va bien...
"Todo va bien", me ha dicho, pero he notado cómo su mano apretaba aún más la mía, se ponía de puntillas para intentar ver algo entre la muchedumbre y fruncía los labios y el entrecejo, frustrada al no encontrar lo que buscaba.
No puedo evitar que se me contagie su mal disimulada desesperación. Nastya cambia continuamente su peso de un pie a otro, nerviosa, y eso me acelera el corazón. Bueno, eso y los monstruos que pasean a nuestro alrededor, riendo y fingiendo no vernos.
- Nastya, ¿por qué Rozaliya Mijailovna nos ha dejado solos aquí? ¿Es que ya no nos quiere?
- ¡No digas bobadas! Dijo que mamá estaría aquí, no tienes que preocuparte... ¡y deja ya de rascarte las orejas, que se te van a caer! -Me amenazó histérica. A mí esas amenazas me aterrorizan, así que dejé de rascarme aunque me picaban un montón.
Rozaliya Mijailovna es la hija mayor de mi padre. Vive con nosotros y es muy buena, aunque a veces pierde la paciencia conmigo. Creo que es un hada. Se pasa el día de un lado para otro, con su bolsito repleto de libros y otros cachivaches extraños, seguramente llenos de poder mágico. Se está esforzando mucho para ser institutriz, creo. Mamá dice que es normal, que lo lleva en la sangre. Yo, sinceramente, no he visto nada raro en su sangre. Pero sé que lo que ella querría ser es patinadora. Me encanta ir a patinar con Rozaliya Mijailovna, patina tan bien...
De repente, tengo que dejar de pensar en Rozaliya porque escucho a uno de los monstruos gritar. Doy un respingo. El grito ha sido tan espeluznante que he notado un escalofrío por la espalda. Me agarro al brazo de Nastya con ambas manos. Cuando me giro en dirección al sonido, veo que el monstruo se aproxima a gran velocidad hacia nosotros. Es imposible evitarlo. Lleva un traje hecho de trozos de tela distintos y escogidos sin mucho gusto y tiene una cara fea, verde, verrugosa y de boca ancha. Se me escapa sin querer un gemido. En cambio, Nastya permanece inamovible... ¡es tan valiente! Me escondo tras ella.
- ¡Gricha! ¡Me vas a destrozar el vestido! -Murmura entre dientes.
- ¡Pero qué niños tan guapos! ¡Si están para comérselos! ¡Ven, Svetlana! ¡Mira qué niños tan guapos! ¿No te los comerías?
Otro monstruo se da la vuelta hacia el primero y se acerca. Éste tiene orejas puntiagudas, como las de un gato, y hasta bigotes y cola. Agarro con más fuerza el vestido de mi hermana.
- ¡Ah! Sí... -dice el segundo monstruo con una sonrisa terrorífica- son los hijos de Ekaterina Arkadievna.
- ¿En serio? ¡Qué mayores y qué guapos! -Responde el primer monstruo mientras pellizca la cara de Nastya. Nastya sonríe durante un breve instante-. ¿Y cómo se llaman estos duendes?
- Yo soy Anastasiya Mijailovna, señora. Y éste es mi hermano, Grigorij Mijailovich. Discúlpelo, es que es un poco tímido.
- Ya veo... -dice el monstruo de cara de sapo ensanchando su bocaza-. ¿Cuántos años tienes pequeñín? -Pregunta apoyando su asquerosa pata de rana sobre mi cabeza. Noto mis labios temblar involuntariamente. No puedo creer todo lo que está pasando. Me siento abandonado por mis hermanas y mi madre está perdida en algún sitio entre esta manada de monstruos. ¡La conocen! Seguro que le han hecho alguna maldad. Soy incapaz de contener el llanto, aunque lloro muy bajito, para no atraer la atención de más monstruos.
- No llores, Gricha... lo siento es que... es que es muy pequeño y no está acostumbrado a estar sin nuestra madre. Va a cumplir tres años el próximo mes.
- Pero no llores, criatura -ronronea el monstruo gato-. Natty, le estás asustando. Hija, con esa cara que no te extrañe.
- ¿Saben dónde está mi madre? -Pregunta Nastya. Sé que sería capaz de plantarle cara a todos los monstuos de la gruta ella sola, pero ¿y si ya es demasiado tarde para mi madre?
- ¿Ekaterina? Pues... -el monstruo sapo se vuelve hacia el monstruo gato- ¿la has visto tú?
- Aún no ha llegado -dice el monstruo gato con un poso de pesadumbre y negando con la cabeza-. Tuvo un accidente con Dolenka y tuvieron que ir al hospital.
Nastya, hasta ahora impertérrita, se estira mucho al oír las últimas palabras de la conversación entre los monstruos. Noto sus músculos tensarse a través del fino vestido de muselina roja.
- ¿Le ha pasado algo a mi madre? ¿Está bien?
- ¿Con Dolenka? ¿La bruja? -Dice el monstruo sapo sin inmutarse un ápice por las preguntas cargadas de angustia de mi hermana. Señala discretamente a un extremo del salón, donde hay, efectivamente, una mujer vestida de negro con un gorro picudo y una escoba de rafia basta. Su nariz es grotescamente grande y su piel no tiene un color natural. Además, no sabría decir de qué color es exactamente, porque la luz de la gruta se ha atenuado e ilumina caprichosamente aquí y allá, haciendo nacer sombras fantasmagóricas por doquier.
- Pues sí, la misma -contesta el monstruo gato extrañado-. Vamos a ver qué ha pasado. Vosotros quedaros aquí, niños... vamos a preguntar por vuestra madre.
- ¡Pero...!
Se marchan, dejando a Nastya descompuesta y con la palabra en la boca. La bruja ha secuestrado y malherido a mi madre. Veo cómo se ríe con otras dos brujas y se da la vuelta para recibir al monstruo sapo y al monstruo gato. Los abraza y les muestra unos harapos con restos de sangre en su mano. Continúan hablando entre ellos un buen rato y después se vuelven los tres hacia nosotros, sonriendo con malicia. Se me hace un nudo en la garganta. Nastya está reteniendo las lágrimas y su cuerpo se estremece con emoción contenida.
- Mamá no está aquí... -es lo único que puede decir antes de que se le caigan de los ojos dos lagrimones enormes. Mi último consuelo, mi pilar de seguridad se desvanece, y ya no tengo motivos para ocultar el llanto. Lloramos los dos, apretados entre nosotros.
Como compadeciéndonos, una pequeña orquesta de saltamontes gigantes comienza a interpretar una música lúgubre. La horda de monstruos ejecuta unas danzas infernales, sin ninguna armonía entre ellos. Parece que se han olvidado de que estamos allí. ¿Cómo vamos a volver a casa?
- ¡Gricha! ¡Nastya! -Dice alegre una voz familiar, gritando para hacerse oír entre el ruido.
- ¡Mamá! -Grito yo también, lleno de felicidad. Nastya y yo corremos a abrazarla.
- Mis tesoros... ¿por qué lloráis? Perdonad que haya llegado tan tarde, pero una compañera de la oficina se cortó con unas tijeras y fui a llevarla al hospital. Uf... qué incómodos son estos guantes. Gricha, se te han caído las orejas. ¿Estáis disfrutando de la fiesta de disfraces? ¡Rozaliya ha hecho un trabajo estupendo con los vuestros!
Muerde un dedo de sus guantes y tira de la mano hacia afuera para liberarla. Noto su caricia reconfortante en el pelo. Sus dedos suaves peinándome. Me coloca las orejas de poliexpán en su sitio y me da un beso en la frente. Sus ojos azules me miran con su paz habitual. No me podría sentir mejor ni más seguro.
- ¿Nos vas a contar cómo te has escapado de la bruja? -Le pregunto muy intrigado. Mamá nos lleva a cada uno de una mano y me mira sorprendida.
- ¿Bruja? ¿Qué bruja?
Autor: Oscar Wilde
Por pedido de Rahel he sustituido el relato por un enlace a su blog para que lo leáis allí n.n
http://veintisieteletras.wordpress.com/2014/04/20/una-visita-inesperada/
Origen de la imagen: http://4.bp.blogspot.com/_YeOusPg0iUI/TIqQchDJ0vI/...
A los humanos nos gusta pensar que somos especiales. Diferentes. Solemos olvidar que somos animales, que somos una especie entre las miles, millones, que hay. Tratamos a la naturaleza, como si de una herramienta se tratase, para conseguir nuestros fines. La usamos y la estropeamos. Y hasta parece que nos regodeamos en ello, sabiendo que tal vez se rompa para siempre. No nos importa, de hecho algunos disfrutan haciéndolo. Disfrutan disparando a enormes paquidermos que preparan para ello...
Aquel día me había levantado pronto. Era el primer día de Otoño. Era el primer Otoño después de la Gran Caída. Había cogido mi cuaderno y el carboncillo y había salido de casa. Me dirigí a un parque cercano, pero no me detuve allí. Enfilé una carretera que subía junto al recinto, hacia una montaña. Aún no había amanecido del todo, el Sol intentaba subir por el firmamento evitando los edificios. Y por supuesto, no había alumbrado en las calles.
Caminé durante un rato largo, inmerso en mis pensamientos. Divagué sobre la vida, y sobre la Tierra. Discutí conmigo mismo sobre si estábamos mejor ahora, o antes de que todo aquello pasara. Oí un ruido a mi lado, cuando pasé de largo el parque. Me detuve en seco, un poco sobresaltado y miré hacia mi izquierda. Fruncí un poco el entrecejo, para entrecerrar los ojos, intentando ver a través de la penumbra.
A pensar del sobresalto no tenía miedo. Hacía mucho tiempo que había dejado de tener miedo. Por una simple razón ¿Para que temer? Si debiese morir, moriría igual; y si voy a vivir, no sirve hacerlo con miedo.
En ese momento pasó a mi lado la fuente del ruido. Eran dos jóvenes que se alejaban cogidos de la mano.
Sin duda: no había que tener miedo.
Desde la Gran Caída la violencia había descendido hasta casi desaparecer, igual que los robos y las guerras. O tal vez fuese que, durante el tiempo en el cual Los Mercados dominaban el mundo, nos habíamos acostumbrado a la violencia, a las peleas continuas. Nos habíamos acostumbrado al miedo. Pero ahora ellos ya no estaban; Los Mercados habían caído. Los Gobiernos se habían descompuesto. Los Bancos habían sido encarcelados. Y Los Ejércitos se habían unido al pueblo para defender la libertad, y no la guerra.
Sonreí nostálgico, a mi avanzada edad había vivido muchas cosas. Muchas guerras. Varias crisis. Demasiados gobiernos... Pero ahora todo era diferente, me lo decía el instinto. Ahora todo fluía. Bueno, todo no, sólo la felicidad.
Llegué a mi lugar favorito mientras pensaba en mi niñez, donde sí había vivido atemorizado. Me senté en la roca en la que solía sentarme para observar la ciudad. El Sol ya se elevaba en el cielo, detrás de la Central Eléctrica que llevaba mucho tiempo apagada. Corrían algunos rumores, entre los más optimistas, (o tal vez pesimistas) de que pronto entraría en funcionamiento de nuevo, junto a todas las cosas. Que pronto se formarían de nuevo Estados y Naciones. Pero que serían distintos. Que serían con el pueblo y no para el pueblo.
Sonreí despreocupado. No sabía si eso llegaría a ser cierto. Desde luego no llegaría a verlo. Era ya muy mayor para ver otra reconversión del Mundo. Aparte, la veía innecesaria. ¿Para qué? me volví a preguntar. Sé que la gente es más feliz así. No hay preocupaciones, no hay miedos... La gente vive para vivir. Vive la vida. Y no vive para trabajar. No vive para las cosas. Así somos mejores, menos malos y menos dañinos.
Agradecí ser un viejo tonto. La gente no sabía lo que se había ganado después de la Gran Caída, a pesar de parecer que lo habíamos perdido todo. Ahora podían disfrutar de los amaneceres porque quisiesen, y no por que tuviesen que madrugar para hacer algo. Podían ver los crepúsculos sin tener miedo a no poder dormir lo suficiente. Podían disfrutar de la compañía de los demás sin tener que estar mirando una pantalla constantemente. Podían perder el tiempo sin perder el tiempo.
Bueno, tal vez tengan algo de razón, sólo algo. Ellos creen que lo han perdieron todo, pero yo puedo seguir pintando...
Entonces me fije en el suelo, junto a la roca. Todo estaba húmedo, como el clima. Tal vez fuese el primer rocío del otoño. Me fijé en un pequeño trébol. Sobre el había una gota de agua que hacía que éste se tambalease. Entonces corrió una pequeña brisa fresca, como un aliento de vida, que movió el suelo e hizo que el trébol la empujase por su superficie y acabara tirándola en suelo, irguiéndose de nuevo. Triunfante.
Ocurrió con todas las gotas del prado. Y así había acabado el primer rocío.
Dibujé una media sonrisa en mi cara, irónico, por lo que acaba de presenciar.
Me pareció una perfecta metáfora de lo que había estado pensado. Así que abrí el cuaderno, y lo pinté.
Autor: Truman Capote
LAS GUERRAS CÁNTABRAS
Azul es el mar y verde la tierra
de indómitos y nunca olvidados
de aquellos que lucharon obstinados
por sus Siete Ríos en la guerra.1
Romanos atacaban cual fieras
niños, mujeres y hombres: soldados,
con furia defendían sus castros
luchaban sin dar ninguna tregua
A coro claman al viento norte
Antes muerto que de Roma esclavo
Hijos muertos, antes que romanos
Los romanos pese a su gran porte
a los de Deva2 no doblegaron
Y aún hoy, se recuerda a los cántabros
Autora: Melpómene
1 Antes de ser llamada, la "la tieruca" o "La Montaña", Cantabria era conocida como "La tierra de los Siete Ríos"
2 Deva es una de las diosas del panteón cántabro: concretamente la diosa de los ríos.
- ¡Buenos días, señor Dae-Hyun! -Saludó el muchacho que repartía los periódicos, aparcando su bicicleta en mitad de la acera. Con su habitual sonrisa se acercó hacia mi porche y me tendió aquella insulsa gacetilla local, llena de bazofia, a la que llevaba siglos suscrito gracias a mi mujer, en paz descanse.
- Buenos días -le repliqué, incapaz de recordar su nombre.
- Aquí tiene el periódico. ¡Que tenga usted un buen día! ¡Y cuídese! Mire que hace un calor exagerado... -hizo un gesto de despedida con la mano, desanduvo el camino andado y se marchó en la bicicleta colina abajo... y con él, el único rastro de vida humana en aquella parte de la ciudad.
Cogí el ejemplar del... "Blue Lake Newspaper", ni más ni menos, y no pude evitar soltar un bufido: aquel papel malgastado no valía ni para limpiarse el culo. Lo lancé al otro lado del porche y permanecí sentado, mirando al horizonte. De buena tinta sabía que nada se me cruzaría a la vista en lo que quedaba de mañana. Mi barrio de Blue Lake, Humboldt, California, donde me había exiliado del régimen dictatorial de Corea del Norte hace muchos años, estaba prácticamente deshabitado desde hace tiempo y aunque era el sitio preferido para pasear para muchas parejas, en una cosa el muchacho llevaba razón: este verano estaba siendo tan apestosamente caluroso que no se veía un alma por la calle. Las chicharras cantaban constantemente y su continuo rechinar levantaba dolor de cabeza. Del asfalto de la calzada parecía emanar el aire como volutas de una olla hirviendo... si seguía ahí acabaría por perder el sentido, pero últimamente me costaba tanto caminar que tendría que encontrar un buen motivo para entrar dentro de casa
- Hmmmm -me acaricié la barbilla pensativo y la noté rasposa. Hacía unos días que no me había afeitado. ¡Perfecto! Ahí tenía mi excusa.
Penosamente me levanté y, agarrándome a todo aquello que pudiera soportar mi peso, avancé hacia el interior de la casa, hacia el cuarto de baño. Saqué la navaja de su cajón (las cuchillas siempre me parecieron una mariconada), el jabón, la brocha y me miré al espejo. El espejo...
El espejo me devolvió la imagen de un viejo decrépito, de ojos cansados. "Bueno, ¿y qué esperas? -pensé para mis adentros-, si ya estás cerca de los noventa". Negué con la cabeza. Lentamente, mojé la brocha y la froté contra el jabón para conseguir una espuma que se me antojó tan decrépita como mi imagen. Mientras embadurnaba mi cara flácida con aquella untuosa crema, en mi cabeza se dibujó vívidamente una recuerdo: la misma situación, algo más de sesenta años atrás. Aquella epifanía era tan agobiantemente vívida, que parecía verme rejuvenecido en mi reflejo.
Gemí y me lavé la cara con abundante agua fría, pero ahí seguía estando yo. No, yo no: el soldado Hyun. Yo ya no era aquel. No. No, yo no era aquel. ¡¡No!!
En el campamento de Corea, también me afeitaba a navaja. Una vez me mandaron afeitar prisioneros de guerra, para hacerles una foto. Los mismos prisioneros de guerra a los que unos días atrás, yo mismo junto con otros soldados habíamos metido astillas debajo de las uñas, quemado la piel con hierros al rojo, roto huesos, administrado purgantes y...
Me caí al suelo. El olor a piel quemada me llenó la nariz en una vaharada que parecía llegada del propio infierno. En mis oídos restalló el chasquido típico de los tarsos y metatarsos quebrarse y los gritos... los gritos. Los malditos gritos. Aunque me tapara las orejas no los podía dejar de escuchar. Así como las risas de mis compañeros y la mía misma, que se carcajeaban de mi estado. Me abracé las piernas y gimoteé. Los médicos lo llaman "choque post-traumático". Lo sé porque a mi amigo Min Ho le pasaba exactamente lo mismo y tuvo coraje para ir al psicólogo. Yo no pude sacarlo cuando supe que se había suicidado en la sala de hospital en el que lo acogieron. A veces veo todo aquello, de una forma tan real que parece que estuviera viendo la televisión. Entonces nada funciona, nada sirve para pararlo y uno se sume en desesperación, amargura y frustración.
Cuando vas a la guerra, te comen la oreja con esos mantras de "la seguridad de la nación", "los camaradas", "la protección del hogar" y llaman a los del bando opuesto "los cerdos", "los imperialistas" y otros tantos dulces apelativos... que de verdad llegas a olvidar que son personas, que sienten dolor y que pueden pensar racionalmente. No cabe en la cabeza una alternativa. Tú eres bueno, ellos malos. Tú estás luchando por un objetivo superior, ellos no. Yo, como tantos otros, hice y deshice, ejecuté y mandé ejecutar, creyendo en mi superioridad y en mi autoridad para hacer tal cosa. Al cabo de un año, en el frente, fuera de casa, la moral se resiente, la fe ciega se resquebraja y las cosas que antes hacías "por la patria" empiezan a cuestionarse. Los gritos de "los cerdos" suenan como los de cualquier compañero al retorcerse de dolor y cuando lloran... Dios mío, cuando lloran. Tantas lágrimas vertí como ellos en silencio, por las noches, ahogando el rostro en la almohada por vergüenza a ser escuchado... pero lo cierto es que escuché a más de uno hacer lo mismo. Sin quererlo, había industrializado la muerte, convertido mi mano en la misma mano que aquellos nazis de los que tanto había oído echar pestes: una mano que eliminaba seres humanos, que cuando tenían la oportunidad de mirarte a los ojos antes de morir, hablaban en tu mismo idioma. ¿Qué me diferenciaba a mí de esos asesinos, eh? ¿¡Qué me diferenciaba de ellos!? ¿¡Los ojos rasgados!? ¿¡El puto pasaporte!?
Súbitamente y algo desorientado, me encontré tendido en el cuarto de baño de mi casa de Blue Lake, Humboldt, California, empapado en sudor. La brocha rodaba por el suelo, el jabón se había deslizado hasta el otro extremo de la habitación, había espuma por todas partes y la navaja yacía estática junto a mi mano. La cogí y la observé de un lado, del otro... largo y tendido. ¿Tendría los cojones de Min Ho? Probé. La apreté contra mi brazo. El pulso me temblaba.
Finalmente me levanté, recogí los trastos desperdigados, acabé de afeitarme y salí de nuevo al porche. Cerré los ojos, suspiré y dejé que el acariciante sol de un país de "cerdos imperialistas" me acunara hasta la tarde.
Autor: Oscar Wilde
Amor zoológico
Mi amor por ti se levanta con las alas del deseo,
es habitado por los elefantes de la memoria, en manadas ordenadas y desordenadas,
quiere tener a raya a los tigres de los celos,
y lo recorren aves antártidas que se deslizan divertidas, sin miedo, por sus orillas pedregosas.
Mi amor por ti tiene la fuerza de una cola salpicante de ballena al anunciarse, al decirme que está aquí.
es, quiere ser, firme como la roca misma,
y sin embargo...
se mueve.
Por Tarumba
EL CONSEJO
Llovía. Hacía frío. Malos presagios. La reunión de jefes y chamanes se alargaba un día tras otro sin llegar a nada, y si no había acuerdo no se podía terminar. Lo mandaban las Leyes Antiguas que regían en todas las tribus. La tensión aumentaba entre todos y eso se reflejaba en el cielo negro y la lluvia persistente.
El sueño era esta vez indescifrable para todos. Y por eso las discusiones se alargaban y las posiciones de cada uno se mantenían inamovibles.
Desde tiempos inmemoriales los Espíritus se manifestaban a las tribus a través de los sueños de los chamanes. Cuando uno de ellos tenía un sueño especial y repetido en el tiempo informaba mediante mensajeros al resto de chamanes, y si todos habían tenido el mismo sueño era la hora de convocar el gran concilio de las tribus, donde se decidía el futuro de todas ellas en base a la visión de los chamanes y la decisión conjunta de los jefes de todas las tribus.
Pero esta vez no sabían interpretarlo. La visión estaba clara en su mayor parte, el enorme edificio catedralicio del cual surgían remos por ambos lados indicaba que las tribus debían emprender un viaje a otros territorios probablemente. Más allá de las montañas nevadas, que también aparecían en el sueño. A buen seguro los Espíritus también sabían de la escasez de la caza en los actuales territorios en los últimos tiempos, y querían que cruzaran la cordillera para buscar mejores zonas de asentamiento. Y que se llevaran consigo todo, por eso el edificio que aparecía era de altas torres y puntas, pues las tribus ornamentaban así los símbolos que erigían en honor de los Espíritus. Moverlos significaba que todo cuanto poseían las tribus debía de ser trasladado. Otra cosa en la que todos estaban de acuerdo es que este viaje debían de hacerlo todas las tribus juntas, pues en el sueño se veía claramente animales compartiendo el edificio. Y cada tribu tenía un animal que la representaba, la tribu del león, la del elefante, la de la ballena, la del pingüino etc
Nombres todos ellos derivados de muy antiguos acontecimientos que se perdían en la noche de los tiempos.
Pero faltaba una cosa, había un animal que salía en el sueño y que no tenía tribu ni relación alguna con ellas, el águila. Animal que además era el tiraba del barco en el sueño.Y era este punto el que provocaba las fricciones, pues todos lo interpretaban de forma diferente.
Era temprano aún. Quedaban unas horas para que se reanudase el consejo, y Zaptec, el chamán de más edad de cuantos había en las tribus hacía rato que paseaba por los alrededores. Estaba inquieto, esa noche había dejado de tener el sueño, y eso no sucedía jamás hasta que no se llegaba al final del consejo. Por eso había salido a pasear para ordenar sus ideas, y la lluvia parecía haber querido castigarlo, arreciando sobre su cabeza justo en medio de su paseo, de forma tan torrencial, que no tuvo más remedio que refugiarse en un toldo pegado a una de las tiendas. No hacía ni un minuto que estaba allí cuando una carita se asomó por la puerta de la tienda, y al verle, una enorme sonrisa se pintó en ella y al instante un muchachuelo de unos 10 años se hallaba a su lado. Era Thualoa, su favorito.
"¿Que haces levantado tan temprano Thualoa?" dijo Zaptec mientras removía sus cabellos oscuros como la noche.
"Te esperaba" replicó el muchacho.
Zaptec sonrió "¿y eso?"
"Lo soñe anoche maestro" dijo muy serio el muchacho
Zaptec dejó su mano quieta, y miró al muchacho "¿que soñaste? le preguntó
"Eso mismo maestro. Soñe que vendrías por la mañana y me preguntarías algo" respondió Thualoa
"¿y que pregunta era esa hijo?" inquirió Zaptec.
"No lo se maestro. El sueño se terminó ahí" dijo Thualoa bajando la vista.
Zaptec levantó la cara del muchacho y sonriéndole le dijo "no te preocupes. ya lo recordarás. venga, entra que aquí hace mucho frío y yo voy a seguir mi camino".
"si maestro" respondió Thualoa dando la vuelta hacia la tienda.
Zaptec dio un paso fuera del entoldado, y al levantar la vista para comprobar las nubes que parecian haber aflojado la lluvia vió un pequeño claro, un pequeño agujero azul en el cielo, justo encima suyo. Y su mente actuó por él, y sin pensarlo, como un acto reflejo, se volvió a Thualoa preguntándole
"Thualoa, ¿quien es el águila"
El muchacho se paró en seco, se volvió, y con una enorme carcajada dijo "Hilouc, señor ¿quien va a ser?"
Zaptec tardó unos segundos en reaccionar, después miró a muchacho y le despidió con una sonrisa "gracias Thualoa, ya puedes ir dentro"
Después comenzó a caminar de vuelta a la tienda donde se celebraba el consejo.
Un par de horas después todos los jefes y chamanes se hallaban ya en la tienda y comenzaban de nuevo las discusiones sobre la interpretación del sueño. Zaptek se levantó, pidió silencio y cuando lo obtuvo habló:
"El sueño nos manda viajar a través de la inhóspita cordillera, el sueño nos manda buscar una nueva vida para todos más allá de las cumbres nevadas, el sueño nos dice que nos lo llevemos todo y nos llevemos a todos para el largo viaje hacia nuestro mañana. Y el sueño nos dice que el águila ha de guiar nuestra nave en esta travesía." hizo una pausa, y con un gesto ordenó a los guardias de la entrada que la abriesen.
Un joven alto y robusto hizo su aparición en la sala, y caminó hasta Zaptek que le esperaba con el brazo en alto.
"Este es Hilouc. El más fuerte de los guerreros jóvenes de mi tribu, el mejor explorador y el más certero cazador" se detuvo unos instantes mirando a los presentes " él es quien ha de guiarnos en esta larga travesía, él es quien ha de marcar el camino que recorramos"
Tomó por los hombros al muchacho y le obligó a darse la vuelta, a la vez que alzando la voz gritaba "porque ÉL ES EL AGUILA"
Y sus manos señalaban la oscura melena de Hilouc, negra como la noche, excepto por un enorme mechón triangular de color blanco y de pelo cano que tenía desde niño. Un murmullo recorrió la sala. Lentamente y uno por un,o todos los presentes se levantaron para certificar las palabras de Zaptek. "El Águila, los Espíritus han hablado, salve a los Espíritus"
El consejo había terminado por fin.
Por Bécquer
Fuente: http://www.todohumor.com/UserFiles/Image/fondos/2009/Octubre/fantasia3.jpg
Bécquer si quieres pulir la redacción. Digo los puntos, negritas y eso puedes hacerlo. Lo mismo Tarumba aunque el tuyo está bien.
-¿Y qué es lo que dicen sobre mí allá fuera?-susurró Evyrin con un cierto temor en la voz.
-No mucho. Apenas sí saben de nuestra existencia. Algunos sueñan con nosotros…reminiscencias del nacer, lo llaman los sabios del consejo. Todas las criaturas que creamos las tienen, ya sabes. Las tuyas no sueñan mucho. Quizás debiste añadir más magenta.-contestó el metálico Vanerith.
Evyrin suspiró. No hay mayor tristeza para un artista que el que su obra pase desapercibida. Por supuesto, los demás Demiurgos conocían su obra, igual que él conocía las suyas, pero le habría gustado que sus propias criaturas conocieran y valoraran a su creador, y el regalo que les había dado al crearlos.
-¿Puedo verlos ya?-a un Demiurgo no se le permitía ver la evolución de su obra hasta que esta alcanzaba cierta madurez. El Dios sin Labios era tan estricto sobre esta norma, que no permitía siquiera que otros Demiurgos comentaran sobre la creación de uno de ellos delante de éste hasta que él así lo decretara.
Vanerith vaciló antes de contestar. El metal que componía su cuerpo se estremeció ligeramente, cambiando de un tono rosado a uno más amarillento.-Sí, si así lo deseas. El Dios sin Labios ha decidido que ha llegado el momento. Sin embargo…quizás debería advertirte sobre lo que vas a ver.-
La ovalada cabeza de Evyrin se volvió hacia su compañero. Sus grandes ojos se clavaron sobre el único visor de este. Había algo en la habitualmente monótona voz de Vanerith que indicaba que algo no marchaba como debía.- ¿Qué quieres decir?-
-Tus creaciones…la mayoría de fauna que creaste a tu imagen para su mundo, funciona tal y como la concebiste en tus bocetos…hay algunos fallos, claro, pero funciona. Los que no creaste a tu imagen, también, no siempre han avanzado tal y como hubieras deseado, pero por lo general no ha habido un desvío sustancial.-una pausa. El metal pasa de un color amarillento a uno violeta oscuro.-Sin embargo…tu obra maestra…-
-¿Sí?-preguntó Evyrin sintiendo un vuelco en el corazón. Llevaba milenios esperando oír de su obra maestra. Aquellos destinados a gobernar su mundo. Aquellos que serían una extensión de sus manos, de su mente. Ellos llevaban, más que ninguno de sus otros trabajos, parte de él en el corazón y en la conciencia. ¿Qué podía haber salido mal?
-Tú obra maestra…se ha desviado con respecto a lo que debería ser…El Consejo Mayor piensa que son demasiado…egoístas…estúpidos…aún cuando les diste la racionalidad…aún después de superar su fase animal siguieron matándose entre ellos…verás Evyrin, las cosas que se han hecho entre ellos…no te lo imaginas. Ningún Demiurgo pensaba que algo salido de nuestras manos podría causar tales atrocidades…no sin previa intención por nuestra parte.-
-¡Basta!-grito firmemente Evyrin. No podía consentir que se dijeran tales atrocidades de su obra maestra. No podía aceptar, no podía siquiera creer las palabras de su compañero. Exageraciones. Envidia. Vanerith nunca pudo realizar una obra como la suya. No podía ni dar instinto a sus creaciones, sólo podía crear autómatas, fríos y sin alma. Él, en cambio, pintaba con la pintura que venía del bosque cuya semilla fue plantada por el Consejo Mayor en persona, creaba el sonido con el instrumento más noble jamás confeccionado por los Arlequines del Mundo Exterior, e infundía luz y vida con la luz filtrada por el cristal creado a partir del corazón de un titán muerto. Hasta el Dios sin Labios admiraba sus obras.
Tras un largo silencio, en el que Evyrin calmó sus nervios, este susurró-Llévame ante ellos-
Cuando un Demiurgo emprendía el camino que le llevaba a conocer sus mundos, las ventanas que daban a estos se cerraban, permitiendo que el artista tuviera cierta privacidad. Pero esta privacidad era limitada, pues alrededor de la puerta del mundo en cuestión, y una vez la había atravesado su creador, se congregaban cinco Arlequines del Mundo Exterior. Estos seres de enigmática belleza podían sentir en la distancia las emociones del Demiurgo en cuestión, y al son de estas emociones, emprendían una cautivadora danza alrededor de la puerta, danza que transmitía en cierto modo lo que el Demiurgo sentía. Los demás Demiurgos se reunían alrededor y observaban.
Con su túnica de gala, y un plumaje pintado especialmente para la ocasión, Evyrin atravesó el ovalado pórtico.
Aunque en el Jardín de los Demiurgos sólo pasaron unas horas, no era posible precisar cuánto tiempo pasó Evyrin en su mundo, pues el tiempo se percibe de forma distinta según en el pliegue en el que uno se encuentre.
Evyrin regresó al Jardín con la túnica desgarrada, cubierto de sangre, y con muchas menos plumas que cuando se marchó. Lo primero que vio ante él fue los cadáveres de tres de los cinco arlequines. Al parecer, estos se habían atravesado a sí mismos con largas espadas en el clímax de su danza. Los dos restantes se encontraban inconscientes. Uno de ellos se intentó arrancar los ojos a través de su máscara. El otro se había cortado el cuello, pero las Arañas del Mensaje comenzaron a curárselo en cuanto cesaron los bailes. No pudieron hacer nada por los otros tres, que murieron en mitad de la danza.
Nadie dijo nada. Todos sabían lo que debían hacer. Lentamente, todos los Demiurgos se retiraron, volviendo a sus talleres, aunque ninguno trabajaría ese día. Las Arañas retiraron los cadáveres. Sólo quedaron ante el pórtico los cinco miembros del Consejo Mayor y Evyrin.
Un largo silencio.
-Son…-comenzó Evyrin con voz quebrada.-Son…horribles. Es terrible. Las cosas que se hacen entre ellos…no sólo por supervivencia…son todo el mal necesario que tenemos que crear y todo el mal innecesario que nunca hemos creado…-el consejo continuaba impasible, con sus brillantes ojos clavados en el consternado Demiurgo.-Hay…algunas cosas…algunos de ellos son buenos…pero la mayoría están…son terribles…son egoístas…¿para qué les di raciocinio si la mayoría sólo lo usan para hacer más miserable lo que tienen alrededor?-Evyrin retrocedió unos pasos y se apoyó en el pórtico, mirando hacia el lugar que creó.-He pasado centurias entre ellos…había algunos que cumplían el propósito que les di…algunos estaban fuera de toda esa locura…usaban la cabeza como debían usarla…pero eran olvidados o asesinados. No avanzan. Sólo el temor absoluto a la muerte es lo que les salva. Cuando se ven acorralados, cuando no les queda más remedio, entonces cambian. Pero se las arreglan para hacer que un buen cambio acabe azotando a sus propios hermanos…-
Evyrin se llevó la mano ensangrentada a su destrozada túnica, y sacó una pequeña bolsita.-Al final, es más fácil encontrar en ellos la bondad en las pequeñas cosas. En esta bolsa, tengo las pinceladas y las semillas de esas pequeñas cosas. Y de aquellos que no se desviaron hacia la locura…Son muy pocas.-entonces se volvió hacia el consejo y suplicó.-Sé que puedo hacerlo. Puedo hacer que sean la obra con la que tanto soñé. Pero he de empezar de nuevo. Si lo hago en el mismo mundo ellos destruirán este bien. Y no puedo crear otro ahora que se lo que hay en este. No tengo fuerzas. No, he de borrar este error. He de…matarlos…a todos.-era una petición sin precedentes. La aniquilación de todo un mundo artístico era considerado una atrocidad hasta por el Demiurgo más amoral, por muy atroz que fuera el mundo en cuestión, y aún en este excepcional caso, seguiría considerándose una abominación. Y por ello, no fue sorprendente que el consejo compusiera con su música un largo y profundo “No”, que se llevó el viento poco a poco.
Sin embargo la moral de los Demiurgos, con su máxima representación en el Consejo Mayor, nada significaba para el creador de creadores. El viento se heló, la luz palideció, los consejeros se estremecieron y todo quedó cubierto por una finísima capa de hielo. De la pálida luz que se reflejaba en los cristales de hielo, una sombra luminosa ganó un contorno grandioso, pero apenas visible, que todo lo rodeaba, imposible de enfocar, apenas perceptible, pero que indudablemente estaba ahí. Y así fue como el Dios sin Labios se manifestó ante Evyrin y el Consejo.
Todos oyeron la voz silenciosa del Dios sin Labios en sus corazones. No con palabras, sino con sentimientos, todos entendieron lo que debían hacer. El mundo sería aniquilado, tal y como deseaba Evyrin. Pero no volvería a crear otro similar. Las semillas y pinceladas se almacenarían en la Gran Galería. Y nadie volvería a crear mundos racionales hasta que el Dios sin Labios lo permitiese de nuevo.
Después, la sombra desapareció.
…
Evyrin oiría para siempre en sus sueños los gritos de los millones de humanos a los que mató. Desde aquel día, nunca pudo realizar un mundo, una criatura, o siquiera un simple paisaje que no tuviera un reflejo de la profunda tristeza que tanto le quemaba.
Hasta que un día, Vanerith entró en su taller. Ese día, un color rojizo inundaba las brillantes placas. Cerró la puerta apresuradamente, y, sin decir palabra, se acercó y dejó sobre la mesa una sola semilla. Cuando los ojos de Evyrin la vieron, se abrieron tanto que las plumas de alrededor se tensaron de tal forma que parecían suplicar que los cerrase.-¿Cómo…?-comenzó a preguntar, pero Vanerith lo interrumpió.-No preguntes. –entonces simplemente comenzó a andar hacia la puerta.
-Gracias.-masculló Evyrin entre lágrimas. Vanerith suspiró y dijo-Ten cuidado, Evyrin. Todas las creaciones de un Demiurgo llevan algo de él grabado a fuego en sus almas. Su evolución viene fijada por lo que les hemos dado. Por lo que somos. Creo que antes de hacer nada, deberías preguntarte un par de cosas.-y entonces, salió del taller tan rápidamente como había entrado, dejando a un pensativo Evyrin tras de sí.
Por Jules Winnfield
La anciana se mecía lentamente en la mecededora mientras contemplaba al apuesto y músculoso joven que estaba frente a ella. Al joven que había pagado para que la hiciesen lo que nadie la hacía ya desde hacía mucho tiempo: escucharla. Había tardado cerca de un cuarto de hora en explicarle que no era sexo lo que quería de él, quería hablar.
El joven la miró extrañado pero un cliente era un cliente y siempre tenían la razon. Sentandose en la silla que estaba frente a ella, junto a la terraza abrió la boca pero la anciana levanto su fragil y casi transparente mano para hacerlo callar. Fue entonces cuando comenzó a hablar.
—A nadie le gusta hablar de la vejez. Oh si, oirás y verás en la tele muchos viejos activos siendo soeces, diciendo barbaridades y comportandose como adolescentes... incluso leeras sobre la muerte tranquila en la cama y de la sabiduria de los ancianos pero de la vejez real nadie habla. Hazme caso, he leido mucho, he vivido mucho, viajado y he visto muchas peliculas. No les gusta la idea de la demencia senil, de los babeos, la incontinencia o del olor a viejo. Si, lo se, los viejos olemos. Aunque nos pongamos perfume. Tengo la teoría de que es la putrefacción ¿sabes? No se, creo que las celulas o eso de lo que habla el canoso catalán en la tele no se regeneran, se pudren y por eso olemos así. Pero veo que no te molesta el olor o lo disimulas bien... Bueno, peores cosas habras hecho.
La anciana interrumpió su conversación para tomar un poco de agua y continuo hablando.— Si no ¿porqué nos encierran en estos sitios? En el fondo de su ser desean que muramos para no recordarles más que ellos acabaran igual. No me mires así, es la verdad, solo que su conciencia nunca les permitirá pensar siquiera en eso. Pero su corazón lo desea.
—No será para tanto...—contestó el moreno joven que la miraba algo incómodo.
—He vivido muchas cosas ¿sabes?—repitió— Ochenta y cuatro años dan para mucho: el hambre, la guerra, sufrir por amor (y quien no), la ocultación de mis sentimientos, la gente llamandome enferma por amar a una mujer, el matrimonio, el exilio de mis hermanos, la maternidad (si, me casé con un hombre que me amaba y que, afortunadamente, nunca supo nada de mis preferencias), la viudez... he sufrido mucho, como todos, como tu seguramente. Pero tambien he vivido buenos momentos— la mujer miró la sillas tras la ventana con anhelo.— Momentos que nadie quiere escuchar y que cada vez que comienzo a hablar me miran como si "la yaya estuviese tonta y contase batallitas"... bueno, si les hablase de mis preferencias si que me escucharian. Para escandalizarse, pero lo harían...—
—No veo nada malo, vivimos en el siglo XXI y la gente es liberal—trató de animarla el joven pasandola el brazó por encima del hombro, gesto que la anciana impidió con un movimiento del bastón.
—No busco consuelo joven, sino oídos que me escuchen. Me hace mucha gracia eso que dices... Eso solo es verdad para los jóvenes. Como que me llamo Valentina que, si el sexo es un tabú para la tercera edad, la homosexualidad ni te cuento. Te contaré una historia...
Hace cinco años llegó a este hotel con "todo incluido" que apesta a desinfectante una nueva "inquilina". Era preciosa...bueno vale, tu no te fijarías en ella pero tenía los ojos de un bonito color aguamarina...y sus uñas, aunque algo machacadas por la edad eran perfectas. Sus hijos habían decidido dejarla para hacerla lo mismo que a mí. venir una vez o dos a la semana y al cabo de unos años olvidarse de ella.... Se llamaba Laura Maria, pero la llamaban todos Laura...
—Laura Maria....parece de telenovela mejicana
—Hijo, era la época. Yo soy Maria Valentina Fernandez de Ordoñez. "Eso" si que es telenovelesco". Pues bien...Laura y yo nos hicimos amigas, muy amigas. Lógico si te paras a pensar en la clase de gente que hay aquí. Al final siempre acabas haciendote más amigo de alguien que es tu pareja a la "birisca" o al dominó. La encantaba la "birisca." Pasabamos muchas tardes en esas sillas, charlando, tejiendo, riendonos... me encantaba, pero obviamente eso no es algo que se diga a una mujer de mas de 80 años. Entonces un día estabamos mirando una revista de cine y ahi estaba: Greta Garbo, la Divina
—¿Quien?
— Una gran acrtiz lesbiana, bueno bisexual que también iba con hombres, aunque le gustaban mas las mujeres. Deberías ver alguna pelicula suya, te recomiendo Ninotska
— Aha... entonces ella se confesó
— ¡Que va!— se río la anciana entre toses— se me escapó a mí. Dije algo así como que esa mujer era muy afortunada de poder haber estado con mujeres sin avergonzarse ¡y de haber tenido a la Dietrich entre sus brazos! y bueno...justo cuando yo me puse como un tomate y casí me orinaba encima, ella respondió... bueno— la anciana volvió a ponerse roja— que quien quería a la Dietrich con alguien con unos tobillos y un pelo como el mio.
El joven prostituto esbozó una sonrisa, parecía que la historía le gustaba. Pero al fín y al cabo era su trabajo...fingir que otros le gustaban
—Mantuvimos una relación durante mucho tiempo...
—Pero vosotras teniaís...esto...
—Hijo, que tu si eres un chico del siglo XXI... dilo bien alto. Sexo. Pero no...mira...no es por falta de ganas ¿sabes? pero a estas edades no podemos bañarnos sin ayuda, imaginate de lo otro...Pero si hubo besos...y caricias...y amor... Claro que eso terminó el día que los celadores y enfermeras se enteraron y avisaron a la familia, claro. No me pusieron precisamente como la buena de la pelicula. Me insultaron y me llamaron arpía y bastantes cosas mas. Amenazaron con llamar a mi familia, cosa que me daba igual... solo que no hizo falta. Ellos lo prepararon todo para trasladar a Laura a otro geriatrico. No sobrevivió ni dos meses. Yo solo quería hacer punto a su lado y acariciar su muñeca—
La anciana se enjugó los ojos con un pañuelo de tela con una M y una L bordadas y el chico pasó su brazo por encima de su hombro. Esta vez la anciana no hizo nada por impedirlo y tardó unos minutos en recobrarse. Pero lo hizo. Cuando alzó de nuevo la mirada no había lágrimas en sus ojos.
—Bueno, ahora dime cuanto te debo y espero que el rato que he tardado en explicarte lo que quería no me lo cobres—dijo con una sonrisa triste— Pero me gustaría que vinieses cada semana...
El joven se levantó y negó con la cabeza. El aire del lugar le mareaba y le resultaba realmente desagradable y además el ambiente era sobrecogedor. Se sentía la muerte en el aire. Despacio se acercó a ella y se agachó a su lado:
—Valentina, hace usted honor a su nombre. No necesita pagarme...y por supuesto que vendré cada semana.
—Hijo, pero no me conoces y esto es un tra...
—No, escuche... Hoy me he dado cuenta de una cosa: de que jamás podré conversar con mi abuela como lo he hecho con usted. Ya no tengo esa oportunidad y escuchandola...bueno, me doy cuenta de que ya no está. Además, su vida parece interesante— añadió con una bonita sonrisa— Vamos, la llevaré a su cuarto.
Emocionada, la anciana se dejó ayudar por el joven, agarrando firmemente el bastón y el brazo del chico que la acompañaba a su habitación. Mientras se alejaban, el chico de dudosa reputación miró de reojo las sillas, ahora vacias que tanto amor habían mantenido sobre sus patas. Cuando ya se acercaban a la haitación escuchó los murmullos de la gente entre los cuales destacaba algún "invertida" o "viciosa"... y no todos de la gente mayor. También las enfermeras jovenes. Todos deseosos de contar su versión pecaminosa de la historia al chico. Entonces una voz se alzó sobre las demás.
—Valentina, que nieto tan guapo tienes... ¿Nos dejas charlar con él?
—No es mi nieto—respondió con bravura la anciana— es un chico de estos que tienen sexo por dinero. A partir de ahora lo vereís a menudo
—"Valen", cielo. Lo dices como si fuese algo sucio— respondió el muchacho con la picardía que da las calles mientras besaba la arrugada y salada mejilla— Recuerda que a ti, no te voy a cobrar.
—Vamos a mi habitación, que voy a enseñarte mi Garbo— añadió la anciana siguiendole la corriente para luego susurrar en voz baja— vamos, que si tienes tiempo y ganas, nos vemos juntos Ninotska.
Por Melpómene
Repiqueteo rítmico, deslizantes gotas de otoño. Un té caliente y lectura amena: las mejores compañías. Sumergirte en otra realidad, placer.
Por Orson Scott Card
Microrrelato 1
Atravesaré los caminos que surcan las hojas hechos de ríos de tinta y olas de letras. Déjame recorrer sus campos de papel y perderme allí.
Microrrelato 2:
Grulla, tigre, serpiente, jaguar, oso: mi alma se divide en sus partes. Soy todos ellos y ellos son mí ser fragmentado, dividido. Mi todo.
Por Lorelei Parker
micro-relato 1:
Golpear de la lluvia en los cristales
viejos libros en las rodillas
café caliente
amor
lectura
vida
micro-relato 2:
La vida es baile, la vida son sueños, la vida es una historia escrita en el papel del tiempo.
micro-relato 3:
Si existe algo mejor que leer en una tarde fría con la lluvía golpeando los cristales y una taza calentando las manos... ¡mostradmelo!
Por Melpómene
Relato 1
La novela era absorbente,genial.Tomo tras tomo devoraba sus páginas.Pero las horas y el cansancio me vencían.Caía la noche y el bendito café me ayudó a terminarla.
Relato 2
Verano.Vacaciones.Maldita lluvia que nos encierra entre estas cuatro paredes.Menos mal que vine preparado.Les dejo.Mi café humea y tengo mi lectura esperando.
Por Gustavo Adolfo Bécquer
Fuente Imagen 1: http://rona-keller.deviantart.com/art/rainy-days-1...
Fuente Imagen 2: http://www.shaolinkungfu.org/images/5AnimalLogoTrans.gif
-¡GLYNEKAK ISMAKUT! ¡MALEKERITAK!-rugió la repugnante criatura. Sabía, sin duda, que se encontraba ante su apocalipsis personal. Y sin embargo, no había miedo en su deforme rostro. Casi parecía sonreír con esos labios hediondos suyos.
El monstruo y los suyos, llegaron hace años a nuestras tierras. Mi pueblo, pacífico, dedicado a la filosofía y a la vida contemplativa, chocó, por primera vez, con unos seres que sólo entendían de fuego y destrucción. Allí por donde sus sombras acariciaban la tierra, no volvía a crecer nada verde y vivo.
Yo, como máximo representante de mi pueblo, como líder que era de los míos, era también máximo representante de nuestros principios. Y cuando estos principios son tan pacíficos como lo eran los míos, se comete el error de pecar de ingenuo. Varios mensajeros envié al señor de las criaturas. Todos fueron destripados y exhibidos en las entradas de las cuevas donde se refugiaban.
Me llamo Malekeritak. De todo mi pueblo, soy el último en pie. No conozco, oficialmente, el nombre del ser que se alza ante mí. Nunca han intentado comunicarse con nosotros, más allá de gruñidos, y amenazas, siempre en su tosco idioma. Pero sé que entre los suyos se le conocía como Khajinakt. Los míos lo llamaban el señor de la ceniza.
No éramos un pueblo guerrero. Ellos tampoco. Eran un pueblo destructor, una plaga de langostas que consumía la tierra que les rodeaba, hasta que sólo quedaban mugre y suelo muerto. La guerra entre nuestros dos pueblos ha acabado con la aniquilación de ambos. Pero se, que cuando acabe con la abominación que ahora grita mi nombre, estaré creando un mundo mejor. Un mundo sin monstruos.
Recuerdo el día que llegasteis a mi tierra, Khajinakt. Tú, liderando a los tuyos, dirigiendo la marcha, allá a lo lejos, entre la niebla y la lluvia, desde el norte. Os miramos con incredulidad. Con curiosidad. Debimos haberos matado en ese momento. Antes de que tomaseis las cuevas. Antes de que escarbaseis hasta nuestras ciudades, mataseis a nuestros hijos, antes de que despedazarais a nuestros hermanos para devorarlos.
En mi lengua tenemos una palabra para definirte, Khajinakt. Shaga. Significa “gusano”. Quizás lo sabrías si entendieses la lengua común. Pero no la entiendes, porque eso es lo que eres. Un gusano. Y uno se pregunta como tú y los tuyos, gusanos como sois, podéis causar tanta destrucción en el mundo que os dio a luz.
Adios, Khajinakt. Mientras tú gritas, yo extiendo mis alas. Abro mis mandíbulas. Preparo mis garras. Llevo días esperándote, aquí, bajo tierra, donde soy fuerte, donde oigo los latidos y el llanto del mundo que tanto pareces ansiar destruir. Y cuando estés muerto, cuando tú, el último de tu asquerosa raza comience a pudrirse, a desvanecerse en el olvido, entonces el mundo conocerá la paz.
Por Jules Windfield
Fuente Imagen: http://ionanderart.com/wp-content/uploads/2013/01/Dragonlords-Awakening1.jpg
Las doce del mediodía. Aunque dentro de la habitación, totalmente cerrada, pareciera medianoche. Un último vistazo para repasar las notas que desde hacía un buen rato había ido tomando. Luego vendrían los de las fotos y finalmente los forenses para levantar el cadáver. Tampoco había tanto que repasar, cadáver con la cabeza destrozada, en medio de un gran charco de sangre, salpicado de billetes de cien dólares, y vestido con un traje espacial cuya escafandra tenía en el cristal dibujada una enorme calavera ... bzz bzz bzz ... el móvil de nuevo ... ¿Sí? Inspector Mulligan al habla ... ... vale de acuerdo, salgo en cinco minutos para allá. Clic. Otro cadáver, el tercero de la mañana, pero ¿se han vuelto todos locos o que?. Maldito carnaval.
Por Bécquer
Normalmente, cuando vemos un lugar, no nos preguntamos nada sobre él. Normalmente, no nos importa. O ni pensamos en ello. Continuamos caminando hacia nuestro destino, apresurados. Llegamos tarde. Tenemos que ir a trabajar. A recoger a alguien. Hemos quedado. Tenemos prisa.
Pero hoy no. Hoy me detengo en este edificio en ruinas. Hoy no tengo prisa. Ya he hecho todo lo que tenía que hacer por hoy. De hecho, sólo tengo que esperar. Hoy es el tiempo quien llega tarde, quien tiene que recogerme, quien ha quedado conmigo, quien tiene prisa. Pero yo no.
Y me pregunto ¿quién trabajaba aquí? ¿Cuántos viajeros pasaron por aquí? ¿Cuántos chicos que iban a ver a su novia, que vivía en otra ciudad? ¿Cuántas personas pasaron por estas vías para visitar a su familia? Cuando ellos podían hacer estas cosas, aún quedaba libertad.
Entro en el edificio. Polvo. Piedras. Ratas. Paz.
Mientras camino en silencio, casi puedo ver las colas de los viajeros, el ajetreo de quienes corrían intentando llegar antes de que su tren saliese sin ellos. Hoy en día nunca ocurriría eso, claro. No está permitido viajar.
Me siento en lo que queda de un frío banquillo. Aquí, en la soledad, me doy cuenta, de nuevo, de que no echo de menos las enormes ciudades-torre, con sus luces, sus ruidos. Ni a la neurodina.
La neurodina fue el principio del fin de la libertad. Las drogas del siglo pasado son caramelos comparadas con la neurodina. Fue el método de control definitivo, la introdujeron en todos los productos de consumo. El dinero fue substituido por neurodina, y los trabajadores, por esclavos.
Hasta hoy, por supuesto.
Los esclavizadores vivían como dioses en lo alto de la ciudad-torre. Algunos de los ricos y poderosos se marcharon, pues no estaban de acuerdo con el uso que se le dio a la neurodina por parte de los gobernantes. No se adonde fueron. Al norte, me parece. Quizás volaron hacia las estrellas, lejos de este pobre planeta y de los locos que lo destruyen.
Yo, escapé hace mucho de la ciudad-torre. No tengo teléfono. Ni conexión neural. Ni wifi. Ni conexión sub-sónica. No tengo cristales de información, ni tablas de datos, ni núcleos de aumento de realidad. Sólo tengo un baúl a unos kilómetros con algunos libros y una vieja tabla de entretenimiento.
Pero tengo una cosa más. Un regalo. Meto mi mano dentro de mi americana y saco un pequeño dispositivo, de apenas el tamaño de un teléfono antiguo. Aquí sentado en la estación, miro de nuevo a mi alrededor y recuerdo lo que no puedo recordar. Lo que no viví. Pulso sin dudar y sin mirar el gran botón rojo del centro del detonador.
No oigo nada, claro. La estación sigue tan en silencio como siempre. Pero sé que en la ciudad-torre han muerto miles de personas. No habrá comunicado del gobierno-todos habrán muerto-ni nueva producción de neurodina-sus fábricas ahora son un amasijo de metal ardiente-.
Yo por mi parte, no volveré allí. Creo que recogeré mi baúl y seguiré caminando hacia el norte. Seguiré las vías. Seguiré el destino de aquellos hombres y mujeres a los que no puedo recordar, pero a los que recuerdo. Ojalá allí, en la ciudad-torre, los recordéis también. Ojalá os deis cuanta de que las cadenas a las que venerabais son eso, cadenas, y ojalá, con el tiempo, apreciéis el regalo que os he dado.
Lo cierto es que dudo que lo hagáis. Al menos al principio. Pero luego, entraréis en razón. O no. Lo cierto es, que ya no me importa.
Me desperezo y salgo del edificio. Cuando llegue el anochecer estaré muy lejos. Antes de ir hasta mi campamento, a recoger mis cosas, miro un momento hacia el este. Allí está la ciudad-torre. No se ve desde aquí. Pero la recuerdo. Es hora de irse. Nunca volveremos a vernos. Todo tiene un final.
Susurro un adiós y comienzo a caminar.
Por Jules Windfield
No es una cuestión de color
Los rieles estaban a la espera de una visita. El cielo, gris plomizo, anunciaba una tormenta. La mujer de abrigo de piel de zorro se acercaba al andén. Podríamos decir que era la primera persona que lo hacía después de tantos años. Las ruinas de lo que en otros tiempos fue una casona antigua, lugar de parada de los forasteros que hacían conexión entre estaciones, estaban paradas en quietud, aunque a veces un pedazo de yeso rompiese el silencio de lo antiguo.
A la una y cuarto llegó una mujer, a esa hora en punto. Era la del abrigo de piel, una señora de ojos oscuros y nariz pequeña. El cabello, cano, le caía en cascadas por los hombros angulosos. Tenía sus manos apretando un bolso pequeño. Sus dedos estaban sin esmalte, excepto por los pulgares, ambos pintados de negro.
Apróximose a los carriles por donde pasase el tren dando pequeños pasos.
Abrió el bolso, sacó un papel y lo colocó sobre el suelo. Después de eso despareció, se desvaneció como el polvo en el viento, átomo por átomo, como si fuese un mal sueño.
Si alguien un día recogiera esa hoja y leyera, y comprendiera, el destino de esa mujer daría un vuelco.
"Dile a Zacarías que tenía razón. No debimos haberlo hecho, tirar a Josua a las vías. No era lo correcto. No es cuestión de color, ahora lo comprendí. Estoy destinada a recorrer este camino hasta que la familia de Josua me perdone. Dile, dile que tenía razón... El color o la raza no importa. Lo supe tarde, perdón."
El año era 1878 y Dorothy, y su esposo Edmond, habían preparado el castigo perfecto para ese negro endemoniado. ¿Quién se creía que era, qué derechos ni que nada? Era lógico que tenían que castigarlo, por insolente. Así que, como excepción a la regla, a Dorothy le dejaron ponerse la capucha blanca. Ella, su marido y unos cinco más arrinconaron a Zacarías y le dieron una opción. O tirarse al tren o ver a su mujer siendo tirada. No era tan díficil. El negro de mierda elegió su final, y todos rieron, menos su esposa.
Ella, Thambia, juntó una noche a varias mujeres del pueblo e hicieron un ritual. Algo aprendido por sus ancestros en África.
Y ahora, cada tantos años, primero aparece la anciana y luego todos los demás. Obligados una y otra vez a arrojarse al tren, uno que nadie ve en el plano físico pero que existe. Y siempre dejan las notas.
Quizás algún día sean perdonados.
Después de todo...
No es una cuestión de color.
Por Lotelei Parker