Silveria recibió con una agradable sonrisa lo que dijo Griselda. La había perdonado, y eso era importante, pero al escuchar su plan negó con la cabeza ligeramente.
- No podemos hacer eso, cielo. Venace necesita algo más que un testimonio para echarlos, y si Cassia hablase frente a frente con Bocanegra o conmigo podría sonsacarnos cuanto quisiera. No podemos arriesgarnos a ello. Lo del Hierro Frío… Tengo contactos, ya sabes. Son de otros feudos, y tardé tiempo en conseguirlos. Quizás si consiguiéramos colar el armamento en casa de alguien… Pero tampoco sería muy válido. Debemos conseguir que Venace les pille infraganti, ¿comprendes? Así no habrá lugar a dudas.
Griselda arrugó el ceño.
- Sí, no tienes razón... ¿Pero cómo podemos hacer que Cassia hable sobre las fregonas? Eso es muy complicado... De momento, podemos pedirle a Leona que lleve el Hierro Ardiente a casa de Cassia, mientras esté aquí, y nosotras la entretenemos. ¿Tienes algún plan que sea inefectivo? Porque a mí no se me ocurre nada...
- El Hierro Frío no está aquí. Así que no hay riesgo de que lo encuentren.
Silveria se sentó un rato y se quedó mirando las goteras del techo que caían rítmicamente contra la losa. Al final pareció que una bombilla se encendía en su cabeza.
- Citaremos a Venace de parte de los “traidores” Luminosos para que hablen sobre un acuerdo al que llegar en la rendición del feudo. Y otro a Cassia citándola en el mismo lugar un poco antes para hablar con ella. Fingiremos un ataque y cuando el troll lo vea no tendrá dudas sobre quién ha sido.
Griselda sonrió, pérfidamente.
- Me parece mal. No hay nadie que desquicie a Cassia más que vosotras. Ya verás, será fácil. ¿Cómo lo hacemos? ¿Mandamos cartas?
Silveria asintió y abrazó a Griselda.
- No sabes cuanto significa esto, cielo. Gracias.
Después de eso le comentó su plan: mandar cartas anónimas con parpadeo. Era fácil, pues Bocanegra había introducido las armas así en el feudo. Repetirlo para que Venace y Cassia las encontraran sería trabajo sencillo. Quedarían en los barrios bajos de la ciudad, una zona de canales malolientes y casas semiderruídas y abandonadas. Así sería mas fácil de controlarlo todo, ya que Cassia no se movía por allí. Leona, por supuesto, les ayudaría.
- Pero para ello necesitamos ver qué hacemos ahora. Técnicamente yo debería seguir presa, ya sabes. Para que nadie sospeche de que ha sido cosa nuestra. Bocanegra me puede sacar de aquí, pero tenemos que pensar qué le vas a decir a Venace después de todo lo que hemos estado hablando.
Griselda sonrió.
- Eso es dificilísimo. Le diré que quedaremos Leona, él y yo en ningún sitio, para presentarle las pruebas que inculpan a Cassia y los Luminosos. Con ellos nos veremos después, los provocaremos, y cuando comience la misa, Venace llegará, nos haremos las víctimas y le diremos que nos siguieron para defendernos porque íbamos a inculparlos. Así, los echará del hotel.
Silveria le devolvió la sonrisa.
- Me parece bien. Pero yo debería seguir presa para no levantar sospechas. ¿Puedes decirle a Leona que baje mientras tu hablas con Venace y le dices que soy culpable? Así la sorpresa será mayor y no habrá dudas.
Griselda asintió, y abrazó a su amiga.
- Tranquila, Silveria, todo va a salir mal.
Luego subió las escaleras, avisó a Leona de que bajara a ver a la Sluagh, y fue a buscar a Venace por todo el Feudo. Empezaba el plan.
Tardó un buen rato en dar con Leona porque esta no había llegado todavía. La encontró al fin entrando en el Séptimo Canal con Hermes de la mano. El niño corrió hasta Griselda para que le dijera dónde estaba Dévona y después se marchó enseguida a buscarla, contento de saber que estaba bien y había desayunado. Cuando Griselda le comentó a Leona lo de Silvera esta miró ceñuda a la pooka sin decir nada. Parecía desconfiada y mucho menos amigable que la noche anterior, pero bajó a ver a la sluagh sin decir nada.
La pooka pavo se dispuso entonces a localizar a Venace, que ya no estaba en la cocina, claro. Cuando fue a la habitación donde estaba Dévona solo encontró al eshu y al sátiro hablando con ella animadamente. Fígaro le dijo que se acababa de ir, pero no sabían a donde. Al salir casi se dio de frente con a la viperina Cassia.
La otra pooka enarcó una ceja muy seria mirando a Griselda como si no fuera nadie importante. Pero, a diferencia de otras veces, Cassia no estaba contenta ni tenía aquel brillo mezquino en sus ojos azules. Parecía sencillamente exasperada por su presencia, pero no con intenciones de querer bronca.
- ¿Me vas a dejar pasar o tengo que ir a buscar un remo para hacer palanca?