Partida Rol por web

- ¡CAALLAA! -grita Jaime, ciego por la locura y la rabia de no comprender nada, pero sentir que realmente sí que había algo. En su cabeza no dejaban de sonar las estrofas de una canción que había escuchado ese mismo día. Una canción de Mitzie y los Ballantines.

I raised the knife high above my head
And just as I was about to bring the knife crashing down upon the center of the bed...

Por fin, el cuchillo encuentra su blanco en el pecho de Alfos, aunque no hundiéndose más allá de un par de dedos, empapando la chaqueta de vuestro contratador. No es problema. Él mismo agarra las manos de Jaizzme y carcajeándose a pleno volumen las empuja hacia sí, clavando aún más el cuchillo hasta que sus carcajadas empiezan a mezclarse con sangre.

Paralizado, arreactivo, Andrés es un espectador de la dantesca escena que le reodea, tan lleno de estupor que es incapaz de proferir palabra. La mirada fija en la sangre que mana de las cuchilladas, de la boca del ser demoníaco que les ha traído hasta este infierno, mezclada con el aire expelido a borbotones por la carcajada, no acierta a pensar en nada. En nada...

- ¡AAN... ¡ANDRÉS! ¡¡¡ANDRÉS, HAZ ALGO!!! -grita el joven desesperado, mientras un par de lágrimas se arrancan de sus ojos para resbalar por su rostro, templado entre el fuego de la rabia y la impotencia y el hielo del más desgarrado de los terrores- ¡¡¡HAZ ALGO, COÑO!!!

El músico continúa forcejeando con Alfos para tratar de sacarle el cuchillo, sin saber muy bien por qué. El miedo no dejaba hueco para la razón.

Alfos termina con sus risas de repente, cambiéndolas por un sonreir sereno mientras obliga a Jaizzme, como si tuviera la fuerza de tres hombres en las manos, con sencillez pasmosa, a soltar el cuchillo. Lo desclava de su esternón y lo arroja a los pies del parapsicólogo.

-Sí, Andrés. La última vez me llamaste. ¿Por qué esta vez no quieres participar? ¿Te has vuelto un pusilánime?-

-Yo... te llamé.... la última vez. La voz suena apagada, monocorde. Simplemente repite la frase. Pero el mismo sonido átono le despierta en su mente alguna fuerza dormida, y reacciona. -¡Mentira! ¡Nunca! ¡Estás jugando con nosotros! ¿Verdad? Ahora grita ya sin control, como el propio Jaizzme, escupiendo las palabras cargadas de miedo, y de rabia. De impotencia. ¡MIENTES! ¡DÉJANOS! ¡¡JODER, ESTO ES IMPOSIBLE!!

Finalmente se da la vuelta, sin saber muy bien a dónde dirigirse, como lo haría un animal enjaulado, y echa a correr, pero sin tomar ninguna dirección concreta, sólo corre. -¡¡VAMOS, JODER, VAMOS!!

Alfos sonríe, pero ya no es una sonrisa ni amable ni divertida ni histérica. Es la de alguien cansado que sabe que va a tener que hacer algo desagradable para solucionar un problema, tal y como no quería pero tal y como había previsto.

-Olvídate de Jaizzme, Andrés. Él ya está listo. Ha escogido la ira, con un cuchillo y con este alma, que me vale tanto como la otra. Pero ¿y tú? ¿Respetarás nuestro trato o voy a tener que pnerme duro?-

- ¿Qué trato? ¡¿Qué última vez?! -pregunta Jaizzme, apretando los dientes y arrugando su frente mientras gira la cabeza para mirar alternativamente a Andrew y a Andrés- ¡¿QUÉ PUTA ÚLTIMA VEZ, ANDRÉS?!

-¡¡¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!! NOOOO, NOO, NO, NO, NO, NOOOO!!!!!

Tropezando, golpeándose, Andrés sigue corriendo sin dirección clara, los ojos desorbitados, babeando y sudando, hediendo. Finalmente se detiene, jadeando, llorando, y se hinca de rodillas, se deja caer rendido, vencido.

Entre sollozos entrecortados apenas se le entienden las palabras que escupe mezcladas con saliva.

-¿qué... trato...? No hubo trato... ¡NO RECUERDO TRATO ALGUNO! ¡No haré nada...! ¡AGHHH! No voy a hacer nada... no soy una mala persona... no soy... no lo soy...

Y queda allí en el suelo, acuclillado, ovillado, cabizbajo y sollozando.

Alfos, con paso tranquilo, sonríe a Jaizzme y sigue a Andrés allí donde este ha acabado tumbándose en el suelo, el comedor del fondo. Alfos se dirige allí sin esperar a comprobar si Jaizzme le sigue o no. El músico puede escuchar a Alfos hablar.

-¿Qué trato? Veo que no habéis investigado lo suficiente. No habéis tenido tiempo. Vaya, lo siento mucho. Andrés, eras sólo un niño cuando me llamaste, pero ya tenías mucho mal dentro de tí. Me llamaste y me pediste inmunidad, me pediste que nadie descubriese que vosotros matásteis a vuestros padres. Gente odiosa por otro lado, no tienes por qué sentirte mal. Pero luego, luego.. qué chapuza. Desprenderos de vuestras almas y dejarlas aquí atadas en la casa. Huir e ir perdiendo los recuerdos cuanto más os alejábais de aquí. Someterte a cirujía para parecer diferente, incluso más viejo. Huir, huir y huir. Para que acabase, con el tiempo, encontrándoos. Ha costado, lo reconozco. Ahora tienes dos opciones: entregarme voluntariamente lo que es tuyo o hacer como acaba de hacer Jaime: condenarte de nuevo.-

Como un autómata Andrés se levanta. Sin dejar de llorar, ajeno al moco que le resbala por la comisura de los labios, y se deshilacha hasta el suelo, paso a paso se dirige hacia dónde el cuchillo ha quedado abandonado, junto a Jaizzme, cuando el siniestro anfitrión lo ha arrojado allí.

Parsimoniosamente, como si celebrara un ritual, muy a pesar suyo, temblando contenidamente, lo levanta, mientras farfulla palabras inconexas, indescifrables.

Y una y otra vez lo hunde en el cuerpo, o lo que sea, de Alfos. Sin pausa, sin rabia, como si su mano y su cerebro fueran por libre una de otro, mecánicamente, horriblemente desapasionado...

-...*siempre...no...**...nunc...muerte...*..jamás... no fui...**lo jur... castig*...etern*...

Cuando el cuchillo se hunde una vez más en su pecho, Alfos estalla de nuevo en una risa maniaca que resuena por todos los rincones de la casa, bañándolos de saña y burla. En algún lugar del edificio, cogidos de sus transparentes manos, dos espíritus se arrodillan y esperanzados piden piedad para escapar de su cautiverio ahora que la deuda está saldada.

Las ventanas de la casa se han inflamado de rojo y su luz os hace aparecer cadavéricos, faltos de sustancia, perdidos en una vaharada de aire del desierto. En alguna parte escucháis cómo el mecanismo de un ascensor, oxidado pero engrasado con la sangre de los pecadores se pone en marcha y sube a recogeros. El mundo se desvanece. Comienza la caida.