Historia
Nunca fue reconocida por su progenitor masculino, por lo que sólo conserva el apellido de su madre: Davis. Nacida y criada en Dakota del Norte, no tuvo una infancia sencilla ni acomodada. Su madre tenía dos trabajos para poder salir adelante y tenía la mala fortuna de emparejarse con hombres que no le convenían. Hallie, sin embargo, la adoraba, valorando todo el esfuerzo que hacía para que a ella no le faltara nada, y por ello, desde muy pequeña, se esforzó por estudiar para construir un futuro para ambas, sin tener que depender de ningún hombre.
Cuando estaba empezando en el instituto, su madre, quien finalmente se casó con el que parecía un buen hombre: Simons. Parecía que la suerte empezaba a sonreírlas. Sin embargo, con el tiempo, el marido de su madre cambió: comenzó a beber, a trasnochar y a abusar de su esposa cuando no la golpeaba sin miramientos. Al principio la madre de Hallie se lo ocultó a su hija... pero ésta no tardó en descubrir los maltratos. La chica se enfureció pero, por súplicas de su madre, ni se entrometió ni denunció a Simons... por mucho que sintiera cada golpe dirigido a su madre en sus propias entrañas.
Con dieciséis años, Hallie sufrió un accidente de coche terrible. Su amiga, la que conducía, entró en coma y falleció a la semana. Hallie en cambio sobrevivió milagrosamente -según los médicos- aunque con secuelas, sobre todo psicológicas. La traumática experiencia la hizo encerrarse en sí misma, además de agriar su carácter. Para colmo, tener que permanecer bajo el mismo techo que aquel bastardo de Simons, mientras la joven se recuperaba de su lesiones, la envenenaba. Su madre insistía en que no interviniera, que él era así, pero era un buen hombre en el fondo... simplemente tenía un mal pronto, decía.
Pero hay límites... y una noche a finales de agosto llegó la gota que colmó el vaso de Hallie. Su padrastro había perdido su trabajo por culpa de su alcoholismo y llegó mucho más enojado de lo habitual a la casa, aprovechando la mínima oportunidad para pagar su enfado con su esposa aunque ésta no tuviera culpa alguna. Desde su cuarto, Hallie escuchó los gritos y apretó los dientes, cerrando los ojos y los puños con fuerza para no bajar. Sintió el sabor de su propia sangre y entonces escuchó el ruido de un cristal quebrarse... y silencio.
Asustada, creyendo lo peor, descendió al primer piso para encontrarse a su madre en el suelo, sangrando e inconsciente después de que Simons le golpeara la cabeza contra la mesita de cristal del salón. Consternado por haberse sobrepasado y quizá creyendo haber matado a su esposa, Simons se quedó petrificado, mirándose las manos ensangrentadas sin saber qué hacer. Al verlo, Hallie se encaró con él y Simons pagó su frustración con la joven... a la que golpeó con fuerza en la cara, tanto como para hacerla caer.
Era lo último que haría…
Hallie comenzó a incorporarse muy despacio, henchida de rabia, con las pupilas dilatadas y la mejilla enrojecida, mostrando incluso un corte ensangrentado en la ceja causado por la alianza de Simons. Entonces empezaron los gritos, pero no de la joven, sino de su padrastro.
Primero fueron los huesos de la mano, que empezaron a retorcerse solos, quebrando las falanges una a una. Luego una rodilla se dislocó, seguida de la otra, con un crujido seco, desagradable. Mientras Simons gritaba horrorizado, Hallie terminaba de incorporarse y se giraba para mirar al hombre con puro odio. Un odio acumulado durante muchos años. Ella no sólo veía a Simons, sino a todos y cada uno de los hombres que en el pasado abusaron de su madre y la maltrataron.
“Nunca más... la tocarán.”
Aquellas palabras precedieron el grotesco final del hombre, pues como si de proyectiles se trataran, todas las vértebras de su columna salieron despedidas, atravesando piel y músculo, dejando el cuerpo de Simons doblado sobre sí mismo antes de caer al suelo. Lo peor eran sus ojos desencajados... aún estaba vivo cuando Hallie le dio la espalda para atender a su madre.
Sin embargo, la mujer había recuperado la consciencia... justo para ver horrorizada cómo su esposo se desplomaba después de que Hallie, sólo con su voluntad e ira, le arrancara en añicos la columna vertebral sin tocarlo. Gritó, sobresaltando a su hija que intentaba en vano darle sentido a todo aquello, explicarle que nunca le haría daño a ella, que no sabía lo que había sucedido... pero su madre la llamó "monstruo" y huyó, tambaleándose, hacia la cocina, intentando alejarse de su propia hija.
Hallie comenzó a llorar, impotente, mirándose sus manos y luego el cadáver de Simons. La adrenalina abandonó su cuerpo y sintió náuseas, mientras se repetía mentalmente "¡¿qué he hecho?!". Entonces escuchó a su madre hablando en voz alta, muy alterada, desde la cocina. Estaba hablando con la policía, contando lo que Hallie había hecho. La joven abrió los ojos de par en par y corrió a su habitación. Había escuchado las noticias, los mutantes desaparecidos -tal vez por parte de los organismos gubernamentales-, y si su madre sospechaba que ella era una de ellos... tenía que huir. Así que cogió una mochila con lo primero que pilló, sus ahorros y dejó el móvil. También cogió una radio vieja que solía escuchar mientras hacía los deberes, así como sus auriculares. Eso sí, le partió el alma no llevarse también su guitarra, pero no podría huir con ella.
Han pasado casi dos años desde que Hallie descubriera su poder. Ella lo llama “Osteokinesis”, pues al parecer puede detectar las moléculas óseas y manipularlas. Tiene miedo de sí misma y lleva huyendo sin parar desde que abandonara su casa justo antes de que las fuerzas orden, alertadas por su madre, irrumpieran en la propiedad.
Su poder para ella es una maldición y no lo usará salvo que sea el último recurso. No obstante, en situaciones de mucho estrés y miedo, le resulta difícil controlarlo.
También ha descubierto de forma muy dolorosa que puede regenerar sus propios huesos, desplazarlos o alterarlos, pero necesita ingerir grandes cantidades de calcio, sea en alimentos, bebidas o suplementos, lo cual no es fácil de conseguir cuando se es una fugitiva. Aunque probablemente tampoco podría hacerlo si no fuera por su factor curativo, otro poder que probablemente fuera el que impidió que muriese o quedara parapléjica tras el accidente con su mejor amiga a los 16 años.
Necesita pasar desapercibida, por lo que evita las grandes ciudades y las conglomeraciones de personas. Vaga sin rumbo, aprendiendo a sobrevivir, hospedándose en albergues y comedores sociales brevemente, pues no permanece mucho tiempo en el mismo lugar y, sobre todo, evita crear cualquier lazo afectivo con otros. En su viaje a ninguna parte, ha conocido varias personas, muchos la han ayudado o enseñado a sobrevivir, sobre todo mendigos, preparacionistas paranoicos y gente de campo, ya que evita las ciudades todo lo posible, pero cuando menos se lo esperan, la chica de mirada triste ya se ha esfumado de sus vidas.
CARTA DE HALLIE DAVIS
Solía pensar que el día nunca llegaría
Que vería la sombra de un soleado amanecer
Mi sol de la mañana es la droga que me hace recordar
La niñez que perdí, reemplazada por el miedo
Solía pensar que el día nunca llegaría
Que mi vida dependería del sol de la mañana
Soy Hallie Davis, y esta es mi historia.
Nacida el 1 de noviembre de 2006, en Jamestown, Dakota del Norte, nunca llegué a conocer a mi padre biológico, por lo que fui criada únicamente por mi madre, Ann Linsey Davis. Aunque no tuve una infancia fácil ni acomodada, me consideraba una niña afortunada por tener una madre luchadora, salvo por la mala suerte que tenía con los hombres que entraban en su vida. Hasta que conoció a Simmons y todo mejoró, demostrando ser un buen hombre, atento y cariñoso con ella. Yo no podía pedirle más.
La vida era mucho más fácil con él, la trataba bien, nos respetaba y la quería de verdad. Pero cuando se casaron algo cambió. Él cambió.
Simmons se dio a la bebida, empezó a caer en los mismos comportamientos negativos que sus anteriores parejas. Yo no podía hacer nada, salvo encerrarme en mi habitación a tocar la guitarra mientras los escuchaba discutir, si no podía escaparme a casa de mi mejor amiga, Christine Abel... "Tina", con quien estudiaba en la Jamestown School del Distrito 1. Ella era la luz de mi vida. Y cuando esa luz se apagó en el terrible accidente de tráfico que sufrimos, donde se nos cruzó un motorista y, por no arrollarlo, Tina dio un volantazo, mi mundo se sumió en tinieblas. Durante meses me pregunté por qué no fui yo en vez de ella que tenía una vida maravillosa y un futuro prometedor. Pero con el tiempo aprendes que da igual lo que pudiera haber sucedido: no se puede cambiar el pasado y sólo puedes aceptarlo y seguir avanzando.
Tras sobrevivir al accidente, nos mudamos a Bismark, a casa de Simmons, aunque sigo sin entender el porqué. Mi madre me daba excusas que no terminaban de convencerme, pero tras enfadarse ante mi insistencia, no volví a preguntar. Por mi parte, mi luz se había extinguido para siempre, así que mi carácter se agrió, me encerré en mí misma, con mis dibujos y mi guitarra, mientras cada día había una nueva discusión entre mi madre y Simmons, y ya no solo agresiones verbales. Yo le pedía... le SUPLICABA que lo dejara, que lo denunciara incluso, pero ella insistía en que era un buen hombre y era culpa suya, no de él.
Entonces una noche, una nueva discusión acalorada. Y de pronto escuché un fuerte golpe, el cristal romperse y a Simmons clamando "¡Oh, dios! ¿Qué he hecho?". Sentí un miedo terrible y bajé las escaleras de tres en tres para encontrarme a mi madre tendida en el suelo, junto a la mesita de cristal quebrada e inerte sobre un charco de su propia sangre mientras Simmons temblaba aterrado por lo que había hecho... y me enfurecí y lo encaré, pero su respuesta fue agredirme, golpeándome hasta hacerme caer al suelo. En ese momento, me cegué, no era yo misma, no... era consciente de lo que hacía, sólo sé que estaba furiosa, que veía en Simmons a todos y cada uno de los maltratadores que había sufrido mi madre durante años. Recuerdo que murmuré entre dientes: "Nunca más... la tocarán". Luego todo se volvió rojo y sólo era capaz de escuchar sus gritos.
Cuando reaccioné, fui a atender a mi madre al ver que empezaba a recuperar la consciencia, preocupada por ella, llorando de alegría al ver que no la había perdido. Pero entonces vi el horror en su mirada. No hacia mí, sino hacia el cuerpo inerte de su esposo. Me llamó... "Monstruo". Consternada, me giré y vi con horror lo que había sucedido, incapaz de creer que yo había hecho eso. Amarga ironía que me vi como Simmons minutos antes cuando él creía haber matado a mi madre.
Temblando, llorando y aterrorizada sin ser capaz de comprender cómo yo había podido hacer aquella barbarie sin ponerle un dedo encima, escuché cómo mi madre se levantaba y llamaba a las autoridades para decir que su hija era un "monstruo mutante" que acababa de matar a su esposo. Sentí auténtico pavor y corrí hacia mi habitación. Debería haber esperado tal vez a la policía, intentar aclarar lo sucedido, pero es que ni yo misma lo sabía en realidad. Y tenía miedo, muchísimo miedo... cogí una mochila, mi viejo peluche, algo de ropa y mi cuaderno. Y huí, huí sin poder mirar atrás, acosada constamente por el recuerdo de ver a mi madre mirarme como un monstruo.
Durante meses creí que tenía razón, que lo mejor era esconderme para proteger a personas inocentes de mí misma. Incluso pensé en entregarme, pero ya entonces me buscaban "viva o muerta", aunque el homicidio de Simmons fuera un acto involuntario. Aprendí a sobrevivir como pude, mendigando, hurtando y rebuscando en la basura. No estoy orgullosa de ello pero no me quedaba otra opción: si intentaba entregarme, me dispararían antes de preguntar. Eso lo aprendí por las malas.
No fue hasta hace unas semanas que un grupo de paramilitares me estaba dando caza en Huron-Manistee y un tirador me sorprendió, apuntándome con su arma. Yo no intenté huir, sino que e supliqué que disparase, pero que no fallara. Cuál fue mi sorpresa cuando él apartó el arma y me tendió su mano. Cuán fue mi sorpresa cuando por primera vez en más de un año, alguien fue capaz de mirarme y no ver a un monstruo, sino a una joven asustada cansada de huir, cansada de sobrevivir.
Ese tirador, ese Navy Seal que ahora persiguen como "peligroso" desertor, no ha hecho otra cosa que ayudarme a escapar de aquellos que me quieren muerta, y evitar que personas inocentes salgan heridas. Fue el mismo que en Mesick me ayudó a reducir a los saqueadores que agredieron al ayudante del Sheriff, el mismo que me ha ayudado a comprender mi mutación para que no se descontrolara y usarla para ayudar a las personas que nos hemos cruzado, personas de buen corazón que quizá nos reconocían pero por las que merecía la pena arriesgarse. Personas que otros han intentado silenciar, incluso matar, cuando su único pecado ha sido mostrar humanidad. Porque sin él quizá habría terminado muerta en el mejor de los casos, o cautiva al servicio de un grupo que nos ven a los mutantes como cobayas. Y realmente eso es lo que más miedo me da: que me capturen y me usen para hacer daño a otros.
Porque en este punto ya no es posible contar la historia de Hallie Davis sin Marco Canisskatot.
Para terminar, quisiera dedicarle unas palabras a las personas que se han visto afectadas u horrorizadas por actos terribles con la excusa de culparme a mí o usarme de cabeza de turco: desde lo más profundo de mi corazón lo siento. Lo siento por las víctimas colaterales que no han manchado mis manos pero han sufrido a consecuencia de mi persecusión, como los agentes asesinados en el Red Bridge, la dependienta de la gasolinera, el columnista de Yuma, el padre Phillips y las dos jóvenes excursionistas. Ojalá hubiera podido hacer algo para evitarlo y aunque no fuera la verdadera responsable, no dejan de pesarme esas pérdidas y horrores que han padecido personas inocentes que no se merecían un destino semejante.
Y añadir que, cuando esté segura de que puedo entregarme sin riesgo a que otros grupos no gubernamentales me captures, o que me disparen nada más verme, yo misma acudiré al Estado de Dakota del Norte para ponerme a disposición de las autoridades y someterme a un juicio justo, porque si no lo he hecho hasta ahora, ha sido por mi seguridad y la de los que me importan, así como la de otros inocentes que no tienen por qué sufrir porque yo tenga una diana en la espalda.
También quisiera decirle unas palabras a mi madre, Ann Linsey Davis: Mamá, si llegas a leer o escuchar esto, quiero que sepas que te sigo queriendo y no te guardo ningún rencor por lo que hiciste. Luchaste como una leona para que no me faltara nada y me sentí muy afortunada de tenerte. Eso no ha cambiado a pesar de todo. Sólo espero que algún día comprendas que lo que hice no fue intencionado, nunca quise arrebatarle la vida a Simmons, simplemente no pude controlar el despertar de mi mutación. Espero que algún día me perdones.
Y a los mutantes que como yo se ven obligados a huir: el miedo es vuestro mayor enemigo. Los actos incontrolables sólo pueden evitarse con una guía. Los que podáis hacerlo, buscad ayuda y consejo. Como decía uno de mis personajes favoritos: "El miedo es el camino que lleva al lado oscuro. El miedo lleva a la ira, la ira al odio y el odio al sufrimiento". No os dejéis dominar por él, manteneos en la luz. Porque incluso tras las tinieblas, siempre hay un nuevo amanecer donde el Sol volverá a brillar.
Hallie Davis.
Invierno de 2023.