El orco bufaba de ira mientras sostenía al alcalde Derryk delante de si, con los brazos rotos, colgando como si fuese una marioneta a la que le habían cortado sus hilos.
Korshk grito de rabia mientras arrojaba al suelo al alcalde. Con los ojos inyectados en sangre miró a
sus compañeros mintras balbuceaba algo ininteligible en su negra lengua. Los cinco orcos empezaron a moverse por el pueblo, gritandose entre ellos mientras deambulaban por las embarradas calles buscando a sus compañeros desaparecidos. Korshk permanecía en la plaza mientras se movía inquieto y acariciaba el pomo de su espada.
Dentro de la casa del alcalde, Tabik tan solo podía suponer lo que estaba pasando afuera. A los gritos de los orcos se les unía los sollozos del alcalde. Derryk permanecia en el suelo, con sus dos brazos rotos y con su joven ayudante tratando de calmarlo. A duras penas se mantenía consciente. A su lado, de pie, permanecia el sheriff Azhan, observando disimuladamente al caudillo orco que permanecia en el centro de la plaza, esperando a sus secuaces.
Pequeño seguia detrás de las ruinas en las que se había convertido una de las casas. Apenas unas cuantas piedras mezcladas con la madera podrida que habían sido sus paredes y vigas. A su lado estaban Adam y Urd, preparados para lo peor.
La respiración del dornita, era rápida y entrecortar. Sus manos aferraban su ensangrentada espada. Apenas habia podido mantener la calma cuando escucho como los huesos del alcalde se habían quebrado e incluso ahora su corazón le pedia salir a la plaza y arrancarle las entrañas a esa bestia inmunda de Korshk. Sin embargo su cabeza le recordó lo suicida de su ataque. Urd habia prácticamente agotado sus energias magicas y Tabik apenas habia sobrevivido a la última batalla. Contaba tan solo con la ayuda de Adam y de la ballesta del mago. En frente tenía a seis orcos fuertemente armados.
Una pareja de orcos pasó a su lado sin inmutarse, mientras Adam agarraba con fuerza la jabalina. Los orcos Olisqueaban el aire y miraban hacia todos los lados en busca de cualquier rastro de sus compañeros desaparecidos. Sujetó la jabalina y se la acomodo a un lado. Si iba a vender su pellejo lo haria a un alto precio.
Urd pudo ver desde detrás de las piedras como uno de los orcos se acercaba a Korshk y le señalaba... ¡La casa del sheriff! En unos minutos todos los orcos se concentraron delante de la puerta de la casa de Azhan...
Los tres rebeldes intercambiaron miradas de preocupación entre ellos mientras los orcos hablaban entre ellos. Korshk se agachó y recogió un puñado de tierra y lo acercó a su nariz. Lo olisqueó profundamente y emitió un par de asquerosos sonidos guturales mientras se incorporaba.
Durante unos instantes un incómodo silencio reinó en el pueblo de Koln, que finalmente quedó rasgado por el llanto de dolor del alcalde Derryk. "Nooooooooo" paracía querer decir.
Korshk escuchó el gemido lastimero y volvió la mirada hacia la plaza. Observó fijamente al sheriff. A los ojos, obligándole a bajar la mirada de nuevo. Desvió su mirada y durante unos instantes la posó exactamente en las ruinas tras las que se escondían Urd, Adam y Pequeño.
Sonrió cruelmente enseñando sus dientes mientras pasaba su dedo índice por el cuello.
Y justo cuando Pequeño se preparaba para salir y cargar contra los orcos y Adam preparaba la jabalina, el caudillo orco se dio la vuelta. Korshk levantó uno de sus brazos e indicó a sus compañeros que caminasen. Lentamente abandonaron el pueblo, dejando atrás los lastimeros gritos del alcalde.
A duras penas Adam consiguio frenar su intento de salida para lanzar la jabalina y acabar con alguno de esos despreciables seres antes de morir pero lo consiguio y espero a ver que era lo que hacian los orcos.No creia que les hubiesen podido engañar mas bien pensaba que el caudillo orco sospechaba de una emboscada y esperaba una situacion mas favorable o la sorpresa ya que sabia el seria el primer objetivo.Sin embargo aunque eso no era del todo bueno les permitiria descansar y tal vez ser ellos los que sorprendieran a los orcos.
Pasaron siete largos días hasta que los cuatro rebeldes se recuperaron. Alojados en casa del alcalde, Urd utilizó sus artes mágicas para que Tabik y el alcalde Derryk se recuperasen de sus graves heridas.
Apenas un conjuro el primer día para que Tabik recuperase las fuerzas suficientes como para que su cuerpo se curase asi mismo, y otro conjuro al día siguiente para aliviar los dolores del alcalde. Más energía mágica podía ser suficiente para que algún astirax los localizase y el pueblo se llenase de orcos nuevamente.
Durante el resto de la semana,los cuatro fugitivos permanecieron practicamente encerrados dentro la casa. Urd seguía atendiendo a los heridos, mientras rellenaba su códice en los tiempos libres. Mientras tanto, Pequeño y Adam salían con los primeros rayos de sol a cerciorarse de que los orcos realmente se habían ido de Koln. A la siguiente mañana después de irse, el dornita y el sarcosano habían seguido las huellas de los orcos, que se alejaban pesadamente del pequeño poblado. Al anochecer decidieron volver al pueblo.
Los habitantes de Koln no fueron muy hospitalarios con sus "invitados". Apenas salían de sus casas, e incluso Pit, uno de los granjeros, se marchó una de las mañanas después de haberse pasado toda la noche gritando que los extranjeros habían traido la destrucción al pueblo. El resto apenas cruzaba sus miradas Adam o con Pequeño.
La última noche, una turba enfurecida apedreó la casa del alcade. De nada sirvió que el sheriff intentara calmarlos. Desde luego quedó claro que no culpaban al sheriff. Gritaban a Tabik, a Urd, a Adam y a Pequeño. Y al alcalde.
Los seguían culpando de haber atraido a los orcos, y de pasar el resto de los días asustados, pensando en que esas bestias volverían a cobrarse venganza. De nada sirvieron los intentos de Adam por aplacarles, la sombra de Izrador había convertido a los lugareños en hombres y mujeres asustadizas y temerosas de la venganza de la Sombra en el Norte.
Al día siguiente decidieron irse de Koln.
Pequeño y Adam iban a la cabeza del grupo. En la retaguardia caminaban Urd y Tabik, y en el centro, apesadumbrados, casi arrastrando los pies, caminaban el alcalde y su joven ayudante, reticente a abandonar a su señor incluso en aquellos momentos. El sheriff Azhan fue el único que les despidió. Solitario en el camino de salida del pueblo, decidió quedarse a proteger a los habitantes del pequeño poblado. No conocía otra vida que no fuese en Koln, y al final, la Sombra había quebrado su antaño espíritu guerrero. Lo único que deseaba era quedarse y morir tranquilo en aquel pedazo de tierra.
Su destino era el norte. Allí Roland, el lider dela resistencia dornita los esperaba. Decididamente habían perdido cualquier oportunidad de que el pueblo de Koln los ayudase en su lucha contra Izrador, pero habían conseguido librarse de uno de los Legados y descubierto aquella extraña gruta que les permitiría esconder su contrabando de las garras de los sirvientes del Dios Oscuro. Además, también habían descubierto aquel extraño ser mágico, superviviente quizás delos tiempos anteriores a La Sombra en el Norte...
EPÍLOGO
La luna volvía a brillar en el cielo. El aire agitaba las ramas de los árboles, y el suave ulular de algún ave nocturna se escuchaba de vez encuando desde la explanada que conducía a la cueva, allí donde convergían los dos caminos.
No había rastro alguno de la violencia desatada dentro de la cueva, ni de las huellas de los orcos que habían estado allí acampados. El grupo de rebeldes se había ocupado de disimular cualquier rastro.
A unos cuantos metros se escuchó de nuevo a una pequeña ave nocturna, justo antes de que el silencio inundase la explanada y el bosque.
Desaparecieron los sonidos de la naturaleza, excepto el suave batir de las hojas de los árboles.
A unos cuantos metros dentro del bosque la tierra comenzó a moverse. Parecía que la tierra había sido removida recientemente. De entre la tierra negra surgió repentinamente una mano, de uñas rotas y enegrecidas. Al rato la siguio otra, de carne demacrada, con llagas de un asqueroso color gris.
Finalmente un delgado cuerpo humano se arrastró fuera de la tierra. Ennegrecido, extremadamente delgado. Una indescriptible energía pareceía darle fuerzas a aquel castigado cuerpo. Jirones de ropa negra apenas tapaban los corte en su piel. Heridas de espada. Heridas mortales.
Y aún así se irguió, lentamente, alzando sus brazos hacia la luna. Se tocó el rostro. En ese mismo instante pareció darse cuenta de su desgracia. Volvió a alzar los brazos hacia las estrellas mientras un inhumano grito se salía a borbotones de su garganta.
Incluso las hojas de los árboles se callaron.
Era el grito de un ungral, de un caído... ¡y era un grito de venganza!