Lo de caminar cuesta arriba por el campo durante un par de horas dejó a Fausto resoplando y con dos grandes parches colorados en el rostro. Llegó al barranco sudando, con la chaqueta colgada de la mochila, arremangado y con el desorden en la cara, la mirada y el pelo. Se regaló unos minutos de jadeo antes de continuar, porque con falta de oxígeno las ideas se aturullan.
No era la persona más atlética del mundo pero se cuidaba. Lo consideraba una responsabilidad personal y profesional. Por eso, aprovechaba las instalaciones de atletismo de la policía y la piscina, así como las sesiones de defensa personal y demás talleres que de vez en cuando ofrecía el cuerpo a sus miembros. Pero, aunque te mantengas en forma, ser de ciudad se nota. Mientras para él hacer ejercicio era una excepcionalidad, unas horas a la semana, una cuestión de reservar ratos al deporte, para la gente de campo ir cuesta arriba, caminar kilómetros y trabajar la huerta era una forma de vida. Era lo que hacían como rutina desde los 10 hasta los 101 años. Matarse a trabajar. Con razón luego se permitían lingotazos de orujo de tres en tres y tragarse cantidades pantagruélicas de comida.
...me cago en...
Se quejaba de sí mismo. Cuando recuperó el control y devolvió la lengua a su sitio, ya pudo observar el barranco con otros ojos. Una camino estrecho. Una caída vertiginosa. Un espacio arriesgado. Pero también había algo más. Él no buscaba dónde cayó Luis, que también. Buscaba saber qué había por allí. No el dónde, sino el contexto, el ambiente. Detrás de alguna de esas rocas alguien vigilaba los pasos del chaval muerto. Cuando estás en un sitio, dejas un rastro. Algo. Una colilla usada. Diez colillas. El envoltorio de una chocolatina. Un caramelo. La huella de un zapato en el barro. Incluso un zurullo. Algo. Muchas veces, cuando la policía va con ideas preconcebidas, no se fija en lo que tiene que fijarse. Los compañeros de Fausto habían acudido allí dando por hecho que era un accidente. Fausto estaba allí dando por hecho que fue un asesinato. Ellos buscaban los restos de Luis. Él buscaba los restos del crimen.
Por eso, quizá fuera el primero en darse cuenta de aquel agujero oscuro e infecto. Un agujero donde alguien había estado antes, quizá esperando un momento propicio para un crimen horrendo. Quizá escondiéndose del peligro. Pero alguien estuvo allí, en ese espacio minúsculo.
Se puso a fotografiar el acceso y el interior, aprovechando el flash del móvil, más potente que la luz de la linterna, para descifrar mejor todo aquello. En las paredes... ¿sangre? En el suelo, pan. No un animal muerto, no hongos. Pan. Alguien lo había dejado ahí.
Hizo lo que pudo para abrir la mochila y sacar el instrumental de recogida de muestras. Con las pinzas agarró varias migas de pan y las guardó en bolsitas. Sabía muy bien lo que podría encontrar en él. Si era pan envenenado de cornezuelo, enlazaría directamente al panadero y su plantación.
Mojó el hisopo con la solución y limpió con él las manchas rojizas de las paredes para analizarlas. Lo hizo tres veces en tres puntos distintos y los guardó en sendos tubos de muestra. Si era sangre, convenía saber de qué o quién. No era nada usual encontrar paredes pintadas de sangre. Como no era usual el tufo putrefacto. El pan no se pudre con ese olor y, en general, los ambientes medianamente expuestos a la intemperie no suelen apestar a podrido, a no ser que haya, con toda claridad, algo pudriéndose.
Tomadas las primeras precauciones con la toma de muestras, observó la minúscula cueva con más interés. No había sitio para esconder nada. Buscó con la linterna cualquier peculiaridad, en el suelo, en el techo... por todas partes.
...¿quién estuvo aquí? ¿Sete o el panadero? ¿O ambos?...
¿Algo que encontrar?
Observaste con atención el lugar. Una vez tomadas las muestras, disponías del tiempo que fuese necesario.
El lugar no era más que un agujero inmundo pero el olor descubriste que se debía a algunos restos de pequeños animales muertos. No eran muchos y debido a su pequeño tamaño casi te pasan desapercibidos. Un ratón, una ardilla y un gorrión, aparentemente. En distintos grados de descomposición, lo que suponía que habían muerto en diferentes ocasiones y ninguna de ellas reciente.
También habia una zona ennegrecida que hacía pensar en alguna pequeña fogata, no muy grande pues el espacio no dejaba lugar a más.
Pero, en general, la sensación que tenías, la idea que quería abrirse paso en tu mente, te decía una cosa muy clara. Alguien llevaba tiempo haciendo uso de la cueva. Pero Sete llevaba poco tiempo en el pueblo y no subía al monte normalmente. Si habia estado en la cueva, había sido por casualidad, porque esa cueva pertenecía a alguien más.
Saliste de la cueva. Tenías un sospechoso claro pero no tenías motivo y, en principio, él tenía una coartada... o eso decía.
Pero ¿necesitan un motivo todos los asesinos? Algunos desde luego, no. Ahí estaba el Celador de Olot o el Mendigo Asesino para demostrarlo.
Necesitabas algo más, por si las pruebas que habías recogido en la cueva no eran suficientes para poder llamar al panadero a un interrogatorio. Y fue a base de insistencia y de revisar en profundidad todo, como lo encontraste. A unos 200 metros de la cueva, en el suelo pegado a la pared de piedra que se alzaba hacia arriba, en una de las zonas más estrechas, camuflada por la vegetación, una mancha negra oscurecía el suelo. Algunas moscas revoloteaban en ese trozo, prefiriendolo al resto del camino, lo que te hizo suponer que eran restos orgánicos.
Despejaste la vegetación del suelo y las paredes y más manchas aparecieron, dibujando una superficie total de casi 1 metro. No te cupo ninguna duda, allí era donde la habían dado a Sete la paliza de la que te habló el forense, la que lo mató.
Por más que buscaste, salvo aquello, no conseguiste encontrar nada más por la zona. Pero era suficiente para, si querías, avisar a una patrulla para recoger muestras y pruebas.
Blanco y en botella. Ese era un escenario de violencia y, aunque quizá fuera de una mera violencia animal (un gato montés o un lobo cazando, por ejemplo), la mera duda y la relación espacial y temporal requería mayor observación.
La sangre era tan reciente como para llamar a las moscas. Tan reciente como el fallecimiento de Sete. Demasiado cerca del lugar donde apareció el cadáver. Eso exigía más atención.
...acabé mi parte...
La investigación debía seguir, pero el análisis de los restos no estaba en sus manos. Debía llamar a la patrulla y que mandaran a sus compañeros a cerrar la escena, sacar fotos y muestras. Él no podía analizarlas, obviamente.
Sacó su teléfono y se dispuso a marcar. Mandaría su ubicación, pediría refuerzos y esperaría allí a que llegara la caballería. Le esperaba un largo rato de espera.
...al menos tengo el Candy Crush...
Marcas el número que te pondrá en contacto con el equipo de la científica que se encuentra en Santander. La conversación resulta un poco irritante porque, al principio, los compañeros no entienden de qué les hablas, no comprenden porqué les pides que vayan a estudiar un escenario que ya habían estudiado.
Finalmente consigues hacerles entender que no se trata del mismo escenario si no de que has localizado el escenario original.
Estás a punto de de colgar y empezar el descenso hacia el pueblo cuando un ruido a tu espalda te sobresalta
-¡¡Maldito hijo de puta entrometido!!-
Un golpe fuerte te sacude desde atrás lanzándote contra el suelo. El teléfono sale despedido de tu mano y acaba a tres metros de ti.
-¡¡Cabrón!! ¡¡Deja mi puto monte en paz!!-
Sientes un fuerte golpe en tu cabeza y eso hace que tu frente pegue en el suelo.
-¡¡Te voy a matar!!-
El golpe te duele pero sospechas que va a doler más lo que sea que está por venir. Un gran peso te presiona, como si un gigante estuviese encima tuyo.
Puedes utilizar el atributo que quieras para intentar vencerle o huir. Él va a tirar siempre por físico (15).
No se trata de morir, solo de hacerlo un poco más interesante ;)
Aquello fue totalmente inesperado. La sorpresa del primer golpe le impidió reaccionar ante el segundo, a pesar de su entrenamiento. ¿Se había confiado demasiado? ¿Había bajado la guardia? Lo cierto es que la discusión con la policía, para hacerles entender la situación, le había metido en una burbuja particular. Había perdido el foco y ahora lo estaba pagando.
El panadero, porque esa voz era inconfundible, daba duro. Fausto intentó revolverse y escapar de la presa, pero ese animal le había pillado bien y no parecía dispuesto a rendirse.
—¡Argh! ¡Hijo de puta!
Fausto no tenía tiempo para reflexiones, solo para sentir el desconcierto y ese microsegundo de fascinación ante la idiotez humana. La idiotez de la que algunos hacían gala. La idiotez de los que piensan que puedes atacar, matar a un policía y no acabar entre rejas. El panadero había ido a por él, embrutecido y sin raciocinio. Incluso con el golpe más afortunado contra Fausto su suerte ya estaba echada.
—¡Pagarás por esto, imbécil!
Motivo: Físico
Tirada: 1d20
Dificultad: 13-
Resultado: 16 (Fracaso)
Intentas incorporarte, girarte y escapar. Pero apenas si logras levantar la cabeza y, cuando lo haces, ves una mancha de sangre fresca justo donde estaba tu nariz. No tienes tiempo de ver cómo cae otra gota porque un golpe fuerte cae en tu espalda y tus costillas se aplastan con fuerza contra el suelo. En el pecho te estalla un dolor agudo y sospechas que se te puede haber roto una costilla.
-¡¡No tenéis que venir aquí!! ¡¡Esto es mío!!- resuena la voz del panadero en tu espalda que al moverse te clava la rodilla en el muslo provocándote un grito
-¡¡Te voy a destripar!!-
El móvil, algo lejos de ti, tiene la pantalla encendida. La llamada que estabas haciendo no se ha cortado con el golpe. Sabes que os están escuchando.
Motivo: Físico
Tirada: 1d20
Dificultad: 15-
Resultado: 7 (Exito)
El animal lo tenía bien atrapado, demasiado bien, y Fausto no era capaz de zafarse. Sabía que corría peligro auténtico, que esa bestia no estaba ahí para darle un susto. No se le da un susto a la policía. O vas a por todas o no vas.
—¡Argh! ¡Hijo de puta!
No alcanzaba a hacer mucho más. Pero su mente analítica sabía que alrededor pasaban cosas. Que el mundo seguía ahí. El teléfono seguía encendido, enlazando aquella escena con la tranquilidad de una oficina.
—¡Tú lo hiciste! ¡Mataste a Luis!
...al menos confiesa, cabronazo...
Motivo: Físico
Tirada: 1d20
Dificultad: 13-
Resultado: 18 (Fracaso)
-¡¡A él y a todos los cabrones empeñados en venir a mi monte!!- su voz sonaba ida, como perturbado pero había algo más, una leve dificultad en el habla, casi imperceptible, pero tú sabías lo que era por que, por tu trabajo, lo habías escuchado antes. Era el efecto de algún tipo de droga, ya fuera para acelerar o para ralentizar, siempre hacían que el pensamiento y los músculos fueran descompensados.
-¡Te sacaré las tripas para que se las coman los lobos!- gritó antes de levantarte con fuerza y empujarte contra el suelo. Algo sonó con el impacto y otro dolor fuerte y agudo te taladró el brazo izquierdo. O el radio o el cúbito acaba de romperse... ¿o habrían sido los dos?
Notabas el sabor de la sangre en la boca. Querías creer que era la sangre de la nariz que había llegado hasta tu garganta porque la alternativa era que hubieras perdido algún diente.
Motivo: Físico
Tirada: 1d20
Dificultad: 15-
Resultado: 14 (Exito)
La paliza estaba siendo brutal. Ese cretino había tenido la suerte de pillarlo desprevenido y lo estaba aprovechando a conciencia.
—¡Aaaagh!—el dolor punzante y repentino en el brazo izquierdo le subió por el codo y el hombro hasta casi paralizarle la espalda. Un auténtico calambrazo que vaticinaba lo peor.
Fausto ya no estaba para discursos ni aunque quisiera intentarlo. Ese animal se había subido al carro de la violencia más desatada y nada de lo que pudiera decirle en ese instante serviría. Y no porque no pudiera rascar algo para convencerlo, sino porque con el tremendo e inesperado dolor, el susto de una fractura inesperada, la idea que le llegaba de lo fatífico, ¿quién podía discurrir unas palabras de tregua? Lo único que era capaz en ese instante era de intentar esquivar.
Esquivar lo que le permitiera la dificultad de moverse con una extremidad rota. Nunca se es consciente de lo integrado que está el organismo hasta que una de sus partes falla. No son independientes, y la rotura de un hueso en el brazo puede afectar por completo a la manera de moverse, de oscilar y equilibrarse de todo el cuerpo.
Zapateó en el suelo para alejarse todo lo posible del asesino. Hacerlo le hizo gemir de dolor, pero inesperadamente consiguió, por un pelo, esquivar sus zarpas. ¿Por cuánto tiempo?
—¡Para!
Motivo: Físico
Tirada: 1d20
Dificultad: 13-
Resultado: 12 (Exito)
Finalmente, en algún rincón de tu cerebro, tu instinto de supervivencia despertó y, antes de que pudiera asestar el siguiente golpe, conseguiste zafarte. Es lo bueno de ser un animal más pequeño que el depredador, que siempre puedes intentar escurrirte y escabullirte.
Al hacerlo, rodaste sobre ti y, aunque lo hiciste sobre el brazo sano, la costilla y el brazo roto del otro lado del cuerpo te recordaron que esto no era una pelea de aficionados.
Pero ahora, al menos, estabas un poco separado de esa mala bestia y ya no te retenía. Su golpe acabó en el suelo y, toda la fuerza que él le había puesto, pasó a serle devuelta por el duro suelo. Gritó y cuando levantó la mano, sus nudillos sangraban.
-¡¡Tú!!-
Desde donde estabas ya podías verlo. Tenía los ojos casi desorbitados y las pupilas dilatadas. Pero no era solo eso. Se había vestido con una ropa vieja que parecía llena de hojas mohosas, barro y gusanos.
Motivo: Físico
Tirada: 1d20
Dificultad: 15-
Resultado: 4 (Exito)
Con tu tirada, esquivas esta tirada que acaba de hacer
Fausto había conseguido zafarse por fin de la tremenda presa de aquel perturbado. Era justo lo que necesitaba, nada más. Un poco de espacio, el mínimo suficiente como para llevar la mano a la pistola y desenfundar.
Eso hizo, encogido por el dolor y la mala postura. Pero la sacó. Reprimió el impulso de disparar. Con el arma en la mano ahora la superioridad física era suya. Podía detener aquello, aunque sabía que nadie le echaría en cara que disparara en esas circunstancias.
—¡Alto! Quieto, cabrón. Esto acabó. Alto o disparo. ¡Manos arribas ya!
Se alejó unos pasos más para mantener una distancia de seguridad. No quería tener a ese bruto más cerca de lo necesario.
—La has cagado del todo.
Un paso, otro... se acercó al móvil.
—Arriba las manos y de rodillas. Ya.
Haz una tirada de físico, vas a disparar el arma y quiero ver si aciertas donde debes.
Motivo: ¡Payum payum!
Tirada: 1d20
Dificultad: 13-
Resultado: 4 (Exito)
Cuando le das el alto, el panadero no responde. Como un animal enloquecido, su enorme cuerpo se lanza contra ti. La situación, el hecho de que no parezca haberte hecho caso ninguno, como si no le importase que llevaras un arma, no es normal. Cuando las fuerzas de seguridad sacan un arma y dan un alto apuntando, la reacción esperada es otra.
Aunque ya lo suponías antes, ahora ya tienes claro que, de alguna manera, su cerebro no procesa correctamente.
En décimas de segundo tienes que tomar una decisión, por que son décimas de segundo lo que va a tardar en derribarte de nuevo.
Así que disparas. Un solo disparo, bajando el arma un poco, directo a la sección inferior de la pierna, el lugar donde espera que el daño sea menor. Y, tras el disparo, te separas un poco hacia un lado con un gesto sencillo que te trata de evitarte todo el dolor posible.
Empujado por la inercia que arrastraba al lanzarse sobre ti e incapaz de reaccionar en cuanto la bala muerde su pierna, tu trastornado atacante cae de golpe en el lugar donde hace un segundo te encontrabas. A continuación, aullando de dolor, se sujeta la pierna y, aunque intenta ponerse de pie para atacarte de nuevo, no lo hace. Parece que el dolor ha servido para despertar su amortiguado cerebro y ahora sí que fija su atención en tu arma que le apunta.
Manteniéndole encañonado y alejándote lo suficiente como para que no te alcance, te mueves hasta el teléfono
-¿Hola? ¿Seguís a la escucha? Tengo un sospechoso de asesinato que acaba de atacarme.- Das la posición aproximada del lugar en que te encuentras cuando te confirman que siguen ahí y que han escuchado todo -Necesito ayuda urgente. El sospechoso está herido y no puedo hacerle un torniquete porque tengo un brazo y una costilla rotos-
Sorprendentemente sólo tardan quince minutos en llegar y lo hacen en helicóptero. Aunque a ti, esos quince minutos, se te hacen eternos temiendo que ese chiflado, en cualquier momento, vuelva a intentarlo.
Tres agentes y dos sanitarios bajan del helicóptero e inmediatamente, estos últimos, se ponen a revisaros las heridas. Mientras lo hacen, tus compañeros intentan aclarar cómo os habéis visto en ese punto.
Para cuando por fin consiguen llegar más refuerzos a la zona, ya por el camino que tú habías seguido, han pasado casi cuarenta y cinco minutos. Y, para entonces, ya está todo casi aclarado.
El helicóptero tiene que hacer dos viajes para llevaros a un hospital puesto que no tiene espacio para más de un herido.
Hasta el Hospital Tres Mares, donde te ingresan, se acerca el Jefe Superior de la Policía de Cantabria
-¿Qué tal se encuentra?- pregunta, formal, antes de entrar en la habitación -¿Podemos charlar un poco? Me ha costado entender de qué iba todo lo que ha ocurrido, la verdad, pero al final entre la confesión que se grabó en la llamada, las pistas que comentó, el informe del forense... francamente hay poco más que averiguar ¿Qué opina usted? Por cierto, no se equivocó, estaba drogado. Por lo visto, el muy tarado andaba fabricándose pan con cornezuelo ¿se lo puede creer? El muy tarado subía al monte a colocarse y creerse el Ojáncanu. ¡Al final los abogados conseguirán que lo encierren en un manicomio en lugar de en la cárcel! ¡Hay que joderse!-
La investigación había acabado. Si es que de verdad podía llamarse así. Tendido en la cama del hospital, Fausto tenía un gusto amargo, un pesar. Había hecho algunas preguntas, había descubierto algunas cosas sueltas, indicios. Pero todo se había precipitado porque, en realidad, un descerebrado había decidido actuar por su cuenta. Sin el ataque del panadero, ¿qué tenía Fausto? Solo algunas pocas pistas.
Eso, la verdad, tampoco era malo. Había resuelto un caso en un par de días. Era mejor así que dedicar esfuerzos y recursos en una investigación larga y confusa que no acabara en nada. Si el panadero no se hubiera delatado, Fausto habría tenido que indagar más, recurrir al laboratorio y luego plantear una hipótesis razonable para que la detención fuera posible. Y de la solidez de las pruebas y la investigación dependería el éxito en el juicio.
Pero el panadero había sido lo suficientemente generoso como para ahorrarle el trabajo y regalarse él mismo a la justicia. Y también para regalarle a Fausto unas lesiones dolorosas que, quizá, podrían acabar con su carrera policial. Estaba por ver, pero las fisuras en las costillas y el brazo roto eran presentes amargos en la trayectoria de un policía. Quizá se recuperara, pero con el tiempo podrían aparecer secuelas y dificultades para su carrera. ¿Estaría condenado a hacer escuchas y al trabajo de despacho?
Visto por el lado bueno, la científica no suele dedicarse al trabajo de asalto. Salir de la calle siempre era un plus para la seguridad de un agente de policía.
Fausto se dio cuenta de que estaba divagando demasiado. Preocupado por su futuro, estaba alejándose del presente. El futuro lo decidiría la recuperación y la rehabilitación de los próximos meses. Mientras tanto, el presente.
Descansar.
Respirar.
Sandra.
¿Era la oportunidad que estaba deseando? Si era así, entonces el panadero había acertado.
Pero no para sí mismo. Ese hombre era un auténtico imbécil, en el sentido más psiquiátrico del término. Había jugado a lo que no debía jugar y había destruido muchas vidas además de la suya. Sete había sido la última (casi la penúltima, si Fausto no hubiera hecho ese disparo afortunado). Pero antes del muchacho había habido mucho sufrimiento.
Fausto tenía la duda. Era algo que le mordía dentro. La investigación de sus compañeros debería dilucidar el misterio. Porque, ¿podía ser cierto que el panadero llevara treinta años matando? El primer caso fue en 1987. ¿Había sido él?
Si había sido él el caso quedaría cerrado. Fausto pensó en el informe que tendría que hacer para el Director adjunto, ese hombre que sorprendentemente le había enviado a La Lastra a descubrir algo que, al final, Fausto sospechaba que no le gustaría. ¿De verdad el Director adjunto estaba esperando que Fausto confirmara que había un ogro en los bosques? Si era así, el Director adjunto estaba mostrando indicios peligrosos de idiotez. Mal para el pensamiento lógico de la policia, basado en pruebas y fundamentos. Demasiado Cuarto Milenio, demasiado Expediente X.
...demasiadas paparruchas del Ibarz ese...
Lo deseara o no el Director adjunto, la verdad estaba ahí: había sido un hombre, un monstruo muy humano. Y las historias de fantasmas volvían a las sombras y a los cuentos. Porque en el mundo real, mandan las pruebas.
El Jefe Superior de la Policía de Cantabria fue a verle al hospital. Un honor. Y le comentó los pormenores de cómo iba la cosa.
–¿Y qué opina usted?
Fausto se encogió de hombros.
–Caso cerrado, nada más.
Tardaron aún un par de días en darte el alta. Y luego te mandaron para Madrid con una baja de dos meses y recuperación.
Sandra se asustó cuando supo lo que te había pasado y durante mucho tiempo estuvo comportándose como la perfecta esposa. ¿Quién podía saber cómo sería el futuro? Quizás un susto era todo lo que necesitabais para encarrilar la relación. O, a lo mejor, los finales sólo se posponen, no se eliminan.
Pasaste por el puesto de trabajo en la primera semana de la baja. Te resultaba difícil quedarte en casa. El aburrimiento hacía que las apuestas te "llamaran". Y ahora, no tenías muchas distracciones. Así que aquella visita te vino bien.
Resultó que todos tus compañeros sabían lo que había ocurrido y te felicitaron como a un héroe. Había resuelto el caso de un pobre chaval y, de paso, habías resuelto unos cuantos antiguos. Y, encima, te habían dado una paliza. Los morados y las costillas rotas resultaron ser, para tus compañeros, medallas más valiosas que las de metal.
El Director Adjunto te hizo llamar cuando supo que estabas por allí. Te felicitó efusivamente y se congratuló de que hubieras resuelto el caso. También te entregó una copia del expediente completo, incluyendo la confesión. Y con la palmada en el hombro, se despidió de ti. Sin más. Eso es lo que toca siempre ¿no? Uno hace el curro y mañana nadie se acuerda y vuelta a empezar.
Tu sensación de que te había faltado parte de la investigación se amortiguó un poco al leer el informe. Todas las pruebas que se utilizaban eran gracias a ti. Habían encontrado aquella estúpida plantación salvaje de cereal con cornezuelo y habían extraido restos de sangre de la cueva que tú habías encontrado. El abogado había recomendado al panadero confesar porque pensaba solicitar un eximente por trastorno mental. Y, la verdad era, que al leer la confesión, se veía claramente que aquel tipo estaba loco.
Desde niño y tras escuchar la leyenda, se fue convenciendo de que era el hijo de un ojáncanu y que sus padres adoptivos lo habían "raptado" para que les ayudara con el trabajo duro. La falta de cariño de los panaderos no había contribuido a sacarle de ese error. Cuando unos años más tarde sufrió una intoxicación por cornezuelo, esa sensación se volvió real para él. El efecto de la droga eliminaba sus inhibiciones y le hacía sentir cosas diferentes "a las de un humano", había dicho en su confesión. Poco a poco su trastorno fue aumentando, dejó de relacionarse con las otras personas del pueblo porque sus "rarezas" se empezaban a notar. Y cada vez pasaba más tiempo en el monte, hasta que empezó a pensar en él como algo de su propiedad.
Tenía 18 años, era 1979, cuando mató a su primera víctima, un pastor que andaba por el monte. Fue más un accidente que algo buscado. Pero la sensación de haber hecho algo salvaje, algo alejado de la moral humana, le acercó a su delirio, ese que le hacía creerse un salvaje Ojáncanu.
Al final, leyendo el informe, todo quedaba claro. Pruebas, hechos, realidad. Un mundo que se puede explicar sin leyendas