Un hombre bien parecido, de modales algo aristocráticos, pero de conocida valentía y fama en el combate. Es un mujeriego incurable, y un líder carismático. Suele ser bueno con sus hombres, aunque suele exigirles lo mejor. Valente, y algo pendenciero, tiene no obstante buena fama, ya que se le conoce como hombre leal al rey.
Nacido y crecido en Valladolid, es el hijo de una familia noble venida a menos, el menor de tres hermanos. Su hermano mayor heredó la casa solariega y las pocas tierras que le quedaban, el otro vistió los hábitos, y él probó fortuna en la carrera militar. Fue ayuda de campo de un maestre, y posteriormente alférez en la primera expedición española a Irlanda. Fue él, muerto el capitán, el que firmó las capitulaciones de la plaza donde se habían atrincherado en 1604.
Posteriormente, sirvió en las galeras del rey, en el Mediterráneo, adquiriendo cierta fama, y recibió pragmática real para hacer caja de recluta para una nueva compañía del Tercio de Idiáquez, con el que luchó contra los protestantes en la Batalla de la Montaña Blanca.
Un tudesco rubio, alto y bien parecido, algo duro de oído y consumado borracho. Tiene, no obstante, una peculiaridad: puede beber todo lo que desea, sin notarse gran cosa su embriagez. Por la mañana, no obstante, su resaca es brutal. Suele tener buen humor, y mira a la gente a los ojos, ya que le cuesta escucharles, lo que le da un aspecto de hombre franco y directo.
Natural de Innsbruck, su familia fue de mercenarios al servicio de España desde tiempos del emperador Carlos, por lo que nació y creció en un campamento militar, aprendiendo pronto a empuñar las armas. Un accidente con un cañón que explotó cerca de él, y del cual era artillero, le dejó con una sordera leve en ambos oídos. Después de eso, y de que en el accidente muriera su viejo padre, probó fortuna como mercenario por su cuenta.
Combatió para los holandeses frente a sus vecinos alemanes del norte, pero luego se quedó sin trabajo, y se dedicó a emborracharse y buscar broncas en Bruselas, con el dinero de su licenciamiento. El capitán Pérez del Oso lo salvó de una muerte segura en un garito de apuestas, y desde entonces va a donde él vaya, sea a la guerra a la mismas fauces del infierno.
Un hombre viejo de pelo canoso, algo delgado para su altura, de complexión sin embargo fibrosa, que denota que el que tuvo, retuvo. Veterano de numerosas campañas desde hace más de 30 años, combatió en Francia, Flandes y el Mediterráneo, y ultimamente en Bohemia contra los protestantes checos. Se precia de su veteranía, y le encanta contar historias de su pasado militar, llenas de lances, batallas y situaciones inverosímiles que a la gente le cuesta creer.
Casi siempre está de buen humor, salvo cuando un soldado comete una falta. Entonces se transforma en el típico sargento que echa diablos por la boca.
De una familia muy humilde, que de hidalgos no tenían si no el título, lió pronto su petate y caminó con 13 años en busca de una caja de recluta, mintiendo sobre su edad para alistarse en los Tercios, al servicio del entonces gobernador Alejandro Farnesio. Como paje, combatió en Francia y Flandes, y aún sirvió bajo las órdenes del Archiduque Alberto, antes de ser licenciado de su antiguo tercio.
Bajó a Italia, buscando otro nuevo donde pelear, y lo hizo en las galeras del rey, donde pasó muchos años, y donde conoció al joven alférez Pérez del Oso, que cuando creó su propia compañía, pensó inmediatamente en él como sargento y mano derecha. A pesar de ser ya un viejo, Abadía demostró que todavía le quedaba mucha guerra en el cuerpo, y que su veteranía favorecía a todos. Se destacó en la Batalla de la Montaña Blanca.
Un hombre taciturno y solitario, de costumbres curiosas y estómago de hierro, capaz de comer cosas que harían vomitar a una cabra. Un tipo muy duro, enjuto y hecho de esa especie de pasta de la que están formados muchos hombres de campo, correosos y resistentes hasta lo indecible. También es muy religioso, incapaz de mentir, y con posee un buen corazón.
Hijo de hidalgos extremeños, que perdieron sus puercos en una rencilla con el noble local. Sin nada que llevarse a la boca, trabajó durante unos años para la Mesta, pero se vió involucrado en un robo de ganado en el que la Santa Hermandad les pilló "in fraganti". Iba a ser sentenciado a galeras, cuando consiguió escapar en compañía de otros tres reos. Solo él consiguió llegar a la ciudad, donde había una caja de recluta para los tercios.
Viendo un buen medio para quitarse de la circulación, se alistó. Y lo mejor es que, sorprendiéndose a si mismo, descubrió que tenía madera de soldado, y sobretodo de explorador. Demostró tanta destreza con su arma, siendo arcabucero, que cuando fue traslado a la compañía de Pérez del Oso, lo hizo como mosquetero, con el consiguiente aumento de sueldo.
Un joven y apuesto proyecto de soldado, antiguo birlo de las calles de Madrid, que se alistó al coleccionar detenciones de los alguaciles de la Villa y Corte. Ágil y leal, es sin embargo un hidalgo de corazón, como otros tantos españoles, y tiene su honra en mucho, a pesar de que sea un crio y nadie le tome muy en serio.
Quizá su padre pensó que un hidalgo en Madrid podía conseguir fácilmente un puesto en la corte. Pero está claro que se equivocó. Y como su padre era muy hidalgo, no podía rebajarse trabajando para nadie, así que tuvo que partir hacia la guerra, llevándose a su hijo consigo. Su hijo, que no había perdido el tiempo, era el que llevaba la comida a casa, aunque normalmente robara para conseguirlo.
Durante el viaje a Flandes, su padre murió a causa de la sífilis, que contrajo en Italia con alguna mujer del oficio particularmente barata y poco aseada. Sin nadie al que servir, el capitán se apiadó de él, y lo tomó bajo su protección. Y en realidad, el joven paje le resulta muy útil para espiar a los demás, y se desenvuelve bien en las situaciones de peligro.
Buenas, estaré disponible el día en cuestión y me gustaría llevar al joven paje Cornejo.