Todo aquello de un verdadero desmadre pero algo que si sabía si podía pasar era que los volaran en pedazos y no estaba por la labor de morir aquel día así que con el corazón en la mano, de la forma más tranquila que pudo, recitó algo que nadie más pudo escuchar, ni siquiera su único aliado. Luego de unos instantes, habiendo consumado el hechizo tomó del brazo a Connor pero habló para ambos hombres.
-Lo importante es ponernos a salvo en este momento. Valença tiene razón y no van a detenerdetenerse a preguntar qué sucedió y cómo. Es muy posible que vayan contra nosotros dos primero y por eso, he pedido y deseado que mi querido Dios nos saque a todos de aquí en este barco y dejo en sus manos todo lo demás.
Un aire comenzaba a soplar, podían dudar s ella y de lo que había conjurado pero una cosa era cierta y era que algo iba a suceder. Podía sentir la fuerza que tal vez los sacaría de allí o tal vez no, ya no estaba segura de nada.
-De todas maneras nos encargaremos de ese mago llegado el momento.
Motivo: Magia
Tirada: 4d10
Resultado: 8, 8, 4, 6 (Suma: 26)
Pues tirada para escapar pero si es para bien o para mal se lo dejo al Máster. Valenca vas a morir!!!
El cuerpo del espadachín se relaja un tanto al escuchar la respuesta de la sacerdotisa. Sabe que Connor hará lo que diga ella. Para bien o para mal. Esta vez vez parece que para bien. Una suave brisa se levanta. Deja salir el aire retenido en sus pulmones, retrocede unos pasos y se dirige a la mantícora.
Venga! Todos a sus puestos. Mantícora, encargaos de que esos marinos muevan el culo. Hemos de salir de aquí con esta cerda borracha intacta!
Exclama, pateando la cubierta del navío.
Hemos de salir YA a mar abierto.
Remata, apoyando una mano en el hombro de Helyx, como muestra de confianza.
Entonces se vuelve hacia el ponienti y la sacerdotisa, con intensidad.
Gracias.
Estáis muy locos los dos. Después soy yo el sonao... ;-P
Connor agradeció realmente que no tener que enfrentarse a sus compañeros. Cuando Liv le tocó el brazo, sus músculos se relajaron de a poco para terminar de bajar el escudo. Tenían que actuar con celeridad ahora.
-De alguna forma tenemos que ocuparnos, no podemos desperdiciar esta distracción que estarán haciendo los braavosi y los yitianos- le dijo a la sacerdotisa, realmente preocupado por cumplir la misión que la Eterna les había dado a cambio del conocimiento destructivo que cambiaría el mundo conocido -Ayudaré con lo que se pueda para salir, pero avísame si me necesitas- finalizó mirándola a los ojos.
Acto seguido y sin perder ni un segundo, colgó su escudo y la lanza y siguió a la Mantícora para ayudar con las velas y con las demás tareas que tenían por delante para poder salir intactos de allí.
Lo quisieran o no, ya habían cruzado la línea. Los marinos yitianos y los pocos occidentales que se habían unido a su bando colaboraron para levar el ancla e izar velas. La Mantícora estaba al timón, maravillada por como se manejaba aquel barco extranjero.
Cañonazos desde la Nymeria y la Cimitarra mientras abandonaban la rada del puerto. Ellos todavía no habían levado anclas, pero seguro que se aprestarían a perseguirles. Los marineros supervivientes habían llegado hasta esos barcos y contado la historia. Pero ellos habían partido con ventaja, y en aquella situación la ventaja lo era todo.
Pronto comprendieron que no habían podido tomar mejor decisión. La gran flota enemiga se acercaba ya al puerto, dispuesto a iniciar un asedio dentro de un asedio. Los que habían tomado la ciudad se convertirían ahora en sitiados. Por eso, la Mantícora puso rumbo a toda vela, siguiendo la costa, para ocultarse en lo posible de la vista del enemigo.
Cayó la noche tras largas horas de tensa navegación cuando ganaron alta mar y con él, una perspectiva mejor de lo que estaba sucediendo. Ruido de cañones y la masa de todos aquellos buques. No parecían asaltar el puerto propiamente dicho, si no bloquearlo. Era una armada tan grande que estaban desembarcando a las tropas de tierra para iniciar el asedio, por tierra y mar. Seguro que el general yitiano y el maestre Drox daban todas las órdenes que podían. Con una de las puertas de la ciudad rota, tendrían que tapiarla de urgencia o reemplazar las puertas antes de que el enemigo lo tuviera muy fácil.
Por un momento, temieron la suerte de sus antiguos compañeros. Pero no podían acudir a su rescate, por que sería una estupidez. Solo una audaz maniobra podría desbandar al ejército enemigo: matar a su comandante. Por eso, cumpliendo el destino que la gran reina de Asshai había depositado sobre sus hombres, navegaron de vuelta hacia las islas de la Mantícora, con viento a favor.
Ahora estaban en manos de los dioses y sus designios.
Fin de la escena