Partida Rol por web

John se crecía en la adversidad, ¿Lo daban por muerto ya? pues toma, otra horita más caminando a medio reventar.

No, no iba a ser tan fácil, no lo había sido en toda la carrera, menos aún ahora. Tocaba seguir en la marcha.

-Hay que darle emoción a esto, rubita, ¿Otra horita más?- Comentó con las pocas fuerzas que le quedaban

Si realmente existía algún tipo de dios o de ser, estaba claro que estaba de su lado. El dios de la Larga marcha le había regalado una agradable lluvia que hizo que se sintiera aún más fresca. Disfrutaba con cada gota que caía sobre cada centímetro de su piel. Y mientras miraba a su compañero, cuya tos no hacía más que ir en aumento. Amy sonrió. Sabía que sería cuestión de tiempo que terminase ganando. Aunque realmente sabía que algo no andaba bien en su interior. 

Su hijo había dejado de molestarle, no parecía tener ningún interés por nada de lo que estaba sucediendo y no sabía si lo había perdido o si simplemente se había quedado dormido tras el tremendo esfuerzo al que se estaba sometiendo su madre. Esa preocupación le llevó a recibir de nuevo un aviso. Aunque aún estaba tranquila, sería cuestión de tiempo que Strutman recibiera otro y por fin le dieran el pasaporte.

Interestatal 84, a 30,1 kilómetros de Hartford. 02:26 horas.

La madrugada transcurría muy despacio. En aquellas soledades y a esas horas de la noche donde nada se movía, era muy fácil dejarse llevar por el cansancio y el sueño y cometer un error. Apenas se escuchaba el ronroneo del vehículo blindado que les seguía, inexorable, esperando el fatídico final. Amy y John se miraban el uno al otro de reojo a la espera de que uno de los dos sucumbiera y pusiera fin a la pesadilla.

Amy estaba agotada y se moría de sueño. No sabía que podía hacer más para que Strutman terminase por caer. El tío estaba aguantando como un auténtico campeón, pero ella estaba dispuesta a regalarle a él el pasaporte. No tenía ninguna intención de ser ella la última en caer. 

La noche refrescó, y gracias a eso, John notó como la temperatura de su cuerpo bajaba unos grados, gracias a dios o lo que fuese que viviese en los cielos.

-¿Veremos otro amanecer, rubita?- Preguntó con mucho cansancio en su voz. Al menos, ella tenía ya un aviso de nuevo.

Interestatal 84, a 21,8 kilómetros de Hartford. 03:43 horas.

John se resistía a rendirse tan fácilmente y continuaba dando guerra. Los telespectadores de la costa oeste, que se sentaban en sus casas para cenar, veían el resumen del programa del día y como continuaban aquellos dos únicos participantes de manera incansable. En las redes sociales ya se pedía que les concedieran la victoria a ambos y terminara aquella tortura. Pero las reglas eran claras: solo podría sobrevivir uno.

Amy decidió hacer caso a Strutman. Ya no podía seguir durante más tiempo ignorándole. Parecía que, ni él, ni ella, estaban dispuestos a rendirse, así que ambos continuaban luchando, y por consiguiente, vivos. Amy asintió ante su pregunta. Así es, yo lo tengo bastante claro, yo veré un nuevo amanecer, pero de quien no lo tengo tan claro es de ti. Dijo lanzándole una mirada de arriba a abajo y observando el mal estado en el que se encontraba su rival.

Aquello no daba respiro a nadie, y tan pronto como John borró un aviso, cogió otro. Cada vez estaba más cerca el final, su final, así que tan solo quería joder a Amy todo lo posible.

-Esperemos que si, sería histórico-

Interestatal 84, a 13,9 kilómetros de Hartford. 04:56 horas.

La luz del amanecer se distinguía ya en el horizonte. Pronto saldría el sol para comenzar la cuarta jornada de La Larga Marcha. John seguía a trompicones, sobreviviendo como podía. Seguía al límite de recibir el pasaporte y veía a Amy cada vez más fuerte. Los dolores de parto de la rubia habían desaparecido y parecía un enemigo imposible de batir.

Amy continuaba francamente bien en comparación al que era su rival. Ella seguía dispuesta a ver el cuarto amanecer y a batir todos los records de historia de La Larga Marcha. Entonces se giró, mientras seguía andando, y le dijo a Strutman, es absurdo que sigas insistiendo, ¿por qué no te rindes ya?

A john le dolían todos los músculos de su cuerpo, pero cada vez que la rubia le picaba, su ánimo subía, aguantando otro rato más, como no podía ser de otra manera.

-¿Con la compañía que te estoy dando, para que no te aburras, y aún así quieres que me muera? que mala eres, jejeje-
 

Hizo acopio de toda su voluntad para seguir hablando mientras hablaba.

-Pues todavía te queda otra horita más de Strutman-

Interestatal 84, a 6,1 kilómetros de Hartford. 06:08 horas.

El sol asomaba ya por el horizonte. Comenzaba el día en esta cuarta jornada de La Larga Marcha con los telespectadores de medio mundo pegados al televisor. La hazaña de John y Amy había traspasado fronteras, elevando la popularidad y el share del programa hasta límites insospechados. Nadie habría pensado nunca, con la competición a punto de desaparecer, que la actuación de estos dos marchadores iba a salvar el decadente programa estrella de Estados Unidos.

Finalmente lo había conseguido. Vio el amanecer del cuarto dia, los débiles rayos del sol naciente fatigando un poco la vista acostumbrada a la noche anterior. Se sintió lúcido y fresco, demasiado, eso solo podía significar una cosa. La muerte se lo llevaba. Continuó caminando mientras terminaba de degustar una de aquellas pastas alimenticias con sabor a naranja, para despues sacar un cigarrillo y encendérselo. El último que se fumaría, debía de ser así.

-Amy- Comenzó en un tono serio mientras fumaba

-Cria bien a ese hijo, que no sea una idiota como su madre- Terminó el cigarrillo, lo tiró al suelo y se paró a pisarlo.

Tenía tres avisos, el siguiente sería un balazo.

Mientras los soldados apuntaban, el jeep se acercaba, y las casas de apuestas se volvían locas, Strutman inmediatamente sacó otro cigarriillo, a pesar de haberse fumado uno hacía escasos segundos.

Tenía que morir con un pitillo encendido en la boca.

Ojalá me la hubiese jugado según las reglas de bangkok.

El fusil abrió fuego y Strutman cayó al suelo con una sonrisa en la boca...y su cigarro.

La gente por medio mundo enloqueció en sus casas. Unos de alegría por Amy; otros de pena y tristeza por John, puesto que también tenía sus admiradores. Aquel año, La Larga Marcha había destrozado las cuotas de audiencia. Había sido un programa épico con un final igualmente épico. Muy a la americana. Los telespectadores contuvieron el aliento pues quedaba por saber qué deseo iba a pedir Amy. Inmediatamente, helicópteros y vehículos blindados hicieron su aparición. El Comandante bajó de uno de los aparatos y se acercó a la mujer embarazada que, por fin, pudo detenerse.

-¡Señorita Lee, enhorabuena! ¡Es usted la flamante ganadora de la edición de La Larga Marcha de este año! ¡Ahora mismo en Washington y Nueva York la gente se ha lanzado a las calles a celebrar su victoria! Ha llegado el gran momento ¿Cuál será su premio?

Amy se giró tras escuchar el último disparo. No pudo parar de andar, aún mantenía el ritmo en el cuerpo y no lo haría hasta que dijeran que parase. Estaba convencida de que ganaría, y lo había logrado. Por el camino había dejado a Candy, la única que había merecido la pena conocer en toda esa larga marcha. Se había divertido con Larry, y había odiado con todas sus fuerzas a Simeona, pero al final lo había logrado. ¡Amy Lee era la ganadora! Estaba contenta, mucho. Pero no pudo demostrarlo.

Tras las palabras del nuevo comandante, Lee se cayó al suelo de rodillas. Llevó las manos a su abdomen. Llevaba horas sin sentir a su bebé. No sabía lo que había pasado, así que no sabía si aún seguiría vivo su hijo. Por eso mientras estaba con las piernas clavadas en el suelo, miró al comandante y sonrió. Quiero que a mi hijo nunca le falte de nada. Que pueda vivir por todo lo alto y tener todo lujo de detalles. Quiero que pueda vivir en paz y tranquilo y que todos sus deseos se hagan siempre realidad. Es lo único que pido, su felicidad eterna. Seguía pensando que quizá no habría bebé. Pero, si a mi niño le hubiera pasado algo, desearía, volver a tener otro, y que a éste nunca le falte de nada y pueda tener la misma felicidad.

Y entonces se desmayó.