Partida Rol por web

Un tajo certero abrió una profunda brecha en su costado. Fue doloroso, no podía mentir, sin embargo, ya con la ropera en mano, asestó una rápida respuesta a su agresor y esperaba que fuera suficiente para acallarle para siempre.

- ¡A dormir, facineroso! - Le gritó sonriente.

El Negro podía ser muy bueno regalando mojadas por la espalda, pero frente a frente ya era otro cantar. Así que cuando cató mi acero y vio que la cosa iba en serio, y que en este envite se jugaba la vida y al igual la perdía, dio un paso atrás y me pidió cuartel. Solo había una cosa que podía hacer que le perdonara la vida: que me dijera el nombre del que le había pagado por matarme. Y claro está, me lo dijo.

Aporreé la puerta hasta que pareció que el edificio mismo iba a derrumbarse. Finalmente se abrió, apenas una rendija, y dando una patada la abrí entera. La que estaba detrás cayó espatarrada, y la pistola que portaba se fue bien lejos. Yo entré, cerré la puerta tras de mí y la miré a mis pies.

-Hola, cuñadita... Le dije a Margarita. Me parece que tendríamos que hablar...

...

- ¡Y bien! - Le dije con mirada inquisidora. - ¿Qué demontres está sucediendo aquí? 

Era una pregunta sencilla, que esperaba una respuesta rápida, concisa y satisfactoria. Suficientes motivos tenía ya para librar a este mundo de una ramera como era Margarita, así que esperaba que no le diera alguno más.

En estas estaba, pidiendo explicaciones y esperando que me las dieran, que no es que yo sea muy aprensivo, pero me gusta que me diga la familia por qué paga asesinos a sueldo para que me mate, cuando una mano agarró la pistola caída y un cuerpo salió de las sombras... Y yo me quedé de pasta de boniato, porque el hideputa que me apuntaba con la turquía... No era otro que mi hermano Álvaro.

-Verás, hermano. Me confesó cínicamente Álvaro. No sé si te has enterado que el pobre conde de Peñaranda, señor de mi prójima y de un servidor, tiene el seso más sorbido que el Quijote ése del que escribió Cervantes. Y como siempre he tenido de labia lo que tú de mala cabeza, no me costó mucho camelármelo para que me prohijara, haciéndome heredero de todos sus bienes. ¡Magra fortuna, que, como ves, esta mansión suya en la que servimos se cae a pedazos, y de lo único que tiene mucho es de desconchados y miseria. Pero era el conde pariente del marqués de Villascusa, un fulano amigo de ganar pleitos, y como quien cría fama puede echarse a dormir, se me ocurrió un plan: convencí al viejo chocho que pleiteara por un caso perdido, una nimiez que ni ante un juez borracho podría ganar, algo que no haría sino reírse al marqués... y luego, entre mi mujercita y yo empezamos a murmurar entre los criados. No se si sabes que el marqués tenía la costumbre de despachar por la posta a quien le estorbaba, o amedrentarlo maltratando a la servidumbre. La guinda del pastel la puse cuando me llevé de la casa a Hugo, uno de los criados, con una excusa que no recuerdo, y lo asesiné. ¡Sí, hermano! ¿Creías que eras el único capaz de matar por dinero? ¡La diferencia está en que yo mato por mucho más que tú! Maté al pobre Hugo, que era de complexión parecida a la mía, y le machaqué la cara hasta convertirla en papilla, para que no lo reconocieran. Le puse encima algunas de mis ropas y me marché. Margarita hizo el resto. ¡Yo estaba muerto! Y tú me vengarías. Una vez muerto el marqués, el conde heredaría una buena cantidad de posesiones, por ser pariente suyo legítimo, y luego... bueno, es viejo. No tardará mucho en morir. Y todo irá a parar, entonces, a su hijo adoptivo... es decir, a mí.

- ¡Vaya, no esperaba verte por aquí! - Ironizó. - Nunca creí que tuvieras lo que hay que tener, hermano. Siempre pensé que eras un sieso y un poco hombre, pero veo que te has convertido en todo un matarife. 

Había descubierto su plan o más bien se lo habían cantado todo. Eso le convertía en un peligro y un impedimento para llevarlo a buen puerto. ¿Querría decir que iban a darle muerte? Todo indicaba que sí. 

- Tu plan no se sostiene. - Le dijo. - Hubiera hecho lo mismo de estar en tu lugar, pero de haber tenido tiempo hubiera pensado en algo mejor que las chaladuras que acabas de nombrarme. - Sonrió a su hermano. - Nunca dejaran que un tipejo como tú herede nada. Saldrán legítimos herederos de debajo de las piedras en cuanto tú señor la diñe. - Soltó una carcajada. - ¡Tu viuda y tú sois unos perdedores! - Se mofó de ellos con saña. 

-¡Tú solamente tenías que vengar mi muerte, pero ni para eso sirves! ¡Hubo que contratar a gente pagada para que hiciera el trabajo, y lo cierto es que se dieron más maña que tú!

-Y me temo, hermanito, que ya que mi sangre no se derramó, es justo que se derrame la tuya... Sabes demasiado, y por ello has de morir...

No puedo decir que no me esperara tal salida de mi querido hermanito, y mientras él daba explicaciones yo le estaba escuchando con un oído mientras pensaba cómo librarme de ésta...

Rodrigo desenfundó su pistola con presteza. 

- Que decida la pólvora... - Dijo apuntando entonces a su hermano. - Nos veremos en el infierno...

Ya se que es de mala educación interrumpir a alguien, pero como iban a hablar las turquías, apreté el gatillo de la mía para que soltase lo suyo primero. A tal distancia, no podía fallar, y si el necio de mi hermano estaba tan pagado de sí mismo que no se fijaba en mis manos en la semioscuridad de la habitación, no sabe voacé la penita que me daba... Así que sonó un estampido que nos ensordeció a todos, y cuando acabó, mi hermano yacía en el suelo, desmadejado como un muñeco roto, con la vida saliéndosele del boquete que mi plomo le había hecho. Me acerqué a él en dos zancadas, y aún trató de agarrar la pistola, el muy hideputa (que lo era, para qué engañarnos, que mi madre tenía el oficio que tenía, y a mucha honra), así que se la arrebaté con la mano izquierda mientras lo remataba clavándole la toledana con la derecha. Que al fin y al cabo era mi hermano, y ya sufriría bastante en el Infierno...

Limpié maquinalmente la hoja de mi toledana mientras miraba el cadáver de mi hermano Álvaro, que yacía a mis pies. Sentía un regusto amargo en la boca, y escupí asqueado, como si eso me fuera a limpiar el alma de mi mala conciencia. Y barrunté para mí, mientras daba la espalda a mi cuñadita, que lloraba desconsolada y que ahora sí que era realmente viuda, que no había andado yo desencaminado. Que desde el principio me había olido la naturaleza del negocio. No había sido cosa de Justicia, ni de Honor. Solamente de codicia y de muerte. De oro y de acero.

FIN

¡Felicidades!