Aquellos felices días pronto llegaron a su fin, y lo hicieron de forma repentina. Absalón y María habían desaparecido, habían salido de paseo y no regresaron. Teniendo en cuenta el cercano incidente con los ladrones, no había tiempo que perder. Rafael fue a por sus cosas y pronto estaba listo para ir a ver si había algún rastro de los desaparecidos por la zona en la que paseaban y los alrededores. Varios soldados salieron también, encontrar a la hija de la señora era la máxima prioridad.
Si de un secuestro se tratase, el tiempo sería vital, para evitar que se alejasen los secuestradores, pero Rafael, no sabía que pensar ni a que atenerse. Cualquier cosa podría ser el origen de la ausencia, hasta una causa trivial. Tal vez e habían despistado o pedido, pero cuanto antes apareciese, antes volvería todo a la calma.
Al no encontrar al muchacho del carro, me di el gusto con un par de fermosos mozetes que por el castillo pululaban de aprendices de algo. Les saqué los pocos dineros que portaban, además de todo el jugo que almacenaban en sus criadillas. Buena diversión era mi trabajo, el oculto, el que solo unos cuantos afortunados sabían. Los días pasaron tranquilos, viendo yo que la joven dama María se pirriaba por su médico. Esas cosas saltaban a la vista y más siendo yo una curtida ramera. Cierta noche, la infanta desapareció junto a Absalón y fuimos llamados todos los hombre y mujeres del castillo para buscarla. Nuevamente me tocaba ir junto a Rafael, al cual había visto poco desde que nos recuperamos de las heridas.
-"Bien, vayamos afuera y andemos por el sitio donde solía ir María a pasear. Quizás encontremos alguna pista de donde pueda estar." Le dije.
Os pusísteis entonces manos a la obra. Buscar a la infanta doña María era la prioridad. Tras armarse Rafael y prepararse Vanesa, salísteis a la villa, caminando entre sus calles. Veíais a los criados por allí, preguntando a las gentes llanas. También a soldados, los pocos que había, salir de las murallas para fuera, tratando de alcanzar las inmediaciones de la población. En sus numerosas noches con algunos hombres, María ya sabía por boca de más de un soldado que la joven María solía dar paseos en las vegas del Alagón, acompañado de Absalón, no muy lejos de Granadilla. No se tardaba mucho en llegar, sólo que el terreno era algo más irregular por la presencia del río. Y ante no tener otro hilo que seguir, avanzásteis hasta allí, saliendo de la villa por la puerta contraria de la muralla que días atrás tomárais hacia Zarzales.
Llevábais pues un par de candiles en la noche, que era estrellada y seca, y sabíais que teníais que tener mucho cuidado, pues quien sabía de aquellos que se ocultan en el manto nocturno. Tras unos quince minutos de marcha (algo lenta, por vuestra aún condición de heridos y por la lentitud que conlleva el caminar de noche), oísteis un rumor constante. Era el Alagón, y supísteis que estábais cerca de su orilla.
Seguísteis caminando salvando peñascos, muy tipícos de la zona, y también arbustos y unas cuantas encinas. Ya no veíais el pueblo detrás de vosotros, y entonces encontrásteis algo: una pregunda, una especie de camisa blanquecina, a pocos metros del río, pues ya sentíais su frescor en el rostro (estaba ahora a unas quince varas de vosotros). Parecía una prenda de mujer.
Fue entonces cuando Rafael quedó mirando al frente. No lo veía bien en mitad de la oscuridad, pero pudo percibir una especie de silueta que se desvanecía y hundía en mitad del cauce del Alagón, a casi veinte varas de la orilla que teníais delante de vosotros, y cuya corriente en ese tramo era relativamente fuerte.
Tirada oculta
Motivo: Escuchar Vanesa
Tirada: 1d100
Dificultad: 41-
Resultado: 43 (Fracaso) [43]
Tirada oculta
Motivo: Descubrir Rafael
Tirada: 1d100
Dificultad: 48-
Resultado: 3 (Exito) [3]
Recordad es de noche. Con vuestra intervención podéis hacer las tiradas que creáis oportunas.
Agarraba con fuerza la antorcha que portaba, ya que me daba seguridad. La luz de la llama espantaba las sombras a mi alrededor, además de alguna bestia salvaje que pululaba por la orilla del río. Estábamos los dos solos, como unos amantes que salen de un castillo para verse y fornicar hasta el alba. Pero este no era el caso, ya que Rafael no fornicaba... al menos con mujeres... De repente vimos algo, una prenda de color blanco. Nos acercamos y la cogí... olía a hembra, estaba claro; pertenecía a una mujer. Miré a los ojos al soldado.
-"Puede que pertenezca a María..." Le dije en voz baja.
Algo hizo que Rafael girara el rostro y mirara hacia el río. Algo más allá pareció zambullirse en las frías aguas del Alagón.
Había visto como algo se sumergía en el río.
-Allí, había algo que se ha metido bajo las aguas.- Le dijo a Vanesa, pero no sabía de que podía tratarse, tan solo la había visto un momento, y no era fácil saber que era en mitad de la noche.
El río bajaba con gran caudal y fuerza, no sería tarea fácil entrar en sus bravas aguas, y aun menos con aquella oscuridad. Trató de buscar huellas, cerca de la prenda encontrada, pero sin perder de vista el río, y la zona en la que había visto la silueta. tal vez volviese a salir, y pudiesen ver de que se trataba. No habían escuchado ninguna llamada de auxilio, por lo que no pensaba que fuese María.
Vanesa se percató con claridad acerca de la prenda: era de mujer; mientras tanto, Rafael trató de buscar alrededor, por el suelo, pero la noche impedía ver cualquier marca en el terreno, o tal vez otra pista, pese a la tenue luz de la antorcha.
Fue entonces cuando oísteis unos pasos.
Avanzaba, y corrían hacia vosotros. Eran livianos, y no parecían evocar ningún peligro.
Era María, la hija de la Rica Hembra, la cual apareció por una de las orillas, saliendo de la oscuridad. Estaba semidesnuda y desorientada, y seguramente había estado dando bandazos entre los árboles de la ribera del río Alagón. Al llegar a vosotros (no sabíais si os reconoció o no), se arrodillo y cogió las manos de Vanesa.
¡Ayuda, ayuda! -decía casi gritando, balbuceando-, ¡Los ojos! ¡Los...! -y miró hacia atrás un instante, asustada. Y allí, entre la negrura de la oscuridad, se iluminaron un par de ojos rojizos. A vuestra percepción era diminutos, debido a la lejanía del lugar en que se encontraba, pero su intensidad y color sangriento, refulgente más que una llama en la noche, os heló el cuerpo.
Algo había estado persiguiendo a la joven.
Recogí entre mis brazos a María y la abracé con fuerza para darla tranquilidad. Rápidamente me fijé en su joven cuerpo, tan fibroso y con tetas firmes...
-"Ya pasó mi señora, ya pasó. Estese tranquila." Traté de consolarla con voz dulce.
Le pasé un chal por la espalda para taparla, no fuera a constiparse. Ante los gritos y miradas de terror de la joven, alcé la vista hacia la negrura de más allá, por donde había venido corriendo, y pude ver dos puntos rojos como tizones que relucían en la oscuridad.
-"¿Qué demonios es eso?" Casi grité de miedo, nerviosa.
Abracé con más fuerza a María y nos colocamos un par de pasos por detrás de Rafael. Alcé la antorcha lo más que pude para intentar ahuyentar a la bestia que acechaba en la oscuridad de la noche.
De alguna forma, María llego hasta donde nos encontrábamos, asustada y huyendo de algo que la aterraba. Vanesa se encargo de tranquilizarla, y allí al fondo, entre la oscuridad de la noche, destacaban dos ojos rojos.
Se adelanto unos pasos a las mujeres y preparo su arma, no sabía que podía ser aquello, pero no parecía algo que pudiesen ignorar. Trato de ver el cuerpo de la criatura, para saber a que se estaban enfrentando. La luz de la antorcha provocaba sombras, no siendo fácil discernir nada.
-Retrocedamos, vayamos hacia el pueblo, tal vez nos encontremos con algún soldado que nos pueda ayudar.- No sabía a quien o que pertenecían aquellos ojos, y la precaución le hacía tratar de evitar un enfrentamiento, que en mitad de la noche podría resultar mortal. Tal vez, al ver que eran tres se contendría antes de atacar, pero ellos tampoco sabían cuantos enemigos había en la zona. Apenas podían ver nada.
Vanesa quedó tranquilizando a la infanta María, pero en plena noche y con lo que hubiera visto, las palabras de la ramera no calaban en la joven. Sus manos temblaban, y no podía pronunciar más palabras. Rafael no veía nada ante la luz de la antorcha, ahora elevada por su compañera, pero no llegaba como para alcanzar la silueta que albergara aquellos ojos rojizos.
Éstos quedaron allí, observándoos, mientras la propuesta de Rafael iba materializándose. Comenzásteis a dar unos pasos hacia atrás, en pleno campo, tratando de volver por el mismo sitio por el que llegásteis. Los brillantes ojos no se movieron, sino que os siguieron de forma estática, hasta que os perdísteis cada vez más alejados de la orilla del Alagón, y rápidamente tomásteis la vereda de regreso a la villa.
EPÍLOGO
* * *
Media hora después.
Llegásteis a Granadilla a trompicones, exhaustos y con la antorcha casi apagada nada más acceder por la puerta del oeste. Bordeásteis las primeras viviendas, y corrísteis hacia el castillo. Sólo algún criado se mantenía con la Rica Hembra en su fortaleza, y cuando ésta os vio accediendo a la sala donde aguardaba, la reina corrió junto a su hija, fundiéndose en un abrazo. Doña Leonor os miró entonces, con rostro serio, tomándoos desde ahora en gran estima al haber traído a su hija (aunque no os dijo nada de momento).
Una hora después, cuando criados y soldados supieron de la noticia, regresaron al castillo. Esa noche la joven no pudo decir nada, pese a que le preguntaron durante una hora, tratando de averiguar qué había pasado y dónde estaba Absalón (que no había aparecido). Finalmente, la Ricahembra optó por hacer descansar a su hija para tratar de hablar al día siguiente, con la mente más fresca.
Hubo gente en el castillo que no pudo dormir. No así vosotros, quienes a pesar de conciliar el sueño, no se os separaba de vuestro recuerdo aquel par de ojos casi fluorescentes.
Al día siguiente, algo más tarde de la amanecida, doña Leonor y doña María ya estaban en el salón principal del castillo, y ésta confesó (delante de vosotros y algunos criados más) entre balbuceos su intento de escapada con Absalón, señalando además que ambos se querían (la cara de la Rica Hembra era un poema). También que estando cerca del río Absalón se introdujo en el agua, y comenzó a nadar, como a buscar algo bajo sus aguas... Y que entonces vio como unos ojos que la persiguieron (tal y como los que vísteis).
Aquella información era difusa, confusa y difícil de digerir, y la Rica Hembra era una mujer dura y práctica. Por ello, sin buscar más culpables que el propio Absalón (según decía, "por desenturbiar la mente de su hija para llenarla de amoríos de poca monta"), ésta no dudó en cerrar a doña María en su alcoba, redoblando fuertemente su vigilancia. Tras agradeceros debida y personamente vuestro hallazgo, Rafael hubo de ser uno de los que hiciera, a partir de entonces, demasiadas guardias delante de la misma puerta de la habitación de la joven...
Por su parte, Vanesa siguió con su vida en esas semanas dentro del castillo, y hubo una ocasión en la que advirtió a Narciso, el muchacho que os encontrásteis días atrás en el camino, entrar por ciertos negocios en el castillo...
Por último, la Rica Hembra mandó pregonar en el pueblo que en el caso de encontrar a Absalón o verlo pasear entre los muros de Granadilla, fuera de inmediato prendido y llevado al castillo, pues no tardaría en mandar cortarle la cabeza y colgarla en la más alta almena del castillo...
LA VERDAD SOBRE LOS HECHOS
No érais los únicos que hubísteis de escuchar tiempo atrás la palabra "tesoro" en boca de Absalón. El día que fue liberado, habiendo hablado en privado con la Rica Hembra, Absalón le confesó a la reina su verdadero nombre, así como que había ejercido el oficio de físico en la ciudad de Granada (en el reino musulmán). También que era judío y que, en el lecho de muerte de un famoso boticario musulmán llamado Muza ibn Banu, éste le reveló el emplazamiento de un cofre lleno de alhajas de un antepasado suyo, sumergido concretamente en el río Alagón, junto a la villa (dándole, además, varios detalles exactos de dónde debía estar), que databa de los tiempos antaños de las taifas...
Por lo visto, Absalón quería sembrar el terror con la noticia de la peste (haciendo que la población huyera de allí asustada) para dedicarse a buscar el tesoro con total libertad. Doña Leonor, lejos de enojarse o mandar ajusticiarlo, le respondió con una propuesta: que dada su profesión podía buscar con tranquilidad y facilidades tal tesoro, con la condición de dar estabilidad a la salud de la infanta María, ya que era médico, así como eliminar los terribles comportamientos que sufría. Y así fue. Y tal que mientras ambos pasaban horas juntos, María mejoraba su estabilidad mental, pero a su vez ambos quedaron enamorados uno del otro, planeando así en uno de sus paseos abandonar Granadilla y huir juntos. A Absalón, a su vez, se le había perdido en su mente la intención de encontrar tesoro alguno.
Siendo así, cuando ambos llegaron a la ribera este del Alagón, brotó de nuevo en el judío el deseo de buscar el tesoro de Muza bajo el agua (y es que la riqueza no entiende de deseos), y pese a las súplicas de María por no hacerlo y huir cuanto antes, el judío comenzó a estudiar el la orilla para introducirse por el mejor sitio (ignorando la opinión de su enamorada...).
En cuanto a la terrible criatura, ésta no era ni más ni menos que el intento de Muza ibn Banu de perpetuarse con su tesoro. Resultó que el musulmán no era boticario, ni tampoco alquimista... sino un mago de la corte nazarí que antes de su muerte logró transferir su mente, su alma y su rostro al de una criatura árabe legendaria (y muy real, por cierto), conocida entre los entendidos como el "Gailán". El Gailán era una criatura maligna que habitaba la floresta cercana a la ciudad de Granada, y tenía forma de gato de gran tamaño, con rostro de hombre, fauces de león y un brillo de inteligencia en los ojos, quien no cazaba por gula, sino por placer.
Siendo así, Cuando el cuerpo de ibn Banu desfalleció, despertó reencarnado en el Gailán, y viajó largo trecho hasta las ribera del Alagón para custodiar su tesoro desde entonces en tierras cristianas. Cuando la criatura vio a Absalón en compañía de aquella dama, estando el judío casi en el agua, no dudó en acecharle, aunque primero persiguió a la joven María (momento en que llegásteis vosotros...). Muza (el Gailán) trataba así de vengarse de Absalón: y es que resulta que el médico judío no era sino uno de sus primeros aprendices del poco honesto oficio de la magia, allá en Granada, que de manera infructuosa tiempo atrás había tratado de acabar con él una vez hubo confesado el paradero de su propio tesoro... Por otro lado, tal vez la criatura no os persiguió al no ser partícipes del expolio de su tesoro, pudiendo así escapar de nuevo a la villa.
Infructuosamente, Absalón acabó ahogado en la orilla del Alagón, aunque su cuerpo jamás se encontró. ¿Tal vez lo devorarían los peces del río o la bestia de ojos brillantes?
FIN