Partida Rol por web

Tras tomar aquella dirección, llegaste a una nueva sala. No era muy diferente a las anteriores (con sus paredes de espejo. Al llegar al centro de la misma, sucedió algo extraño: las paredes, el suelo y techo dejaron de reflejarte a tí, sino que ahora te mostraban, tal y como si fueran bellísimos y reales cuadros, un extraño ballestero encapuchado, enfundado todo él en una túnica negra. Esto ocurrió en los seis espejos que tenías por arriba, abajo, y laterales. Por ello, simultáneamente, las 6 imágenes del ballestero te apuntaron con su arma.

¡¡Zassss!!

El ballestero diparó.

Al llegar a aquel lugar ya casi me esperaba, aunque con resignación, otra sala idéntica a las anteriores. Al ver que algo era diferente, me alegré por unos instantes. Pero pronto la alegría tornose en alerta, pues el aspecto de aquel ballestero no auguraba nada bueno, cuando me apuntó, di un traspiés de la impresión y, bendito sea, pues de otra forma me habría ensartado con su virote.

El proyectil pasó rozándome. - ¡CASUM L'ÒS PEDRER! ¡MALEÏT SIA, VOS I LA MEUCA GUERXA QUE US VA PARIR! - Maldije a la imagen encapuchada, como no puede hacerse de mejor forma, en mi lengua materna y con toda mi habilidad de marinero, que no era poca.

Lamenté no tenerlo a mano, pues mucho antes que tuviera oportunidad de recargar el arma del demonio que portaba, le habría dado una paliza que le haría lamentar haber nacido.

Esquivaste el primer virote, ¡Por poco!, Aquel virote era tremendamente real. Claro que, aún quedaban más tipos que apunto estaban de apretar el mecanismo de la ballesta.

Cuando me percaté que los demás tipos que aparecían en las paredes reflejados, no eran reflejo de un mismo tipo, sino cada cual uno, con su propia ballesta, mal que me pesase, resolví largarme de allí, al grito de - Cames, ajudeu-me!* 

Sin pensar demasiado, corrí hacia un lateral de la sala. El que caía a mi derecha. Atravesando aquella puerta, rogando por no salir del fuego para caer en las brasas.

Llegas a una nueva sala. Al llegar al centro de la estancia, sin embargo, surge del espejo de la pared de la izquierda una imagen, que no es sino un reflejo distorsionado de tí mismo. Blande una extraña espada de cristal, aunque tu, en realidad, no llevas ninguna igual entre tus manos. Te cierra el paso.

De tratarse del ballestero de antes, ya habría arremetido contra él, pero, cuál no fue mi sorpresa, al ver que era yo mismo quien me barraba el paso. La espada que sostenía era amenazadora, por lo menos tanto como lo fue el virote en la anterior sala.

Pero resulta extraño y perturbador resolver atacarse a uno mismo, por mucho que se trate de un reflejo. Con esas en mente, decidí aguardar para ver qué sucedía.

- Què voleu vos de mi?* - Le pregunté, recelando de sus acciones y preparado para hacerme a un lado si la situación así lo sugiriese.

Ante la pregunta, notabas que tú, reflejado en el espejo, no movía los labios como cosa lógica en el espejo. Empero que te quedaste inmóvil ante la indiferencia de la respuesta. El reflejo, entonces, salió del propio espejo, et que avanzó hasta tí con claras intenciones agresivas. Su espada estaba ahora en alto. ¡Qué locura que albergaba aquel lugar!

Otra maldición salió por mi boca marinera, en viendo que mi reflejo se disponía a atacarme.

No me sentía a gusto combatiendo mi propio reflejo, más si no lo hacía sería él quien velaría por procurarme mil incomodidades, comenzando por una aparatosa muerte. Entonces una idea peregrina cruzó mi mente: destruir el espejo de donde emergió mi reflejo.

Así, me lancé con brío contra la superficie de cristal pulido, con la sana intención de romperlo en mil pedazos.

Sin pensarlo demasiado, te lanzaste contra el espejo por donde "habías salido", y de un severo codazo procurado por tu propio peso, el espejo quebró. Rompió estrepitosamete, et que tu oponente, tú mismo, quedó hecho añicos a tus pies, tanto o más que el propio espejo. Fue entonces cuanto proseguiste tu camino, con el susto aún en el cuerpo.

Tras avanzar de nuevo sobre paredes, suelo y techos de espejo, llegaste a una sala diferente a las demás. Estaba mucho más iluminada que las anteriores, y las paredes parecen latir, como si fuera
un gigantesco corazón. Observaste un poco un poco y notaste que en ella había tres objetos: un espejo, el cual reflejaba tu imagen; una estatua de cristal, la cual representaba un hombre vestido con extraños ropajes en cuya mano sujetaba unas joyas de cristal de 10 caras regulares; y una especie de caja o libro (no estás seguro) igualmente de cristal, que tenían grabada una palabra: "Aquelarre". La extraña voz de antes resonaba en tu mente:

Debes destruir aquello que, sin embargo, eres... -decía el gran susurro-.

Aquella estancia latía, como un corazón. ¿Sería ya pues el centro del espejo? No había modo de saber tal cosa, pero lo cierto, o lo que así parecía con la contundencia y la razón de mis ojos y manos, era lo que tenía delante.

Según la voz, siniestra, debía elegir. Se asemejaba a la primera pregunta que me hiciera el hombre del espejo, pero, sin albergar duda en ello, la diferencia era notable. Debía elegir, pues, según me dictara mi conciencia, tal como hiciera entonces.

El espejo no soy yo, no es más que mi reflejo, y ya tuve bastantes reflejos con lo que me encontrara en el laberinto.

El hombre con las extrañas joyas en la mano, sin embargo, me recordaba a algo. Aquellas joyas y la manera de sujetarlas... de repente me vino a la mente las timbas de dados en las tabernas portuarias. ¿Serían pues dados aquello que parecían joyas por el mero hecho de ser de cristal?

Finalmente estaba el libro. Si algo no era yo era un hombrecillo de esos capaces de perder las horas muertas entre las páginas labradas por los amanuenses. Sabía del valor de un buen libro, como mercancía, más los misterios que otros aseguraban que se albergaban en ellos me eran completamente ajenos. Por no decir que no tenía ni idea de lo que pudiera significar la extraña palabra labrada sobre él.

Así pues, ante la necesaria elección, lo tuve claro.

- Si algo soy es un hombre que gusta de albergar el azaroso destino en sus propias manos. - Entonces destrocé la estatua del hombre con las extrañas joyas.

Nada mas empujar la estatua, ésta cayó hacia atrás y al golpear contra el suelo se quebró en mil pedazos polvorientos. Entonces en tu cabeza resonó esa terrible voz, pero esta vez con una única y larga carcajada... Fue entonces cuando te desmayaste.

* * *

Al despertar recordabas muy pocas cosas. Estabas en un callejón, apretando contra tí un bulto, un espejo envuelto en harapos. ¿Porqué tenías eso entre las manos? Ah sí, ahora lo recuerdas. La figura que te lo entregó... Ahora sólo tienes que esperar a que pase alguien ante tí.

Entonces... lo llamás.
Luego... acudirá, hacia la penumbra del callejón.
Finalmente... lo esperaréis: el espejo y tú.

Así ha sido antes, y así ha de ser siempre.

 :: FIN ::