Partida Rol por web

-Entonces mis sospechas eran fundadas -sonrió el anciano-. Te conocí hace muchos años, Wismerhill, cuando visitaba a Assä. Claro que tú entonces era una niña, no me extraña que no me recuerdes.

Iristán mostró una sonrisa de dientes podridos y encías cubiertas de heridas.

-Me temo que tu hogar ya no es el reducto pacífico que recuerdas, niña. Se han roto los antiguos tratados entre los valdeaurenes y los elfos de la niebla. Es cuestión de tiempo que el conflicto crezca en una guerra abierta entre las dos facciones que no beneficia a nadie -dijo con pesar-. Es como si una mano siniestra estuviera guiando las vicisitudes del destino. El mal campa a sus anchas.

Los ojos de la bardo se abren de par en par ante la familiaridad con la que el llagado anciano habla de Assä, una criatura legendaria de los bosques. Eso dice bastante de su conocimiento del mundo feérico, aparte de que la mujer vuelve a reparar en el tamaño del enorme oso que le acompaña. Este hombre es un druida de cierto cargo sin duda.

- Hablas de visitas en pasado Iristan. ¿Debo suponer que hace tiempo que no has pasado por esa parte del bosque? - Una sombra de preocupación se instala en el corazón de Wismerhill. Ella lleva pocos años fuera, apenas un parpadeo para seres como Assä y su concilio. Suponía que nada habría cambiado para las centenarias criaturas. Apenas se debieran haber percatado de su ausencia según su visión del flujo del tiempo.

- Esa sombra de la que hablas me deja preocupada, ¿Sabes si Assä se encuentra bien? - Hay cierto tono ansioso en las palabras de la mujer.

-Así es- asintió Iristán-. Hace tiempo que no visito el Manto Blanco, pues mis asuntos me han llevado durante muchos años al sur. Aunque tengo puesto un ojo en él, siempre que lo tengo disponible.

Enarcó una ceja, aunque no respondió inmediatamente.

-Assä estará bien -dijo Iristán-. Ella es tan fuerte como el bosque, y el bosque siempre ha tenido una magia poderosa. En cambio, si los humanos deciden atacarlo en contramedida por los ataques de los elfos de la niebla a su comercio fluvial...

Dejó la frase en el aire.

Wismerhill siente como el cansancio se abate sobre ella. Esperaba reposar, calentarse en el fuego, comer algo y dormir unas horas, más parece que todo está en su contra desde que tuvo aquellos sueños con la serpiente marina. Perra suerte...

- Si algún lazo te une al Bosque del Manto Blanco solicito tu ayuda Iristan. Ese bosque es mi hogar y si hay algo que lo amenace debo de hacer lo que en mi mano esté para mantenerlo a salvo. Debo llegar a las inmediaciones de Valle de Oro y una vez allí averiguar si puedo poner un nombre a la mano malvada de la que has hablado. - La mujer recoge apresuradamente su zurrón. El druida no se inmiscuiría en asuntos de los "civilizados", pero Wismerhill sospechaba que si había una posibilidad de que el Bosque o sus habitantes sufrieran algún daño, entonces eso podría cambiar.

- ¿Puedes ayudarme de alguna manera? - Wismerhill miraba al anciano con ojos algo desesperados, los de alguien que ve a los suyos en peligro.

-Haré lo que esté en mi mano -asintió Iristán tras pensárselo unos instantes-. Aún no sé cómo puedo ayudar, pero puedo llevarte cerca de Ciudad de Valle de Oro. Espero que te guste volar.

El anciano dedicó a Wismerhill una de sus sonrisas repugnantes de dientes picados.

-Espero poder ofrecerte algo de más ayuda, si nuestros caminos vuelven a encontrarse y has descubierto algo de lo que ocurre en el Valle.

- Volar... -

El vuelo estaba presente en muchos de los sueños que tenía Wismerhill, o al menos muchos de los que recordaba. En ellos sentía como se deslizaba a gran altitud, observando un mundo muy pequeño debajo, pero curiosamente percibía hasta los más nimios detalles, como si gozara de la agudeza visual de un ave de presa. Sin embargo ningún ave conocida volaba por encima de las nubes, y en algunos sueños ella lo hacía.

La hermosa mujer sonrió, mientras sacudía la cabeza.

- Volar no está entre mis miedos Iristan. Es algo que percibo como muy cercano e íntimo, como si quizás en otra vida hubiera sido algún tipo de criatura alada que surcaba el cielo. Es una sensación que acepto de buen grado, y agradeceré que me dejes en las proximidades de Valle de Oro. -

La bardesa acabó de empacar sus ya secas pertenencias, gracias en parte a la magia y al calor de la hoguera. Tomó un trozo más de conejo ya que el hambre aún estaba presente y se incorporó mientras masticaba. Wismerhill había aprendido en su niñez que era capaz de hacerse tan ligera como el viento con un mero pensamiento dedicado a ello, como si el mismo aire le acogiera impidiendo que sufriera daño cuando caía de una gran altura. Si bien sabía que no podía abusar de esa habilidad, era una salvaguardia excelente el contar con ella ante un viaje volador en ciernes.

- Espero que en nuestro próximo encuentro ambos podamos decirnos más al respecto de lo que ocurre aquí, buen Iristan. Agradezco tu hospitalidad y tu ayuda. ¿Cuándo partimos? -

A pesar del cansancio que aún sentía a la joven compositora, había cierto apremio en la situación que su instinto no le permitía ignorar.

-Mañana al alba -dijo el anciano de voz pastosa-. Ahora, descansa. Tarn y yo vigilaremos tu sueño.

Y así fue. Wismerhill se acurrucó junto al fuego y pronto se quedó dormida de puro cansancio. Esta vez sus sueños no fueron visitados por la sierpe de melena venenosa. Cuando despertó al día siguiente, sólo quedaban los rescoldos humeantes de la fogata, pero no había rastro ni del druida ni del oso. La poetisa recogió su exiguo equipo y salió al exterior de la gruta a través del pasadizo de tierra. Lo que vio al emerger a la luz de la mañana la dejó sin aliento.

Un dragón de relucientes escamas plateadas se asoleaba en la playa. Su silueta resultaba delgada y estilizada pero la poetisa no podía dejar de apreciar los poderosos músculos de la criatura. El dragón abrió sus alas y Wismerhill bizqueó cuando en ellas se reflejó el sol y el cielo de la mañana como si de un espejo se tratara.

-Ven, Wismerhill -le dijo el dragón con una voz que retumbaba en los riscos-. ¡Hora de partir!

En ese momento, se da uno de las situaciones que Wismerhill puede contar con los dedos de una mano, y le sobra alguno: Se queda sin palabras.

Observa la magnificencia de las escamas del dragón, mientras la luz del sol naciente hace brillar sus escamas como plata bruñida. Se da cuenta que ha dejado de respirar, y boquea con una mezcla de carcajada y sollozo que nace del centro de su pecho.

Sacudiendo la cabeza, se aproxima a la magnífica criatura mostrando un reverencial respeto. Una vez en sus cercanías, usa el lenguaje dracónico para hablar al dragón.

- Saludos hermosa sierpe, sabes quien soy y antes de comenzar el viaje querría saber cual es tu nombre. -

La bardesa inclina la cabeza en mudo respeto. Una sensación de reverencia le ha inundado, nunca había visto una criatura tan bella.

El dragón no contestó inmediatamente, sino que extendió una pata para que Wismerhill trepara por ella y después la montó a horcajadas en su poderoso cuello. La sierpe batió sus alas con fuerza, levantando la fina arena de la cala, y se levantó del suelo. La poetisa no pudo evitar apreciar el sentido dramático del dragón cuando pronunció su nombre en ese preciso instante:

-Iristán.

Wismerhill viajó a lomos del dragón durante una distancia que se le hizo demasiado corta. A su alrededor, el viento silbaba como un zángano y los dorados campos que daban nombre al Valle pasaban velozmente a sus pies. Iristán inclinó todo su peso sobre un ala justo cuando Ciudad de Valle de Oro aparecía en el horizonte y describió amplios círculos en torno a una colina cercana, aterrizando poco después.

-Esto es lo más cerca que me atrevo a llevarte -confesó el druida polimorfado-. Hasta que volvamos a encontrarnos, Wismerhill...

- Vaya con el viejo druida... Es un tipo realmente poderoso si puede asumir la forma de un dragón. -

Wismerhill se sonríe interiormente contenta de saber que alguien tan capaz se preocupa por el destino de la región y sus habitantes menos conocidos, como pueden ser las fatas y las criaturas del Bosque.

Cuando el viaje toca a su fin, la bardesa atesora el recuerdo entre uno de los más felices de su existencia, en orden de rememorarlo cuando le haga falta pensar en algo agradable.

- Gracias por todo buen Iristan, que el viento siempre sople bajo tus alas y el sol no deslumbre tu vista. -

Con un saludo y un gesto de despedida la mujer se despide del druida con la idea de llegar a la ciudad y empaparse de qué está ocurriendo en la antaño tranquila área.