El pobre fraile no estaba hecho para aquellas inclemencias. Aunque con escasas comodidades en el monasterio siempre había un muro que resguardaba del viento y una chimenea que daba calor. Lo máximo que habría soportado es un paseo por el claustro mientras regresaba a su celda.
Así que aunque hizo todo lo que pudo por mantener el tipo y no ser una carga para la expedición su cuerpo, simplemente, no pudo soportar aquello y perdió el conocimiento.
Motivo: Resistencia
Dificultad: 14
Habilidad: 7
Tirada: 1 3 4
Total: 3 +7 = 10 Fracaso
Estaba demasiado cansada y además, el hecho de vislumbrar a la distancia lo que sería su hogar la hicieron sentir descompuesta o tal vez sólo era el frío, no lo sabía. Había sentido náuseas y hasta calor pero ella ya habia escuchado hablar de esa sensación y no era nada bueno. Estaba pensando en ello y en un sitio tibio para pasar la noche con un fuego que la calentura cuando se desvaneció. Intentó mantenerse firme y consciente pero fue algo imposible, creía que iba a morir y tal vez eso era lo mejor.
Motivo: Resistencia
Dificultad: 14
Habilidad: 6
Tirada: 2 3 10
Total: 3 +6 = 9 Fracaso
Hacía tiempo que no viajaba así, pero gracias al calor del caballo y sus buenas ropas aguantaba decentemente. Para su edad no estaba mal. Aún así, esperaba que Álderic encontrara pronto un refugio o alguno moriría esta noche con total seguridad.
Motivo: Resisencia
Dificultad: 14
Habilidad: 9
Tirada: 5 7 9
Total: 7 +9 = 16 Éxito
Intenté adelantarme para encontrar un refugio. Sospechaba que habría por allí algúna que otra cueva donde poder resguardarnos. En realidad estaba rezando para que mis ojos encontraran rápidamente una, lo suficientemente amplia para poder albergar a la comitiva y a los animales (los cuáles, ahora mismo, no eran menos importantes). Sin embargo, pareció que mi estómago me pedía expulsar líquidos de su interior, y el poco almuerzo tras levantarnos que habíamos tomado...
Motivo: Supervivencia
Dificultad: 0
Habilidad: 5
Tirada: 6 7 9
Total: 7 +5 = 12 Éxito
Mucha dificulltad es :(
Parecía que todo estaba perdido. Varias personas cayeron desmayadas debido al intenso frío y al esfuerzo. Hasta Alderic parecía que iba a sucumbir, y tampoco recordaba el camino hacia alguna de las cuevas. No con toda aquella nieve. Andel el joven se acercó a su hermana, que sostenía entre brazos mientras luchaba por conducir a su caballo, que resbalaba sobre la nieve. El jovencito estaba demostrando mucha entereza en una situación como aquella. ¡Que buen conde se había perdido Valle!
Karina, la niña apestada, había pedido ayuda a Ighor, y entre ambos subieron al fraile a su pollino. Ella decía que si sabía de un refugio, donde había pasado al hacer la ruta inversa. Con admirable tesón, les guió hacia allí, mientras el soldado tiraba del trineo donde habían montado a Alderic y a dos personas más. Tiraba con todas sus fuerzas, mientras remontaban una cuesta salvaje. El capitán ayudaba a Andel y se aseguraba de que los nobles sobrevivieran a la jornada, lo cual ya de por si una tarea titánica.
Finalmente, justo cuando al mesnadero le fallaban las fuerzas, en lo alto del repecho, vieron el agujero de una gruta, su salvación.
La comitiva corrió colina arriba, agolpándose. No era una cueva muy grande, por lo que no podían meter a todas las personas y todos los animales de tiro a la vez. Pero locos como estaban por sobrevivir, no repararon en más detalles. Prendieron un fuego, mientras ataban a los animales a la entrada de la cueva, para que les dieran todavía más calor. El capitán se aseguró de que todos entraran e hizo recuento.
El último en llegar fue Ighor, que dejó caer el trineo y se desplomó en la entrada de la cueva. La tormenta de nieve arreciaba, y a pesar de que tiraron de él hacia adentro, no tardaron en darse cuenta de que le había fallado el corazón. Muerto, a causa del sobresfuerzo, con las manos moradas y engarrotadas. No había sido el único. Durante la ascensión, uno de los porteadores había quedado atrás, pero no hubo tiempo para disponer de su cadáver.
Extendieron las lonas de las tiendas de campana como cortinas y usaron el fuego para calentarse y cocinar. Poco a poco, algunos volvieron en si. El fraile el primero de ellos, que se interesó de inmediato por la niña.
Las miradas eran huidizas, contenían sentimiento de culpa. Sabían que la noche sería larga y brutal, y que posiblemente algunos de los animales murieran congelados en la entrada de la cueva, a pesar de que hicieron un fuego para ellos, que habría que mantener encendido. No hubo discusiones ni lamentos, solo miradas perdidas, manos temblorosas buscando un tazón de sopa y gente que se apiñaba la una contra la otra en busca de calor.
El capitán pensaba que había fracasado en su cometido, y que solo un milagro podría salvarles en aquel aciago viaje. Sería casi imposible cruzar los pasos de montaña tras aquella brutal nevada, no sin arriesgarse a una avalancha, y ya había perdido a dos. El joven Andel le miraba con una pequeña sonrisa, mientras abrazaba a su hermana, medio dormida medio exhausta. En sus ojos había una disculpa y un agradecimiento. Para un vasallo feudal, el agradecimiento de su señor era todo lo que se necesitaba. Y sin embargo, él sabía que el futuro pintaba oscuro.
La noche pasó, larga y ruidosa a causa del viento. Al amanecer, algunos salieron para evaluar los daños. Dos de los caballos y uno de los asnos habían muerto y ahora estaban congelados, con muecas horribles en el hocico a causa de su postrer sufrimiento. Había que dar cristiana sepultura a Ighor y Karl, el porteador que había muerto en la larga cuesta hacia la cueva. El fraile se puso la estola sobre el hábito y, todavía aterido de frío, dió un breve responso en aquel paisaje desolado y blanco. Sus palabras resonaban, cavernosas, cuando pronunció el "sit tibi terra levis". El capitán dijo unas palabras sobre el soldado muerto, alabando su sacrificio y su entrega. Todos asintieron en silencio, con cierta prisa por reanudar la marcha. El suyo era un mundo duro donde la muerte era un hecho cotidiano. Sin embargo, una muerte noble como aquella era motivo de remembranza, por no hay nada mejor que, puestos a completar el tránsito por éste valle de lágrimas, hacerlo del modo apropiado, muriendo bien. Por eso, la muerte por congelación no seducía a ninguno de los presentes.
Unas paladas de nieve y tierra sobre los cuerpos y dos cruces de palo sin nombre, bajo la promesa de hacerles sepulturas mejores cuando se retiraran las nieves, fue todo el féretro que tuvieron, usando sus mantas como sudario.
-¡Capitán, unos jinetes!
Uno de los ballesteros señaló la lejanía con los dedos entumecidos. Dos figuras se aproximaban, luchando por abrirse paso con sus corceles. Uno vestía de vivos colores, con lo que parecía un escudero o heraldo. El otro llevaba un pendón de la casa del barón, señor de aquellas tierras.
Motivo: Resistencia
Dificultad: 14
Habilidad: 8
Tirada: 1 7 8
Total: 7 +8 = 15 Éxito
Motivo: Supervivencia
Dificultad: 21
Habilidad: 14
Tirada: 1 2 4
Total: 4 +14 = 18 Fracaso
PJ Muerto (motivo, abandono)
Los jinetes se detuvieron a cierta distancia de la comitiva, como a un par de lanzas. No parecían tener actitud hostil, a pesar de que algunos ballesteros estuvieron prevenidos. Se suponía que el barón era un vasallo de su señor el conde, aunque todos sabían que siempre estaban discutiendo por asuntos diversos. El barón ambicionaba tener mayor poder, y por eso se había casado con la hija de una importante casa, los marqueses de Spitzburg.
-Debéis de ser la comitiva del conde... -dijo, parpadeando.
Era lógico, aunque su aspecto era desmejorado y les faltaban animales. Ahora muchos acarreaban los pesos en sus espaldas, y parecían ateridos de frío y cansados.
-Mi señor el barón Olaf de la casa de Wolfegg os da la bienvenida a sus tierras. Os buscamos desde ayer, pero la tormenta nos retuvo.
Se santiguó al entender, finalmente, que acababan de enterrar unos cuerpos. Se quitó el gorro como haciendo homenaje a los caídos.
-Lamento mucho éstas muertes, tan innecesarias...
El abanderado se mantenía detrás, callado y sin rostro detrás de su casco con facial.
-Mi señor me ha mandado buscaros para informaros que los pasos están bloqueados por la nieve y la amenaza de aludes. Lo lamenta...
Parpadeó.
-Por eso os invita a su castillo, para que pernoctéis allí lo que sea necesario hasta que repongáis fuerzas y podáis reemprender la marcha. Siempre ha existido alianza entre nuestras dos casas... -le dijo al joven noble- Y para mi sería un placer escoltaros. Tomaremos alguno de esos animales que habéis perdido, para hacer un buen banquete en vuestro honor. Y para las damas, mi señora os invita a tomar un baño caliente y compartir su mesa en la cena.
- Nuestro Señor aprieta pero no ahoga.- murmuro el fraile al recibir una buena noticia en medio de toda aquella desgracia.
Sin embargo no le correspondía a él tomar la decisión, así que esperó la confirmación del capitán. De cualquier modo no parecía que hubiera otras opciones: o una recepción hospitalaria en un castillo o morir congelados en la nieve.
Lo que sí que procuró es mantener a la niña fuera de la vista de los lanceros. Para ellos no debía ser más que otra muchacha de la comitiva pero no quería tener que dar explicaciones de como habían rescatado a alguien que había contraído la peste aunque se hubiera recuperado milagrosamente.
Von Ritter contuvo su sonrisa (pues es recatado no reir demasiado y más cuando se es el líder de una compañía como esta) a pesar de que quería reírse como un loco, no sabía si por tener la suerte de que iban a vivir un día más o porque si hubieran llegado esos jinetes un día antes no habría muerto nadie... Y aún así todavía podía morir alguno en los próximos días. A algunos se les pega el frío en los huesos y mueren a pesar de encontrar un sitio cálido.
Intentó poner la pose más digna para alguien de su posición en las circunstancias, lo cual ciertamente, enrollado en mantas y temblando y cojeando no es mucho decir, y contestó:
- Si mi pequeño señor y su hermana no se oponen (lanzó un rápido vistazo hacia ellos, pues aun en lo evidente, hay que hacer la deferencia a los señores), no tendremos reparo alguno en aceptar tan generosa oferta.
"Sería de auténticos locos no hacerlo", se dijo a sí mismo. Así que comenzó a dar las órdenes pertinentes para poder ponerse en marcha cuanto antes. Mandó abandonar el utillaje que no pudieron transportar debido a la muerte de las bestias y una vez estuvo todo listo, se dirigió a los jinetes del barón ya montado en su caballo.
-Mostradnos el camino. Queremos llegar antes de que anochezca. Iremos lo más rápido que los enfermos nos permitan avanzar.
La noche le había parecido eterna, dos o tres noches como mínimo y al amanecer están mucho mas cansada de lo que estaba cuando se había ido a dormir y el día parecía que iba a continuar igual. Al menos tenía a su hermano consolando su desgracia que no se poca cosa pues él tenía también sus propios problemas.
Se alistaron para salir y cuando lo consiguieron apareció una luz de esperaba por llamarlo de alguna manera, estaba claro que la respuesta de ambos señores iba a ser que si pero agradecía que se lo hubieran preguntado.
-Será un honor y un placer aceptar dicha invitación de vuestra señora.
Fue todo lo que pudo decir porque realmente estaba exhausta, aunque la idea de un baño caliente le daba muchas energías. Ya bastaba se le habían ido con las muertes y esa noche infernal.
Abrigados debajo de capas y mantas, siguieron con mejor ánimo al enviado del barón y su abanderado. Tiraron algunas cosas que ya no les servían, y conservaron otras que, por su valor, eran necesarias. Cortaron grandes trozos de carne de uno de los caballos muertos, y los llevaron consigo para no presentarse "de vacío" con tantas bocas a las que alimentar.
Una marcha de cinco horas, que se hizo liviana al pensar en suculentas viandas y hogueras rugientes, hasta que divisaron El Paso, el pueblo amurallado del barón de Wolfegg, con el castillo en lo alto de la loma. La Mota del Lobo, como se la conocía, era una pequeña fortaleza de buena factura, más una residencia articulada en torno a la torre del homenaje que una alcazaba o castillo grande, pero más que suficiente para su cometido.
Las puertas de El Paso se abrieron para ellos, y en sus calles, más libres de nieve que el camino que habían transitado, vieron a los lugareños ocupados en sus quehaceres invernales, como la reparación de los tejados o la matanza de los cerdos para curtir sus buenos embutidos durante aquella estación fría.
En general, había poca gente por la calle, y las chimeneas vomitaban humo de las hogeras particulares. La gente, algo hosca y curiosa a partes iguales, se concentraba en pasar lo peor del invierno y mantener la mínima actividad posible para afianzar sus negocios o la mera supervivencia. Era el lento latido del invierno, que detenía el zumbido de la vida que se experimentaba con profusión durante los meses de calor.
Las solitarias campanas de la iglesia tañeron en su honor, atrayendo la vista de los curiosos, que se asomaron a las ventanas y las puertas, o salieron a la calle para mirarles. Su desfile no podía ser más patético. No parecía una digna comitiva de nobles, si no gente rota por el frío que a punto había estado de entregar a Dios el ánima.
Finalmente, el rastrillo de la mota se abrió y sus pasos sobre el puente levadizo resonaron casi tanto como los cascos de los caballos. Tocaron trompetas como a llamada para la guarnición del castillo, y los pendones de la casa DeGoff hondeaban en la torre del homenaje junto a los del barón Wolfegg en señal de hermandad.
Habían llegado, y con la ayuda de Dios, podrían respirar tranquilos. Pero el Diablo escribe siempre con renglones torcidos...
Fin de la escena