Partida Rol por web

El almirante negó con la cabeza cuando le preguntaste por otro sistema de propulsión. 

Esto no son galeras, Diego -decía, sonriendo un poco sorprendido por tu carácter despierto-. Las naos cuentan con algunos bateles y algunos remos, pero no para mover a tanta gente desde las naos a pleno músculo. Y además... aún no estamos muy cerca del destino -confesó, y tú pensaste en el mapa que había en cubierta, a los ojos de todos-. El mapa que expuse para el resto no contempla las verdaderas distancias... si añadiera las distancias verdaderas de viaje desmoralizaría a las tripulación... Estamos más lejos de lo que señala aquel mapa -seguía diciendo, y te quedaste muy sorprendido-. No me miréis así, Diego. Confío en vos, y os pido que hagáis lo mismo en mí: es sólo una manera de mantener la calma en los marinos. Si esos hombres supieran cuán lejos están verdaderamente de sus hogares, y a la vez de su destino... cundiría el pánico. Te ruego que no divulges uésto. Nadie debe saber que existen dos mapas... Por cierto... ¿Crees que el viento volverá a soplar para nosotros, muchacho? -ésto te lo preguntó para animarte un poco, y de una manera desenfadada para calma la tensión de la escena-.

Sin embargo, tú no sabías qué responderle, a priori. Sólo alcanzaste a darte cuenta de que estaba abatido y, por primera vez necesitaba de tu aliento. Aunque, al mismo tiempo, estabas impaciente por ir a echar un vistazo al mapa de cubierta.

-Don Cristóbal. Estoy convencido de que los vientos nos serán favorables en breve. Dios no ha querido otorgaros el favor real para abandonaros en la inmensidad del océano. Llegaremos a las Indias y conseguiremos una nueva ruta para sus majestades.- el muchacho se encontraba apesadumbrado ante las palabras del almirante y aún más desconsolado ante el ánimo que presentaba aquel hombre, pero era el momento de intentar levantar el ánimo. Si su capitán no tenía el ánimo suficiente, no sería capaz de dar órdenes adecuadas.

-Los hombres confían en vos e irán hasta el fin del mundo con tal de seguirle. Soplarán vientos fuertes que nos empujaran hacia nuestro destino.-

Dios os oiga, muchacho... -dijo el Almirante, resoplando un poco, pero no muy alentado por tus palabras*-. Confiemos en los vientos Aliseos, como bien decís... y recemos cuanto podamos.

* * *

Días después, comprobaste que tu optimismo era justificado, ya que los vientos comenzaron nuevamente a hinchar las velas. Durante la primera semana de octubre las tres carabelas avanzaban, en promedio, unas ciento cuarenta millas por hora.

Don Cristóbal estaba convencido de que no tardaríais en avistar tierra, pese a las dudas de los días anteriores. Y como corroborando sus presagios, cierto día en que regresaste de su camarote tras haberle llevado la comida, te sorprendistes de hallar a los marineros reunidos en el sector de la proa, intercambiando entre sí risas y palmoteos, todos ellos repentinamente sumidos en la euforia y mirando a los cielos.

Los vientos pronto comenzaron a ser favorables y las naves avanzaban a buena velocidad. Tras volver del camarote de Don Cristobal, el chico encontró demasiada euforia en cubierta. Sonriendo contagiado de la misma sin saber aún el motivo se acercó al grupo de marineros para averiguarlo.

-¿qué os hace estar de tan buen humor, Mateo?- preguntó con curiosidad al primero de ellos.

Mateo, uno de los marineros allí presentes, comprendió tu interés, elevó su mano y apuntó al cielo.

Mira eso... entre las nubes -dijo el marinero-. Miraste hacia arriba, forzando un poco la vista, y pudiste ver finalmente a un grupo de pájaros, de plumaje algo más oscuro que el de las gaviotas, que efectuaban vuelos circulares junto a la masa de nubes.

Son "garjaos" -aclaró Mateo-. Es un ave de tierra, muchacho. Normalmente viven y construyen sus nidos junto a lso ríos... Pero a veces vuelan mar adentro para almientarse. Eso significa... qu ela costa no puede estar muy lejos, ¡gracias a Dios!

La buena nueva te dejó sin habla por momentos.

Alborozado, corriste por la cubierta en dirección al puente de mando. En las proximidades de la popa encontraste al almirante. Estaba apoyado sobre la barandilla con las manos entrelazadas, y movía apenas los labios, murmurando una oración. Ya sabías que era un hombre profundamente religioso. Evidentemente, ha visto las aves y está dando gracias por su aparición. Decidiste que era mejor dejarlo a solas por el resto de la tarde.

* * *

Al anochecer acudiste nuevamente a su camarote para llevarle el plato de la cena y lo sorprendiste ante su mesa observando con atención el mapa de la ruta que habían hecho, sumido en hondas reflexiones. Estaba, en cuanto le miraste, desconcertado por algo (una vez más...).

La expedición se estaba acercando a tierra. Por fin podrían desembarcar en la Indias y poder volver con toda la gloria al reino de Castilla y Aragón. Diego abrió la puerta del compartimento del almirante con la bandeja de comida entre sus manos y se aproximó a la mesa.

-Por fin llegamos a tierra, Don Cristobal. Debe estar orgulloso y contento, pues la gracia del Señor está con vos.- contrarrestó el semblante taciturno del almirante con aquella pizca de esperanza. 

No sé Diego, no estaría tan seguro... -te respondió el almirante-. Es que... la aparición de esas aves ha logrado cambiar mis ideas. Verás, hasta aquí nos hemos guiado por la brújula, y hemos seguido, siempre en línea recta, la dirección del Oeste... Pero he visto que esos pájaros vuelan un poco más hacia el sur, en dirección Suroeste. Eso puede significar que la tierra donde tienen sus nidos está en esa dirección...

Don Cristóbal estaba dubitativo por la dicotomía de si seguir hacia el Oeste, guiados por la brújula, o seguir a esos pájaros, que vuelan un poco más al sur. Era un dilema típico de los navegantes. Guiarse por un instrumento de una manera objetiva o atender otras corazonadas del clima, las aguas, el viento o las aves.

-Sabéis de seguro que rumbo suroeste hay tierra, almirante. Muchos de los nuestros ansían verla. Aseguraos el destino y si más adelante se observa que no son las Indias siempre podremos reabastecernos y continuar nuestra travesía. Eso dará a los hombres algo de esperanza.- Diego lo decía con seguridad, pero a sabiendas de que sólo era un chaval con vagos conocimientos sobre la mar y los hombres.

Obedeciendo tu intuición, Colón decidió olvidarse de la brújula y seguir tu instinto. Eras para él como un segundo de abordo, un contramaestre en los peores momentos. Por ello, se decidió seguir a las aves y su vuelo.

Poco a poco aparecían en derredor nuevas señales que indicaban la proximidad de la tierra firme. Las bandadas de pájaros aumentaban, y en el mar alguien avistó un día un extraño trozo de madera, que pareíca labrado por manos humanas.

* * *

Al anochecer del día 10 de octrubre subiste al puente de mando para hacer compañía a Colón, que al igual que sus hombres, no conseguía dormir por la impaciencia. A los pocos segundos tu jefe logró sorprenderte una vez más.

¡Eh..., pero qué es eso! -exclamó el almirante sin previo aviso, observando un punto lejano en mitad de la noche-. Allí muchacho, fíjate bien.

Todos parecían nerviosos e impacientes por llegar a tierra. La noche se hacía eterna y Diego solo encontró consuelo en cubierta. La cama se hacía enorme y el sueño no conseguía vencerle. Al llegar a cubierta descubrió que era el común en la mayoría de los marineros. Tanto tiempo a la mar sin signos de llegar a destino que la esperanza del día anterior había tornado en impaciencia.

De pronto el almirante señaló algo en mitad de la noche pero por más que Diego intentaba vislumbrar, la oscuridad no ayudaba en nada.

Arrugando los ojos, te esforzaste por descubrir lo que señalaba el brazo y dedo del Almirante. Era verdad, algo brillaba en la noche; un lejano punto luminoso que resplandecía durante unos segundos, y luego desaparecía.

¿Lo has visto, ya, Diego? -te preguntó el almirante con voz quebrada de emoción-. ¿Has visto eso? Era como... como... ¡una chispa!

Quizá una candelilla, tal vez; o a lo mejor el fugaz resplandor de una fogata. Estaba claro que, a la vista del almirante y tuya, había tierra allí delante, lo cual era algo indudable.

Colón estaba en lo cierto. A la noche siguiente, en la madrugada del 12 de octubre, ocurrió al fin lo que todos estaban esperando con un anhelo ya incontenible: un marinero de guarda en la proa de la Pinta rompió el silencio de la noche con su voz vibrante, gritando "¡Tierra... tierra a la vista!

El alborozo cundió sobre cubierta, en el momento en que todos consiguieron ver en la distancia una tenue franja de playa, resplandeciente bajo la luz de la luna. Todos se abrazaron y saltaron de alegría, dando vivas al almirante y a España... Sin dudarlo un instante, corriste hacia el puente de mando. Allí estaba Colón, más contento que unas Pascuas.

¿Qué te parece Diego? No te equivocaste en tu corazonada sobre seguir a los pájaros, ¿eh? Ya lo sabes: nunca desconfíes de la naturaleza, y mucho menos de tu intuición... Esa playa no puede estar demasiado lejos. Al amanecer estaremos suficientemente cerca como para bajar los botes.

* * *

Llegó pues la amanecida, y por ello varios botes fueron lanzados al mar. Había llegado el momento de pisar tierra firme. el bote del almirante cortó raudamente las aguas, mientras un par de hombres remaban con impaciencia y el oleaje de la orilla mecía suavemente la embarcación. Tú viajabas en tal bote, con Colón, y con vosotros viajaba el escribano, que debía poner por escrito cuanto ocurriera. Todos sabían que era un momento histórico y guardaron silencio, embargados por la emoción. A algunos metros de vuestro bote navegaban otros dos, en los que iban Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez Pinzón, los capitanes de la Pinta y la Niña.

Unos minutos después los botes encallaron al fin en la orilla. El Almirante saltó primero, con la bandera de Castilla y Aragón en las manos, y tu lo seguiste. En la playa se os unieron los de las otras dos embarcaciones. Nadie decía una palabra. En un silencio sobrecogedor, Colón se arrodilló en la arena y clavó en ella la bandera. Y al momento en que todos vosotros os arrodillásties, se le oyó decir con voz trémula unas palabras.

En nombre de los Reyes Católicos, tomo posesión de esta tierra recién descubierta...

Pero antes de que hubiera acabado la frase, un grupo de nativos sonrientes y ataviados con taparrabos emergió de una arboleda cercana, con las manos cargadas de diversos obsequios. El viaje hacia el nuevo mundo había concluido.

Pero la aventura del hombre europeo en América no había hecho más que comenzar...

Por fin llegaron a Tierra. Varias largas semanas pasaron desde que dejaron atrás la tierra de sus padres. Diego acompañó a don Cristóbal a tierra sin saber en ese momento que tan importante era lo que estaban viviendo. Un hecho que llenaría las páginas de historia y se estudiaría en todo el mundo.

Diego no se despegó del lado del almirante y con sorpresa vio que unos hombres con poco ropaje salían a su encuentro con presentes. Diego levantó la vista desde su posición de rodillas para desviará finalmente hacia don Cristóbal. Aquellos hombres le esperaban, esperaban al hombre que había marcado una nueva época y un nuevo concepto del mundo.